En España, un país no precisamente propicio a ponerse de acuerdo en las cuestiones más importantes, existe sin embargo un consenso generalizado en cuanto al sistema educativo: todos, sin excepción, creemos que es pésimo.
Motivos, desde luego, no nos faltan. El último informe de PISA nos dejaba por el suelo: la peor puntuación en ciencias desde que comenzó a evaluarse esta competencia en el 2006 y bajada de cinco puntos en matemáticas hasta llegar a la peor calificación en los últimos doce años. El sistema no es capaz de formar y, en vez de fomentar la calidad y la excelencia, iguala por abajo, lo que condena a generaciones enteras a menos posibilidades en la vida. Tampoco ayuda a los alumnos más desfavorecidos: en España, si eres hijo de una familia pobre tienes cuatro veces más posibilidades de repetir que si eres hijo de una familia con mejor situación económica. La segregación escolar es la una de las más altas de Europa y la tasa de abandono temprano fue en el 2019 del 17,3%, la mayor de la UE (para que lo pongan en perspectiva: en Grecia es del 4,1% y en Irlanda, del 5,1%).
Frente a semejante despropósito, un gobierno responsable analizaría bien la situación, haría un buen diagnóstico y propondría medidas sensatas. Sin embargo, aquí no parecemos estar para arreglar la situación, sino para imponer nuestros propios sesgos. Aquí no nos parece importar que un niño tenga una comprensión lectora suficiente, o sepa sumar o restar bien, o saber hacer multiplicaciones correctamente, o tener unos mínimos conocimientos históricos, culturales, filosóficos, artísticos y humanísticos que le permitan desarrollar un pensamiento crítico.
No, aquí lo único que parece importar es el adoctrinamiento en la ideología de turno. Y ya ni se disimula un ápice o, al menos, esa es la imagen que está dando el gobierno con la última ley de educación, la LOMLOE o Ley Orgánica de Modificación de la LOE, la octava (han leído bien) ley desde el año 1980.
Lo de esta ley no hay por donde pillarla: es la constatación de un desastre supino. ¿Conseguir contenidos de calidad pero desde un enfoque más innovador? Mejor bajamos el nivel hasta que el currículum de primaria quede completamente licuado. ¿Reforzar competencias básicas de lectura, escritura y matemáticas para que los alumnos tengan una buena base? Mejor hacemos que cualquiera pueda pasar de curso con suspensos. ¿Asegurar que cualquiera pueda resolver un problema matemático básico o pueda redactar ideas con concisión, buena gramática y un amplio vocabulario? Mejor desdeñamos cualquier conocimiento y apostamos enfoques “emocionales”.
Lo han leído bien. Enfoques emocionales. A partir de ahora las matemáticas ya no tendrán por objetivo formar a futuros arquitectos o ingenieros, sino que lo que primará será el “sentido socioemocional” y, por supuesto, con “perspectiva de género”. En lengua ya no se darán los diptongos o los hiatos, ni se conjugarán verbos, pero todo será inclusivo. No se prevé un refuerzo del contenido artístico o histórico —¿conocer a Goya o a Velázquez? ¿Saber quién era Gutenberg?— pero se creará una nueva asignatura, la de “Valores Cívicos y Éticos”.
En resumen: vamos a tener alumnos que no van a saber ni lo que es la Vía Láctea, ni sabrán redactar bien un párrafo —ya ni hablamos de un texto entero—, pero habrán recibido miles de horas sobre ideología de género y sabrán hablar con palabras inclusivas.
Después de leer los borradores de la ley, la sensación —triste, desgarradora— es que bajo el cacareado eslogan de “formar personas” lo que de verdad quiere la LOMLOE es puro adoctrinamiento. Y la escuela debería ser el antídoto contra los dogmas, no su principal vehículo de propagación. Su función debería ser la de crear ciudadanos cultos, con espíritu crítico y plural y con herramientas para el análisis y la comprensión avanzadas. No personas sin conocimientos a los que se puede manipular con una facilidad pasmosa.
En realidad, lo de la LOMLOE, o la Ley Celáa, como se la conoce, sólo se puede entender desde el sectarismo más retorcido. Y si necesitan aún más argumentos, aquí les desgrano algunos más:
- Desautoriza a los profesores
Le voy a desvelar el gran secreto de los mejores sistemas educativos del mundo: la clave no está en el tamaño de las clases, ni siquiera en los recursos (aunque importan), sino en los profesores. La calidad de los profesores es lo que lo explica todo.
Datos hay de sobras para corroborar esta hipótesis. John Hattie, de la Universidad de Melbourne, resumió los hallazgos de más de 65.000 investigaciones académicas sobre los distintos métodos de enseñanza y llegó a la conclusión de que muchos de los elementos que normalmente consideramos clave (como el número de alumnos por clase, por ejemplo) en realidad no tienen tanto impacto como nos creemos. Toda la evidencia empírica es clara y contundente: lo que realmente importa, lo que realmente lo cambia todo, es la calidad de los docentes.
¿Tenemos nosotros una ley que mejore la calidad docente? ¿Que ayude a los profesores a desarrollar todo su potencial? No, por supuesto que no. Lo que tenemos es todo lo contrario: todas las leyes de educación de la democracia (insisto: llevamos ocho) han tenido en común la devaluación de la práctica docente y su prestigio social. Al profesor antes se le respetaba; ahora se le pone en duda siempre, cuando no se le desdeña directamente y se le sepulta bajo una burocracia excesiva e ilógica. Con la nueva ley aún será peor: quedarán relegados a meros comparsas que sólo tendrán que permitir que los alumnos pasen de curso aunque hayan suspendido.
2. Da todo el poder a los gurús de la nueva pedagogía.
Muchos expertos afirman que uno de los grandes problemas del sistema educativo español es que, en vez de escuchar a los profesores, se da todo el protagonismo a los pedagogos, algunos auténticos gurús que no han pisado un aula en su vida. Y éstos, en vez de propiciar un modelo de contenidos que realmente forme, lo que han propiciado es un enfoque pseudocientífico, de puro postureo y frase fácil, más parecido a la literatura barata del New Age que a un currículum para formar a generaciones enteras.
3. No se imparte conocimiento
Otro de los grandes y gravísimos errores: creer que el conocimiento es malo y, aún peor, que discrimina. Creer que un niño de clase obrera no tiene por qué leer buena literatura o tener acceso a los grandes artistas de la humanidad. Creer que hacer estudiar diptongos e hiatos puede crear traumas insalvables. La manida y ridícula frase de “está todo en Internet”. Creer que la alta cultura es sólo para una élite capitalista salvaje. Y ni hablamos de los idiomas extranjeros.
Lo único que parece ocurrírseles a nuestros políticos frente a los problemas educativos es bajar el nivel. Otra vez. De nuevo. Bajar y bajar el nivel hasta que lleguemos a lo que vamos a tener ahora: que se podrá pasar de curso sin haber adquirido unos conocimientos básicos. Todo esto se hace, supuestamente, para “ayudar” a las clases menos pudientes cuando en realidad lo que están haciendo es todo lo contrario: las están condenando. Además de la condescendencia insufrible que implica pensar que un alumno de clase obrera no puede asumir una carga lectiva determinada, hay un tema de fondo: negar el acceso al conocimiento no nos hace “más iguales”, lo único que genera es que grupos de población tengan menos posibilidades en el futuro.
4. ¿Elección del centro?
Les voy a desvelar dos de los secretos mejor guardados de todo nuestro sistema educativo. El primero: que la educación pública ya es mayoritaria. Hay 20.000 colegios públicos de primaria y secundaria frente a los 9.000 concertados y privados. O, dicho de otro modo, dos de cada tres alumnos en España van a colegios públicos.
Pero, segundo secreto: no todos los colegios públicos son iguales. En realidad, está demostrado que hay colegios públicos para ricos y para pobres. Depende de dónde estén situados y cuál sea el perfil socioeconómico de los padres. Si el barrio es de clase media con padres y madres de profesiones liberales, el colegio público es de mucha mejor calidad que uno situado en el extrarradio con familias con dificultades. Por ello, cuando muchos políticos que se llenan la boca con la defensa de la educación pública en realidad suelen llevar a sus hijos a colegios de zonas pudientes. Es más, muchos se han asegurado de poder ir expresamente a ellos, una opción que niegan a otras familias.
Que a los padres y las madres se les niegue la elección del centro es una barbaridad por muchas razones, pero la principal es que niega oportunidades básicas a un montón de alumnos.
5. Olvidémonos de Finlandia y miremos a Estonia.
Tradicionalmente, los modelos educativos con mejores resultados eran Corea del Sur, Singapur, Japón y Finlandia. Pero a partir del 2016, otro país comenzó a sonar en todas las discusiones educativas internacionales: Estonia. Ya en el informe de PISA del 2012, Estonia ocupaba el número 11 en matemáticas y lengua, y era la sexta del mundo en ciencia. Es decir, obtenía mejores resultados que Francia y Alemania y le pisaba los talones de cerca a Finlandia.
Es más: en algunos indicadores era clarísimamente la mejor de Europa. Por ejemplo, PISA calcula que el número de alumnos que son weak performers, algo así como rezagados o de bajo rendimiento. Pues bien, Estonia era la que menos weak performers tenía en Europa: tan sólo un 10% en matemáticas y lengua, y un escaso 5% en ciencias.
Deben estar pensando que Estonia tiene una sociedad muy homogénea en términos de renta, y que este factor explica unos resultados tan fabulosos. Pero se equivocan. Una de las cuestiones más sorprendentes e interesantes es que más de un tercio de alumnos de familias de rentas bajas estaban entre los mejores estudiantes del país. Es más: la diferencia entre los resultados entre los alumnos más ricos y los más pobres es la segunda más baja de la OCDE.
¿Estamos estudiando a Estonia para ver cómo han conseguido semejante proeza? De nuevo la respuesta es no. Por cierto, lo que hicieron los estonios fue crear un currículum increíblemente bien pensado y académicamente muy riguroso y, sobre todo, destinar muchos fondos a formar mejor a los profesores. También dieron mucha autonomía a los centros para decidir sobre el día a día y los contenidos concretos.
6. ¿Matemáticas? ¿Y si miramos a Singapur?
El modelo de Singapur para enseñar matemáticas es tan bueno que, en julio del 2016, el gobierno británico anunció que la mitad de las escuelas primarias de Inglaterra adoptarían su sistema de enseñanza. Es más: se destinaron 41 millones de libras en cuatro años para formar a profesores en técnicas singapurenses y a desarrollar material específico.
¿Y dónde está la clave, se estarán ustedes preguntando? Bien, el gobierno británico envió a expertos a Singapur parar descubrir los factores de éxito y se dieron cuenta de que, para empezar, el pequeño país asiático había puesto mucho empeño en hacer las cosas bien. El “método de Singapur” lo desarrolló un equipo de profesores en la década de los ochenta a quienes el gobierno les encargó la creación de materiales educativos de alta calidad. Estos profesores estudiaron las últimas tendencias en ciencias behavioural y viajaron a otros países (entre ellos, Canadá y Japón) para comparar la efectividad de los diferentes métodos.
Las conclusiones a las que llegaron fueron sorprendentemente sencillas, pero muy prácticas: el currículum de matemáticas debía ser sencillo, pero los temas se debían tratar con profundidad. Las explicaciones debían ofrecerse con un lenguaje fácil y siempre se debían evitar divagaciones teóricas complicadas. No se podía pasar a un nuevo capítulo hasta que todos en clase hubiesen asumido los conocimientos del tema previo. Y, sobre todo, se tenía que poner el énfasis en resolver problemas. Todo debía ser práctico y aplicable a la vida diaria.
¿Parece bastante obvio, verdad? Pues aquí no hacemos nada de esto.
6.- La nueva ley se hizo con nocturnidad y alevosía
Para acabar: una de las cuestiones más tristes de esta ley es que se ha hecho prácticamente a escondidas y sin contar con consensos amplios (ni siquiera los han buscado). Es más: el proyecto de ley se registró la pasada legislatura, en plenas Navidades. Se desarrolló parlamentariamente en plena expansión del coronavirus, sin que la comunidad educativa pudiera participar ni se diera tiempo a la oposición para presentar y estudiar enmiendas. La ley fue aprobada por el gobierno en noviembre.
Fue la metáfora perfecta para explicar la nueva ley: hecha deprisa y corriendo, sin entender bien la situación, sin estudiar bien los problemas reales, sin dar con soluciones prácticas, sin buscar una coalición amplia que permita inyectar estabilidad en el sistema.
El resultado, por supuesto, era previsible: es una ley que parece un panfleto político. Un auténtico desastre.
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