Habían pasado cuatro horas y aún no había resolución. En la calle, a puertas de la medianoche, comenzaba a refrescar. En el Arenal de Bilbao nadie se movía. La suerte de vigilia organizada por la izquierda abertzale no dejaba de crecer. En el escenario habilitado en mitad del parque actuaciones musicales, ‘bertsolaris’ y demás distracciones intentaban amenizar la espera a los miles de simpatizantes sentados en el suelo. Para esa hora aquel 4 de mayo comenzaba a diluirse. Lo hacía sin noticias. El momento histórico que todos esperaban vivir se demoraba.
Cuando el reloj anunció la entrada del 5 de mayo de 2011, en otras plazas, en otros parques, la campaña electoral para las municipales y forales acababa de comenzar. Transcurrido 26 minutos de las doce de la noche, los rumores se confirmaron y el anuncio se hizo oficial. Nueve años después de su ilegalización la izquierda abertzale volvería a ser legal y podría concurrir a las elecciones. El Tribunal Constitucional concedía el aval a sus candidaturas. La noticia recorrió los corrillos con la misma velocidad que la megafonía lo confirmó. El júbilo y los abrazos fueron el comienzo de aquella campaña en la que Bildu regresó a las instituciones con el mayor apoyo jamás obtenido por la izquierda abertzale: 276.000 votos, la alcaldía de San Sebastián y la presidencia de la Diputación de Gipuzkoa, además de decenas de alcaldías.
Entre quienes conocieron en prisión el dictamen del Constitucional que suponía el regreso a las instituciones, -nueve años después de la ilegalización de Batasuna-, se encontraban los presos de ETA. También los presos de la izquierda abertzale, entre ellos el propio Arnaldo Otegi. Incluso los militantes de la organización criminal en la clandestinidad y que seguían activos. Aún restaban cinco meses para que la organización terrorista anunciara el cese de sus acciones y siete años para que se disolviera.
Han transcurrido diez años desde entonces. Aquella operación de renovación política fue impulsada como un modo de subsistencia tras la debilidad del entorno radical -y de ETA- y el desgaste acumulado en casi una década alejada de las instituciones. La necesidad de reorientar su acción política la lideró, en buena medida, Arnaldo Otegi desde la cárcel. En la ecuación lograr el respaldo del colectivo de presos fue determinante. Lo obtuvo. Al menos de la mayoría, agrupada en el EPPK, y que secundó la estrategia del coordinador general de EH Bildu. Un pequeño sector crítico aún considera que aquello fue una traición imperdonable de la izquierda abertzale de Otegi.
Sortu y sus estatutos
Ahora, una década más tarde, la coalición se prepara para un nuevo cambio. La primera fase, la del alejamiento de su pasado vinculado a la violencia y la del regreso a las instituciones de la izquierda abertzale, se da por completada. En EH Bildu ultiman la puesta en marcha de la segunda fase, la de la ampliación de su espacio político para poder convertirse en alternativa real de Gobierno en Euskadi.
Si para su retorno a la legalidad el apoyo del colectivo de presos fue imprescindible, para la etapa que se activa con el congreso que arranca este sábado se activa y culmina en mayo, también. El líder de EH Bildu, que se perfila como única opción para continuar como coordinador general de la coalición, también en 2020 ha buscado y demandado el apoyo de los presos. Lo ha hecho por carta, recordándoles que la coalición “necesita la experiencia y la fuerza de las celdas”: “Entre todos conseguiremos dar a este pueblo la palabra y la decisión en el camino hacia la consecución de una República Vasca”.
Otegi se puso al frente de EH Bildu poco después de abandonar la prisión de Logroño el 1 de marzo de 2016, donde cumplió condena por el caso Bateragune, posteriormente anulada. Para entonces la nueva marca de la izquierda abertzale ya estaba consolidada. Sortu había presentado los estatutos el 7 de febrero de 2011. Desde entonces y hasta su inscripción oficial como partido político pasaron 16 meses. Un tiempo en el que además de la renuncia a las “acciones armadas” anunciadas por ETA el 20 de octubre de ese año, el Tribunal Constitucional dio por buena la renuncia a la violencia, incluida la de ETA, expresada por la nueva marca abertzale en sus estatutos.
Una afirmación 'estatutaria' que este tiempo ha convivido con apoyo a los presos de la banda, con respaldo de 'ongi etorris' y resistencias a condenar la violencia de la banda. Los gestos y manifestaciones de apoyo a las víctimas de ETA continúan hoy en el entorno de la izquierda abertzale más en el en el marco de la ambigüedad y los gestos personales que en el de una posición clara y cierta de la dirección de Sortu.
Ser más determinante en Euskadi
Hoy Sortu es la fuerza dominante de la coalición. No sólo en su dirección sino también en su masa social. El resto de formaciones, EA o Alternatiba, apenas representan una pequeña porción de los cientos de miles de votantes que respaldan a la izquierda abertzale elección tras elección. En estos últimos diez años Otegi y los suyos han logrado afianzar su base, cuando no ampliarla, en una horquilla de resultados desde 2011 que oscila entre los 185.000 y los 285.000 votos. Además de renovar sus candidaturas y actualizar su discurso en clave más social que soberanista, la izquierda abertzale ha logrado recuperar a amplios sectores sociales, en especial de jóvenes, que Podemos le arrebató.
Un respaldo que les ha permitido ganar en influencia más que en poder institucional. Lo han hecho en Navarra y en el Congreso de los Diputados, donde son hoy un apoyo imprescindible para el Ejecutivo de Sánchez. Sin embargo, el objetivo prioritario de la izquierda abertzale continúa siendo la ‘república vasca’. Es la que han fijado como reto clave para el nuevo tiempo que comienza tras el congreso de la coalición, que lleva por lema ‘Hamar urte baino es’ (Apenas 10 años).
Para dar pasos en esa vía EH Bildu necesita ser más determinante en Euskadi. Ser una amenaza electoral real para el PNV. Otegi habla de ensanchar los espacios ideológicos, hacer de EH Bildu “la casa común de todos”. La irrupción de Podemos en el espacio político vasco fue una amenaza, su desgaste y debilidad actual, una oportunidad. En la agenda del Parlamento Vasco hace años que figura la renovación del Estatuto vasco. Bildu quiere que promueva un nuevo encaje en el Estado, una fórmula más cercana a la independencia que al federalismo. Y para eso, es necesario ser más fuerte, en Madrid y en Vitoria.
Compromiso de sus bases
El camino también pasa por reforzar su estructura interna. La coalición tiene integrantes hoy muy debilitados. Aralar se disolvió, EA es una formación minoritaria y sin peso y Alternatiba simbólica. EH Bildu quiere militantes comprometidos y dispuestos a respaldar económica y políticamente el proyecto para la próxima década. Es la razón que ha llevado a promover la campaña para captar militantes, ‘Bilkides’.
Hasta ahora era suficiente con inscribirse para participar en los procesos internos. Ahora se pide una cuota y algo más. Es el gesto que también ha reclamado a los presos de ETA, que se afilien. Otegi llegó incluso a bromear con la posibilidad de que el ministro Grande Marlaska se hiciera ‘Bilkide’ y presentara su candidatura para liderar EH Bildu. Fue la réplica a las manifestaciones del titular de Interior en las que aseguró que la mayor aportación que hoy podría hacer Otegi sería abandonar la política.
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