La irrupción de Salvador Illa en la candidatura a la presidencia de la Generalitat ha venido a agitar el tablero político catalán y dejado un claro damnificado por el camino: En Comun-Podem. El desagrado indisimulable con el que los morados acogieron la noticia, amén de su insistencia en que Illa deje de inmediato el Ministerio de Sanidad, es una buena muestra del daño que les infiere la apuesta electoral de Pedro Sánchez.
Porque aunque en puridad todo apunta a que el cambio de candidato en el PSC -ignorando las primarias- busca ante todo el regreso del voto pródigo que se fue a Ciudadanos en las autonómicas catalanas de 2017, tiñendo de naranja el cinturón rojo metropolitano, los socialistas catalanes aspiran a erigirse en la única opción válida de la izquierda constitucionalista.
También es cierto que Cataluña no es territorio de Pablo Iglesias sino de la todopoderosa Ada Colau, con lo que un mal resultado no cabría atribuírselo en exclusiva al vicepresidente segundo del Gobierno. Pero, precisamente, uno de sus flancos más débiles lo constituye la falta de implantación territorial de Podemos, la ausencia de liderazgos regionales, la carencia de una estructura de partido al estilo clásico que han sido incapaces de implementar en mitad de crisis constantes en territorios como Madrid, Andalucía o Galicia, región esta última donde desaparecieron del mapa parlamentario.
Campaña "a favor de ERC"
Además, en los comunes se ha instalado la sensación de que Iglesias ha hecho más campaña a favor de ERC que de la candidata de ECP, Jessica Albiach, tras las negociaciones presupuestarias. El temor es que parte de su base electoral bascule hacia Pere Aragonès como candidato de una fuerza de izquierdas para el que ya no es una prioridad la agenda independentista.
Podemos celebró en mitad del confinamiento domiciliario de primavera del pasado año su III Asamblea Ciudadana, casi en la clandestinidad. Quizá lo más novedoso de la misma, además de la concentración de poder en muy pocas manos, ha sido el replanteamiento organizativo del partido, pasando de los llamados adscritos a un modelo de militancia estructurada, lo que facilita el control de la organización.
Entre los meses de septiembre y octubre se creó un censo de militantes, organizados en torno a círculos, que, a su vez, se erigen en estructura municipal y eligen a sus enlaces para los Consejos Ciudadanos autonómicos. Está previsto que este enero echen a andar los Consejos y convoquen una primera reunión con las personas elegidas para la labor de enlace con los Círculos.
De bronca en bronca en Madrid y Andalucía
La formación morada siempre ha mirado con envidia la red de sedes de Izquierda Unida, su implantación territorial, en muchos casos herencia del PCE. De hecho, desde los sectores críticos al coordinador general de IU, Alberto Garzón, se ha venido alertando de que Podemos buscaba poco menos que "parasitar" esas sedes a través de una confluencia orgánica entre ambos partidos, aunque las deudas astronómicas de la coalición ralentizan ese proceso.
Pero los problemas de Iglesias no son sólo de índole organizativa, que también, sino política. Podemos se ha desangrado en todos los territorios a costa de escisiones y enfrentamientos. Madrid y Andalucía son los dos casos paradigmáticos. Las rupturas protagonizadas por Íñigo Errejón y por Teresa Rodríguez en cada uno de estos territorios, dejan a Iglesias profundamente debilitado en dos comunidades con un increíble peso político. Más Madrid y Adelante Andalucía han mordido escaños a Podemos, a quien superan ampliamente.
No parece que el ex Jemad y director de gabinete de Iglesias en vicepresidencia segunda, Julio Rodríguez, tenga el carisma y el liderazgo suficientes, ni la vocación, para dirigir la organización de Podemos Madrid, de la que es secretario general. Martina Valverde, líder de los morados andaluces, ha sido la solución de urgencia a la espantada de Rodríguez, que rompió el grupo en la cámara andaluza.
Pero la situación dista de ser halagüeña en otros territorios. En Valencia hubo de forzar de manera agónica su entrada en el Gobierno autonómico, junto al PSPV y Compromís, para no quedar definitivamente orillado, subsumido entre los socialistas y el partido de Mónica Oltra, lo que les deja muy poco espacio propio. Además, tras las elecciones autonómicas de mayo de 2019 se quedó sin representación en las asambleas regionales de Castilla-La Mancha y Cantabria.
Sin representación en Galicia, Castilla-La Mancha ni Cantabria y diezmado en el País Vasco
Poco más de un año después, el 12 de julio de 2020, perdieron casi la mitad de su representación en la cámara vasca. Lejos quedaron los años de vino y rosas en que Podemos llegó a ganar dos elecciones generales en Euskadi, las de 2015 y su repetición en 2016. Y lo de Galicia fue la hecatombe. Ni siquiera les salvó el ascendente y personalidad de la titular de Trabajo, la gallega Yolanda Díaz, para levantar una campaña que nació muerta tras varias disputas internas, broncas y ceses manu militari desde Madrid.
No deja de resultar paradójico, que conforme crece el poder interno de Iglesias como secretario general de Podemos y en calidad de vicepresidente segundo del Gobierno, más poder pierde en los territorios. El control férreo, más propio de aquel término comunista del "centralismo democrático", ha diezmado a una formación que nació con vocación de transversalidad, de representar a todas las sensibilidades a la izquierda del PSOE, al que un día acarició hacer el sorpasso.
El de este 14 de febrero es otra prueba de fuego para los morados. Sondeos de Moncloa y del PP dicen que pueden llegar a quedar por detrás de los populares y hasta de Vox. Y en la medida en que eso es malo para Iglesias es bueno para Sánchez. Debilita al socio de Gobierno a pesar de sus intentos por capitalizar el escudo social, esto es, el paquete de medidas con el que hacer frente a la crisis social derivada de la pandemia del Covid. En el entorno de Sánchez confían en esa máxima por la cual, en las coaliciones siempre hay un perdedor.
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