Ocurría todos los fines de semana. En ocasiones, incluso en días de labor. Uno tras otro. Los informativos y los periódicos hacían recuento del número de cajeros automáticos destrozados, de contenedores quemados o de autobuses atacados. Las pintadas ya ni se contaban. En 1996 se alcanzó la mayor cifra de incidentes de ‘Kale Borroka’: 1.300. Aquella era una violencia de fin de semana con motivaciones políticas y que en algunos casos llegó a derivar en una suerte de ‘violencia lúdica’ nocturna de fin de semana. Aún se prolongó muchos años más hasta ser residual.
La actual es distinta. También eminentemente juvenil, también fundamentalmente en fin de semana. Otro elemento que se le asemeja es el enfrentamiento abierto con la Ertzaintza o las policías municipales en el que en muchos casos deriva: lanzamiento de botellas, de piedras, insultos y enfrentamientos cara a cara. Ya no es ‘kale borroka’, no recibe el respaldo abierto de ninguna sensibilidad política y no responde a una estructura organizada, jerarquizada y planificada. Ahora es el ‘botellón’ en pandemia el epicentro de los incidentes y del órdago juvenil con la Ertzaintza.
De modo paralelo, otro brote de violencia juvenil empieza a aflorar con demasiada frecuencia en el País Vasco. También lo hace en fin de semana, también lleno de intolerancia. Las agresiones violentas como la ocurrida en Amorebieta, en la que más de una decena de jóvenes –algunos menores de edad- golpearon a un joven hasta dejarle gravemente herido, -se encuentra ingresado en estado crítico- empiezan a repetirse más de lo que se pudiera pensar. Semanas atrás otros episodios de intolerancia han ido sucediéndose en la sociedad vasca en forma de agresiones homófobas, racistas, ideológicas o de simple violencia callejera entre bandas.
La violencia política que marcó durante años la vida en la calle en Euskadi dejó posos de odios que parecen no haber desaparecido. Pese a que ha transcurrido casi una década desde que ETA abandonara las acciones terroristas y de que las acciones de ‘Kale Borroka’ dejaran de formar parte de la estrategia de ‘socialización del sufrimiento’, Euskadi continúa encabezando el ranking de odio en España. Lo revela el último informe elaborado por el Ministerio del Interior que sitúa al País Vasco –tras Melilla- como la comunidad autónoma con la tasa de delitos de odio más alta del país, casi 10 casos por cada 100.000 habitantes. Odio que se manifiesta de modo más acentuado en Álava –una tasa de 13,4 casos- y Bizkaia, con 10,2 casos.
Agresiones ideológicas
En el ámbito más ideológico, político, aún hoy se producen situaciones violentas que recuerdan a tiempos pasados. Las agresiones sufridas por miembros del PP o afines a los populares, como las sufridas por Mikel Iturgaiz, hijo del presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz, o del exconcejal del PP en Vitoria, Iñaki García Calvo, dan fe de ello. A ello se suman los no pocos actos de violencia en forma de ataques a sedes de partidos políticos que se vienen repitiendo contra locales del PNV, el PSE o incluso de Elkarrekin Podemos.
A esa violencia política se ha sumado con fuerza en las últimas semanas otra forma de violencia social que también tiene a un sector de los más jóvenes como protagonistas. Las imágenes de chicos y chicas de botellón que se niegan a dispersarse, en cumplimiento de las normas de prevención de la pandemia que prohíben estas concentraciones, se repiten todas las semanas. En muchos casos lo hacen provocando graves enfrentamientos con las policías que acuden a hacer cumplir la norma impuesta por el Gobierno vasco y que han derivado en detenidos y agentes heridos. Desde las distintas centrales de la Ertzaintza llevan semanas denunciando el agravamiento de la actitud de una parte de la juventud que no duda en recibirles a pedradas y botellazos y de sectores de la izquierda abertzale que aprovechan la situación para criminalizar al Cuerpo.
A diferencia que en los enfrentamientos de los años de ‘Kale Borroka’, esta vez los alborotadores lo hacen a cara descubierta. Tanto los violentos del ‘botellón’ como los autores de las agresiones intolerantes contra colectivos determinados. Más aún, en muchos casos los graban en sus teléfonos móviles para jactarse posteriormente de ello en sus redes sociales. “Creo que analizando el fenómeno de violencia actual se puede decir que algunas cosas tienen algo que ver con lo que sucedía entonces y otras no. Sí creo que existe algo así como un ‘know how’ que viene de esos años. Cuando se monta una bronca en Murcia o en cualquier otro lugar no suelen terminar enfrentándose a la policía, arrojando sillas o lanzando botellas. Aquí sí, ¿por qué? Esa es la pregunta”, asegura el director del Instituto Valentín de Foronda y catedrático en Historia, Antonio Rivera.
Cultura del enfrentamiento
Considera que la realidad es hoy muy diferente pese a que “algunas formas sí pueden recordar a la ‘Kale Borroka’”. Rivera señala que cuando vemos cómo la disolución de un botellón por parte de la Ertzaintza deriva en un enfrentamiento contra la autoridad de algún modo es porque “se ha normalizado, se ha acostumbrado a una parte de la juventud a creer que la fiesta puede acabar con un apedreamiento a la policía”. “Para hacer eso los jóvenes deben saber hacerlo y estar dispuestos a ello. Eso a jóvenes de otros lugares quizá no les salga tan fácil o ni siquiera sabrían cómo hacerlo. De algún modo, esa cultura de enfrentamiento lleva asentada aquí mucho tiempo”.
Este analista de la historia de la violencia terroristas en Euskadi apunta que pese a las claras diferencias de un fenómeno y orto, como la ausencia de una motivación política, “salvo de modo residual”, sí persiste en Euskadi una “desvalorización de la autoridad”. Rivera señala que sin embargo ese menor respeto a la autoridad se da “de modo distinto”: “Ahora, al contrario que entonces, los jóvenes que se enfrentan a la policía no lo hacen para derrocar esa autoridad y plantear otra alternativa, como sucedía con la ‘Kale Borroka’, que estaba arropada por un proyecto político. Ahora asistimos a la violencia por la violencia, el atractivo es ese y sólo ese”. No oculta que hace años en Euskadi también existieron episodios de violencia propios de la criminalidad social pero estuvieron tapados por la violencia de carácter político, “que lo tapó todo”.
Para Rivera hay que diferenciar claramente los episodios violentos ocurridos en enfrentamientos contra la Ertzaintza y las policías locales en situaciones como la prohibición de un ‘botellón’ de los episodios de agresión social por razones como el racismo, la homofobia o la mera violencia juvenil entre bandas: “Creo que episodios como los de Amorebieta o de acoso y agresiones de otro tipo tienen más relación con un problema del sistema educativo que otra cosa. Hay colectivos que no se logra que se integren bien socialmente, especialmente a los chavales que vienen de fuera. Ese es el problema”.
El sociólogo y politólogo de la Universidad de Deusto, Félix Arrieta, asegura los distintos episodios de violencia juvenil que se están produciendo en la Euskadi actual “no son comparables” con los que se vivieron hace unos años. “Es cierto que esa mirada de oposición a la autoridad más propia de la juventud aquí en Euskadi puede estar más presente pero detrás de lo que está ocurriendo existe además un hastío y cansancio social con la situación que vivimos”.
Devaluar la autoridad
Arrieta subraya algunos sectores de la juventud vasca muestran un cansancio “hacia lo que representa lo institucional”. Suma a ello una irrupción de ciertos mensajes polarizados y de falta de respeto hacia ciertos colectivos como las mujeres, el colectivo LGTBI+ y ciertas minorías que han avivado ciertos comportamientos. “Son elementos de intolerancia en un grupo social pero tienen relación política”.
El profesor de la Universidad de Deusto asegura que los incidentes ocurridos en situaciones como los botellones responden más a una expresión de un cierto hartazgo que a una “devaluación de la autoridad que puede representar la policía, la Ertzaintza”: “Los jóvenes necesitan modos de socializar, su espacio, es algo propio de esa etapa vital. La pandemia nos obligó a tomar decisiones para proteger a los más vulnerables, los mayores, y eso ha impactado en los jóvenes a los que ahora incluso, en esta ‘quinta ola’ se les ha señalado. Eso tiene una reacción en lo que estamos viendo”.
Arrieta alerta del riesgo de no atender esa “desafección” social que empieza a ser creciente en amplios grupos de la juventud. Apela a la necesidad de “reformular agendas sociales” para incluir en ellas aspectos directamente relacionados con este colectivo social. Los altos índices de desempleo, las dificultades para construir un futuro que ahora han quedado agravadas por el impacto de la crisis sanitaria y económica habrían complicado la situación también para los jóvenes en Euskadi. En esta franja de la población la tasa de paro alcanza el 22%, cinco puntos más que antes de la pandemia y prácticamente el doble que en el conjunto de la población activa.
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