Fue la inspiración y la sombra bajo la que muchos surgieron. En aquella convulsa década de los 60, el movimiento juvenil nacido en el verano de 1959 como escisión del nacionalismo vasco del PNV no fue el primero. Ni siquiera el más violento. La joven ETA que terminaría siendo la que más tiempo perduró, -seis décadas-, y la que más dolor causó, no apretaría el gatillo hasta el 7 de junio de 1968, cuando Txabi Etxebarrieta mató al guardia civil, José Antonio Pardines. Antes lo hicieron algunos de sus imitadores. A la mayoría la Historia les ha ignorado o simplemente no les concede entidad suficiente para formar parte de ella. La sociedad ni siquiera sabe hoy de su existencia.
No, el terrorismo en España no sólo lo practicó ETA, el Grapo o el GAL. Hubo organizaciones violentas en otros muchos lugares de nuestro país: Cataluña, Canarias, Asturias, León, Galicia, Aragón o incluso Andalucía tuvieron bandas violentas, muchas de ellas con muertos sus espaldas.
Entre 1960 y 2020 en España nacieron y desaparecieron como ‘flor de un día’ más de 50 organizaciones terroristas y organizaciones violentas. La investigación llevada a cabo por el doctor en Historia Contemporánea, Gaizka Fernández Soldevilla, muestra que a ellas se deberían sumar al menos una decena o dos más de movimientos “que ni siquiera llegaron a tener siglas” pero que practicaron cierta actividad violenta, aunque casi siempre mínima y confusa.
Desde el final de la dictadura y hasta la actualidad, la violencia terrorista practicada en nuestro país ha abarcado todo el espectro ideológico, desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, pasando por el nacionalismo radical y, por supuesto, el yihadismo. “En la Transición quien no montaba un grupo terrorista era porque no tenía armas, medios o simplemente no le daba la gana. Había mucha facilidad para poder hacerlo. Hubo muchos grupos, la mayoría organizaciones de un solo atentado, que recurrieron a la violencia con fines políticos”, recuerda Florencio Domínguez, director del Centro Memorial de Víctimas del terrorismo.
Cita como ejemplo el caso de un militante de la izquierda abertzale que tras su expulsión de la organización juvenil de la izquierda abertzale, Jarrai, convenció a un puñado de seguidores para montar si propio comando terrorista. Les aseguró que colaboraba con ETA: “Aquel comando llegó a secuestrar al secretario general del Partido Comunista en Euskadi (Roberto Lertxundi) simulando que llevaban un arma, que en realidad era un hacha. Lo trasladaron en un taxi que el propio secuestrado tuvo que pagar y lo liberaron poco después. Era gente que quería hacer currículum para entrar en ETA”, recuerda Domínguez.
'Efecto imitación'
La fragilidad del Estado, en plena fase de recomposición, la proliferación y descontrol de armas, las carencias de los cuerpos policiales y la convulsión política del momento fueron un caldo de cultivo para esos grupos. Domínguez y Fernández de Soldevilla coinciden al señalar que, de algún modo, se produjo “un efecto imitación” de la violencia que ejercía ETA. La mayor parte de los intentos se abortaron pronto por la acción de las Fuerzas de Seguridad o simplemente desaparecieron al no contar con respaldo social de ningún tipo.
Fernández Soldevilla ha publicado ‘El Terrorismo en España, de ETA al Daesh’ (Editorial Cátedra) en el que hace un detallado repaso de la utilización de la violencia con fines políticos en nuestro país. En su estudio, que abarca el periodo 1960-2020, documenta cómo en muchas regiones españolas también se intentó organizar bandas terroristas. En Aragón se constituyó el Frente Revolucionario Antifascista Vasco-Aragonés, en Canarias el ‘Movimiento para la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario (MPAIAC), en Andalucía los ‘Grupos armados 28 de febrero’, en León el grupo ‘Terre Lleunesa’, en Asturias el ‘Comando Valeriano Martínez’ o el FRAVA (Frente Revolucionario Antifascista Vasco Aragonés), en Galicia el Exèrcito Gerrilheiro do Povo Galego Ceive (EGCPC), entre otros muchos.
Excluyendo las víctimas de ETA (853), los GRAPO (92), el Yihadismo (288), la maraña de organizaciones violentas que en las últimas décadas ha llevado a cabo atentados en España suman cientos de víctimas mortales, además de otros tantos heridos. Fernández de Soldevilla cifra, por ejemplo, en 110 las víctimas mortales que se pueden asignar al terrorismo de extrema izquierda, en 91 las de las organizaciones violentas afines a la extrema derecha o parapoliciales, en 13 las del terrorismo ‘preyihadista’ y en 9 las víctimas causadas por bandas de ideología nacionalista radical.
Fue precisamente una de esas bandas terroristas más desconocidas la que provocó la que es hoy reconocida como la primera víctima del terrorismo en España: Begoña Urroz. A aquella niña de apenas 22 meses de vida la mató el Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) con la colocación de una bomba incendiaria en la Estación de Amara en San Sebastián el 27 de junio de 1960. Aquella organización, que actuó entre 1959 y 1964, se presentaba como un movimiento antifascista -integrado por exiliados españoles, fundamentalmente gallegos- que luchaban contra las dictaduras de Antonio de Oliveira Salazar en Portugal y la de Franco en España.
Canarias, León, Cataluña...
En Canarias, el abogado Antonio Cubillo Ferreiro creó en 1964 el MPAIAC -Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario- para expulsar a los ‘colonizadores’ españoles de las Islas Canarias. Llegó a contar con el respaldo de Argel en sus acciones, que se cifran en cerca de 60. Una de las más relevantes, una bomba en el centro comercial de Galerías Preciados en Las Palmas. El MPAIAC provocó directamente la muerte de un artificiero de la policía.
En León la banda ‘Terre Lleunesa’ se había propuesto defender la separación de León de Castilla empleando la violencia. Sus acciones fueron sabotajes y pequeñas explosioones pero nunca llegaron más allá, hasta su disolución tras una breve trayectoria. En Andalucía los ‘Grupos Armados 28 de febrero’ (GAVF) reaccionaron tras el referéndum de autonomía. Se proclamaban como grupo nacionalista andaluz. En su haber, apenas una docena de atracos o ataques a medios de transporte. En Aragón surgieron organizaciones como ‘Hoz y martillo’, que llegaron a asesinar al cónsul de Francia en Zaragoza, Roger Tur.
En Cataluña, además de Terra Lliure (1978-1991), que cometió alrededor de 200 atentados y provocó una víctima mortal, estuvieron activas otras organizaciones terroristas independentistas. Fue el caso del Exércit Popular Catalá (EPOCA). Durante los años 70 reivindico por las armas la independencia de Cataluña y cometió asesinatos como el del industrial José María Bultó, al que el 9 de mayo de 1977 asesinaron haciendo estallar la bomba que le habían adosado al cuerpo por no pagar los 500 millones de pesetas que le reclamaban. Mataron del mismo modo al exalcalde de Barcelona, Joaquín Viola, y su mujer, Montserrat Tarragona.
Fueron años en los que las revoluciones guerrilleras triunfaban en Latinoamérica y que tuvieron su traslación en forma de bandas violentas en toda Europa. “Fue una época en la que aparecieron bandas terroristas de todo tipo. De extrema izquierda, como los Grapo en España o las Brigadas Rojas en Italia o la RAF en Alemania. Los grupos de componente más nacionalista, como el IRA o ETA, o los de ultraderecha como Ordine Nuovo, en Italia, o los parapoliciales, como el Batallón Vasco Español o los GAL, en España”, asegura Fernández Soldevilla.
Sin apoyo social ni político
Este historiador, responsable de investigación y documentación del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, asegura que la aparición de movimientos y organizaciones que recurren a la violencia se puede clasificar siguiendo la estructura de “cuatro oleadas” que propone el politólogo David. C Rapoport. La primera de ellas se produjo entre el movimiento afín al anarquismo y el “nihilismo”, propios de finales del siglo XIX. La segunda oleada de organizaciones violentas surge como una reacción “nacional-colonial”, que sitúa entre 1917 y 1965 y la tercera, la de “la nueva izquierda”, irrumpió a finales de los años 60. Es en esta en la que se englobaría la mayoría de las organizaciones surgidas en España a finales del franquismo y durante la Transición. La cuarta ola, la actual, se define por organizaciones surgidas al calor del fundamentalismo religioso.
“Pese a sus divergencias doctrinales, la mayoría de estas organizaciones comparten juventud, extremismo, desprecio por la vida y fascinación por los modelos guerrilleros. Al no poder aplicar ese modelo en Europa recurrieron a su sucedáneo: el terrorismo”, señala Fernández Soldevilla. Apunta que los grupos de la ‘tercera ola’ a los que se refiere en su investigación “no alcanzaron sus objetivos”. “Fueron rechazados por la ciudadanía y descabezados por la policía. La inmensa mayoría desaparecieron en los 80”. Destaca que los únicos que pervivieron fueron los que sí lograron tener cierto respaldo social y político: ETA y el IRA. “Años después también terminarían por ser descabezados y rechazados socialmente. Su final no fue fruto de una reflexión moral, como aseguran, sino puro pragmatismo. La violencia se había demostrado inútil”. El IRA anunció se desarme en 2005 y se consideró desmantelada desde 2008. ETA cesó sus acciones terroristas en 2011 y anunció su disolución en 2018.
El análisis de todos estos movimientos violentos lleva a Fernández Soldevilla a concluir que las circunstancias políticas o sociales nunca explican el surgimiento de una organización terrorista. “No son las circunstancias sino la voluntad”: “Cuando se recurre a las circunstancias, como asegurar que ETA fue una reacción a la dictadura, sólo se pretende quitar peso a la responsabilidad propia. Sólo el 5% de las víctimas de ETA se produjeron durante el franquismo. Cuando una organización terrorista mata lo hace por creer que sirve a sus fines políticos. En unas mismas circunstancias otros optan por no hacerlo, por hacer política de otro modo”.
Considera que la historia reciente nos debe llevar a subrayar de modo insistente en la idea de que “el terrorismo nunca ha logrado sus objetivos”. Recuerda que todas las organizaciones que lo han practicado no sólo no han alcanzado sus aspiraciones sino que “han manchado su causa y han causado mucho dolor”: “En este caso, el fin no justifica los medios y los medios manchan el fin. Es esencial trabajar para que el terrorismo no vuelva a seducir a los jóvenes y que se imponga la idea de que matar nunca estuvo bien, que a quienes se recibe como héroes no lo son”.
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