Todas las noches decenas de jóvenes de los pueblos del Campo de Gibraltar se reúnen en las playas de la zona a la espera de que llegue el ansiado momento del desembarco de la droga, lo que se denomina “alijar” en el argot del narcotráfico. En el aparente caos de la noche cada uno sabe exactamente lo que tiene que hacer y dónde debe situarse. El toque de queda impuesto por las medidas "anti-covid" no suponen ningún problema para ellos. Simplemente se lo saltan. Algunos han llegado a las playas en sus pequeñas motos, otros en vehículos de amigos o familiares, vehículos utilitarios, lejos de los grandes modelos que utilizan los narcos del escalafón más alto, o simplemente andando. Una gran parte de estos jóvenes tienen entre 14 y 18 años. Y han empezado a asumir su papel en las redes del narcotráfico.
“Las redes del narcotráfico no paran de reinventarse. Los menores de quince, dieciséis o diecisiete años hacen ahora el trabajo de los mayores. El 80 por ciento de los jóvenes que identificamos en las playas tienen estas edades. No tienen miedo, tienen mucho arrojo. Para ellos es como un juego. No solo los utilizan para descargar las “gomas”(embarcaciones llenas de hachís) sino que dadas las circunstancias actuales de acoso policial también los requieren para suministrar garrafas de gasolina, víveres y ropa a las narcolanchas que esperan en alta mar el momento de “alijar”, nos comenta Miguel Angel R. , un guardia civil curtido en la zona.
Son los “chicos de la gasolina” en versión mares del sur. El pasado día 12 de noviembre uno de los agentes que participaba en uno de los operativos diarios establecidos en la zona de Guadiaro sufrió en su propio cuerpo las consecuencias de este nuevo modo de proceder que se resume en una frase: Acelera y no pares.
El 'petaqueo'
“Cuando llegamos al lugar nos encontramos a un grupo de jóvenes corriendo. Intervinimos las petacas de gasolina, detuvimos a uno y comenzamos el rastreo. En una urbanización de Sotogrande me encontré un coche con un individuo dentro que recogía a otro. Me acerqué a identificarlos, y en vez de parar, mi sorpresa fue que aceleró a tope. Tuve el tiempo justo de poner las manos y evitar que me arrollaran todo el cuerpo… Jamás, pensé que por unas garrafas de gasolina actuarían así.”
El agente Moisés se recupera en estos días de los graves traumatismos sufridos en los brazos.
El “petaqueo de gasolina” se ha convertido en un fenómeno imprescindible en la nueva situación por la que atraviesan las redes en el Estrecho. Desde que se estableció el Decreto que prohíbe las embarcaciones semirrígidas, los lancheros tienen que permanecer en alta mar esperando el momento adecuado para poder desembarcar los fardos de hachís. Si se acercan sin garantías y son detenidos, no solo pierden la mercancía, también la lancha, “ más o menos 1 millón de euros, dado que suelen cargar unos 2000 kilos de hachís por lancha” nos relata Miguel Ángel R. Prefieren situarse fuera de las aguas jurisdiccionales españolas, y allí pueden pasar días hasta que llegue su momento. El repostaje se convierte así en algo vital.
“Lo hacen a través de pequeñas embarcaciones que sacan de los ríos, escondidas en el campo, o en naves. A veces, incluso, tienen amarradas pequeñas barcas de fibra en los puertos de la Atunara, la Alcaidesa o Sotogrande. Las cargan de petacas de gasolina, de comida, de ropa o incluso las utilizan para hacer el relevo de los que están en alta mar”, comenta el agente Moisés.
Y en estas pequeñas embarcaciones suele ir gente muy joven. Muchas veces aprovechan el viaje para traer de vuelta algunos fardos. Este verano se han utilizado constantemente motos de agua para llegar hasta ellas. Cada moto de agua puede transportar tres fardos de 30 kilos. Unos cuantos viajes y la descarga se completa. También, se ha vuelto a la utilización de los barcos pesqueros para el repostaje y el transporte de la droga.
Vista la situación, todos los cuerpos policiales de la zona luchan por intentar cambiar la legislación y conseguir que el “petaqueo” sea considerado un delito de narcotráfico. Hasta ahora solo conlleva una sanción administrativa que en el caso de los menores asciende a cien euros y suelen ser los padres quienes tienen que responder.
400 euros por noche
“Hace unos días identificamos a un menor de 16 años a las dos de la mañana que llevaba en una riñonera 38.000 euros. Ese dinero era para pagar a todos los que habían intervenido en la colla, los que hacen de portadores, de puntos (vigilantes) de transportistas de las garrafas. El dinero lo suelen llevar los capataces. En este caso nos sorprendió que tan solo tuviera 16 años. Muchos de esos jóvenes, por una sola noche de trabajo, suelen ganar 300 o 400 euros, incluso más, dependiendo de la labor que realizan en el escalafón", nos dice uno de los agentes.
Y aquí empieza otra parte del problema. Los jóvenes captados por las redes de narcotráfico suelen abandonar el Instituto a los 16 años, en cuanto ya no tienen obligación de asistir a clase. Pero también empieza a darse el caso de jóvenes que por la mañana van a clase, llevan una vida normal y por la noche trabajan para las redes, “sólo porque quieren tener dinero para sus caprichos”, afirma el agente Moisés.
“Aquí tenemos la tasa de absentismo escolar más alta de la provincia, siete veces más que en cualquier otro sitio de la provincia de Cádiz, no digamos ya nada con el resto de España, dice Paco Mena, incansable luchador contra las secuelas del narcotráfico en el Campo de Gibraltar. Van lo justo al colegio para que los servicios sociales no puedan quitarle la custodia a los padres. En cuanto son tentados por las redes ya es muy difícil que puedan salir de ese mundo. Con quince, dieciséis años se ven con dinero en el bolsillo, pueden comprar el último modelo de teléfono, vestir ropa de marca, comprarse un coche. También los hay que se convierten en los cabeza de familia porque el padre o la madre están en paro, no entra dinero en casa y asumen ellos el rol que no les corresponde. La mayor parte están condenados a ser “carne de presidio”.
Como dice Mena, el código postal marca más que el código genético. Estos jóvenes se han criado en un ambiente cultural y social donde no queda otra alternativa que el narcotráfico. La falta de inversiones, la ausencia de un plan integral que abarque todos los aspectos del problema, les deja como única salida lo que tienen a mano para afirmarse y tener ingresos; ir progresando y ganando puestos en las redes del narcotráfico.
Generaciones de narcos
Todos los actores implicados en la lucha contra el narcotráfico coinciden en señalar que no va a ser fácil acabar con esta lacra. Hoy muchos de los grandes narcotraficantes de la zona se encuentran en prisión, como es el caso de los hermanos Tejón, “Los castañitas”; otros han huido a Marruecos como el conocido “Messi”. Pero la infraestructura continúa. Es una hidra de mil cabezas. A unos capos les suceden otros, una generación sustituye a la otra.
“Se engaña quien se crea que esto es un problema exclusivamente policial, dice el responsable del sindicato de policía SUP, Antonio Flores. La primera pregunta que hay que hacerse, continúa, es por qué estos chavales no están en la escuela, por qué no los han formado. Esto no pasa en otras ciudades de España. Por eso, desde hace ya tiempo, venimos reclamando que el Campo de Gibraltar sea considerado Zona de Especial Singularidad. Antes el problema lo teníamos en el norte. Ahora el problema está aquí, en esta zona de Cádiz. No solo es un problema policial, que también, es un problema con muchas aristas, que debe incluir a jueces, fiscalía, profesores, servicios sociales, empresas, administración...”
A pesar de su conflictividad, los destinos policiales en esta zona de España no están incentivados y son muchos los agentes que prefieren el traslado a otros lugares menos problemáticos. Hay un déficit estructural de las plantillas desde hace ya muchos años. A eso se añade que vivir en ciertos pueblos de la comarca se vuelve cada día más insoportable por la presión y el acoso que estos agentes pueden sufrir en sus vidas cotidianas. De momento, el plan de seguridad especial puesto en marcha en esta zona por el Ministerio de Interior tiene fecha de caducidad: finales de 2021. Y sin duda, está dando resultados, aunque sólo a nivel policial. Pero la pregunta es qué va a pasar después. Mientras tanto, a los policías más veteranos les duele ver el rumbo que están tomando de nuevo las cosas.
“Ya hemos perdido dos generaciones de jóvenes de la zona. Me pregunto si vamos a consentir perder la tercera, dice el portavoz del SUP. Necesitamos medios, una atención focalizada en la zona y ponernos en marcha cuanto antes.”
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