Tanto defensores como críticos de Laura Borràs coinciden en una cosa: es indómita, increíblemente tenaz, no tiene complejos ni pelos en la lengua y va siempre hasta el final, lo que algunos tildan de empecinamiento (esa característica tan española, por cierto) y otros alaban como determinación y compromiso acérrimo.
Sea como fuere, Borràs no deja indiferente a nadie y en sus redes sociales e intervenciones públicas lleva tiempo dejándonos comentarios tajantes: ”Ningún tribunal ni ninguna prisión nos harán renunciar a nuestras ideas” ha dicho recientemente. “No quiero eliminar el castellano, pero es una lengua de imposición”, comentó hace unos años. Cuando una vez le preguntaron qué deportes practicaba, ella contestó que “lanzamiento de papeleta en la urna”.
Hay que decir que Laura Borrás, como Carles Puigdemont o Quim Torra, es una adicta a las redes sociales y en la última campaña electoral, en febrero de este mismo año, algunos de su propio equipo, entendemos que algo críticos, llegaron a filtrar a algunos medios que la candidata de JuntsxCat estaba todo el día mirando Twitter hasta altas horas de la madrugada.
Su afición a dar likes, eso sí, le ha jugado alguna que otra mala pasada: según informaron algunos medios digitales, la recientemente escogida presidenta del Parlamento de Cataluña se pasó una sesión en la cámara dando “me gusta” a tuits de seguidores que la habían elogiado. No usó su cuenta institucional, sino la suya personal (@LauraBorras), pero no deja de ser controvertido que una persona que ocupa uno de los puestos mejor pagados de todo el Estado dedique sus horas de trabajo a dar las gracias a sus fans. Recordemos en este punto que Laura Borràs cobra 9.523,76 euros brutos mensuales, 133.332,64 euros anuales. Por ponerlo en contexto, el presidente del gobierno, Pedro Sánchez, cobra 84.845 euros. Pere Aragonès, nuevo presidente de la Generalitat, se ha bajado el sueldo hace poco un 15% (ahora cobrará 130.250 euros; Quim Torra cobraba más de 150.000 al año).
Eso sí, en cuanto se filtró la noticia, un aluvión de fans salió en su defensa. En un tiempo récord ha conseguido encandilar a miles de personas con sus mensajes contundentes, fuertemente emocionales. Se estará en contra o a favor de ella, pero hay que reconocerle que es de verbo fácil y que sabe clavar titulares como nadie, aunque sólo sea porque nunca hay matices o titubeos en sus declaraciones: ella persigue la independencia sin ambages y todo el procés para ella se reduce a una mera sucesión de combates y choques donde no hay que rendirse. Todo es una cuestión de seguir presionando, insistiendo y no cediendo ni un ápice.
Laura Borràs siempre ha sido clara y diáfana. Ella no ha mentido a nadie: su modelo es el del 1 de octubre y se ha propuesto “culminarlo”. En su discurso de aceptación del cargo de presidenta del Parlament, recalcó que ella quería “seguir el trabajo de la expresidenta Carme Forcadell donde lo dejó”. Y, para que quedase claro de qué iba todo, reafirmó su voluntad de no “permitir injerencias del ejecutivo ni del judicial”.
El independentismo desacomplejado
Laura Borràs es eso para la política catalana: el rostro del independentismo más desacomplejado, la verdadera guardiana de las esencias, la mujer que en el fondo parece de las CUP. No es de extrañar que, durante algunos años, en el parlamento catalán, algunos se refiriesen a ella como “la otra diputada cupaire”.
De hecho, además de independentista, ella se presenta a los electores como una mezcla entre derechas e izquierdas a la cual, en teoría, pueden votar muchos perfiles: del antiguo convergente cabreado con el partido por la corrupción masiva al joven bohemio que se declara anticapitalista. Del banquero que veranea en Palau Sator y tiene casa en la Cerdaña al perroflauta: su programa electoral es un equilibrio prácticamente imposible entre el neoliberalismo y la izquierda marxista, entre el conservadurismo más rancio y los movimientos antisistema.
“Siempre he sido una persona de izquierdas”, ha reconocido una y otra vez Laura Borrás en la última campaña catalana. “Soy más de izquierdas que el señor Illa”, dijo en una entrevista. En campaña, prometió aumentar en 5.000 millones de euros los recursos destinados a sanidad, aunque muchos le echaron en cara la hipocresía de hablar de incrementos cuando Convergencia hizo recortes brutales en este ámbito. “Esta no es nuestra herencia”, se defendió ella. “JuntsxCat es un partido nuevo”.
Una outsider que no lo es tanto
Ésta es una de las obsesiones de Borrás: dejar claro que ella no tiene nada que ver con la antigua Convergència, con esa CiU que en Cataluña se asocia a corrupción, caciquismo y a medidas draconianas de austeridad. Ella insiste en que entró oficialmente en política en abril del 2017, cuando participó en la elaboración de un manifiesto de apoyo al referéndum de autodeterminación. El libro autobiográfico que publicó a principios de este año se titula precisamente Filla de l’1 d’octubre, Hija del 1 de octubre, en referencia a esa fecha mítica para el independentismo. Lo que pasó antes de eso, parece querer indicar, no importa.
Pero sí que importa. E importa mucho.
Es cierto que Laura Borrás no siguió la carrera típica de un político de la antigua Convergencia: ni militó en las Juventudes, ni tenía carnet, ni aparecía en medios de comunicación de gran repercusión, ni se había movido en exceso por los cenáculos de poder. Ella, de hecho, venía del mundo académico y siempre se ha vanagloriado de que, a parte de desarrollar su carrera política, nunca ha dejado de lado sus clases en la universidad. Durante los últimos 27 años ha sido profesora de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada en la Universidad de Barcelona, un puesto que, a pesar de lo que se ha publicado en algún medio, es perfectamente compatible con el desempeño de funciones políticas institucionales.
Laura Borrás estudió en la escuela Virolai, una de las de más prestigio en Cataluña, se licenció en Filología Catalana en la universidad de Barcelona y luego se doctoró cum laude en Filología Románica con una tesis sobre la representación de la locura en los textos e iconografía de la Edad Media. En la tesis, entre otras muchas cuestiones, se estudiaba el poder de las imágenes y cómo el poder las ha manipulado en beneficio propio a lo largo de la historia. Algo muy útil si vas a acabar en política.
Borrás, una mujer políglota (aparte del castellano y el catalán, habla inglés, francés e italiano) y gran amante de la literatura clásica, siempre ha defendido el papel de la lectura y hay quien la recuerda hace años recomendando a los jóvenes que leyesen las obras de Shakespeare y Dante y también El Quijote y El Cid. También es una experta en literatura digital y fue una de las pioneras en su momento a la hora de hablar del libro electrónico y su impacto en el mundo digital.
Borràs pertenecía al mundo académico, pero no era reconocida como una intelectual de primera línea"
Borràs pertenecía al mundo académico, pero no era reconocida como una intelectual de primera línea. No era ni mucho menos una critica cultural célebre, ni una de las culturetas que pululan por el ecosistema hipster barcelonés, pero sí hacía reseñas de vez en cuando y en el año 2012, el Ayuntamiento de Barcelona, entonces encabezado por el convergent Xavier Trias, le encargó ser comisaria de los homenajes dedicados a Joan Sales, Pere Calders, Arel·lí Artís y Tísner.
Luego vino su gran oportunidad: Ferrán Mascarell, quien había sido concejal de Cultura con el socialista Pasqual Maragall en el 2006 y luego abandonó el PSC para unirse al gobierno de Artur Mas, la nombró directora de la Institución de las Letras Catalanas, uno de los organismos culturales más potente, prestigiosos y mejor dotados económicamente. No por nada es el encargado de velar por la protección y difusión de la obra de autores en catalán.
Ella siempre asegura que la escogieron por razones técnicas, meramente de currículum, pero a nadie se le escapa que era un nombramiento de mucha carga política y que siempre se escoge a gente de confianza o, al menos, bastante próxima. Además, se sabe que Laura Borrás fue una de las personas que Artur Mas intentó atraer a lo que entonces se llamaba la Casa Grande del Catalanismo.
Aquellos eran los años en que los casos de corrupción ya salían en los titulares de portada y la marca CiU comenzaba a hacer peligrosamente aguas por todas partes. Para intentar salvar los muebles, Artur Mas se sacó de la manga aquello de que “había que salir de las costuras tradicionales de los partidos” y congregar a personalidades entorno a un movimiento nacionalista más transversal. Traducción: había que seguir manteniendo los sillones y, por ello, había que renovar la marca o, cuando menos, el eslogan.
Las presuntas irregularidades
En teoría, a Laura Borràs la pusieron al frente de la institución de las Letras Catalanas para modernizarla, pero su gestión fue motivo de polémica. Según la Fiscalía, Borrás podría presuntamente haber fraccionado una serie de contratos de adjudicación de trabajos informáticos para poder otorgarlos discrecionalmente a un amigo suyo. Estaríamos supuestamente hablando de una adjudicación de 259.283 euros sin IVA que ella habría fraccionado en 18 contratos.
Borrás lo niega tajantemente, insiste en que no hay “caso Borràs” y rechaza que haya algo de cierto en las acusaciones de “falsedad documental, fraude, prevaricación y malversación” que le imputó el Tribunal Supremo (y que ahora, dado que es diputada del Parlamento catalán, está en manos del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña).
A Borràs no le gusta hablar del tema y, cuando lo hace, defiende que todo es una patraña de las cloacas del Estado. En la última campaña a la Generalitat le han preguntado por activa y por pasiva por el asunto y ella siempre se ha salido con evasivas: “cualquier cosa que diga puede ser utilizado en mi contra”, explicaba. Era una víctima, insistía. Otra más.
Saber navegar en varias aguas
En su época como directora de la Institución de las Letras Catalanas Laura Borrás también demostró una capacidad superlativa para llevarse bien con el político titular de turno. Después de Mascarell vinieron Santi Vila y Lluís Puig al frente de la Conselleria de Cultura y todos la mantuvieron en el puesto.
Técnicamente hablando, Borràs fue cesada por Mariano Rajoy en virtud de la aplicación del artículo 155, aunque hay que decir que ella iba a renunciar de todos modos tras ser elegida diputada autonómica en las elecciones de diciembre del 2017, la primera vez que iba en listas (iba como independiente en la candidatura de JuntsxCat).
Fue en ese momento cuando junto con otros nouvinguts, gente supuestamente recién estrenada en política, como Josep Costa, Francesc de Dalmases y el mismísimo Quim Torra, se hacen llamar The War Room, la sala de guerra, y se convierten en el núcleo de más confianza de Carles Puigdemont. A la prensa se le vendió que ella era una de las nuevas intelectuales que, como Agustí Colomines o Aurora Madaula, iban a ayudar a Puigdemont a avanzar hacia la República Catalana.
Era el independentismo de las emociones y los eslóganes rimbombantes —la “Revolución de las sonrisas” — que prometía que la República y el maná estaba más cerca de lo que nos pensábamos.
Laura Borràs supo jugar sus cartas con maestría y se consolidó como un referente en ciernes, como una de las figuras más fulgurantes y meteóricas de la nueva era. Su estilo desacomplejado, con un desparpajo sorprendente ante las cámaras y en las redes sociales, le ganó muchos puntos entre un electorado que quería políticos que le siguiese prometiendo emociones fuertes.
Con Puigdemont en Bélgica y Quim Torra al frente de la Generalitat, ella siguió escalando en el difícil mundo de la política catalana. Se convirtió en Consellera de Cultura y, poco después, le pidieron que se presentara a las elecciones generales españolas como número dos detrás de Jordi Sánchez, el cual ya estaba en Lledoners.
Una independentista en Madrid
Laura Borràs cogió las maletas y puso rumbo a la Carretera de San Jerónimo, el puesto perfecto para políticos independentistas que quieren exposición mediática continua. En Madrid no perdió ni una sola oportunidad de ganar cuota de pantalla y se consolida como uno de los nuevos iconos de JuntsxCat. Que le dijera a Felipe VI que “los catalanes no tenemos Rey” hizo que muchos independentistas la aplaudieran a rabiar. Cada vez que abría la boca, su popularidad se disparaba.
Pero no sólo se trataba de crearse un perfil propio —que también—, sino de convertirse en el principal baluarte de la gran batalla dentro del mundo independentismo: la pugna con Esquerra Republicana. Sus rifirrafes con Gabriel Rufián en el Congreso fueron de órdago y, cuando ERC decidió dar un “giro pragmático” (abandonar la vía unilateral), ella los acusó poco más que de traidores a la causa.
La lucha llegó a temas incluso personales: se sabe, porque ella misma lo reconoció en su declaración de bienes en el Parlamento catalán, que Laura Borràs tiene un Jaguar XF y también un Toyota Yaris. El Jaguar se supone que lo conduce su marido, pero eso no eximió de que fuera pastos de unos cuantos memes. Su afición a los bolsos de Michael Kors fue la excusa perfecta para que Rufián le dirigiera uno de sus punzantes tuits. En el debate de los Presupuestos del Estado, cuando ERC votó en contra de las enmiendas a la totalidad y JuntsxCat se lo echó en cara, Rufián no tardó ni un segundo en reprocharle que: “Quien diga que esto es una traición al pueblo de Catalunya, lleva desde hace mucho tiempo chaquetas de 1.000 euros, pasea desde hace mucho tiempo bolsos de Michael Kors y cobra desde hace mucho tiempo buenos sueldos públicos”. Laura Borràs no se amilanó y lo tildó de “machista y populista”.
El gran salto
Ya bregada en Madrid, Laura Borràs demostró otra vez en noviembre del 2020 que sabe oler muy bien la situación, leer a la perfección lo que quieren los votantes y aprovechar el momento. Se convocaban primarias en JuntsxCat y se presentó aunque sabía que Puigdemont prefería claramente a otro candidato: Damià Calvet, por entonces consejero de Territorio.
Borràs lo vio mejor que Puigdemont: de los 3.898 militantes que votaron, 2.954 lo hicieron a favor de ella. Calvet se quedó con unos humillantes 799 votos.
En los corros periodísticos no se tardó en leer el resultado como una prueba —otra más— del distanciamiento de Borràs y Puigdemont. Y no iban mal desencaminados. Fuera de Cataluña se puede dar la impresión de que Puigdemont es una figura infranqueable, de poder casi omnímodo, pero la realidad es mucho más prosaica. Puigdemont sigue teniendo un poder simbólico superlativo entre sus votantes, pero en Junts hay muchas corrientes y muchas fracturas internas. Ni siquiera Quim Torra se lleva ya tan bien con él como podría parecer.
Borràs se siente más próxima a Torra que a Puigdemont"
La relación entre Laura Borràs y Waterloo no es tan fluida como aparentan y, en realidad, Borràs se siente más próxima a Torra que a Puigdemont. Ambos representan el esencialismo más puro del independentismo, su versión más pasional e inflamada. Ambos, sobre todo, han entendido que cualquier cesión a la tranquilidad y la calma sería castigado en las urnas y, en eso, tienen razón, o si no que se lo digan al PdeCat, los herederos más directos de la convergencia posibilista, más nacionalistas que independentistas, los cuales se han llevado un severo varapalo en las últimas elecciones.
Un puesto en el Estado
En las últimas elecciones al Parlamento catalán, en febrero de este mismo año, se ha presentado justamente como eso: como el rostro del independentismo fetén.
Pero el resultado no fue todo lo bueno que esperaban: acostumbrados siempre a ganar, los de Junts vieron cómo el PSC se alzaba con la primera posición y, lo que era peor para ellos, ERC les ganaba por 35.000 votos y un escaño. “Un empate técnico”, se apresuraron a explicar, pero el comentario dejaba claro que el resultado había sido bastante amargo.
A partir de ahí, comenzaron las negociaciones para formar gobierno. Borràs fue escogida como presidenta del Parlamento (con los votos de Junts y de ERC; las CUP finalmente votaron en blanco). Hay quien dice que el puesto, aunque muy bien pagado, es en realidad un premio de consolación y que refleja que Borràs está ya apartada de la primera línea. Hay quien cree lo contrario: que alguien con su labia y verborrea aprovechará la tribuna para seguir marcando perfil propio y, al mismo tiempo, no le afectará el desgaste de la gestión que le hubiese supuesto dirigir una conselleria o ser vicepresidenta.
Laura Borràs, además, tendrá ahora algo más de tiempo para dedicarse a dar clases. En campaña, mientras proclamaba a los cuatro vientos la “opresión” del estado español y se consolidaba como la guardiana de las esencias, no desaprovechó la oportunidad de ganarse una buena plaza de funcionaria estatal. Se sabe que el mes de enero de este año fue examinada para conseguir una plaza de profesora titular de Didáctica de la Lengua y la Literatura en la Universidad de Barcelona. El 1 de marzo del 2021, once días antes de ser investida presidenta del Parlamento de Cataluña, ganaba la plaza. Es decir, se convertía en funcionaria del cuerpo docente universitario de España y como tal apareció publicado su nuevo rol en el BOE.
Es una prueba más de la dialéctica a la que nos tiene acostumbrados desde hace tiempo. Pero no le pasará factura, ni mucho menos.
Ella seguirá a lo suyo, que es conseguir la independencia. Y seguir sobreviviendo con maestría en las turbulentas y complicadísimas aguas de la política catalana.
Aún hay Borrás para mucho rato.
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