No pretendo convertir esta pieza en un mero recordatorio de otro aniversario más, por el exceso de costumbre que tenemos de aferrarnos a ellos. Vivimos en una sociedad, tan de efemérides y de hitos históricos, de los que cada cinco minutos se producen dos o tres, que sería una lástima quedarme solo en eso.
El 15-M de 2011 fue mucho más. A riesgo de incurrir en algún tópico debo decir que, aquel movimiento espontáneo, que comenzó casi por casualidad, como comienzan siempre estas cosas, como un grito de rebeldía contra un sistema viejo y periclitado, acabó cambiando nuestras vidas, nuestro sistema político y nuestra forma de ver el mundo. En lo personal, claro, pero también en lo colectivo, como sociedad. El 15-M fue un fenómeno clave para todos los que lo vivieron como protagonistas y también para los que lo rechazaron.
Aquel 15-M, que yo viví, con una mezcla de pasión y curiosidad puesto que además tengo la inmensa suerte de vivir a pocos minutos de la Puerta del Sol de Madrid, supuso un cambio radical de las reglas del juego.
De repente fue como si todo estallara en mil pedazos y volara, cual metralla, entre la amalgama informe de una abrupta ruptura del bipartidismo tradicional y la eclosión de nuevos partidos -algunos como Podemos surgidos de aquellas protestas-, de una mayor transversalidad social, con la consiguiente adaptación y puesta en valor, nueva e imparable, de ‘viejos’ conceptos como el feminismo, de unas tremendas exigencias de transparencia y también del ansia viva de una urgente renovación de estructuras ya caducas o que, al menos, necesitaban una urgente renovación, como la propia Constitución o la Corona. Todo aquello y mucho más fue el 15-M de aquel inolvidable 2011.
De repente fue como si todo estallara en mil pedazos y volara, cual metralla, entre la amalgama informe de una abrupta ruptura del bipartidismo tradicional"
Y de todo aquello... ¿qué queda?
Muchos, ya sea desde la decepción o desde la animadversión hacia este tipo de movimientos, lo mismo me da, se empeñan estos días en repetir que toda aquella explosión quedó en nada…que fue en vano. Son los mismos que llevan días repitiendo, como un ‘mantra’ simplón, una sucesión de lugares comunes como el de que quienes venían a regenerar la política se han convertido en una parte más de aquella ‘casta’ que decían odiar, o que Podemos está amenazado por el riesgo de una gran implosión a corto o medio plazo – me temo que eso está por ver- o que Iglesias y compañía se olvidaron de sus compromisos y han pasado de Vallecas al chalé de Galapagar... cuento con todo ello.
Yo prefiero profundizar más en las corrientes de fondo y menos en las personas. No voy a abundar por ello en esta pieza, ni en los nombres propios ni en su recorrido, pasado, presente o futuro. No me interesa hoy hablar de Iglesias, ni de su auge y caída, ni de su nuevo 'look', fuera ya de la ‘esclavitud’ de una coleta que ya le hartaba. Tampoco de Irene Montero, o de Juan Carlos Monedero, tampoco de Yolanda Díaz o de Ione Belarra. Dejo ese tipo de análisis para otros artículos.
Hoy me interesa más poner el foco en el movimiento en sí mismo y puntualizar que me siguen importando más las preguntas, las que en aquella ocasión se plantearon y que siguen hoy vigentes, que las respuestas o que su traducción práctica. Por eso, la pregunta de, ¿qué queda de todo aquello?, me parece algo tendenciosa. Cualquier proceso revolucionario o ‘tsunami’ de cambio social tiene mucho más de evolución continua y permanente, de cambio, pero también de permanente transformación de su propia esencia, y mucho menos de puntos de arranque y de cierre, que era como nos enseñaban la historia de pequeños cuando nos explicaban, por ejemplo, que la Edad Media terminaba en 1453, con la caída de Constantinopla y allí comenzaba la Edad Moderna. La Historia, con mayúsculas, no sabe fechas ni de horas fijas porque es circular y evolutiva, como la propia vida.
Unas imparables ansias colectivas de regeneración
Sentadas estas premisas, el impacto del 15-M ha sido brutal. La capacidad regeneracionista del movimiento surgido de aquellas acampadas ha sido innegable. Dicen los más ultramontanos que aquello no fue más que la algarada de un grupo de amigos que aprovecharon para escalar socialmente. Dicen también que, como otras grandes revoluciones, tuvo algunas semanas de llamas -como los volcanes en erupción- seguidas por largos años de humo. No estoy de acuerdo. He escuchado en las últimas horas explicar a Lorenzo Silva, con enorme lucidez, que se dio cuenta de que aquello iba en serio cuando en aquellos días, estando en Nueva York, se acercó una mañana al quiosco al ver en el Washington Post una foto en portada de la Puerta del Sol: "Supe desde ese momento que algo muy importante estaba pasando", decía Silva.
El cambio de rumbo ha sido tan evidente que sonrojaría tener que explicarlo o discutirlo"
El problema, bajo mi punto de vista, no es tanto discutir si aquello sirvió o no para algo, si tuvo más o menos recorrido, sino la dinámica de transformación que, como los catalizadores en química, cambian la composición final, que en este caso no es, ni más ni menos, que el rumbo de la historia. El cambio de rumbo ha sido tan evidente -basta con mirar y comparar la foto del ayer y del hoy- que sonrojaría tener que explicarlo o discutirlo.
Larga vida al ‘Espíritu del 15-M’
Hoy sábado, 15 de mayo de 2021, este Madrid pandémico y diezmado por una terrible crisis, celebra el décimo aniversario de aquel terremoto. Diez años desde que, en otra tarde de San Isidro, fiesta grande de la capital, se convocara aquella gran manifestación que, al margen de los sindicatos y los grandes partidos políticos, recorrió el corazón de esta maravillosa ciudad y canalizó la frustración de toda una generación sacudida por otra terrible crisis, la financiera, que había vivido su primera estación de protesta en mi otro gran país adorado, Islandia, y había continuado con la Primavera Árabe y la toma de la Plaza Tahrir en El Cairo. ‘No somos mercancía en manos de políticos y banqueros’, gritaban a coro miles de gargantas aglutinadas por la plataforma Democracia Real Ya.
La historia es conocida; una gran acampada que se mantuvo hasta el 22 de mayo, jornada de elecciones autonómicas y municipales en toda España, réplicas de aquel movimiento por todas las grandes ciudades de España y del mundo, desde Barcelona y Granada hasta las puertas de la mismísima bolsa de Wall Street -recuérdese ‘Occupy Wall Street’-, y cientos de miles de personas que pasaron por aquel campamento que llegó a constituir, durante unos días inolvidables, toda una ‘ciudad dentro de la ciudad’.
Muchas cosas han cambiado, claro que sí: el gran rostro de aquella movilización, Pablo Iglesias, acaba de abandonar la vida pública… su primigenio ‘alter ego’, Íñigo Errejón, se refuerza en el tablero político, tras años de ostracismo, pero insisto -y me quedo con esta idea- en que, por encima de las personas, aquella histórica sacudida supuso la implicación de millones de personas en todo el mundo en un activismo y una protesta, en la que hasta entonces no se habían involucrado, contra un Sistema, con ‘S’ mayúscula, que ya no les representaba. Yo hoy, desde mi condición de analista, pero con todo mi corazón de persona y ciudadano del mundo, que forma parte de la sociedad en la que vive, me permito gritar un humilde pero rotundo: ¡¡Larga vida al 15-M!!
No pretendo convertir esta pieza en un mero recordatorio de otro aniversario más, por el exceso de costumbre que tenemos de aferrarnos a ellos. Vivimos en una sociedad, tan de efemérides y de hitos históricos, de los que cada cinco minutos se producen dos o tres, que sería una lástima quedarme solo en eso.
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