La localidad francesa de Bayona y la madrileña de Valdemoro distan entre sí 528 kilómetros. Desde ayer ambas han quedado vinculadas a la escenificación de un falso desarme de ETA. En realidad, ni en uno ni en otro caso lo fue. La imagen que en la primera protagonizó ayer el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, junto a una apisonadora destruyendo armas de ETA, y la escena organizada por el entorno de la banda el 8 de abril de 2017 en el País Vasco francés guardan cuatro años de diferencia temporal y numerosas similitud. Ambas se proclamaron como símbolo del desarme de la organización terrorista. En una como derrota, en otra, como la disolución de la banda tras un “ciclo histórico” en el que una organización que “se formó del pueblo, al pueblo volvía”. Y en ambas, sus ausencias revelan el significado real de lo escenificado.
Ni en Bayona ETA certificó con garantías y con el aval de una institución acreditada que se desarmaba ni en la Academia de la Guardia Civil el Gobierno español demostró que la destrucción de 1.377 armas, años después de la disolución de la banda, podría considerarse la representación de su desarme. ETA no entregó ni una sola de las pistolas y fusiles que ayer hizo añicos una apisonadora.
La tarde del 8 de abril de 2017 a Bayona no acudió ningún representante del Gobierno español, ni del Ejecutivo vasco o del francés para dar fe de que ETA entregaba sus armas. Aquel fue un acto ‘unilateral’, diseñado y ejecutado por el entorno de la izquierda abertzale. Lo escenificado se limitó a la entrega de la localización de un puñado de zulos -que contenían 118 armas, 25.500 unidades de munición y 387 detonadores-. Un reducido arsenal custodiado por un grupo de ciudadanos y tras la mediación in extremis de los autoproclamados ‘artesanos de la paz’, un grupo de civiles afines a la izquierda abertzale que se ofrecieron para brindar a ETA una salida a su final seis años después del cese de su actividad.
Fue un acto medido y sin el respaldo de ninguna institución oficial. El entonces presidente Rajoy siempre ignoró los intentos de la banda por sentarle a negociar un final para sus presos. El presidente galo Francose Hollande, se limitó a dejar hacer en suelo francés y el lehendakari Urkullu, decepcionado y desengañado por años de desprecio con el que ETA siempre trató su ofrecimiento de mediación, finalmente se descolgó del acto. Aquel 8 de abril de 2017 prefirió inaugurar la línea 3 de metro de Bilbao. Fue la soledad del final de ETA.
Ausencias en Bayona y Valdemoro
En Valdemoro el presidente del Gobierno también sintió ayer la soledad. Su inesperado acto de desarme y su diseño ‘unilateral’ también cosechó significativas ausencias y reproches. Pedro Sánchez accedió a La Moncloa cuando ETA ya no existía, hacía casi un mes que había proclamado su final en Cambo (Francia), el 4 de mayo de 2018. Dos días antes ETA hizo pública una carta en la que daba “por terminado su ciclo histórico y su función” y aseguraba que todas sus estructuras estaban disueltas. Un mes después, Sánchez derrocaba a Rajoy gracias a una moción de censura. Sería el primer presidente tras la dictadura que gobernaría sin la amenaza de ETA.
Quienes sí le tuvieron que combatir, quienes sí se enfrentaron a su amenaza, ayer no acudieron al acto que Sánchez resucitó de la propuesta que el Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo hizo a Rajoy en 2017. Ni sus compañeros de partido, los expresidentes Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero, le respaldaron. Tampoco los expresidentes populares Aznar y Rajoy accedieron a avalar la destrucción de armas a la que habían sido invitados.
Casi tres años después de la disolución de ETA -el 4 de mayo de 2018-, Moncloa buscó la forma de insertar a Sánchez en la lista de presidentes que se enfrentaron a ETA. Al menos como el líder que cerró la secuencia escenificando su ‘derrota’ con un acto sin precedentes. El acto podría haber compensado el malestar de algunas asociaciones de víctimas por su política penitenciaria y su sintonía con Bildu pero no lo logró. No fue la fotografía de “la derrota de ETA” que desde hace años le reclaman. Sánchez la interpretó en forma de destrucción de armas, mientras que las víctimas la fotografía de la derrota que vienen reclamando es la de la detención de todos los autores de los crímenes y la del esclarecimiento de los cientos de atentados y autorías aún pendientes.
Como el de Bayona, también el de Valdemoro derivó en un acto unilateral. Sin el respaldo de sus antecesores y con el malestar de las asociaciones ausentes y algunas de las presentes, como la AVT. La asociación mayoritaria de víctimas –más de 4.000 miembros- acudió pero no desaprovechó la ocasión para recriminar a Sánchez que el acto de ayer se presentara como el del desarme de ETA. Le recordaron que las armas destruidas se obtuvieron gracias a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado y no por la entrega voluntaria de la organización. También que esas armas son las que empuñaron “los terroristas que acerca cada viernes al País Vasco y Navarra”. Entre las que no asistieron, el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco, que le reprochó que destruyera armas y que escenificara un acto así cuando aún quedan cientos de atentados por esclarecer.
Un acto 'singular'
Las organizaciones terroristas no acostumbran a escenificar públicamente sus desarmes. Tampoco los Gobiernos a visibilizar con actos públicos las derrotas. El propio Sánchez lo recordó ayer para poner en valor la singularidad del evento. Sin duda la imagen de impacto lograda, con una apisonadora aplastando miles de armas incautadas a comandos de ETA entre 1977 y 2005, quedará como un episodio más del relato del final de la banda y Sánchez lograra figurar en él, aunque fuera mínimamente.
También en Bayona los intentos por escribir el epilogo marcaron el desarrollo del falso desarme de ETA. La secuencia para la historia la escribió el lehendakari Urkullu en un documento que hoy conserva el Instituto Vasco de la Memoria, Gogora. En él, Urkullu detalla los intentos por lograr un desarme real, avalado y con garantías, y el empeño por hacerlo ante un Gobierno, el español, el francés, el vasco o el navarro y que siempre fue desoído por la organización terrorista. Finalmente, ETA promovió la mediación de un colectivo de ciudadanos civiles del País Vasco francés como testigos de la entrega del que aseguró que era su arsenal.
Urkullu relató los numerosos contactos entre el 6 de febrero y el 30 de marzo de 2017 mantenidos con los llamados ‘artesanos de la paz’ para conocer sus pretensiones de ejecución del desarme encargado por ETA. Al final del proceso, el lehendakari reconoció que se sintió engañado e ignorado en sus intentos por ofrecer al Gobierno vasco como institución ante la que de modo verificado y discreto llevar a cabo un desarme “definitivo, verificado, unilateral e incondicional”. Reveló que pronto descubrió que la ‘hoja de ruta’ de los mediadores impuestos por ETA estaba cerrada y que sólo buscaban un “apoyo ciego” de un Gobierno. También cuestionó los intentos por celebrar en una suerte de ‘fiesta del desarme’ y en un intento cuas festivo, la entrega de las armas, “demasiado exhibicionismo”, dijo Urkullu, además de una clara “falta de respeto a las víctimas”.
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