Todo sigue igual. Sin culpables. En estos diez años nada ha cambiado, no al menos en su caso. Los crímenes que acabaron con la vida de sus padres continúan sin resolverse. La esperanza empieza a acomodarse en la resignación de que quizá nunca lo haga, de que probablemente nadie pague por aquello que cambió sus vidas. En la mayoría de los casos la herida ha cicatrizado pero sigue muy presente. Los vacíos provocados a tiros jamás llegan a cubrirse. En estos días en los que medios, partidos e instituciones echan la vista atrás a aquella declaración del final de las acciones terroristas de ETA, nada ha cambiado y todo se ha vuelto a agitar un poco. Tampoco la declaración de la izquierda abertzale trasladándoles su “pesar y dolor por el sufrimiento padecido” o su proclamación de que “aquello” nunca “debió haberse producido” supone un gran consuelo. Demasiado tarde.
Para Iñigo, José Ignacio, José Miguel y sus familias quedan los recuerdos, la memoria de quién fue, de quién pudo haber sido y de quién será en el relato que recuerde su memoria a hijos y nietos. Mientras los analistas se sumergen en los recovecos de los pasos dados en estos diez años sin ETA y escudriñan cada palabra de quienes aplaudieron décadas de atentados, las víctimas avanzan por otras sendas. Cada una por la suya. Muchas por las del silencio instalado, otras por la tristeza que resurge y revuelve en estos días, las hay que prefieren el recuerdo de los momentos felices como terapia y las que quieren seguir reivindicando y exigiendo a la Justicia, a la clase política o a la sociedad más pasos.
Las tres ‘Cartas a ETA’ que hoy publica El Independiente son muestra de ello, del modo personal que cada víctima vive aniversarios como el que hoy se cumple.
Iñigo, hijo de Ángel Pascual Múgica: "Mamá está bien, tus nietos, también"
A Iñigo la vida le dio un vuelco la mañana del 5 de mayo de 1982. Su padre se disponía a llevarle al colegio. A sus 17 años la Universidad ya estaba cerca. Hacía sólo unos días su padre, Ángel Pascual Múgica, director del proyecto de construcción de la Central de Lemóniz, le había enseñado la carta amenazante que había recibido. La enviaba ETA. “Deja el trabajo”, fue su consejo. Pero Ángel, a sus 45 años y tras una vida de sacrificios, no estaba dispuesto a echarlo todo por la borda por la amenaza de unos terroristas.
A la salida del garaje, un coche se interpuso y de él salieron los etarras que acabaron con su vida. En el lugar se recogieron 35 casquillos 9 milímetros Parabellum. Milagrosamente, Iñigo se salvó. Asegura que la carpeta del colegio con la que se protegió le salvó. A partir de ahí, comenzó su nueva vida. Pronto se cumplirán 40 años de aquel atentado, cuatro décadas sin culpables, pero con el recuerdo de su padre más presente que nunca.
Octubre de 2021
Han pasado casi 40 años, la mitad de una vida, 40 años sin verte y, lo que es peor, sin oírte. Tengo algunas fotos tuyas que repaso de vez en cuando pero tu voz se me está yendo de la cabeza. Viví junto a ti tu asesinato cobarde. Fue duro, pero no ha sido lo más duro en mi vida. Después vino un calvario de años en los que no sabía quién era, qué hacía o por qué me había ocurrido lo que me ocurrió. Nunca he odiado y quizás eso me salvó incluso de quitarme la vida. O quizá fue la suerte. No lo sé bien.
Han pasado casi 40 años, papá, y todavía no sé quién ni por qué te mataron.
Después de todo este tiempo tus asesinos y sus cómplices no matan o preparan atentados pero salen a la calle en loor de multitudes, aclamados.
La verdad es que tú eras una buena persona y no hiciste nada para que te mataran. Aunque ya no estén en la memoria de mucha gente, estarás siempre en la nuestra, con la dignidad que te mereces. En fin, no quiero entristecerte.
Mamá está bien con su Alzheimer, gracias a Dios, y tus nietos, también. Te quiero.
Iñigo Pascual.
Hijo de Ángel Pascual. Asesinado por ETA en Mayo de 1982.
José Ignacio, su padre fue asesinado por ETA en 1980: "Solo busco la justicia para poder vivir en paz"
José Ignacio está cansado. Demasiados años esperando, demasiados reclamando, demasiados sin resultados. Hace 41 años que ETA P-M asesinó a su padre. Son los mismos que lleva esperando que alguien pague por aquel crimen. A su padre se lo llevaron la víspera del 7º cumpleaños de su hermana Mariola. Eran las 21.00 horas de la noche. Llamaron a la puerta. Su madre abrió. No eran ningún paquete para el cumpleaños. Cuatro terroristas irrumpieron buscando a su padre, José Ignacio Ustaran Ramírez, perito de profesión. Su delito, militar en la UCD. No le salvó que gran parte de su familia fuera nacionalista. Junto a sus tres hermanos y su madre, los etarras les llevaron a un cuarto de la casa y les advirtieron que no avisaran a la policía. A su padre se lo llevaron secuestrado. Dos horas después, su cuerpo apareció en el interior de su vehículo con dos disparos en la cabeza.
“Después de tantos años buscando con ahínco la verdad y la justicia sólo puedo decir que estoy cansado”, asegura en su carta. Recuerda que los presos que pertenecieron a ETA pueden aún colaborar para esclarecer asesinatos como el de su padre. Pero no es la banda terrorista la única que le ha provocado decepción y cansancio en todos estos años. También su entorno que sigue homenajeando a los terroristas a su salida de prisión. También la clase política por “utilizar nuestro dolor” o la inacción de la Justicia para resolver los asesinatos.
Han transcurrido diez años desde que ETA dejó de matar, pero también más de 50 desde que empezó a asesinar gente inocente. Fueron muchos años de extorsión, secuestros y muerte. Muchos años de sufrimiento que dejaron cientos de familias destrozadas.
Todas aquellas personas murieron defendiendo el estado de libertades que cada día todos disfrutamos.
Hace 41 años que mi padre fue secuestrando en mi presencia, la de mi madre y mis hermanas. 41 años que fue asesinado de dos tiros en la nuca de la manera más cobarde posible y sin posibilidad de defenderse.
Después de tantos años buscando con ahínco la verdad y la justicia solo puedo decir que estoy cansado. Cansado de que algunos para mantenerse en el poder, lleguen a acuerdos con los herederos de ETA, con esa gente que no solo es incapaz de pedir perdón, sino que esconde en sus entrañas mucha información para poder resolver los más de 300 asesinatos pendientes.
Cansado de que muchos políticos utilicen nuestro dolor y nuestro sufrimiento como una pieza más de su circo mediático.
Cansado de ver como otros rinden homenaje a los asesinos cuando regresan a sus pueblos.
Cansado de que 41 años después no se haya hecho justicia y ni tan siquiera se haya identificado y detenido a los culpables.
Cansado de ver eso odio en los rostros de una parte de la sociedad vasca que apoya y defiende a los asesinos.
Cansado de sentirme un expatriado vasco, de ver que hay muchas personas que se tuvieron que marchar de Euskadi por no pensar como los otros.
Después de tantos años únicamente quiero que se identifique, se detenga y se juzguen a los culpables. Después de 41, cansado de tanta espera solo busco la justicia para poder vivir en paz.
José Ignacio Ustaran Muela.
Hijo de José Ignacio Ustaran Ramírez. Asesinado por ETA el 29 de septiembre de 1980.
José Miguel Cedillo, huérfano desde los tres años: "He crecido con ETA y sin padre"
El camino de José Miguel y su madre María Dolores no ha sido nada fácil. Parte del consuelo llegó cuando regresaron al lugar maldito, al paraje en el que ETA mató a su padre, a su marido. El de Antonio Cedillo Toscano fue un atentado cruel. Un comando de la banda terrorista preparó una emboscada en el Alto de Perurena, en Errenteria. A la salida del caserío al que Antonio y sus compañeros solían acudir a comer, el vehículo de los pistoleros les abordó. Alfonso López, Jesús Ordóñez y Juan Seronera murieron en el acto. Los tiros dejaron malherido a Antonio. Rescatado por un camionero, pocos metros después los etarras pararon el vehículo para rematarlo a quemarropa.
Desde entonces, el atentado continúa sin que todos los culpables hayan sido condenados. José Miguel se esforzó por cerrar la herida familiar. Lo hizo con la valentía de entenderse con el alcalde de Errenteria, Josu Mendoza, de EH Bildu, en aras a la reconciliación. Hoy, un olivo sevillano recuerda a su padre en el lugar en el que fue asesinado. Un recorrido que incluye también la necesidad de aprobar herramientas legales para apoyar a huérfanos, a víctimas que, como él, padecen secuelas crónicas de por vida.
Sr. Otegi, soy José Miguel Cedillo, huérfano de ETA desde los tres años.
Un comando asesinó a tiros a mi padre, el policía nacional Antonio Cedillo Toscano, y a sus compañeros en los Altos de Perurena, en Rentería. El atentado destrozó emocionalmente a mi madre y marcó tan profundamente mi vida que sigo en tratamiento de secuelas psicológicas y físicas. He crecido con ETA y sin padre. Tras el atentado vino la increíblemente desastrosa gestión de casos como el mío por parte del Estado gobierno tras gobierno, la incomprensión, la injusticia, el durísimo abuso y la utilización por parte de muchos políticos del dolor de las víctimas, el odio, el rencor, las ganas de venganza … y finalmente la Paz, MI Paz.
Un camino que jamás hubiera deseado que nadie recorriera pero del que también he aprendido como pude demostrarme a mí mismo y a la sociedad el día en que volví a Rentería 39 años después del atentado de mi padre para rendirle el homenaje que nunca tuvo. Plantamos un olivo justo en el recodo del alto en el que fue asesinado, para que su nombre quedara indisolublemente ligado a la convivencia en Paz que nunca tuve, por la que diariamente trabajo y que sé que mi padre hubiera deseado para mis hijos. Se lo merece. Se lo merecen.
No estoy seguro del efecto y veracidad de sus palabras hacia las víctimas pero de lo que sí estoy seguro es de que hoy usted está más cerca de la convivencia en Paz que ayer. Usted, como yo, tenemos la obligación de construir cada día con hechos y palabras ese camino de convivencia. Y demostrarlo.
Quizá le ayude ponerse en mis zapatos. Le invito a conocer de viva voz mis 40 años sin mi padre; los intentos fallidos y repetidos de parecer un niño normal, un adolescente normal, un hombre normal. Mi realidad a día de hoy. Y cómo sigo peleando contra mis secuelas y contra el Estado para que reconozcan a gente como yo: huérfanos de ETA con secuelas acreditadas imposibilitadoras de una vida normalizada que seguimos sin tener la condición de víctima. Imagino que esto le suena lejano, muy lejano. Como para mí era Rentería y el País Vasco hasta que tuve el arrojo de volver con la ayuda y el cariño de tanta y tanta gente buena de aquí y de allí.
No será fácil para ninguno de los dos pero seguro que será bueno y, sobre todo, bueno para la sociedad. Le invito a escucharnos. Nadie sobraba y nadie sobra. Y quizá con mensajes como éste contribuyamos a que la sociedad se mueva para cerrar TODAS las heridas que aún necesitan curarse, como es la exigencia de atender a los huérfanos, víctimas de segunda generación.
Le pido a la sociedad y a los partidos que contribuyan a que este camino tan duro para gente como yo, sea más liviano. Que nadie hable en nuestro nombre, que nadie utilice a las víctimas, que tengamos respeto, justicia y dignidad UNÁNIMES.
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