"Alternativa". El PP quiere que esta palabra se convierta en algo más que en un lema electoral. En las filas populares entienden que, tres años después de las primarias que obligaron a ejecutar una redefinición ideológica, estratégica y organizativa sin precedentes, han conseguido dotar a esa "alternativa" de contenido, de aspiraciones sin tutelas y, sobre todo, de un rumbo político claro que terminará de perfilarse en la convención de octubre, que la dirección nacional prepara como punto de origen de una larga precampaña que culminará en las generales de 2023.
Éstas son sólo las líneas generales de lo que Pablo Casado ha explicado a la cúpula del Partido Popular este miércoles, en una reunión extraordinaria con motivo del tercer cumpleaños del político al frente del PP que no se ha celebrado en la sede de Génova, como viene siendo habitual para este tipo de citas. Casado ha decidido cambiar Madrid por Ávila y las paredes de una sede que ha entrado en el tiempo de descuento por aquellas que albergaron la redacción de la primera ponencia del texto de la Constitución. El presidente del PP ha entonado su discurso no sólo ante la dirección nacional, sino ante todos los barones, alcaldes y dirigentes autonómicos, a los que ha reconocido su "fortaleza" y "compromiso" con el partido y con su propia persona, con la intención de exhibir unidad en un momento clave para el futuro de Pablo Casado. El líder del PP se ha reafirmado en que el "cambio de ciclo" político es "incontestable". Que su camino hacia la Moncloa ya ha comenzado.
Pablo Casado se hizo con las riendas del primer partido de la oposición en un momento en que el PP ni siquiera podía gozar de ese título. Ciudadanos, fuerza política que entonces dirigía Albert Rivera, subía como la espuma mientras las siglas populares trataban de escapar del huracán de la corrupción y de la caída en gracia del último presidente del Gobierno del PP. El decimonoveno congreso del partido dio la victoria a un Pablo Casado que entonces se paseaba con la etiqueta del 'heredero de Aznar' con la que había dado la puntilla a la corriente continuista de Soraya Sáenz de Santamaría, la 'heredera de Rajoy'. Lo hizo con el apoyo de María Dolores de Cospedal, la tercera candidata en liza y ex secretaria general del partido, con la que Casado prefiere a día de hoy no compartir titulares.
Los primeros compases de su mandato como jefe de la oposición estuvieron marcados por los bandazos ideológicos. Sus pasos políticos contaron con el agravante de una profunda fragmentación del espacio ideológico de la derecha y, durante meses, Casado trazó su camino sin levantar la mirada del retrovisor. Por si fuera poco, el dirigente tuvo que posponer casi inmediatamente las tareas que todo nuevo líder político debe acometer en su feudo, desde la reubicación de los ideales del partido hasta la renovación orgánica, de máxima relevancia para una formación política con una capilaridad territorial tan extensa como la del Partido Popular. El nuevo equipo popular debía centrarse en la estrategia y en la campaña de unas generales, las de abril de 2019, en las que Ciudadanos se quedó a unos pocos de miles de votos de posicionarse como primer partido de la oposición y asestar un golpe al PP del que sería difícil levantarse.
La repetición electoral mejoró las perspectivas de Pablo Casado, pero no por méritos propios, sino por el monumental hundimiento de un Ciudadanos que no volvería a remontar el vuelo. A la pandemia siguió un nuevo ciclo electoral con hasta cuatro elecciones autonómicas, en las que el PP peleaba por convencer a su electorado de que esa "alternativa" ya estaba madura... sin grandes resultados con la notable excepción de Galicia y de Alberto Núñez Feijóo. Incluso Vox consiguió superarles de largo en Cataluña, donde el PP de Alejandro Fernández no consiguió frenar su caída.
Pero Madrid lo cambió todo. Nadie en el PP se atreve a cuestionar que fue la victoria de Isabel Díaz Ayuso el 4-M la que puso la alfombra a Pablo Casado por la que transitar más cómodamente hacia Moncloa. La estrategia política con sus principales adversarios políticos también ha cambiado radicalmente y se ha acentuado tras el éxito de la baronesa del PP: con Vox se pasó del coqueteo a la ruptura para virar ahora hacia una pretendida indiferencia; y con Ciudadanos simplemente se pasó de la coalición a la absorción, incluso con algún ex dirigente naranja susurrando al oído de Pablo Casado.
El presidente popular puede permitirse soplar hoy las velas con el PP como primera fuerza política en las encuestas y con la renovación territorial "a pleno rendimiento", como celebran a nivel interno. Y la exhibición pública de una imagen de unidad y de cierre de filas en torno al liderazgo de Pablo Casado se ha convertido en auténtica prioridad, conscientes de que cualquier grieta interna puede acelerar un desgaste político del que nadie está exento, menos a casi dos años para que se abran las urnas si Sánchez decide cumplir con su calendario electoral.
Aunque se ha negado por las dos partes, el liderazgo de Díaz Ayuso y el crecimiento exponencial de su perfil político ha generado recelos tanto dentro como fuera del partido sobre la idoneidad de Casado como líder político capaz de desbancar a Pedro Sánchez, el objetivo que se marcó el presidente del PP desde que amarró las riendas del partido. Pero en el entorno de la presidenta madrileña también se han sellado las posibles fisuras: el cierre de filas con Casado es "total" pese a los continuos guiños de la dirigente a la arena nacional y la intención de encauzar su carrera política más allá de las lindes de la política regional. La diferencia entre ambos la sintetiza un dirigente de la dirección: "Casado ha tenido que construir su liderazgo desde la oposición. Ayuso es presidenta. A él le falta gobernar".
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