Cuando el país aún seguía bajo los efectos de la primera ola del coronavirus, el PP comenzó a sentar las bases de una estrategia cuyo fin pasaba por preparar el camino de Pablo Casado hacia el Palacio de la Moncloa. El plazo que entonces se manejaba en los diversos estratos del partido era el de un año y medio vista, convencidos de que la fragilidad de un Ejecutivo de coalición nacido en un intrincado equilibrio político y arrasado por la gestión de una pandemia tendría difícil aguante. Entonces se jugaba con la baza de que en un plazo -aproximado- de 18 meses sería suficiente para que la "bofetada" económica, fruto de la crisis del Covid-19, terminase por romper la coalición gubernamental.
Muchas cosas han pasado desde el mes de mayo, entre ellas, una segunda ola del virus. Pero en la escena política también ha quedado de manifiesto que aquel argumento de adelanto electoral que abundaba en la sede de Génova hace unos meses ha sido soterrado por la realidad de que el Gobierno apurará la legislatura, a juicio de los populares porque es "capaz de todo" por "permanecer en el poder", incluso cruzar "líneas rojas" como blindar una alianza previo pago con Bildu y ERC, según lamentan fuentes de la dirección.
Aún por la mínima, el Ejecutivo ha sacado múltiples votaciones fundamentales con el apoyo de la misma mayoría que salvó la investidura de Pedro Sánchez, aunque con algún sostén extra de vez en cuando por parte de un apoyo inesperado: el de Ciudadanos. Pero aún sin los 10 votos naranjas, y con algo de ventaja, la votación más importante que se le planteaba a Pedro Sánchez para aguantar en su sillón en Moncloa y no jugárselo en un adelanto electoral: los Presupuestos Generales del Estado.
Es por eso que en Génova ya se asume que Pablo Casado no podrá disputarle la presidencia del Gobierno hasta dentro de tres años, cuando se haya agotado la legislatura. Y ya no se trabaja con el planteamiento de un adelanto electoral, una idea que se convirtió en convicción definitivamente tras el debate de las enmiendas presupuestarias, tanto las de totalidad, que no salieron adelante, como las parciales, en que el PP lamentó de que Sánchez, Iglesias, Rufián y Otegi sacasen "el rodillo" y apisonasen la mayoría de sus propuestas para las cuentas, incluso cuando eran "iguales" a las presentadas por grupos de otro color político.
"Hay coalición para rato", admiten en la formación, donde trasladan no sólo la aprobación de unos "Presupuestos de legislatura", como vienen defendiendo desde Podemos, como signo inequívoco de aguante, sino también los plazos de la crisis económica derivada del coronavirus, que Sánchez logrará mitigar gracias a la recepción de los fondos europeos de recuperación, al menos durante el tiempo suficiente como para agotar su mandato.
Y el objetivo de cara a estos tres años no pasa sólo por construir una "alternativa", la tesis convertida en mantra dentro de las filas populares, sino afianzarla. Y lo mismo pasa con el propio Pablo Casado, quien sentó definitivamente los cimientos de su liderazgo hace relativamente poco, durante la moción de censura de Vox, aunque serán los congresos regionales los que le consoliden definitivamente como líder de esa alternativa.
Si desde el principio de la pandemia el PP viene edificando su propuesta económica, social y jurídica alternativa, a modo de programa electoral, desde hace unos meses viene haciendo lo propio en estrategia política. Al impulso de perfiles gestores y moderados por encima del "ruido" y de la confrontación que, a juicio de muchos sectores en el partido representaban figuras como Cayetana Álvarez de Toledo le siguió el viraje hacia la moderación, el pragmatismo y el encaje de las siglas azules en el centro político.
El punto de inflexión fue, sin duda, la ruptura verbal y emocional con Vox y con Santiago Abascal. Sostienen los populares que, aunque aquello empujó a los votantes más conservadores a las filas de Vox, asumen que es mucho más lo que tienen que ganar que lo que hay que perder. En estos tres años, los planes de Génova pasan por completar el proceso de absorción de Ciudadanos, cuya primera prueba de fuego serán los resultados de las elecciones en Cataluña, en que el centroderecha se presenta completamente fragmentado y prácticamente en guerra.
Desde esa posición, los de Casado se verán con la fortaleza suficiente como para tratar de arrinconar a Vox y atraer a los votantes socialistas descontentos con la deriva de Pedro Sánchez, y ofrecerles cobijo político no como alternativa de derechas, sino de "centro". No obstante, aunque en privado, asumen que incluso en el mejor de los casos, en el que su bloque sume más que el de la izquierda, Casado necesitará firmar la paz con Abascal. Pero para eso, aún tiene que llover.
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