Esta vez las capuchas fueron blancas. Serían las últimas que veríamos. Los tres miembros de ETA anunciaban que lo dejaban, que ya no habría más atentados. Aquel 20 de octubre de 2011, de hace ya una década, Euskadi por fin respiró. Parecía que esta vez sí, que aquella declaración certificaba el ansiado final. Aún quedarían casi siete años hasta que la banda certificó su disolución, su desaparición como organización. Un periodo en el que intentó, sin éxito, negociar su desarme con el Gobierno y un final penitenciariamente honroso para sus presos. No lo logró. La última noticia de ETA llegaría en mayo de 2018 en un comunicado leído por ‘Josu Ternera’ y Soledad Iparragirre, ‘Anboto’ en el que proclamaban el final de su “ciclo histórico” y que, tal y como ETA “surgió del pueblo”, ahora, casi 60 años después de su fundación, “regresaba a él”.
La década transcurrida sin la violencia terrorista insufló en sus inicios esperanza, oxígeno y tranquilidad a una sociedad vasca demasiado acostumbrada a guardar silencio, a vivir agitada y temerosa. A partir de aquel octubre de hace diez años el empresariado, la clase política, la judicatura, los medios de comunicación, la Ertzaintza y los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado lograron desprenderse de la amenaza, ya debilitada, que la banda había ejercido sobre sus colectivos.
La esperanza se situó en el deseo de poder iniciar un nuevo tiempo en paz también en saber recomponer y sanar las heridas como sociedad, en acertar para construir una convivencia normalizada en el País Vasco, en formar a una juventud capaz de condenar sin ambajes la violencia y dejarla como un mal episodio de la historia reciente… Transcurrida una década, muchas de aquellas esperanza continúan siendo más un deseo, cuando no una frustración.
Casos sin resolver.
Es probablemente la asignatura pendiente más dolorosa de esta década. Cuando ETA anunció que dejaba las armas, en cientos de hogares descansaron. Su amenaza desaparecía. Eran los supervivientes. En al menos otras 350 familias, en cambio, la noticia llegaba muy tarde. Los crímenes cometidos por la banda contra su ser querido seguían sin resolverse. Hoy, diez años después, la mayor parte de ellos están en el mismo punto, sin culpables, sin condenados. En este tiempo se han dado pasos, como la creación de una fiscalía específica que investiga estos procedimientos y que algún resultado ha dado. Sin embargo, siguen siendo cientos los casos pendientes, ocultos en un cajón, prescritos y sin que nadie se ocupe de ellos.
Reconocimiento del daño causado.
La petición suena ya como un mantra sin respuesta. Al mundo que respaldó, cuando no colaboró, durante décadas la violencia de ETA las instituciones les exigen desde hace diez años una clara condena de la violencia y una autocrítica del papel que jugó. El último plan de convivencia del Ejecutivo Vasco, ‘Udaberri’ (Primavera) vuelve a solicitarlo. Los movimientos en el entorno de la izquierda abertzale han sido por ahora tímidos. La condena expresa a acciones violentas es aún un tabú para la coalición de Arnaldo Otegi. Su apoyo a los actos de respaldo a los presos de ETA, a los ‘ongi etorri’ y otros episodios, sigue suscitando la indignación de las víctimas de la banda.
‘Memoria de memorias’.
Concluida la etapa más cruenta se inició el periodo para dejar constancia de lo ocurrido. Fue entonces cuando de nuevo las pugnas ideológicas volvieron a contaminar el proceso de construcción de una memoria justa y veraz de lo sucedido. En estos años las instituciones han puesto en marcha procesos para dar forma a la memoria. El Ejecutivo central lo ha hecho apoyándose en su propio Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo, el Gobierno de Urkullu en el Instituto de la Memoria, ‘Gogora’. Cada uno con sus matices, con sus subrayados. El recelo de los primeros años de esta década de paz se ha ido perdiendo en favor de una colaboración que parece intensificarse. En este juego de memorias también la izquierda abertzale ha activado procesos de documentación, plataformas y contenidos para escribir su propio relato de lo sucedido; También con sus olvidos y subrayados.
Convivencia
Es la gran aspiración. La fractura social vivida en la sociedad vasca costará tiempo sanarla. Los programas institucionales siguen siendo, hoy por hoy, más una herramienta necesaria que un producto fructífero y de gran aceptación. Aún hoy muchos de sus programas escolares suscitan recelo y enfrentamiento y la demanda para participar en ellos es baja. Tampoco los actos de respaldo a las víctimas que periódicamente se celebran cuentan con la participación activa de los ciudadanos. La necesidad de pasar página, de dejar atrás el pasado doloroso para mirar al futuro parece haberse impuesto. Ni siquiera la posibilidad de humillar a sus víctimas frena a quienes apoyan a los presos de ETA a honrarles en plena calle. Los ataques a sedes políticas, a agentes de la Ertzaintza, rememorando episodios más propios de la vieja ‘kale borroka’, revelan que la convivencia está aún lejos de asentarse plenamente.
Reparación
La izquierda abertzale aún se resiste a condenar su pasado. Más aún a reconocer que matar en nombre de Euskal Herria estuvo mal. Tampoco la colaboración de los presos de ETA para esclarecer los crímenes sin resolver ha sido una actitud presente en esta década. Más aún, el colectivo de presos dejó claro que la “delación” era una “línea roja” que no se debía traspasar. Institucionalmente sí se han dado pasos. La llamada ‘justicia restaurativa’ que ahora quiere impulsar el Gobierno vasco en las prisiones sigue siendo más una excepción que una norma. Son minoría los presos que piden pedir perdón personalmente a sus víctimas.
Pese al abandono que muchas víctimas aún denuncian, los episodios de reconocimiento público comienzan a repetirse. Ciudades como San Sebastián, una de las más golpeadas por el terrorismo, cuenta ya con numerosas plazas que recuerdan el lugar y la autoría de los crímenes violentos ocurridos en sus calles. A ello se suman los cada vez más frecuentes homenajes a víctimas promovidos por las instituciones.
‘Guerra Sucia’ y tortura
Es otro de los caminos que aún registra un largo recorrido por transitar. Al igual que muchos crímenes de ETA no han podido ser resueltos en esta década, tampoco los poderes del Estado han dado pasos para esclarecer los crímenes de la llamada ‘Guerra sucia’. En el País Vasco el Ejecutivo de Urkullu ha creado incluso una comisión de valoración de posibles casos de violencia policial. Un informe del Ejecutivo llega a cifrarlos en más de 4.000 y fija posibles indemnizaciones.
La reconversión de la izquierda abertzale
Es un proceso que comenzó incluso antes de que ETA anunciara su final. Arnaldo Otegi siempre ha defendido que él lideró el camino que llevó a la banda a dar por concluida la violencia terrorista y abrir un nuevo tiempo. En estos años, además de la creación de nuevas marcas e imagen, la izquierda abertzale ha intentado distanciarse de su pasado pero sin romper plenamente con él. La necesidad de apoyar al colectivo de presos ha estado presente en todo momento. Incluso la resistencia a condenar algunos episodios de violencia. Esta posición ha provocado tensiones en el seno de la coalición. A todo ello se suma la escisión registrada en el seno del entorno abertzale más radical que considera a Otegi y Bildu el resultado de una suerte de traición a la ‘lucha’ llevada a cabo durante décadas. Pese a todo ello, las circunstancias políticas a nivel nacional han permitido a EH Bildu alcanzar una posición institucionalmente novedosa en su entorno, al convertirse en uno de los apoyos esenciales del Gobierno de España que lidera Pedro Sánchez.
Fin a la dispersión, Euskadi asume prisiones.
Es uno de los últimos elementos que definen esta década de paz. En 1989 el Gobierno de Felipe González activó la política de dispersión por la que alejaba del País Vasco y Navarra a los presos de ETA para evitar un ‘frente’ carcelario de la banda. No ha sido hasta 2018, siete años después del final de la actividad de la banda, cuando el Ejecutivo de Sánchez comenzó a acercar a prisiones próximas a Euskadi a los presos de ETA. Más recientemente, los traslados han sido directamente a prisiones vascas. Está previsto que, de modo progresivo, todos los presos de la banda terrorista puedan cumplir sus condenas en las prisiones vascas. Un cambio que supone el logro de una de las aspiraciones más reclamadas no sólo por el entorno de la izquierda abertzale sino también por el Gobierno del PNV. Desde el 1 de octubre el Ejecutivo Urkullu asume la titularidad de la red de tres centros penitenciarios existentes en el País Vasco.
Socializar la paz, socializar la memoria.
El final de la violencia ha tenido un efecto colateral, la socialización audiovisual y literaria. Las producciones televisivas o producciones cinematográficas con la violencia de ETA como temática se han multiplicado. También la publicación de libros. El caso de ‘Patria’, de Fernando Aranburu, es el ejemplo más exitoso. No el único. Las plataformas audiovisuales han producido series como ‘La línea invisible’, ‘ETA, el desafío’ o ‘Non dago Mikel?’ o más recientes, ‘Maixabel’. Contenido en los que al contrario que durante décadas, la figura del terrorista pierde cualquier connotación de épica y la presencia de la realidad de las víctimas toma protagonismo.
Futuras generaciones.
Se fijó como uno de los retos para la nueva etapa sin violencia. Las nuevas generaciones deberían conocer qué sucedió en Euskadi en los últimos 60 años, deberían recibir formación adecuada para defender la libertad, los principios democráticos y rechazar sin fisuras el uso de la violencia. Pasados diez años, los últimos informes revelan que el desconocimiento del pasado reciente entre las nuevas generaciones es importante. Los programas educativos por el momento no parecen haber provocado un resultado significativo. Tampoco su demanda es generalizada en el sistema educativo. Pese a ello, las unidades docentes, la presencia de víctimas en las aulas o los programas que promueven una cultura de paz sí han registrado un avance importante en estos años.
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