David Jiménez se ha sumergido en el proceso independentista para analizar los precedentes y consecuencias de una crisis que, a su juicio, ha puesto en cuestión nuestro marco constitucional. Es la tesis que sostiene en "2017, La crisis que cambió España" una obra que teoriza, sobre todo, la Premisa -con mayúscula, es una categoría para Jiménez- que explica por qué el independentismo llegó tan lejos sin oposición de las instituciones del Estado.
La Premisa "es ese elemento medio de interés y medio de herencias de como se mira a los nacionalistas subestatales, viéndolos como una reacción contra el franquismo inevitable y legítima, que se iba a deshacer por sí sola". Un auto engaño del que han participado todas las élites españolas, que nos ha llevado en buena parte a la crisis actual.
Pregunta .- Describe en el libro como uno de los factores determinantes en la explosión de 2017 fue la incapacidad de ver que los independentistas iban en serio.
Respuesta.- Debemos explicar cómo se llega a 2017 y una de las claves es que el discurso establecido en la mayor parte de las élites gobernantes era que esto nunca iba a suceder. Por qué desde el resto de España no se actuaba de forma más responsable ante lo que iba a ser una amenaza muy grave a la democracia.
No es solo la personalidad de Rajoy, o los errores de cálculo de Soraya Sáenz de Santamaria. Es algo mucho más amplio que está en la cultura política que surge de la Transición. La idea de que los nacionalistas nunca se atreverían a proclamar una independencia por la fuerza. Esa convicción de que el camino de integración en el estado autonómico es un camino de una sola dirección, nunca puede suceder que algo se salga en una curva.
2017 es la gran crisis constitucional desde la consolidación de la democracia
P.- ¿Esa actitud acomodaticia se explica por los intereses de PSOE y PP de entenderse con el nacionalismo?
R.- Es mucho más cómodo creer en la Premisa que no creer en ella. Te obliga a no mirar a los ojos a un problema potencialmente desestabilizador de todo el sistema democrático. 2017 es la gran crisis constitucional desde la consolidación de la democracia.
Por intereses, PP y PSOE veían a los nacionalistas como el socio para aprobar presupuestos e investiduras y creían que las cesiones no tendrían ninguna gran contrapartida. También porque el sistema que surge de la Transición no se ve a si mismo como una democracia militante. No lo es legalmente y tampoco en su cultura política. La cuestión es entender por qué no se ha sido más militante en términos de defender unos determinados valores.
P.- ¿Por qué no somos una democracia militante? ¿Qué es lo que se dejaron por el camino los gobiernos desde la Transición hasta los primeros 2000?
R.- Tendría que haber existido la posibilidad de pactos entre PSOE y PP excluyendo a los nacionalistas, no convertir a los nacionalistas en imprescindibles para el funcionamiento de la democracia. No digo que no esté bien el proyecto de intentar integrarlos, pero tenían que haber otras alternativas para que no fuera necesario aceptar sus exigencias como condición necesaria para la gobernabilidad. Sobre todo porque la contrapartida era que en esos territorios se naturalizó que eran inevitables los marcos de los nacionalistas. La idea de que en Cataluña no había alternativa a Jordi Pujol.
P.- ¿Es recuperable el espíritu de la Transición, puede reivindicarse ese pacto constitucional o ya está herido de muerte por la crisis del 2017 y la posterior critica del nacionalismo y Podemos?
No veo 2017 como un momento de debilidad de la España del 78, demostró que millones de españoles habían interiorizado los valores de la Constitución más allá de las propias instituciones
R.- El pacto del 78 es construir una democracia liberal, pluralista, un estado de derecho. En 2017 vimos algunos de los errores de las décadas anteriores, pero si en 2017 se frenó a los separatistas es para salvar al sistema en el que nos comprometimos en 1978. Es un momento que demuestra hasta qué punto el 78 había calado en los ciudadanos.
No sabemos si será el canto del cisne del 78 o será un precedente de una nueva madurez de la España constitucionalista. Pero no veo 2017 como un momento de debilidad de la España del 78 porque se demostró que había millones de españoles que habían interiorizado los valores de la Constitución incluso más allá de las propias instituciones. Tras el 1-O el Gobierno estaba noqueado y sin embargo el 8 de octubre salieron centenares de miles de personas a la calle en Cataluña para reivindicar los valores de la democracia liberal.
P.- ¿El Rey acertó con el discurso del 3 de octubre? En su momento fue aplaudido, pero desde entonces no dejan de recriminárselo desde algunos sectores.
R.- Espero del Rey que haga lo correcto, no lo conveniente, y el 3-O hizo lo correcto. Es una equivocación pensar que el Rey tiene que ser algo así como el secretario general de la ONU, tiene que ser el último baluarte discursivo y moral de la Constitución. En el momento en que hubo un sector de las élites catalanas que se situó explícitamente enfrentada a la Constitución el deber del Rey era colocarse donde se colocó.
Las críticas se centran en lo que no dijo: “diálogo”, pero fue importantísimo lo que sí dijo: “no estáis solos”, hablando de los catalanes horrorizados ante lo que hacían sus dirigentes regionales. Eso fue importantísimo porque no lo habíamos oído antes: que los catalanes constitucionalistas no solo existen ante los ojos de las instituciones, sino que además se les reconoce como una parte importante de nuestra comunidad política. Las críticas demuestran hasta que punto el discurso fue oportuno y los independentistas lo vieron como un freno al asalto separatista a la Constitución.
P.- Define al separatismo como un “socio corrosivo”. ¿Sobrevivirá el Gobierno de Sánchez a ese socio?
R.- El Gobierno actual puede. No sé el sistema dentro de cinco o diez años. El problema es que la estrategia ante el nacionalismo fue cortoplacista durante décadas, 2017 fue una señal de hacia dónde llevaba ese cortoplacismo, y en vez de animarnos a desarrollar una estrategia más a largo plazo, se ha vuelto al cortoplacismo. Lo que sabemos del pasado es que esto te puede comprar una investidura, pero es pan para hoy y hambre para mañana.
El Gobierno no se plantea qué sucede cuando rehabilitas y relegitimas a los partidos separatistas. Sobre todo, cuando no ha mediado una rectificación
El Gobierno no tiene una opción a más largo plazo, no se plantea qué sucede cuando rehabilitas y relegitimas a los partidos separatistas. Sobre todo, cuando no ha mediado una rectificación. El problema de Esquerra no es que sean independentistas, es que justifican y reivindican sus acciones de 2017 y dicen que todo lo que ha venido después es una represión. Eso es lo corrosivo para la democracia, que se argumente que los mecanismos del estado de derecho son la represión de un estado fascista.
P.- ¿El PNV es un socio más fiable?
R.- Pasamos décadas diciendo que había un nacionalismo bueno y uno malo, entonces el papel estaba invertido. Pujol era el español del año, la señal del éxito de la Premisa, de que los nacionalistas serían pragmáticos y moderados y no querrían romper el sistema porque les iba muy bien con él. Sabemos que eso es un proceso que no puedes controlar, no lo consiguió ni siquiera Artur Mas, heredero de Pujol. Nada garantiza que el sucesor de Urkullu no pueda embarcar al país en una situación parecida. Los momentos del nacionalismo moderado y estabilizante también preparan la situación para el momento en que todo se desestabiliza. No podemos pensar que el hecho de que el nacionalismo tenga la hegemonía en su territorio no tiene contrapartidas.
P.- La izquierda española conserva una especial empatía con el nacionalismo.
R.- Existe una parte de la izquierda, ahora en Podemos, pero que en su momento también ha estado muy cerca del PSOE y el PSC, que ve la nación española como un constructo artificial, mientras los nacionalismos subestatales son orgánicos. Son un fenómeno natural e inapelable. Pero Podemos es un actor muy irrelevante en 2017, incluso le cuesta encontrar algo que decir sobre lo que estaba ocurriendo. Una mayoría abrumadora estaba a favor del 155 y de frenar el asalto separatista, en ese momento Podemos cae en la irrelevancia. Solo recupera la relevancia cuando el PSOE vuelve al poder.
La posición del PSOE no obedece tanto a una corriente profunda en la izquierda sino a puro oportunismo del poder
El discurso que hace Pedro Sánchez sobre el nacionalismo antes de la moción de censura y después es radicalmente distinto, la posición del PSOE no obedece tanto a una corriente profunda en la izquierda sino a puro oportunismo del poder. A qué decide Pedro Sánchez que va a ser su estrategia para llegar a la Moncloa y quedarse. Su estrategia frente al nacionalismo viene marcada por el oportunismo, no por convicciones profundas.
P.- ¿Nos hemos curado del exceso de optimismo que generó el “fin de la historia” en los años 90?
R.- La realidad nos ha curado de ese exceso de optimismo, pero no nos ha curado de la nostalgia y el deseo de regresar al estado de cosas en que podíamos ser tan optimistas. Tras el 17 se intenta reconstruir las estabilidades anteriores, volver a ese mundo de Maragall y Zapatero que para una parte del socialismo fue maravilloso. No aceptan que ese mundo no solo se ha perdido para siempre sino que además nunca fue tan maravilloso como ellos pensaban.
Esa labor de ser consecuentes con la historia es un proceso en el que todavía estamos, pero sucederá. En nuestra relación con los nacionalismos subestatales habrá un antes y un después del 17, pero el proceso será largo porque no hay nada que cueste más que afrontar un mundo nuevo y desconocido, la tentación siempre va a ser volver al mundo que ya conocías.
P.- ¿En ese proceso de duelo es necesario repensar o construir una identidad española?
R.- Todas las herramientas que necesito para entender por qué lo que hicieron los separatistas en 2017 estaba mal hecho las encuentro en el constitucionalismo. Esto no se puede hacer en un estado de derecho democrático en el que hay una Constitución con toda la legitimidad. No necesito un elemento de identidad nacional. No nos movilizábamos solo por defender a España, el país en el que se estaban jugando esas cuestiones era España pero podía haber sido Francia. El constitucionalismo es una manera de sacarnos de debates más resbaladizos, que son los de los sentimientos y las identidades. El debate es si un político tiene derecho a decidir qué leyes obedece y cuales no, y ese lo podemos ganar.
P.- ¿El independentismo triunfa gracias a la simplificación del debate que comporta el populismo?
R.- No sé si las consignas de Pujol eran mucho más sofisticadas que las de los propagandistas del procés. Tampoco sé si la España de 2017 estaba más polarizada que antes, la política española siempre ha estado polarizada. Nunca sabremos lo que habría sido el procés sin selfies y la capacidad de movilización de las redes. Pero no sé si habría sido muy distinto, porque es una crisis nacionalista, lo que intenta conseguir es algo muy antiguo, la secesión de un territorio.
P.- ¿Se hubiera llegado a la declaración de independencia sin un catalizador como la CUP?
R.- Se podría haber llegado sin la CUP. Lo básico es que hay un momento en que Artur Mas promete algo que no puede conseguir. Comienza la huida hacia adelante con un discurso rupturista con la democracia española, ese es el momento que aboca hacia la DUI. Siempre hubo la capacidad de volver atrás, pero está la cuestión básica de unos políticos que prometen algo que no pueden cumplir y se niegan a admitir ante sus simpatizantes que les habían mentido. Eso habría sucedido con y sin la CUP.
La teoría del suflé demuestra hasta qué punto podemos vivir del auto engaño
P.- ¿El 155 se tendría que haber activado en los plenos del 6 y 7 de septiembre?
R.- Me interesa más por qué no se aplicó entonces. Es el momento en el que las instituciones se colocan explícitamente en la inconstitucionalidad. Si no se hace es una muestra más de la vigencia de la Premisa. Incluso en aquel momento en el resto de España sentíamos que quizá no era el momento todavía para el 155. No quedaba muy claro cual era la postura del PSOE, y esto demuestra hasta qué punto eran transversales las dudas sobre si esto era algo que se debía frenar o si era algo que se iba a desinflar por sí solo. Era una mentira que nos queríamos contar a nosotros mismos. La teoría del suflé demuestra hasta qué punto podemos vivir del auto engaño.
P.- ¿Cómo interpreta que tres años después siga ganando el independentismo?
R.- La historia de 2017 se sigue escribiendo y el independentismo por ahora sabe escribirla mejor que el constitucionalismo. Las declaraciones de Pablo Casado sobre el 1-O demuestran que en realidad el PP no sabe qué historia contar sobre 2017. Los independentistas saben perfectamente qué historia contar, ellos intentaron expresarse, les pegaron y desde entonces todo ha sido represión. Frenar la independencia comprometía luego a una labor de explicar por qué se había hecho lo correcto y por qué 2017 deslegitimaba a los independentistas. Todo ese trabajo sigue pendiente y demuestra que estos tres años han sido perdidos para el constitucionalismo. No para los independentistas que han conseguido rehacer su discurso y mantener sus bases leales y movilizadas.
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