Cae la noche en un pequeño pueblo de la provincia granadina. Es el año dos de la era Covid y el primer agosto con los luminosos titilando en la plaza principal. En el descampado anejo, un grupo de jóvenes se arremolina en torno a una de las atracciones. Esperan su turno para trepar hasta los brazos del Canguro y entregarse al zarandeo. En el recinto, los himnos de los festejos, de Camela al reggaeton, rugen de nuevo. Los feriantes han vuelto.

“Hemos arrancado tarde pero es muy importante arrancar”, admite Fernando Fernández, un empresario del sector que lleva la feria en la sangre. “Tengo 58 años y ya era feriante en la barriga de mi madre”, bromea. Está de buen humor. Tras 18 meses de obligado parón, decretado por la propagación del coronavirus, éste que apura ya sus últimas días ha sido el verano del reencuentro. “Después de año y medio en el dique seco, reactivar nuestro sector nos produce mucha alegría”, confiesa exultante.

El universo que rodea a las fiestas populares que recorren cada estío la España rural es uno de los sectores más castigados por las cinco olas que, sin tregua, han azotado nuestro país desde marzo de 2020. Según cifras del gremio, hasta 30.000 familias españolas vivían del jolgorio de los festejos. “Lo hemos pasado mal”, confirma Rocío Heredia. A sus 18 años, representa a la tercera generación de una estirpe dedicada al negocio. “Otras familias del sector lo han pasado mucho peor. Nosotros, al menos, no hemos tenido que recurrir a Cáritas para comer. Algunos han llegado a alquilar sus casas para irse a vivir a las caravanas”, apostilla.

Una colchoneta vacía en una feria local este agosto

La nueva normalidad ha impedido, de momento, el regreso de las verbenas tal y como las conocíamos. Las grandes citas ni siquiera se han celebrado pero muchos municipios de la geografía patria han optado por, avanzada la vacunación, permitir la instalación de atracciones en sus tradiciones feriales. “Ni siquiera están funcionando a medio gas, más bien al ralentí, pero al menos las atracciones no siguen paradas en las naves”, comenta Fernando, presidente de la asociación de industriales feriantes de Almería. “La recaudación es muy distinta. Esto es como el pescador que va a la mar. Echa la red y lo mismo saca como no saca. Así es la feria”, replica.

Agudizar el ingenio

La gente sigue teniendo miedo. Otros tienen muchas ganas. Nos dicen que traemos la alegría

ROCÍO HEREDIA, FERIANTE

La familia de Rocío regresó a las andadas a finales de junio. Desde entonces recorre los pueblos de Andalucía oriental, tomando el pulso a un sector con las constantes vitales seriamente dañadas. “La gente sigue teniendo miedo. Algunos piensan que puede ser un foco de contagio. También hay otros que tienen muchas ganas. Nos dicen que traemos la alegría al pueblo”, murmura la joven, que en los meses más duros de la pandemia decidió hacer del ingenio su tabla de salvación. “Nos pusimos a preparar cestas de chucherías y mi padre se tuvo que ir con el camión a Francia y Alemania porque entraban cero ingresos en casa”, rememora.

Durante meses, lidiaron con la incertidumbre del regreso. “En febrero o marzo no teníamos ninguna expectativas de que este verano pudiéramos hacer alguna feria. Estuve llamando a los ayuntamientos y solo te decían que había que esperar a ver como estaban los casos. Ni siquiera sabíamos si íbamos a tener para pagar lo que había que pagar”, evoca Rocío. El primer intento de retomar la actividad fracasó estrepitosamente. “Montamos en el pueblo un pequeño parque porque no había expectativas de ferias y queríamos al menos tener para poder comprar y comer. Hacíamos 10 euros, sin exagerar. No merecía la pena y lo tuvimos que quitar”.

Sin ayudas

Desde la declaración del Estado de Alarma, las asociaciones que engloban al sector batallaron para rascar ayudas de las administraciones. “Los ingresos actuales son nulos y se van a mantener así hasta que la crisis sanitaria dure”, denunciaba un manifiesto que el gremio envió al Gobierno en abril del año pasado, en los primeros compases de la pandemia.

El texto reclamaba un paquete de ayudas -entre aplazamiento de impuestos, líneas de crédito exclusivas, suspensión de la cuota de autónomo o reducción de la tasa de la seguridad social- que ha caído en saco roto. “No hemos recibido más ayuda que la de cese de actividad. Al final se quedaban en 600 euros. Ya me dirá si era suficiente para una familia de seis miembros”, se queja Rocío. “Parece que la feria es el último sector que existe en España cuando pagamos seguros, revisiones e impuestos”, opina Fernando.

La temporada del regreso ha estado marcada por la incertidumbre. “Hay festejos que se han suspendido en el último momento. En realidad, no se están celebrando ferias como tal. Solo se está permitiendo la instalación de atracciones”, precisa Fernando. Una decisión sujeta al plácet último de los consistorios locales. “Hay que pedir a los ayuntamientos que sean valientes. Hay alcaldes que son unos campeones y que han puesto toda la carne en el asador para que esto saliera adelante”, celebra el veterano empresario.

Una caseta de tiro en una verbena

Un ejercicio de resiliencia

“Las medidas de precaución son estrictas. Se desinfecta antes de subir y después de bajar. Todo el mundo va con mascarilla y hay gel hidroalcohólico en todos los puntos de la atracción”, reseña. “En muchos pueblos los recintos se han cercado y se han colocado guardas controlando la gente que accede y que lo hacen con mascarillas y con el aforo permitido”, indica Rocío, heredera de una tradición familiar con más de cuatro décadas de antigüedad. “Gestionamos un tren de la bruja, unos coches de choque, un tiovivo, un dragón, colchones, maquinas de algodón y puestos de buñuelos. Muchas cosas, ya ve”, enumera.

He estado de camionero, llevando lechugas, sandías y lo que me ordenaban. Los feriantes somos unos todoterrenos

FERNANDO FERNÁNDEZ, FERIANTE

Nadie en el sector se atreve a cuantificar las pérdidas de un año y medio con el cartel de "cerrado". “Y no solo somos nosotros sino también los organizadores de mercados medievales, carpas o pirotecnia. Esta pandemia nos ha tocado a todos y se va a quedar. Hay que soportarlo y llevarlo de la mejor manera posible”, aclara Fernando, que también tuvo que dejar aparcadas las atracciones y buscar trabajo. “He estado de camionero, llevando lechugas, sandías y lo que me ordenaban. Los feriantes somos unos todoterrenos. Estamos preparados para todo”.

Una resiliencia que cada noche se pone a prueba, bajo las luces de una feria que ha cambiado su rostro para adaptarse a las limitaciones horarias y los protocolos sanitarios que imponen los tiempos de zozobra. “Creemos que esto pasará algún día y que la gente volverá”, dice esperanzada Rocío. “Cuando aparecen las atracciones por un pueblo, una aldea o una ciudad, la feria es la feria. Arrastra a otras cosas. Viene gente de fuera y se termina notando en el comercio local. La feria es un puntal, es lo más”, zanja Fernando. Una cita de los veranos de pueblo que sobrevivió al covid y está oficialmente de vuelta.