Hubo un tiempo en el que eran dos almas casi gemelas. Una vasca, otra catalana. La del Pujolismo y la que representó Xabier Arzalluz. El baile continuó con Artur Mas e Ibarretxe. Incluso con Urkullu y Mas. Fueron años en los que aprendieron a convivír con sus matices, con sus diferencias, con estrategias similares y con sinergias con las que se retroalimentaban a demanda. El hilo que los unía, que enlazaba las aspiraciones nacionales del soberanismo catalán y el vasco -y a estos con el tablero político español- fue sólido y rentable durante décadas. Hasta que el ‘procés’ lo debilitó. Lo hizo al mismo tiempo que fracturaba al independentismo catalán. El 14-F ha terminado por romperlo: la no entrada del PdeCat en el Parlament ha dejado sin referente al PNV en Cataluña.
La formación de Andoni Ortuzar apoyó la candidatura de Angels Chacon. Fue la única opción que le quedó tras la escisión en el seno del PdeCat, con la salida de Puigdemont y la corriente que lo apoyaba. Todos ellos engrosaron JxCat, dejando al PdCat como único referente de una apuesta nacionalista moderada.
Por ello la plancha de Chacón fue la única posibilidad para mantener la ligazón con el nacionalismo catalán. El presidente del PNV le apoyó de modo expreso durante la pasada campaña. Sin embargo, los 76.849 votos obtenidos y que le han dejado fuera de la Cámara catalana, con un exiguo 2,7% del voto, no suponene sólo un problema para la formación de Mas sino también para Sabin Etxea.
En realidad al PNV no le quedaban ya muchas opciones más en Cataluña. Las tres formaciones del independentismo había tomado caminos diferenciados. ERC, a la que EH Bildu ayer se refería como “partido hermano” nunca fue una opción. Ni por su ubicación en la izquierda ni por su acercamiento a la coalición de Arnaldo Otegi con la que tiene suscritos acuerdos estratégicos.
La fratura Puigdemont
La vía del PdCat, sucesora de CIU, comenzó a complicarse con la salida de Puigdemont y sus seguidores. La relación de Sabin Etxea con el expresident hacía tiempo que se había enrarecido. Su apuesta por la vía unilateral, su órdago al Estado y su declaración unilateral de Independencia representaba la vía opuesta que el PNV hacía años que trabajaba tras la era Ibarretxe. El acuerdo y la exploración de recovecos legales es la opción que en la era Urkullu los nacionalistas enarbolan.
En marzo de 2019 se oficializó la primera gran fractura. El PNV abandonaba tres lustros después, desde tiempos de Galeusca, la candidatura europea que hasta entonces había compartido con los catalanes. Pero Puigdemont no era Pujol y ni Artur Mas. Su empeño por copar la candidatura hizo que el PNV abandonara la apuesta y se sumergiera en una candidatura más incierta con Coalición Canaria y Compromiso con Galicia. La apuesta no le salió mal e Izaskun Bilbao revalidó el escaño del PNV en el Parlamento europeo.
La ruptura en víspera de las elecciones europeas del 26 de mayo vino precedida de otro episodio que fracturó como nunca la relación entre el entonces nacionalismo ‘institucional’ catalán y el vasco. A finales de febrero Urkullu comparecía como testigo en el juicio que el Tribunal Supremo celebraba contra los doce imputados por el procés. Apenas dos semanas más tarde, Puigdemont desde Waterloo insinuó que el lehendakari no dijo la verdad cuando aseguró que el president nunca quiso declarar la independencia de modo unilateral sino que era partidario de una salida pactada con el Gobierno de Mariano Rajoy: “No fue así. Le falta parte de la memoria”, aseguró Puigdemont. Fue la gota que colmó el vaso en las relaciones entre Puigdemont, Urkullu y el PNV.
Un observador inactivo
Cuando en agosto del año pasado se completó la salida de Puigdemont del PdeCat para emprender en JxCat un nuevo proyecto “libre de ataduras del pasado” y centrado en la carrera por la independencia, la marca Puigdemont ya se había convertido en un lastre demasiado pesado para el proyecto político que el PNV defendía en Euskadi.
Durante los últimos meses el PNV no ha podido ocultar su incomodidad con la situación catalana. Sin alejarse del todo, su papel se ha reducido a la de ser un observador privilegiado pero siendo un agente cada vez menos activo. Más aún, durante la etapa de Quim Torra la formación de Ortuzar ha estado muy al margen.
En todo este tiempo los apoyos a la crisis catalana se han limitado a llamamientos generales en clave de respeto a la voluntad del pueblo, al apoyo a la salida de los presos del procés o a la necesidad de retomar el diálogo entre el Gobierno y las instituciones catalanas. Lo ha hecho mientras la vía vasca que defiende el partido de Urkullu y Ortuzar continuaba distanciándose de la apuesta de Junqueras y de Puigdemont.
Un 'PNV a la catalana'
El pasado 1 de febrero el presidente del PNV escenificó lo que sin duda es un nuevo y complicado tiempo en las relaciones entre el nacionalismo catalán y su partido. Lejos queda la sintonía entre CIU y Sabin Etxea en los años en los que ambos partidos contaban con unidad interna y confluencia en sus apuestas políticas. Su presencia telemática en un mitin de la candidata del PdeCat, Chacon, suponía un aval a quienes intentaron reeditar una suerte de ‘PNV a la catalana’, con la búsqueda de acuerdos como seña de identidad, y a un modo de hacer política.
La apuesta le salió mal a Artur Mas, que ha visto como el PdCat queda fuera del Parlament. También a Andoni Ortuzar. El desgaste del procés en el seno del nacionalismo se tradujo en la fractura de la anterior CIU -hoy representada por las marcas PdeCat y JxCat- que hace sólo seis años llegó a alcanzar 62 escaños en las autonómicas de 2015. Ni aquella CIU existe, ni el PNV tiene hoy un referente de peso con el que identificarse.
En Sabin Etxea recuerdan que las escisiones en los senos de los partidos son complejas y requieren tiempo. El PNV lo sufrió con la ruptura de EA en 1988. En ERC y JxCat no parece que nada invite a que sus caminos confluyan con los del nacionalismo moderado jeltzale. Horas después del 14-F las llamadas a los acuerdos, a los refrendos y a la independencia lejos de modularse se han intensificado.
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