Fue el último acto oficial de ETA. La víspera Josu Urrutikoetxea, alias ‘Josu Ternera’ leía el comunicado en el que anunciaba que la banda que “nació del pueblo” en el “se disolvía”. El escenario elegido para la ‘autodisolución’ de la banda terrorista fue la localidad vascofrancesa de Cambo. Ocurrió hace sólo tres años. Ante los jardines del Palacio de Arnaga los integrantes de la delegación internacional encabezada por el abogado Brian Currin, -imagen visible del llamado Grupo Internacional de Verificación-, fueron recibiendo a los representantes que accedieron a acompañar a ETA y su mundo en su despedida ‘oficial’. Ni el lehendakari Urkullu, ni la entonces presidenta de Navarra, Uxue Barkos, ni autoridades del Gobierno de España, ni de formaciones constitucionalistas acudieron. El adiós de ETA sólo contó con el aval de los suyos, la izquierda abertzale, del PNV, del líder del Sinn, Fein Gerry Adams, y de muchos de quienes durante décadas le acompañaron en su larga y dolorosa historia.
En aquel manifiesto no se escuchó apenas reproches. Nada de reclamar el esclarecimiento de sus cientos de crímenes sin resolver, o de reconocer y reparar el profundo daño causado. Sí en cambio peticiones a los Gobiernos para dar una respuesta a la situación penitenciaria de “los presos políticos”, a sus militantes huidos.
En los 36 meses transcurridos desde aquella imagen que escenificó el fin de ETA, muchas cosas han cambiado. Otras siguen igual. Entonces Sortu exigió a Rajoy que pusiera fin a la “política penitenciaria criminal”. Hoy, el Gobierno de Pedro Sánchez ha desactivado la política de dispersión que otro ejecutivo socialista implantó en 1989. La inmensa mayoría de presos de la banda en la cárcel cumple condena en prisiones vascas o próximas a Euskadi. También han sido varios los regresos de militantes que desde hace décadas se encontraban huidos en el exterior tras haber prescrito en muchos casos las casas que pesaban sobre ellos.
En los tres años transcurridos desde Cambo, han sido numerosas las iniciativas en favor de una memoria crítica del pasado. También los intentos por contrarrestarla, por equipararla y por situarla en una suerte de relatos de empate perpetuo entre víctimas y victimarios. En el ámbito de la investigación histórica y docente no han sido pocos los libros y estudios llevados a cabo, el impulso a centros de memoria y estudio o incluso la proliferación de producciones literarias y audiovisuales en los que el tabú crítico con la historia de ETA ha desaparecido.
'Amnesia social'
Un tiempo en el que tampoco han faltado los retrocesos en forma de olvido. La amnesia social se ha instalado en amplios sectores, en algunos con síntomas de tener prisa por querer pasar página. Unos por diluir su responsabilidad en el pasado, y amplios sectores de la sociedad, por sanar una suerte de fatiga tras décadas de violencia que le fuerza a mirar adelante y cerrar la puerta al pasado. “ETA dejó de ser un problema para la sociedad vasca en 2011. Desde el alto el fuego ya no contaba para la sociedad vasca”, asegura Izaskun Sáez de la Fuente, Doctora en Sociología y Ciencia Política y miembro del Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto.
Esta prefesora de la Universidad de Deusto pone el foco sobre un fenómeno que ha ido en aumento en los últimos años. “ETA ha ido desapareciendo de las páginas de los periódicos pero también del imaginario de la sociedad y lo ha hecho a una velocidad muy rápida, excesivamente rápida”, lamenta. Señala que la inercia a mirar al futuro sin abordar antes una visión crítica del pasado se ha impuesto: “Hoy eso se ha acentuado aún más con la pandemia. Cualquier noticia relacionada con este tema se ve hoy por mucha gente como extemporánea. Por ello es importante insistir por parte de las instituciones para que no se mire al futuro sin una memoria crítica del pasado”.
Defiende que ahora es tiempo de asentar un espíritu crítico en el conjunto de la sociedad hacia el uso de la violencia, de rechazo hacia lo ocurrido, en particular pensando en las generaciones más jóvenes: “Los jóvenes tienen poco conocimiento de lo sucedido, pero no por falta de interés, sino por haberse impuesto cierta amnesia en la sociedad. Subraya que aún queda mucho por avanzar en la construcción de esa memoria en la que no se equipare a víctimas y victimarios, en la que no se imponga una simetría moral entre unos y otros. Aquí unos mataron y otros fueron asesinados, unos secuestraron y otros fueron secuestrados, unos extorsionaron y otros fueron extorsionados. Eso debe quedar meridianamente claro”.
El director del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, Antonio Rivera, considera que en los tres años transcurridos desde la disolución oficial de ETA se han dado pasos. No oculta que aún son avances insuficientes pero que en algunos casos sí son reseñables. “El escenario político y social es radicalmente distinto al de hace tres años”. Coincide en que la sociedad vasca aún tiene pendiente asentar una valoración crítica de su pasado. “Se ha hecho un borrón y cuenta nueva, se ha corrido un tupido velo para no echar cuentas sobre el pasado”.
Tiempo de pocas preguntas
Rivera define el actual momento histórico como “algo gris”. Apunta que no se ha establecido “una línea de distancia respecto a lo que hicimos antes”: “Simplemente parece que las aguas han vuelto a su cauce y ya no hacemos demasiadas preguntas”. Más aún, señala que los colectivos y entidades que insisten en la necesidad de construir un relato justo y adecuado de lo sucedido “aparecemos cada vez más como unos alienígenas, como predicadores en el desierto”.
En estos años sí percibe un cambio importante en el mundo de la izquierda abertzale, más en la superficie que en el fondo. Rivera afirma que mientras han ido fortaleciendo su carácter institucional, han relevado su vínculo con los presos, con el pasado de ETA, a momento puntuales, “aún tienen ocasiones en las que deben decir que son los mismos de siempre, especialmente ante la ciudadanía más joven”: “Saben que esos mensajes chirrían y desafinan en su nuevo discurso. Que sigan aflorando demuestra que son lobos con piel de cordero”. Asegura que por el momento el peso de su pasado es el mayor lastre que tiene la izquierda abertzale para alcanzar posiciones de Gobierno en una hipotética alianza de izquierdas en Euskadi: “Eso le está viniendo muy bien al PNV que en estos años ha sido incluso más beligerante con estos temas de lo que lo fue en el pasado, sabe que ahí le gana la partida a Bildu”.
Desde la disolución de ETA, las asociaciones de víctimas también han tenido, según el director del Instituto Valentín de Foronda, evoluciones diferentes. Señala que la independencia respecto a posiciones políticas ha sido más evidente en las organizaciones vascas que en la mayoría de las del resto del país, “la politización de las víctimas diría que es una cosa más española que vasca”. Rivera lamenta que en la sociedad ya no se quiera escuchar la voz de las víctimas “pero deben seguir presentes en la vida pública. Su testimonio debe seguir vivo”.
Desde el Colectivo de Víctimas del Terrorismo del País Vasco (Covite), su presidenta, Consuelo Ordóñez, vive con esperanza el presente y con dolor el pasado. Afirma que se ha producido un cambio importante en los últimos años en el modo en el que se aborda la historia de ETA, “gente que no se habían decidido ‘salir del armario’ en este tema ahora sí lo hace”, apunta. “Hay un germen que está aflorando en organizaciones, movimientos pacifistas, escritores, producciones audiovisuales, etc. que están peleando mucho y eso es positivo”.
Regeneración en Euskadi y Navarra
Confía en que este cambio se traduzca en una necesaria “regeneración de la sociedad vasca”. “Lo vamos a conseguir, lo haremos desde distintos frentes hasta lograr esa regeneración de la sociedad vasca y navarra, las más contaminadas por todo lo ocurrido”. Recuerda cómo su hermano Gregorio Ordóñez siempre confió en la sociedad civil como la herramienta más eficaz contra la violencia “decía que la clave contra ETA sería no sólo no negociar, el Estado de Derecho y la eficacia judicial sino, sobre todo, el rechazo de la sociedad civil”.
Cuando mira atrás, en cambio, Ordóñez revive con dolor lo que considera que fue la fotografía de la “impunidad” la que se tomó tal día como hoy de hace tres años en Cambo. “Fue un día doloroso, no tenemos nada que celebrar. Aquella escenificación de una autodisolución simbolizó el triunfo de ETA sobre el Estado de Derecho. Desde entonces no se ha detenido a nadie”. La presidenta de Covite ve en esa imagen el mayor blanqueaiento de ETA”: “¿Desde cuándo las organizaciones terroristas se autodisuelven? Eso sólo ha pasado y se ha consentido a ETA. Su comunicado y aquella imagen fueron humillantes”.
En este tiempo, Ordóñez cree que se ha concedido a ETA y su entorno todas las exigencias que puso sobre la mesa para desaparecer: “Para disolverse tardaron de 2011 a 2018 porque tenían que estar seguros de que sus tres exigencias se cumplían: legalización, excarcelación y un final sin vencedores ni vencidos. Lo han conseguido”.
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