El arrollador triunfo de Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid permitió a Pablo Casado pensar, esta vez con encuestas en la mano, que llegar a Moncloa había dejado de ser una utopía. Las elecciones del 4-M dieron la vuelta al tablero político nacional no sólo entre los partidos de izquierda, sino que provocaron también un auténtico seísmo en la derecha. Por primera vez en tres años, el PP ha vuelto a posicionarse como primera fuerza política nacional. El terreno ganado por el principal partido de la oposición se lo debe al hundimiento -casi- definitivo de Ciudadanos, la formación que a punto estuvo de dar el sorpasso a Pablo Casado hace poco más de dos años. Pero no sólo. En el cuartel general de los populares examinan, aún con cautela, cómo el panorama ha comenzado a cambiar y cómo las fugas de votantes hacia Vox no sólo se han taponado, sino que se han invertido. "Ellos tienen las mismas encuestas que nosotros. Están nerviosos. Por eso están radicalizándose", insisten en la dirección de Génova.
La escalada de tensión entre ambos partidos ha ido en aumento desde los comicios del 4-M aunque, paradójicamente, en Madrid las dos fuerzas situadas a la derecha política han firmado un pacto de no agresión. Con la investidura de Díaz Ayuso a la vuelta de la esquina, Vox intentará negociar con el PP algún puesto relevante en la Asamblea, aunque ya manifestó que no pediría entrar en el Gobierno autonómico ni condicionaría la investidura de la líder madrileña. No obstante, a nivel nacional la situación es completamente diferente. Vox ha cambiado de estrategia, conscientes de que la connivencia con el PP no es una opción ahora que Casado comienza a levantar el vuelo y a despegarse de sus socios situados a su derecha. Si el jefe de la oposición logra exportar el modelo y, sobre todo, el discurso de Isabel Díaz Ayuso -como ya instigan importantes sectores populares- Vox corre el peligro de quedar aislado y estar "condenado a ser la muleta del PP", tal y como pronostican algunas fuentes del partido de Casado. En Madrid, Vox no ha logrado la fuerza suficiente como para condicionar a Ayuso, y el objetivo de Génova es extrapolar esa misma circunstancia al tablero nacional.
Pero Santiago Abascal ya ha comenzado a rearmarse para intentar recortar distancias con un Pablo Casado que ha crecido incluso por encima del 30% en algunos sondeos mientras Vox, aunque resiste, se desinfla por momentos. Tres han sido los discursos que ha tejido la formación en las últimas semanas, las tres banderas que mejor efecto electoral han tenido históricamente para Vox: la de la inmigración, la de la 'derechita cobarde' y "tibia" y la de la corrupción del PP.
La crisis diplomática con Marruecos, que provocó la llegada masiva e incontrolada de miles de inmigrantes a Ceuta, ha servido a Abascal de alfombra roja para desplegar un discurso contundente y muy diferenciado del pronunciado por Casado, más centrado en construir un perfil de 'hombre de Estado', alejado del "ruido" de sus -posibles- compañeros de Gobierno en un futuro no tan lejano. La hoja de ruta estaba clara: capitalizar el descontento de parte de la sociedad española y situar a Vox como única fuerza capaz de "defender las fronteras" frente a los "tibios" del PP. Y tiró de "primero de populista", como responden fuentes populares al órdago de la formación, con el propio Santiago Abascal haciendo un llamamiento a la construcción de un muro "infranqueable" en la frontera con Marruecos para frenar la "invasión" del país vecino.
Pero en los últimos días, Vox ha intentado que vuelva a calar en la sociedad su ya mítico discurso de la "derecha cobarde", primero con la cuestión de la crisis ceutí y después con la polémica por los indultos a los presos del 'procés' -a cuenta del rechazo inicial del PP a dar la batalla al Gobierno en la calle-. En el caso del desafío migratorio, a juicio de Abascal los populares han "adoptado todos los mantras de la izquierda" por aceptar acoger a decenas de menores inmigrantes, un motivo por el que Vox, por orden de la dirección de Madrid, decidió poner en jaque al Gobierno de Juanma Moreno retirándole su apoyo e intentando forzar un adelanto electoral que, en principio, hubiese beneficiado tanto a PP como a Vox. El barón popular ha aguantado el pulso y, de momento, se resiste a conceder esa victoria a sus socios externos de Gobierno.
También desde el momento en que se conoció el demoledor informe del Tribunal Supremo, PP y Vox enfrentaron estrategias para mostrar músculo frente a Pedro Sánchez. Los populares abogaron por la vía institucional, política y jurídica, mientras que Vox ya manifestó que su partido estaría "en las calles" para protestar contra la "aberración" de la medida de gracia a los "golpistas" del 'procés'. Es en ese punto precisamente en el que quedó de manifiesto un error estratégico de Génova, que tuvo que rectificar para justificar su presencia en la manifestación del próximo 13J, convocada por la plataforma 'Unión 78' lo que, a su vez, dio alas a Vox, el primer partido que confirmó su presencia y la de su líder.
"¿Pero que vienen al final? Ah, qué bien", se mofaba en el Congreso el portavoz parlamentario de la formación, Iván Espinosa de los Monteros. "Nosotros con las fotos no tenemos problemas, aunque preferimos no tener fotografiarnos con los que sean más tibios que nosotros", atacaba. Fuentes del partido critican de puertas para adentro "los complejos" de Pablo Casado que "siguen siendo los mismos que en 2019" por la intención de la formación de evitar una reedición de la ya mítica 'foto de Colón', e ironizan que el próximo domingo Casado tendrá que "esconderse" tras Ayuso para evitar abucheos en la plaza madrileña.
La imputación de Cospedal, oxígeno para Vox
El PP experimentó el amargo sabor de una derrota electoral hace pocos meses, concretamente en las catalanas del 14-F, cuando Vox dio el sorpasso a PP y Ciudadanos y amarró el bastón de mando de la oposición en el Parlament. El candidato del PP, Alejandro Fernández, no supo sobreponerse a una campaña que estuvo marcada por el juicio a la 'caja B' del PP y Casado, aunque lo intentó, no logró despegar las siglas del fantasma de la corrupción que marcó épocas pasadas. La cúpula del PP achacó por completo los malos resultados en Cataluña -sólo consiguió tres diputados de 135- al "calendario judicial" que se había abierto justo en ese momento y cuyo impacto mediático fue diluyéndose con el paso de los meses. Pero la imputación de María Dolores de Cospedal, ex secretaria general del PP, y de su marido, Ignacio López del Hierro por cohecho, malversación y tráfico de influencias en el caso Kitchen agita de nuevo los cimientos de la dirección de Génova y pone en riesgo el buen ritmo de Casado en las encuestas.
Mientras en el PP impera el pacto de silencio -tras las catalanas, el presidente de los populares dio orden de no volver a dar explicaciones sobre casos de corrupción del pasado "que nada tiene que ver con la dirección actual". Pero la izquierda salió en tromba a pedir explicaciones al jefe de la oposición por la imputación de la "madrina" de Casado, al tiempo que exigían medidas "contundentes" por parte del partido -como la apertura de un expediente informativo o la suspensión directa de la militancia- que, por el momento, no ha llegado.
Pero no sólo se pronunció Adriana Lastra, Ione Belarra o Íñigo Errejón. También Vox, a su modo pretende explotar el 'talón de Aquiles' del PP para frenar su ascenso, del mismo modo en que lo hizo en las elecciones catalanas. Por el momento, pretende cercar aún más el cerco sobre el PP y ha solicitado la comparecencia en el Congreso de los Diputados de la ex vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, en la comisión que investiga el 'caso Kitchen'. En el escrito, presentado la pasada semana, se pide también la presencia de Félix Sanz Roldán, ex director del CNI. La petición de Vox se registró después de que trascendiese que el sumario secreto del 'caso Villarejo' implica también a Santamaría, ex número dos de Mariano Rajoy.
Esta semana, en la misma comisión, se vivió el enésimo choque entre Vox y PP después de que la diputada Macarena Olona denunciase haber recibido "amenazas" por parte de un parlamentario del PP al que no identificó, algo de lo que habían sido "testigos los compañeros de ERC". Las denuncias por parte de la formación que dirige Santiago Abascal contra la de Pablo Casado se han convertido en una constante. La semana pasada, Vox volvió a censurar que PP se sume al "consenso progre" y al denominado como "cordón anti-Vox" en el Congreso, al haberse unido a PSOE, Podemos y PNV para evitar la presencia de Vox en la Conferencia sobre el Futuro de Europa, cuando "lo lógico" hubiese sido que las cuatro plazas que se reparten hubiesen sido para los cuatro partidos con mayor representación en el Congreso. En suma, la guerra entre ambos partidos parece no haber hecho más que empezar. Al menos, hasta que se cierren las urnas de las próximas elecciones generales.
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