La apuesta de Pedro Sánchez por Salvador Illa para que el PSC gane las elecciones en Cataluña y además pueda gobernar, que lo primero podría producirse sin que se produjera lo segundo, tiene muy pocas posibilidades de éxito. Más bien, ninguna.
A tenor de los sondeos publicados, el partido de Puigdemont se ha acercado tanto al de Junqueras que ambos están bailando dentro del mismo mosaico, como las parejas del chotis. Es cierto que el PSC ha dado un salto hacia adelante muy considerable y puede que dentro del mosaico entre un tercer personaje, Salvador Illa.
El partido de Puigdemont se ha acercado tanto al de Junqueras que ambos están bailando dentro del mismo mosaico
Pero en el caso de que se diera ese resultado tan ajustado caben muy pocas dudas de que ERC no se va a atrever a romper con su íntimo enemigo, JxCat. Y no es porque le sea grato o productivo un pacto con un partido liderado por alguien que apuesta por la confrontación infinita con el Estado español, en un bucle del que se nuestra incapaz de salir y en el que se empeña en darse con la cabeza contra el muro una y otra vez sabiendo, como sabe, que de ahí no va a sacar lo que quiere, que es la independencia.
No, ERC no lo dice pero lo piensa. Estaría mucho más cómodo manteniendo en el tiempo, sin límite, su grito de guerra, "¡In-de- in- de- pen-den-cia!", para mantener en estado de alerta la moral de las tropas pero admitiendo por la vía de los hechos que su pretensión ha vuelto a fracasar y, colocando su objetivo en lo alto del frontispicio impreso con letras de oro, dedicarse a gestionar los asuntos ordinarios de la comunidad que llevan años aparcados o, más bien, abandonados, en favor de la obsesión y la agitación independentista.
Pero no se atreve. Tiene miedo de que les acusen de traidores los que ya no admiten otra tarea política, otra dedicación, que la de girar como una noria alrededor de la idea de independencia y del modo de volver a poner en pie una estrategia que, por fin, dé resultado pero que en realidad no existe.
Ésa es la verdad política del secesionismo hoy en Cataluña, que ha convertido en dogma la fe independentista y en su nombre y su defensa husmea en las conciencias, vigila las actitudes e introduce la sospecha sistemática sobre todo ciudadano que viva en Cataluña y no manifieste espontáneamente su fervor por la causa. Es la Iglesia inquisitorial de los siglos XVI y XVII en España, pero trasladada a la política en el siglo XXI.
No se trata de que la realidad haya desmontado las quimeras defendidas con tanto mimo durante años y que ya no tengan modo los independentistas de desvelar a los suyos que lo que les vienen prometiendo tan insensatamente no es verdad porque nunca fue posible. De lo que ahora se trata es de no ser objeto de acusaciones de traición al ideal venerado y por el que tan alto precio han pagado ya todos los catalanes.
De lo que ahora se trata es de no ser objeto de acusaciones de traición al ideal venerado y por el que tan alto precio han pagado ya todos los catalanes
Y por esa razón, y por ninguna otra, ERC no se atreverá jamás a pactar un gobierno con el PSC si existe la más mínima posibilidad de que le den los números para meterse de nuevo con JxCat en la rueda de hámster en la que llevan girando desde demasiado tiempo ya. Y como los de Puigdemont necesitan como el comer conservar sus puestos en la administración, no van a admitir otra opción que la de repetir un gobierno con ERC bajo amenaza de que los cielos se abran contra los republicanos y caigan de él los rayos y truenos de un dios independentista rebosante de cólera.
De modo que, o gana con una considerable diferencia sobre el segundo partido en número de escaños, que parece que va a ser una de las dos grandes formaciones independentistas, o el candidato del PSC no tendrá absolutamente nada que hacer. Y aún así, lo tendría muy difícil.
Los socialistas se van a dejar la piel en esta campaña porque les va mucho en estas elecciones. Entre otras cosas, amarrar la estabilidad del Gobierno de España, lo cual se podrá conseguir más fácilmente si el PSC se alza con una victoria indiscutible que hiciera imposible la opción de un pacto independentista puro. En ese caso, Salvador Illa sí podría intentar reeditar ese tripartito -PSC-ERC-Comunes- que ahora mismo está diciendo que de ninguna manera buscará. Pero no es verdad. La verdad es que es su única opción verosímil aunque muy difícil.
Por otra parte, hay que descartar de antemano que PP, Ciudadanos o Vox den su respaldo a un gobierno en el que estén los de Junqueras, de modo que por ahí es inútil que los socialistas busquen los apoyos, salvo que la opción que se plantee sea sin la presencia de independentistas en el pacto de gobierno. Todo muy improbable.
Y, desde luego, si es ERC el que se alza con la primogenitura electoral, me parece muy complicado, por no decir inviable, que optara por pactar con Salvador Illa dejando a un lado a Laura Borrás. A menos, claro está, que la suma con JxCat y la CUP no le diera la mayoría.
En definitiva, el señor Illa, que creo que es creyente, ya puede ir suplicándole al Señor que le multiplique los votos como multiplicó en su día los panes y los peces, porque lo que necesita para llegar a presidir la Generalitat es un auténtico milagro.
La apuesta de Pedro Sánchez por Salvador Illa para que el PSC gane las elecciones en Cataluña y además pueda gobernar, que lo primero podría producirse sin que se produjera lo segundo, tiene muy pocas posibilidades de éxito. Más bien, ninguna.
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