Las aguas bajan agitadas dentro del Partido Popular y hay que decir de antemano que es el momento mejor para que las tormentas descarguen en todas las direcciones porque, salvo sorpresas por parte del presidente del Gobierno, hasta entrado 2022, año en que tocan las elecciones andaluzas, no asoma ninguna convocatoria electoral en el horizonte. De modo que podría pensarse que ésta es la ocasión para que lo que Pablo Casado tenga que hacer empiece a hacerlo ya, inmediatamente. Y, sin embargo, le es urgente esperar.
Es verdad que los cambios no deberían afectar únicamente a la renovación que ya está prevista, de abajo arriba, con los congresos locales y territoriales que habrán de desembocar en el Congreso Nacional del partido previsto para no antes del verano de 2022. Esa renovación, que está pilotando el secretario general del PP, Teodoro García Egea, tiene al propósito de, efectivamente, renovar los cuadros del partido en todos los niveles para rejuvenecerlos y para que se parezcan más al perfil que Casado y Egea quieren imprimir a la formación.
La renovación tiene que incluir las caras del partido y la eficacia con la que transmiten el mensaje
Pero con eso no basta y es lo que están empezando a decir en voz relativamente baja que irá creciendo en decibelios según pasen las semanas y los meses: la renovación tiene que incluir las caras del partido y la eficacia con que esas caras tienen que transmitir el mensaje del partido a los electores. Y ahí aciertan en el diagnóstico aunque lo que se necesita es mayor precisión en el tratamiento recomendado, en las medidas que los críticos proponen.
Porque a la catástrofe sufrida en Cataluña -que no se puede atribuir exclusivamente sin hacerse trampas a ellos mismos a las declaraciones de Luis Bárcenas- con el agravante de su demostrada debilidad relativa respecto de Vox, el partido con el que Pablo Casado quiso poner distancia, incluso personal, con el partido de Santiago Abascal con su célebre intervención en la moción de censura, a la catástrofe sufrida, digo, se suma un futuro inmediato plagado de trampas y de obstáculos.
Me refiero a las distintas causas judiciales que están pendientes de que se abra juicio oral y cuyo denominador común es la corrupción practicada por el PP en el pasado. Esos juicios van a caer, quiéralo o no la nueva dirección del partido, sobre sus hombros. Y no servirá de nada la reciente decisión anunciada por el propio Pablo Casado de no responder en absoluto a cualquier cuestión que tenga que ver con comportamientos de otro tiempo que dañen hoy a la formación política.
Despídase la cúpula directiva de los 'populares' de escapar de la sombra del pasado
Digo que no servirá de nada porque ya se encargarán sus adversarios de conseguir que esos procesos judiciales, con todo lo que conllevan de filtraciones interesadas, de testimonios relevantes e incluso de las sentencias a que hubiera lugar, se carguen en la cuenta del Partido Popular sin hacer el menor distingo entre el ayer y el hoy. Despídase la cúpula directiva de los populares, por lo tanto, de escapar de esa sombra: por mucho que quieran correr, les acabará alcanzando de lleno.
Pero esa amenaza cierta, con ser grande y muy peligrosa para el objetivo de recuperar la vertical y aumentar sus bases de apoyo con vistas a las próximas elecciones generales, no es la única que tiene por delante la dirección popular. Está también pendiente que empiecen a desfilar por el Congreso los comparecientes en la comisión de investigación sobre el caso Kitchen que ya está constituida y que cuenta con varios pesos pesados de cada partido entre sus componentes.
Ni qué decir tiene que ésta es la ocasión de oro para mantener durante al menos tres meses la atención de la opinión pública sobre la corrupción del PP con el añadido del atractivo que puedan tener las declaraciones de los convocados como testigos.
El 11 de marzo, fecha prevista para abrir las comparecencias, la comisión se estrena con la declaración de Luis Bárcenas, de efectos perfectamente previsibles para la demolición de la reputación del PP. Y, de ahí en adelante, esta comisión se cerrará con el testimonio de Dolores de Cospedal, de su marido, Ignacio López del Hierro, del ex ministro Jorge Fernández y, como dicen en las películas de Hollywod, de la guest star Mariano Rajoy.
Esta comisión no tiene, como nunca lo ha tenido ninguna, el propósito de averiguar la verdad de los presuntos delitos cometidos, porque para eso están los tribunales, sino el de someter al partido de que se trate a un juicio político que logre debilitarle y dañar su prestigio ante el electorado.
Y en este caso el PP está prácticamente solo: la constitución de esta comisión recibió en su día el voto favorable de 206 diputados –el PSOE y Podemos junto con el PNV y todos los demás partidos de izquierdas, nacionalistas, independentistas y el proetarra Bildu- frente a 88 que votaron en contra y 54 que se abstuvieron, entre los que se encontraban los representantes de Vox.
Casado tiene que sobrevivir a tres meses de escarnio público
En estas condiciones, pretender que el presidente del PP haga cambios relevantes en la dirección y los haga ahora no es por eso nada realista. Lo primero y más urgente que tiene que hacer Casado es sobrevivir a tres meses de escarnio público y cruzar los dedos para que al final no se decida llamarle a él también a comparecer ante la comisión de investigación.
Pero, una vez haya pasado el PP este trago, que va a ser más amargo incluso que el que le va a suponer digerir también las sucesivas sentencias de las causas judiciales que el partido tiene abiertas, sí que va a tener el presidente del PP que arremangarse y meter el cuchillo en las filas de lo que se conoce como la dirección nacional.
Descartada la salida de Teodoro García Egea, porque a un secretario general de un partido no se le cambia si no es por motivos de muchísimo peso y cuando exista un clamor interno incontestable -no la crítica generalizada que siempre concitan todos los secretarios generales por razón de su irrenunciable y muchas veces ingrato papel- tendrán Casado y su número dos que examinar una hoja de ruta con la que poner al partido en disposición de convertirse en la alternativa de Gobierno ante los ojos de los electores.
Es verdad que necesitan un mensaje fuerte y a las personas con capacidad para transmitirlo con la fuerza suficiente, cosa que ahora mismo no sucede y que es del todo imprescindible para avanzar desde la sensación colectiva de derrota, generalizada a raíz de las elecciones catalanas – y de ningún modo atribuible en exclusiva a Bárcenas, insisto- hasta una posición que dé cabida en sus antiguos votantes a la esperanza creciente de que éste sea el partido que va a escuchar sus reclamaciones políticas y económicas y que las va a poner en práctica si alcanza el poder. Cosa que, vistos los datos, no sucede ahora,
Los críticos internos, el 'fuego amigo' que siempre se abre tras una derrota, deberán armarse de paciencia
Dicho así quizá parezca fácil pero ese simple enunciado dibuja una tarea titánica que ha de durar dos años y que en este momento ni siquiera se puede abordar porque antes tienen los directores del PP que terminar relativamente indemnes de la carrera de obstáculos que se les abre de aquí en una semana y que va a durar como poco tres meses, a los que hay que añadir los tiempos judiciales.
Mientras tanto, los críticos internos, el “fuego amigo” que siempre se abre tras una derrota electoral, deberán armarse de paciencia mientras afilan sus navajas para cuando llegue el momento de prepararse de verdad para asaltar la diligencia que lleva al palacio de La Moncloa.
De momento hay otras urgencias que reclaman ahora mismo toda la atención de los ocupantes de los despachos de la todavía sede nacional de la calle de Génova. No les queda más remedio que esperar.
Las aguas bajan agitadas dentro del Partido Popular y hay que decir de antemano que es el momento mejor para que las tormentas descarguen en todas las direcciones porque, salvo sorpresas por parte del presidente del Gobierno, hasta entrado 2022, año en que tocan las elecciones andaluzas, no asoma ninguna convocatoria electoral en el horizonte. De modo que podría pensarse que ésta es la ocasión para que lo que Pablo Casado tenga que hacer empiece a hacerlo ya, inmediatamente. Y, sin embargo, le es urgente esperar.
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