Salió sonriente, guiado por un guardia civil de la prisión. Fuera, cientos de simpatizantes le jaleaban y ultimaban el escenario donde daría su primer mitin en libertad. Aquella mañana del 1 de marzo de 2016 Arnaldo Otegi abandonó la cárcel de Logroño portando sus escasos enseres en una bolsa con referencias a Sudáfrica. Dejaba atrás seis años y medio privado de libertad. Aquella no había sido su primera experiencia carcelaria.
En aquella 'maleta sudafricana' muchos vieron un mensaje para reforzar su falso perfil de ‘Mandela vasco’, de hombre de paz esforzado en liderar un nuevo tiempo de reconciliación y perdón el que los suyos había trabajado. Una imagen construida bajo argumentos de ser el promotor del carpetazo a un pasado oscuro, el creador del presente de la izquierda abertzale y el libertador que reaparecía para conquistar el futuro de la nueva Euskadi en paz.
En la cárcel Otegi ultimó los pasos para la escenificación del final de ETA. También dirigió el proceso que culminó en la legalización de la izquierda abertzale. Ahora salía libre para ponerse de nuevo al frente de la misma. No tardó en reorganizar la coalición, en renovar los liderazgos y resituar a la izquierda abertzale. En Euskadi lo hizo ‘podemizándose’ con los discursos sociales, en un intento por recuperar el terreno perdido a costa de los morados. También lo hizo relegando el protagonismo del discurso soberanista en favor de una acción política más pragmática, a modo del PNV.
Pero una década después de su ingreso en prisión en 2009 -junto con otros nueve compañeros acusados de intentar reconstruir la ilegalizada Batasuna-, la imagen con la que abandonó la cárcel se ha diluido, se ha modificado. No, Otegi ya no es visto como una suerte de ‘Mandela vasco’, de 'mesias salvador' hacia la Euskadi independiente.
Hoy su figura no logra amplios consensos, tal sólo los suscita en la izquierda más extrema. Tampoco su pasado ha sido reparado, aún le pesa demasiado, como para que pactar con él no suscite revuelos y rechazos. Y las asignaturas pendientes de décadas de simpatías y complicidad con la violencia continúan como el duro lastre con el que hacer política en Euskadi y Madrid. Sólo la fortuna de los números parlamentarios le han regalado ahora la condición de partido aliado que hoy mantiene en cámaras como la navarra y Parlamentos como el Congreso.
'Tumbar el régimen'
Desde que recuperó la libertad, Arnaldo Otegi ha visto cómo se truncaban sus deseos de optar a ser el lehendakari de la Euskadi sin ETA -hasta en dos ocasiones lo ha intentado-. Tampoco sus planes para ‘normalizar’ a la izquierda abertzale como un agente más se ha completado.
El pasado pesa demasiado. Ahora la Justicia con la que creía cumplidas las deudas vuelve a pedirle cuentas. Lo hace en una inédita decisión del Supremo: repetir el juicio tras el revés dado a España con la decisión del Tribunal Europeo de Derechos Humanos que determinó que el caso y la condena de 'Bateragune' no tuvo un procedimieto imparcial.
La victoria en Estrasburgo, donde logró que se avalara su tesis, ha sido amarga. El Tribunal Supremo español respaldó ayer la petición del Fiscal para que el juicio por el ‘caso Bateragune’ se repita: “Un defecto procesal no puede convertirse en una exención penal”, defendió la Fiscalía. Hoy Otegi valorará la decision en una comparecencia prevista en la sede de su coalición. Ayer en el nacionalismo, el moderado y el agrupado en EH Bildu, la decisión que por unanimidad adoptó el Supremo fue ayer rechaza con contundencia. El propio Otegi aseguró que “¡ni nos domaron, ni nos doblaron, ni nos van a domesticar! Sonreíd, venceremos”.
Es evidente que Otegi nunca fue Mandela. Sus planes no buscaron reconciliarse, menos aún rechazar o reparar el daño causado. En la coalición que él lidera tienen claro que el reto es “tumbar” el ‘régimen del 78’. Las reacciones vistas ayer apuntan a que la izquierda abertzale pueda emplearlo en una suerte de ‘procés judicial vasco’ que le permita compartir batalla con el independentismo catalán contra las instituciones del Estado.
En la larga década transcurrida desde su detención en 2009 la izquierda abertzale que él lidera ha visto cómo era legalizada, cómo renovaba sus liderazgos y mensajes, cómo Podemos se acercaba y cómo el PSOE no rehuía ya su apoyo. En poco tiempo Otegi ha pasado de estar cumpliendo condena en la cárcel de Logroño a formar parte de la “dirección del Estado”, en palabras del vicepresidente Pablo Iglesias. Esa es su mayor victoria, tutearse con el Gobierno español al que le ha facilitado los presupuestos y del que se ha convertido en un socio incómodo pero preferente para agotar la legislatura.
Apaciguar a sus críticos
En lo personal la repetición del juicio para los procesados por el ‘caso Bateragune’ supone un revés, en lo político un paso atrás en el intento de la nueva izquierda abertzale de desprenderse de su pasado. Sin embargo, volver a sentarse en el banquillo de los acusados en la Audiencia Nacional será está vez más un escaparate que una amenaza. De ser condenados de nuevo, Otegi y los otros cuatro acusados -Miren Zabaleta, Arkaitz Rodríguez, Sonia Jacinto y Rafael Díez Usabiaga-, tendrán ya cumplida una pena de seis años y no ingresarán en prisión. Sólo en el poco probable caso de que se les condenara a penas mayores el regreso a la cárcel podría seer una opción. En caso de ser declarados inocentes, la injusticia la deberá asumir el Estado y será un logro a esgrimir para las tesis abertzales.
El proceso permitirá también a Otegi y EH Bildu apaciguar las voces críticas que ven en la coalición demasiado conformismo con el Estado español, junto al que se han puesto a remar. La izquierda abertzale recuperó ayer algunos de sus discursos tradicionales, hasta ahora algo relegados. La Audiencia Nacional volvía a ser el símbolo de “las cloacas del Estado” y la justicia española, con el juez Marchena como emblema, la vía para frenar las aspiraciones nacionalistas vascas.
El liderazgo de Otegi en la izquierda abertzale se ha consolidado en este tiempo. Hoy los resultados electorales de la coalición EH Bildu son mejores que cuando ingresó en prisión. También su papel institucional ha mejorado. Se ha hecho clave en Navarra y en España, no así en Euskadi, donde lidera la oposición pero con un Gobierno PNV-PSE en mayoría absoluta. La repetición del juicio por el ‘caso Bateragune’ es un viaje al pasado del que Otegi tiene prisa por salir y contra el que ha trabajador convirtiéndose en el socio de Iglesias, el incomodo apoyo del PSOE y en un imprevisible adversario del PNV en el País Vasco.
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