No lo vivieron y apenas lo conocieron. En las encuestas suelen salir mal parados. ‘De oídas, sí’, dicen. Los jóvenes vascos desconocen mucho de lo que sucedió en cincuenta años de violencia terrorista. En realidad, nadie se lo ha contado del todo. El silencio ha sido la lección sobre la que han caminado, escuchando aquí y allá lo que decían sus mayores.
Quizá carezcan de conocimiento pero no de memoria. La suya sobre ‘el conflicto vasco’ también existe, está ahí, construida de retazos, de fragmentos, en ocasiones inconexos, pero es la suya, la que configura su opinión de lo sucedido. Hecha de silencios en casa, de incomodidad en el grupo de amigos para abordarlo, de canciones sobre el tema escuchadas, de relatos repetidos, de frases repetidas una y otra vez, de noticias sin contexto…
Así es la generación del futuro, la que deberá apuntalar la convivencia en Euskadi. Sobre ellos recaerá esa responsabilidad. Tuvo la fortuna de no padecer la violencia pero tendrá la responsabilidad de cerrar la herida de sus padres. La Universidad de Deusto se propuso averiguar cómo han formado su opinión y cómo se podría apuntalar, corregir o formar en claves de rigor histórico y de deslegitimación de la violencia. Para ello, primero habría que recorrer el camino inverso: conocer cuál y por qué es su punto de partida, ajustar su conocimiento a la verdad y encauzarla en claves de rechazo a la violencia.
A través de una ‘Comunidad de aprendizaje’ un grupo de jóvenes de entre 17 a 25 años, de procedencias e ideologías distintas, se ha reunido durante un año para poner en común su visión, su conocimiento sobre la violencia en Euskadi. Cada uno con sus circunstancias, las que han contribuido a dar forma a su memoria particular. El reto, ‘deconstruir’ creencias equivocadas, reforzar el espíritu crítico y ayudar a explorar mediante preguntas y reflexiones en la construcción de la paz.
Un 'conflicto milenario'
Miguel Ortiz de Urbina siempre quiso saber algo más. En su ‘cuadrilla’ no se podía hablar, en la calle percibía que tampoco y en su familia “la violencia de ETA marcó demasiado el discurso político y yo quería escuchar otras opiniones”. A Usoa Artigau le sucedía algo similar. Su interés por la historia reciente de Euskadi era difícil de satisfacer en su entorno más cercano, “lo del conflicto vasco no tenía oportunidad de hablarlo, no ves que existan espacios donde poder abordarlo con tranquilidad, donde compartir tu visión”: “Sentía cierta tensión y silencio cada vez que tocabas el tema”.
Por eso la experiencia piloto de la Universidad de Deusto les ha aportado a miguel y Usoa lo que no encontraban en su entorno, “un espacio seguro en el que poder expresarte”. La ‘comunidad de aprendizaje ha tratado con estos jóvenes muchos de los aspectos que han ido conformando su particular ‘memoria’ de lo sucedido. Entre ellas, las ideas preconcebidas asimiladas como reales y sobre las que han configurado su visión. “Yo tenía la idea de que este era algo así como un ‘conflicto milenario’ que, pasara lo que pasara, siempre estaría aquí. Y no lo es”: “El proceso vivido ha logrado desmontar esa idea, la violencia no fue fruto de ningún conflicto milenario, tuvo un origen y tiene un final”. También Usoa reconoce que en su ‘memoria’ sobrevolaba la idea de cierta legitimidad de la violencia: “Ahora sé que no la tiene, que la violencia siempre acarrea sufrimiento, en todos los casos.
El proceso llevado a cabo se ha basado en una primera base de puesta en común de las experiencias de los jóvenes para vincular después esas ‘memorias’ individuales a las ‘memorias colectivas’ que perviven en Euskadi. En una tercera fase, estas visiones se contrastan con el relato de las víctimas de la violencia. En una fase final, se contrastan en un taller histórico en el que verificar la veracidad de ideas preconcebidas, ‘mitos’ o relatos asumidos.
La investigadora principal del proyecto, Ángela Bermúdez, asegura que del trabajo realizado sí se puede concluir que muchos jóvenes vascos llegan a “normalizar” el uso de la violencia: “No es una legitimación pero sí llegar a verlo con normalidad, asumir que es algo inevitable que siempre estará ahí”. Bermúdez señala que en gran medida este tipo de argumentos se justifican por los relatos escuchados a lo largo de su vida, no por la experiencia vivida, “relatos que justifican la violencia, lo han naturalizado a través de la cultura, la música, la política, los medios”. En gran medida, esas posiciones responden también al campo libre dejado por los “silencios” en los que se han movido las generaciones más jóvenes.
Historia y memoria
La investigadora del Centros de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto, Izaskun Sáez de la Fuente, asegura que en los últimos años se han dado pasos en la sociedad vasca en un acercamiento hacia lo sucedido desde la perspectiva de la ética pero no de la historia. “Ese acercamiento histórico es necesario para la desnaturalización de la violencia, es necesaria esa sinergia entre el acercamiento ético y el histórico”.
Recuerda que muchos de los “fragmentos” de memoria de los jóvenes sobre lo sucedido están construidos de una combinación de trazos de memoria individual, colectiva, relatos, ideas y simbologías captados de su entorno cercano, cultural y social. Trazos en ocasiones procedentes de relatos de lo que llaman ‘el conflicto milenario’ en el que se ha basado en muchos ámbitos la justificación de la violencia.
Ante ello, llama a trabajar una “historización de las memorias, interpelándolas desde criterios de verdad, inclusividad, integralidad y justicia” y por otro lado “memorializar la historia” encarnándola en las víctimas y su sufrimiento injusto.
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