No lo habían hecho antes. Aquella operación fuera de Euskadi sería la primera. La idea inicial parecía descabellada: secuestrar a quien estaba llamado a suceder a Franco. El ‘zulo’ estaba casi preparado en un piso de Alcorcón cuando en junio de 1973 al almirante Luis Carrero Blanco fue nombrado presidente del Gobierno. Aquella decisión complicaba la operación. El ‘comando Txikia’ de ETA, compuesto por jóvenes militantes, optó por un cambio de planes. La llamada ‘Operación Ogro’ pasaría a ser un plan para asesinarlo.
El alquiler de un bajo en la calle Claudio Coello, bajo el pretexto de convertirlo en un taller de escultor, sería perfecto para justificar los ruidos de construcción de un túnel para colocar 50 kilos de dinamita bajo la carretera por la que pasaba a diario tras su salida de misa. La explosión a las 9.27 horas del 20 de diciembre de 1973 hizo volar el Dodge 3700 GT de 1.800 kilos de peso hasta la azotea del inmueble contiguo. Carrero Blanco murió al instante y con él su escolta, Juan Antonio Bueno, y su conductor, José Luis Pérez.
ETA acababa de dar un duro golpe a un debilitado régimen pero también de construir la base sobre la que cimentaría su historial criminal durante cuatro décadas más. La banda logró que muchos sectores sociales y políticos vieran en la “lucha política” violenta resultados tangibles y con ellos, un modo de justificarla. Incluso en el seno de la organización, fue la acción que inclinó la balanza en favor de los ‘militares’, partidarios de continuar con la violencia, frente a los ‘políticos’, defensores de relegarla poco a poco en favor de una lucha política en las instituciones.
El catedrático en Historia Contemporánea por la UPV, Antonio Rivera, repasa las consecuencias que aquel atentado tuvo en el devenir de ETA y de aquella España en la que el régimen franquista comenzaba a agonizar. En su obra ‘20 de diciembre de 1973. El día en que ETA puso en jaque al régimen franquista’ (Ediciones Taurus), Rivera señala cómo la repercusión que tuvo el atentado le dotó de argumentario a ETA para justificar el uso de la violencia con fines políticos durante varias décadas.
Teoría de la conspiración
En aquellos agitados años 70 las simpatías hacia sus acciones procedían de muchos ámbitos, no sólo nacionalistas sino también de movimientos de extrema izquierda y antifranquistas. “Aquel fue le primer atentado de ETA fuera de Euskadi y logró generar muchas simpatías y dotar de cierto ‘prestigio’ a sus acciones. Ese ambiente de cercanía venía alimentado desde años atrás, con el ‘proceso de Burgos’ o con los fusilamientos de Txiki y Otaegi y otros militantes del FRAP, los últimos del franquismo. De algún modo, aquel atentado legitimó la lucha política de ETA ante mucha gente que lo veía como un modo de lucha antifranquista”.
Fue la propia banda la que pronto fue consciente de ello. En aquel clima de dictadura, atentados como los del comisario de Policía Melitón Manzanas, en agosto de 1968 o el de Carrero Blanco cinco años después, suscitaban apoyos más allá del ámbito nacionalista más radical. ETA no tardó mucho en exprimir el impacto del atentado: “ETA intentó administrar ese ‘éxito’ social desde principios de los 70 hasta muchos años después. Lo utilizó como un argumento para rebatir las incomprensiones que terminarían provocando sus acciones”.
Apenas cinco meses más tarde del atentado de Carrero Blanco, la banda editó un libro para explicar cómo y por qué lo cometió. Con ‘Operación Ogro. Cómo y por qué ejecutamos a Carrero Blanco’, el comando ‘Txikia’ -en memoria del militante de ETA Eustakio Mendizabal, muerto en un enfrentamiento con la policía en abril de 1973- quiso exprimir esa ola de apoyos: “ETA tuvo claro que debía darse prisa en escribir y aprovechar ese clima. En aquel libro ‘Pertur’ -Eduardo Moreno Bergaretxe- dedica un capítulo para desmontar los argumentos de quienes cuestionaban el uso de la violencia. Ese atentado ETA lo puso sobre la mesa como justificación hasta prácticamente 2011”, señala Rivera.
Argumento para justificarse
El catedrático de la UPV recuerda cómo muchos movimientos se apresuraron a intentar desvincular a ETA del atentado contra el presidente del Gobierno. Cita de modo expreso al lehendakari José María de Leizaola y al líder del Partido Comunista, Santiago Carrillo: “En muchos ámbitos se instaló la teoría de la conspiración. Parecía increíble que aquel atentado hubiera salido bien. A pocos metros de la embajada de EEUU, días después de la visita de Henry Kissinger… ETA había planteado un ‘sorpasso’ a esos dos ámbitos. Al PNV por representar un nacionalismo romántico que habría que renovar y a la izquierda extrema porque quería ser el referente social de los trabajadores en Euskadi. Carrillo aún cuestionaba la autoría de ETA en sus memorias”.
El éxito de la ‘Operación Ogro’ supuso además la victoria de una escisión de ETA sobre la otra. En 1973 dos ETAs se disputaban el liderazgo, ETA VI y ETA PM, los ‘Polimilis’. Rivera asegura que en el seno de la organización aún convivían demasiados grupos con intereses y aspiraciones diferentes: “Militar en ETA era aún una manera de estar, más que de pertenecer a una organización. Ahí había desde ‘Guevaristas’, hasta ultranacionalistas, ultracomunistas o activistas culturales. Era un amalgama en el que la mayoría no tuvo contacto directo con las armas”, recuerda.
La debilidad en la que se sumió ETA tras sus escisiones y el impacto del ‘proceso de Burgos’, se superó con el atentado contra Carrero Blanco. “En ese mundo las tensiones eran terribles. La balanza en el seno de la banda se decantó y los polimilis se hicieron con el control frente a quienes militaban más como una organización políticosindical”.
Final irremediable
Rivera considera que el franquismo ya se encontraba profundamente debilitado y que probablemente el atentado no cambió el devenir del régimen. Cree que Carrero no auguraba una continuidad del régimen, “era un hombre mayor decepcionado con la política, no era algo que le apasionara y es difícil pensar que hubiera presentado batalla para continuar con el régimen”.
Recuerda que tras él llegó el “tiempo muerto, el tiempo de la nada” de Carlos Arias Navarro hasta que Adolfo Suárez, “el traidor necesario” al régimen facilitó la llegada de la transición hacia la democracia. “Si no se hubiera producido el atentado no creo que hubiese cambiado mucho el devenir de la historia. Para entonces la actitud internacional hacia el régimen ya pesaba mucho y no iban a permitir su continuidad. Además, es importante el papel del capital, en aquella España de 1973 en plena crisis económica aquel franquismo ya no era funcional”.
A todo ello añade las profundas transformaciones y divisiones que ya estaban en marcha en ámbitos como la Iglesia, las ‘familias’ del régimen o incluso la crisis sindical: “Aquel invierno de 1973 fue un final de etapa del franquismo pero un arranque histórico de un problema que perduraría otros 40 años: ETA”.
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