Madrid es capital del Estado, comunidad autónoma y ciudad. Todo diferente, pero la misma palabra. Un término que cuando no es municipal se ha convertido decenas de veces en música. Shakira “Ahí nos dejó Madrid” para pasarse al lado barcelonés, Ketama invitaron a todos a que se vinieran, y Pereza cantaron a una Lady Madrid trasnochada. En esos tiempos de movidas y venidas también Burning o Leño dedicaron piezas de su repertorio a este cocedero de gallinejas y entresijos de las más atrevidas ambiciones. Durante décadas, esta ciudad confinada (o no) que vuelve a ser portada, ha venido siendo puerto de desembarque de ilusiones y sueños venidos en autobús desde el pueblo, en puente aéreo, y más recientemente en AVE hasta la todavía resentida estación de Atocha. Así llegó Sabina.
Sobre todo y para siempre, Joaquín propuso que pusiéramos que hablaba de Madrid en esa canción que añadimos hoy a la lista. Hagámoslo. Lo de hablar de la ciudad de su “Atleti”. O mejor empecemos por él. Por el genio que llega desde sus estudios en Granada hasta la calle Tabernillas, 23 en 1978.
Con un pasado anarquista que incluía algún pequeño episodio que negó (todo), ha sido esta ciudad la que albergó los primeros pasos de un cantautor de aspecto sombrío que no parecía destinado a ser de todos los artistas musicales urbanos el Rey… no, por Dios… no, Dios tampoco… el más destacado.
Ha existido, justo hasta el pasado 13 de marzo, una ruta turística llamada “El Madrid de Sabina” con su metro y sus dos consumiciones (¿solo dos?) Eran obligadas las paradas en La Mandrágora o lo que queda de ella, el Elígeme que ya no está, su Mordida de calle Belén o ese secreto a voces que es la suerte de punto de encuentro del que muchos tuvieron llaves llamado Relatores, 22. Su casa.
Antonio Flores, leyenda, hizo también suya la canción que hoy añadimos a la playlist en su versión original. Porque la poesía más urbana es la que sale de labios de un bohemio, y si lleva bombín, mejor. Sabe a calle de madrugada, a mangueras de riego al alba y a asfalto quebrado bajo el atasco. Pero también a tinta en servilleta de bar con las más hermosas frases.
Sabina dejó una huella enorme en la Historia de la ciudad que aunque “ya no sea lo mismo” siempre tendrá una quintaesencia itinerante, un ambiente de “vine para un mes y me he quedado treinta años” (mi caso). Ya lo decía un buen amigo paisano catalán: “Aquí es que te entretienen. Bajas a por el pan un domingo por la mañana y vuelves a las once de la noche sin la barra y después de haber conocido a más personas de las que podrás recordar el lunes”. Madrid me mata, pero me encanta.
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