Joan Coscubiela, (Barcelona, 1954) vuelve a las andadas. Tras el éxito de "Empantanados", su particular crónica sobre el procés y sus consecuencias, ataca ahora los efectos de la pandemia mundial del coronavirus en "La pandemia del capitalismo". O mejor dicho, los problemas que esa pandemia nos ha puesto en primer plano. Lo hace defendiendo nuevas herramientas políticas para "gobernar la globalización" y reivindicando un análisis más profundo de las encrucijadas a las que nos enfrentamos.
Se aleja así de su involuntario protagonismo en el otoño catalán de 2017, cuando se erigió en defensor del estado de derecho en el pleno del 6 y 7 de septiembre que aprobó las leyes de desconexión. Aunque no reniega en absoluto de su papel en esos días. "Aquella intervención sintoniza con lo más profundo de mis convicciones" asegura. "Si el precio es que te llamen traidor lo acepto, últimamente los traidores somos mayoría".
Pregunta.- Empieza el libro con un elogio de la duda.
Respuesta.- Me encanta dudar.
P.- ¿Nos falta duda?
R.- Por supuesto, nos sobran certezas, exigimos certezas por encima de nuestras posibilidades. Hay una mitificación del conocimiento científico, de la potencia de la política, de las leyes. El ser humano busca seguridad y certeza, pero últimamente la sociedad se ha acostumbrado a exigir certezas sobre todo, y eso es imposible.
P.- ¿Las teorías conspirativas sobre el origen del Covid-19 responden a esa necesidad de creer que dominamos la naturaleza?
R.- Las explicaciones conspiranóicas son tan viejas como la humanidad y siempre llegan ante la ausencia de certezas. Cuando el hombre no sabe resolver sus interrogantes busca la religión y cuando quiere respuestas simples, combina conspiración y culpa. En esta pandemia la conspiración y la culpa han tenido un protagonismo espectacular. La pandemia aumenta las inseguridades y buscamos certezas, ahí es donde entra en juego el fenómeno de las conspiraciones.
El 23F es el triunfo de la democracia frente a alguien que quería abortar la lucha del pueblo español por la democracia que tanto nos había costado
P.- Esta semana se han cumplido 40 años del 23F. ¿Es una fecha para celebrar como se hizo en el Congreso o no hay nada que celebrar, como dicen los partidos nacionalistas e independentistas?
R.- Celebro con ganas el 23F, posiblemente porque viví la evidencia de que la transición no estaba consolidada. Es el triunfo de la democracia frente a alguien que quería abortar la lucha del pueblo español por la democracia que tanto nos había costado. Formo parte de una generación que luchó contra el franquismo y por la transición, que ha visto como España ha hecho una progresión espectacular en estos 40 años. En 1978 España gastaba el 3% del PIB en pensiones, ahora gastamos el 12%. Las pensiones pueden ser bajas, pero gastamos tres veces más en pensiones, y lo hemos hecho en un periodo de tiempo mucho más breve que otros países. Y lo hacemos contra los vientos de la historia, porque empezamos a construir el estado de bienestar cuando en el mundo empezaba la revolución conservadora de Theacher y Reagan.
La experiencia española es una experiencia de éxito en términos democráticos y sociales. Eso no quiere decir nada de cara al futuro, porque los derechos no se conquistan una vez y se mantienen para siempre, y está claro que vivimos un momento de crisis de la democracia. No es contradictorio decir que la nuestra es una experiencia de éxito con decir que ese éxito ha agotado su capacidad transformadora. Y que hay generaciones enteras que no lo han vivido como un cambio espectacular sino como una lucha por mantener lo que había.
P.- ¿Qué balance hace de este primer año del Gobierno de PSOE y Unidas Podemos?
R.- En términos generales, positivo. Basta ver lo conseguido en políticas sociales, no estaba cantado que se pusiera en marcha el Ingreso Mínimo Vital, con todas sus dificultades. También el tema de los ERTEs… desde el punto de vista social es positivo.
P.- El espectáculo de las peleas en el seno del Gobierno dificulta ver esos éxitos.
R.- No es que sea un espectáculo poco edificante, es que hace tanto humo y tanto ruido que tapa la música y el cielo. Entiendo que haya diferencias sobre la ley trans, sobre la reforma laboral, sobre la ley de vivienda. Que haya diferencias quiere decir que la cosa no es tan sencilla como parecía. Pero hay conflictos que se los podrían ahorrar. En el sindicalismo usamos mucho una expresión: Cuando no puedes llegar a un acuerdo pacta el desacuerdo. Eso empezaron haciéndolo bien y se les ha ido de las manos.
Están seguros de que el Gobierno de coalición no tiene alternativa, porque ellos no pueden asumir el coste de romper y porque la derecha es incapaz de construir una alternativa. Eso da un exceso de confianza que hace que no se vea el riesgo. Que el Gobierno de coalición no esté en riesgo no significa que las políticas necesarias de ese gobierno no lo estén.
P.- En su libro retrata un escenario de capitalismo ultraliberal en el que parece que da por muerta a la socialdemocracia.
R.- El capitalismo ha demostrado una gran capacidad de transformación. Pero llevamos 40 años de hegemonía ultraliberal que nos han dejado un poso con muchos efectos colaterales dañinos. Una parte de la cultura del individualismo, del nihilismo social, nace de ese concepto de que todo se puede comprar, la propiedad es un bien absoluto sin límites. Ahora estamos en otra paradoja: El capitalismo ha triunfado, no tiene una alternativa pero tiene una capacidad autodestrucción brutal, en términos medioambientales, de desigualdades sociales y democráticos. Desconocemos hacia donde va a evolucionar.
Tenemos el capitalismo ultraliberal, el keynesiano, el capitalismo de estado asiático, y el que veo con más temor, el capitalismo de vigilancia. Ese en el que el control del biggest data otorga un poder brutal a entre 5 grandes multinacionales a nivel mundial, que debilita la función de los estados.
No se puede negar la globalización pero se puede intentar gobernar
P.- ¿Cree posible limitar el poder de las grandes corporaciones?
R.- Como dijo Lula, negar la globalización es como intentar negar la ley de la gravedad. No se puede negar pero se puede intentar gobernar. Nos equivocaríamos si la alternativa se planteara como una desglobalización, porque supone caer en la trampa de que renacionalizando podemos controlar mejor los capitales globales. Es falso. Pero sí podemos diseñar otro modelo de globalización sin esa sobreprotección del capital privado. Ese es el dilema que tenemos sobre la mesa, que la pandemia ha puesto muy en evidencia. Y ligado a esto tenemos que parar el crecimiento de las desigualdades.
P.- Y en medio de todo eso, el populismo y sus promesas.
R.- La arcadia feliz. El populismo tiene diferentes expresiones. El más peligroso es ese nacional-populismo que además ante los miedos de la globalización propone encerrarse en el castillo de los estados nacionales. De aquí salen planteamientos xenófobos, supremacistas. Por otro lado, se le critica al populismo por su simplismo, pero quienes lo critican plantean, por ejemplo, el populismo tecnocrático, eso de que todo se resuelve con el gobierno de los técnicos. Pues me temo que tampoco.
P.- ¿El procés ha sido un ejemplo de populismo?
R.- Clarísimamente. Es un ejemplo de reacción a la globalización. Uno de los errores que hemos cometido todos en Cataluña es intentar analizar nuestra realidad como si fuera una seta suelta en el mundo. Entenderíamos mejor el procés si fuéramos conscientes de que encaja con unas dinámicas globales que son reacciones defensivas a los proceso de globalización. Tiene muchos vínculos tanto en los elementos desencadenantes, como en su comportamiento populista, y en su desprecio a las reglas de juego democráticas. Se está viendo ahora con las comparaciones con lo sucedido con Trump.
El procés es un ejemplo clarísimo de populismo, como se está viendo ahora en las comparaciones con el trumpismo
P.- La violencia desatada, sobre todo de Cataluña, los últimos días es producto también de la crisis global.
R.- Primero es producto de que tenemos poca memoria, no es verdad que no haya pasado antes. Este tipo de incidentes ha pasado en movilizaciones minoritarias, porque las mayoritarias tienen otras herramientas.
P.- ¿Quizá el cambio es que ahora tienen el apoyo de los partidos de gobierno en Cataluña?
R.- Eso se ha producido, pero no es elemento definitivo. Las manifestaciones contra la globalización acabaron en asaltos contra la Bolsa, el Parlamento o incluso la sede de CCOO. Hay un elemento común, las dificultades de las instituciones para canalizar algunos planteamientos, una sociedad profundamente individualista que se expresa en los antivacunas o en los organizadores de rabia social. Una sociedad donde lo colectivo no tiene valor y a la gente se le ha dicho que tiene que luchar y ser competitivo.
P.- En teoría se están rebelando precisamente contra esa sociedad competitiva, nihilista e individualista.
R.- Sí, pero eso no son revoluciones. Ni siquiera revueltas. Son bullangas, fíjate si es viejo que tiene nombre en catalán, son las bullangas del s XIX. Tenemos una memoria muy efímera, como esos insectos que tienen menos de un día de vida.
Las manifestaciones violentas no son revoluciones, ni siquiera revueltas
P.- ¿Hemos confundido el debate sobre la libertad de expresión?
R.- Tenemos una confusión en relación al debate sobre casi todo. Lo simplificamos tanto que no solo están prohibidas las dudas sino los matices. La libertad de expresión es un derecho fundamental, con límites, como todos los derechos. Desgraciadamente, como consecuencia de una legislación que se justificó en materia antiterrorista, esos límites amplios que fijaba la Constitución se han ido restringiendo. Hasta estupideces tan grandes como alguna sentencia dictada. Si se trata de opiniones -duras, insultantes, gilipollescas- la libertad de expresión prima. Si estás incitando a la violencia contra otro hay que empezar a analizar.
P.- Habla en su libro de la ruptura del consentimiento ¿los ciudadanos ya no nos sentimos participes de la gobernanza?
R.- Todas las sociedades se basan en el consentimiento, en las democráticas es un consentimiento consciente y emocional, de implicación. Una de las explicaciones de la crisis de la democracia es que se ha debilitado ese consentimiento, por la impotencia de la política para resolver los problemas. Por ese desequilibrio de poderes entre economía global y política local. En España se añade un estado liberal fallido en el siglo XIX, que nunca supo establecer los vínculos que tienen los franceses, por ejemplo. Creo que el máximo vínculo emocional que siente la gente es con la Roja, la selección. Estamos pagando las consecuencias de un estado que siempre ha sido emocionalmente débil y ha sido incapaz de encajar la plurinacionalidad.
Creo el máximo vínculo emocional que sienten los españoles es con la Roja
P.- ¿El proyecto de fondos europeos de rescate, después de la compra solidaria de vacunas, permite abrir una puerta al optimismo y a un nuevo papel de la UE?
R.- No somos conscientes de lo que ha pasado en 2020 respecto a Europa. Empezamos el año con una crisis de identidad brutal, planteando la necesidad de una reforma política en profundidad. En cambio, la UE reacciona en positivo, con los cambios en el Banco Central Europeo y los fondos de resiliencia que ponen la semilla de lo que puede ser un avance de la construcción política de Europa a través de su construcción fiscal. Y se hace desde una idea de solidaridad entendida como cooperación interesada. La UE puede jugar un triple papel: la construcción de un espacio político supranacional; ser un punto de referencia de cooperación entre los estados; y ser un punto de referencia en un mundo en el que parece que solo existe un conflicto entre dos imperios, Estados Unidos y China.
P.- ¿La UE está a tiempo todavía de jugar ese papel internacional?
R.- Si, aunque con dificultades. Vivimos un mundo de imperios y Europa no es un imperio, pero tiene una potencia: Formas de gobernanza federales que no se basan solo en las estructuras institucionales sino en una cultura de cooperación, que además respeta la diversidad. Eso le da una flexibilidad y una potencia que no tienen la rigidez de Estados Unidos o China, aunque ahora no se pueda ver.
P.- Sigue pagando el discurso del 6 y 7 de septiembre de 2017 ¿Se ha convertido en el enemigo a batir para una parte del independentismo?
R.- Eso es lo que me dicen. Si de verdad es el precio a pagar, estoy encantado de pagarlo. Aquella intervención sintoniza con lo más profundo de mis convicciones. Si el precio es que te llamen traidor lo acepto, últimamente los traidores somos mayoría.
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