Desde hace una semana cientos de colaboradores afganos y sus familias han llegado a Torrejón de Ardoz, procedentes de Kabul. La rápida caída de la capital en manos de los talibanes y la fecha límite del próximo 31 de agosto han acelerado una evacuación que observan con cierta envidia desde Irak. Los intérpretes iraquíes que trabajaron a las órdenes del ejército español malviven desde el repliegue hace un año del contingente. Temen, además, por sus vidas ante el auge de las milicias chiíes apoyadas por Irán, que lanzan continuas amenazas contra la cada vez más residual presencia de EEUU y los países miembro de la coalición internacional contra el autodenominado Estado Islámico en el país.
“Ojalá vinieran a rescatarnos. Eso nos salvaría”, admite en conversación con El Independiente Ali, el nombre ficticio de un intérprete de 22 años que durante tres años sirvió en la base “Gran Capitán” de Besmayah, a unos 40 kilómetros al sureste de Bagdad. En julio de 2020 las fuerzas armadas españolas completaron el repliegue y entregaron las instalaciones a sus homólogas iraquíes, a las que adiestraron desde 2015 al abrigo de la coalición liderada por Estados Unidos contra el autodenominado Estado Islámico, que llegó a ocupar un tercio del país.
Ali había perdido su empleo meses antes, en abril de aquel año, por la combinación de la propagación del coronavirus y el asesinato en enero en un ataque con dron estadounidense del general iraní Qasem Soleimani. Su liquidación inauguró una retahíla de ataques contra las bases de la coalición internacional firmadas por “Hashid Shaabi” (Movilización Popular, en árabe), la constelación de milicias chiíes iraquíes apoyadas por Teherán. Una vendetta que no ha concluido. A finales de julio dos proyectiles impactaron contra las inmediaciones de la embajada estadounidense en Bagdad, ubicada en la Zona Verde.
Sin trabajo ni esperanzas laborales
“No he vuelto a trabajar desde entonces. Estoy intentando establecer un pequeño negocio por internet pero no puedo trabajar en grandes empresas porque la mayoría de sus dueños están conectados con las milicias”, explica Ali. La situación es similar entre la treintena de intérpretes que trabajaron para los uniformados españoles durante cerca de un lustro. En Besmayah, por la que desfilaron el rey Felipe VI y sucesivos ministros de Defensa y Asuntos Exteriores, medio millar de efectivos españoles formaron a unas fuerzas de seguridad iraquíes que, como ha sucedido ahora en Afganistán, colapsaron ante la moral y el temor que infundían las huestes del extinto califato.
Ali y otros compañeros que desempeñaron la misma tarea en la base española reconocen que no han tenido noticias de España desde que fueran despedidos a través de un escueto mensaje de WhatsApp. Fuentes del ministerio de Defensa consultadas por este diario precisan que “el plan de ayuda a los trabajadores que colaboraron con los españoles en Afganistán, no solo intérpretes de las tropas españolas, es una acción del Gobierno en el que están implicados varios Departamentos, Exteriores, Interior y Defensa, entre otros”.
“No es un plan del ministerio de Defensa. Por lo tanto, cualquier actuación similar con los iraquíes que pueda realizarse sería, también, una acción conjunta de varios departamentos ministeriales”, arguyen en un intento de repartir responsabilidades. Hasta ahora, la principal consigna del ejército para eludir cualquier intento de auxilio de los colaboradores iraquíes de España era que los intérpretes habían sido subcontratados a través de una empresa local. “Los intérpretes locales que trabajaron para las fuerzas armadas españolas desplegadas en Irak proporcionando el 'servicio de intérpretes locales para el contingente español en Irak' lo hicieron a través de un contrato realizado con la empresa Al-Morabaa Al-Massy General Contracting Co”, deslizan fuentes militares a este diario.
Defensa asegura que “los intérpretes no eran siempre los mismos, pues el contrato se hacía a la empresa”. “Ésta asignaba los trabajadores según sus criterios para el empleo de los mismos”, aducen. Sin embargo, los traductores consultados por este diario guardan con celo imágenes compartiendo mesa con miembros del contingente español y diplomas expedidos por el teniente coronel y el capitán jefe del base en los que subrayan el “excelente trabajo” brindado durante meses.
Nadie puede saber que estuvimos trabajando para el ejército español. Si las milicias llegan a saberlo, nos matarán sin preguntarnos
Unos honores que guardan en un cajón porque mostrarlos en público podrían colocarles en la diana. Tampoco pueden incluir en su currículum los años servidos en Besmayah ni justificar lo que hicieron durante ese lapso de tiempo. “Nadie puede saber que estuvimos trabajando para el ejército español. Si las milicias llegan a saberlo, nos matarán sin preguntarnos”, admite Ali. Solo sus padres saben que sirvió en una base militar. “Por eso estamos escondidos y por eso no podemos trabajar en casi ningún sitio”, detalla con amargura el joven, graduado en turismo en Bagdad y que trabajó para el ejército español por un sueldo de 1.200 euros mensuales.
Los intérpretes que ayudaron a las tropas occidentales desplegadas en Irak llevan años en el blanco, amenazados desde dos flancos del conflicto que ha desengrado el país desde el ocaso de Sadam Husein en 2003, la insurgencia yihadista -primero la sucursal local de Al Qaeda y después el IS (Estado Islámico, por sus siglas en inglés)- y las milicias chiíes, que práctican un sadismo similar a los primeros. Las milicias, a diferencia de los yihadistas, están oficialmente integrados en el aparato de seguridad del Estado iraquí pero, en la práctica, actúan por libre.
La amenaza de las milicias chiíes
“EEUU también está implicado en una guerra con las milicias alineadas con Irán. Sus bases en Irak fueron atacadas en al menos siete ocasiones en julio”, reconoce Ranj Alaaldin, investigador del centro Brookings Doha, que reclama que las milicias “sean tratadas como el IS”. “Al hacerlo y establecer políticas en consecuencia, EEUU y sus aliados podrían al menos comenzar el proceso de desarrollo de parámetros para combatir estos grupos de una manera viable y sostenible”, alega. La misión estadounidense en Irak –que ha pasado de más de 5.000 efectivos a poco más de 2.500- concluirá a finales de este año, conforme al pacto alcanzado hace unas semanas por el presidente estadounidense Joe Biden y el primer ministro Mustafa al Kadhimi.
La situación de las milicias es cada vez peor porque hacen lo que les viene en gana sin miedo del Gobierno
Un calendario que no ha disuadido a las milicias y sus continuas embestidas. Uno de los grupos, Asaib Ahl al Haq, ha jurado librar una “guerra abierta” contra las fuerzas estadounidenses y sus intereses en el país hasta su total retirada. El pasado octubre la misma organización puso en el disparadero a los traductores que se enrolaron en las tropas occidentales. “Hoy ofrecemos el perdón a todos aquellos que se insultaron a sí mismos, al país y a su religión sirviendo a los americanos, los británicos y el resto de enemigos de Irak. Os proporcionaremos un salario mensual y seguridad si os ponéis en contacto con nosotros”, ofrecía el grupo en un comunicado. En la oferta, que sus supuestos beneficiarios consideran una trampa, se ofrecen sueldos de 3.000 dólares.
La llamada no fue escuchada por los intérpretes que guardan como un tesoro los regalos que les brindaron los soldados españoles, desde una camiseta hasta los mensajes de despedida o sus identificaciones. “La situación de las milicias es cada vez peor porque hacen lo que les viene en gana sin miedo del Gobierno”, relata Mohamed, otro de los traductores que trabajaron con los uniformados españoles. Las milicias han impuesto su ley en amplias zonas de Irak, con ataques contra tiendas de venta de alcohol y clubes nocturnos y el asesinato de activistas, manifestantes, analistas, líderes políticos y funcionarios de seguridad. La Comisión de Derechos Humanos iraquí ha documentado hasta 85 asesinatos desde octubre de 2019 atribuibles a las milicias.
Sus desfiles militares son una demostración de que su músculo no ha dejado de fortalecerse desde el asesinato de Soleimani. Su presencia pública va en aumento, con la formación de grupos que patrullan las calles pertrechados de AK-47 y pasamontañas lanzando amenazas contra la clase política. En noviembre el activista local Akram Adhab fue disparado en Bagdad por encapuchados tras denunciar que “Bagdad era una prisión de las milicias”. Hasta en dos ocasiones durante este año Biden ha ordenado bombardeos contra posiciones de las milicias en represalia por sus ataques a las tropas estadounidenses.
El creciente terror que ejercen estos grupos paramilitares fuera del control de las autoridades iraquíes no ha modificado, sin embargo, un ápice de la estrategia del ministerio que dirige Margarita Robles, que sigue defendiendo haber dejado sin amparo a los intérpretes que hicieron posible el desarrollo de la misión patria. “A raíz de los acontecimientos de primeros del año pasado, y la suspensión de actividades de adiestramiento, se comunicó a la empresa que, dado que ya no eran necesarios, se suspendía la prestación del servicio, aunque se les seguiría pagando en tanto el contrato estuviera en vigor, y se quedaba a la espera de la evolución de la situación para el caso que se pudieran iniciar de nuevo las actividades”, explican desde Defensa.
El abandono español
La reanudación nunca llegó a producirse, con Irak convertido, de nuevo, en un polvorín y con un Gobierno cada vez más débil frente a la injerencia iraní. “El repliegue de las unidades ubicadas en Besmayah, derivó en el cese de la necesidad de disponer de intérpretes locales y se paralizó el contrato durante el mes de abril de 2020, finiquitándose el mismo en el mes de junio, tras haber cumplido con todos los requisitos contenidos en el contrato”, agregan las citadas fuentes.
Un abandono que tienen grabado con fuego los colaboradores iraquíes. Su situación resulta cada vez más precaria porque en los últimos meses medios de comunicación vinculados con las milicias chiíes han llegado incluso a difundir listados de iraquíes, con nombres, direcciones y matrícula de vehículos, que accedieron a las bases de la coalición internacional.
No tengo trabajo. Mi padre me está dando un poco de dinero para vivir
La mayoría de los traductores a sueldo de España no ha vuelto a tener un contrato laboral desde la primavera de 2020. “No tengo trabajo. Mi padre me está dando un poco de dinero para vivir”, reconoce Mohamed, que no ha olvidado su labor en la árida Besmayah. “Lo tengo todo grabado en la memoria: los regalos que me dieron, las recomendaciones que me hicieron y las fotos”, esboza.
Ahora, con las instantáneas de la evacuación aún inconclusa de Afganistán, Ali y Mohamed se han reconocido en quienes lograron subirse a los aviones. “Mis sueños son muy sencillos, los de cualquier ser humano”, dice Ali. “Tener una vida normal como los jóvenes de otros países: tener un coche, trabajar sin tener miedo y salir fuera con mis amigos sin temer que te vayan a pegar un tiro”, completa Mohamed.
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