La Bahía de Cádiz vive sus días más apacibles en semanas. El fuego de once jornadas de huelga y disturbios ha dejado paso a una paz precaria e incierta, que no todos comparten y de la que no pocos recelan. El nuevo convenio del metal ha vaciado las calles que fueron testigos mudas de barricadas, disturbios y cargas policiales. Los trabajadores del sector, protagonistas de cuatro décadas de sucesivos conflictos, han vuelto a enfilar el camino hacia las fábricas. Un regreso al tajo marcado por los interrogantes que suscita el futuro del gremio en una de las provincias españolas más castigadas por el desempleo.
“Desde mediados de la década de 1990 no había vivido nada parecido. Se ha recuperado de golpe el sentido de unidad y solidaridad del pueblo gaditano. Es que la gente está muy harta”, relata a El Independiente Francisco, un veterano del metal prejubilado en 2005. A punto de cumplir los 70 años, no se ha retirado, en cambio, de las trincheras. Ha sido uno de los incondicionales de las movilizaciones. “He sentido escalofríos. Estuve en los años más duros de Puerto Real y siento a partes iguales alegría y tristeza al ver a los trabajadores tomar de nuevo las calles”, desliza, recién salido de una movilización estudiantil.
La muerte lenta del sector en Cádiz -tras el continuo adelgazamiento del número de trabajadores y la carga de trabajo- está plagada de silencios. La mayoría de los entrevistados para este reportaje han optado por mantener a buen recaudo sus apellidos. La patronal gaditana ha rehusado proporcionar su versión pese a las reiteradas peticiones de este diario. Ya habrá tiempo, alegan, de ofrecer su relato. A última hora del miércoles los sindicatos que han participado en las negociaciones, UGT y CCOO, y la patronal, la Federación de Empresarios del Metal de Cádiz, sellaron un acuerdo que deja severas heridas.
Horas de negociación entre batallas campales
Tras cuatro reuniones y 31 horas de negociaciones, ambas partes cerraron un convenio que logra equiparar los salarios al incremento del índice de precios al consumo (IPC) interanual. A cambio, sin embargo, los trabajadores en huelga se han dejado un tercio de su sueldo de noviembre, una renuncia a entre 600 y 700 euros de media que verán reflejada en su próxima nómina. Las pérdidas económicas no han sido cuantificadas por el reguero de empresas implicadas. En el municipio de Puerto Real, las batallas campales obligarán a reponer contenedores de basura por valor de unos 50.000 euros.
“Los trabajadores han perdido el miedo porque, convenio tras convenio, hemos tenido sobre nuestras cabezas la espada de Damocles de que si no se aceptaba, no vendrían empresas y no habría carga de trabajo”, indica a este diario Antonio Montoro, secretario general de la Federación de Industria, Construcción y Agro de UGT, uno de los principales negociadores. “La gente ya no se lo cree y ha luchado por un convenio digno y justo. Es un paso adelante para garantizar el poder adquisitivo”, sostiene.
La virulencia de los disturbios ha catapultado durante días el conflicto en Cádiz a la primera plana nacional. El uso de una tanqueta por la policía nacional y la respuesta de las fuerzas de seguridad, con el cuestionado ministro del Interior en el centro de la polémica, han creado nuevas disensiones entre los socios del Gobierno de coalición, el enésimo punto de fricción. “Este Gobierno no es socialista ni comunista. Vela por los de arriba y envía a sus fuerzas de choque para frenar a la clase obrera”, se queja Raquel, una vecina de Río San Pedro, la barriada de Puerto Real donde se han concentrado las escaramuzas más duras entre huelguistas y antidisturbios.
Raquel protagonizó algunas de las principales escenas captadas por las cámaras. “Estaba desayunando cuando escuché las descargas de pelotas de goma. ¿Qué era aquello? Nuestro barrio se convirtió en una zona hostil. Le pedí a mi hijo que quitara el pan del fuego y bajé a toda prisa a enfrentarme a la tanqueta con las manos en alto, cuando aún no había barricadas. Les pregunté qué estaban haciendo y por qué invadían el barrio, armados hasta los dientes”, recuerda. La mujer acabó enfrentándose a los antidisturbios, invitándoles a unirse a los huelguistas “como sucedió en la revolución de los claveles en Portugal”. “Me dijeron que les estaban lanzando piedras. Yo les contesté que si le parecía bien que nos cruzáramos de brazos”.
Temporalidad y el cierre de Airbus en Puerto Real
Los enfrentamientos, tras nueve jornadas de huelga indefinida y dos días de paro general previos, han reconciliado a la Bahía de Cádiz con los fotogramas de los conflictos más enconados de los años 80. Como detonantes, la precariedad de un sector en el que los eventuales, contratados por las empresas auxiliares, son hoy legión y encadenan contratos; y el cierre pactado a principios de este mes entre la empresa y los sindicatos que certifica el fin de la planta de Airbus en Puerto Real, uno de los iconos industriales de la provincia.
“Han desmantelado Airbus y no ha sonado prácticamente en ningún lado. Y antes fue General Motors o Tabacalera. Hacía falta esto. Si no se quema algo en Cádiz, no suena en el resto de España”, señala David, un soldador con dos décadas de trabajo en el metal a propósito de las declaraciones que, megáfono en mano, pronunció el alcalde gaditano, José María González “Kichi”.
La de Cádiz es la segunda provincia española más golpeada por un paro endémico, solo superada por la vecina Huelva. Según la última Encuesta de Población Activa (EPA), la tasa de desempleo se sitúa en el 23,16 por ciento. El mes pasado se cerró con 5.584 personas más engrosando las listas del Servicio Andaluz de Empleo. En total, en la provincia se cuentan 152.083 parados. “El paro es un arma en manos de las empresas. Como hay poco trabajo, se precariza lo poco que hay incumpliendo el convenio. Yo ganaba más dinero de ayudante hace 20 años que ahora de oficial de primera”, lamenta David, hastiado por la temporalidad.
Mi vida laboral tiene ya cuatro páginas de altas y bajas. Solo en este año he trabajado en seis empresas diferentes
david, trabajador del metal
“Es el pan nuestro de cada día. Se llegan a trabajar hasta 25 días sin prácticamente descanso y, cuando se acaba la reparación del barco o de una plataforma, te vas al paro. Mi vida laboral tiene ya cuatro páginas de altas y bajas. Solo en este año he trabajado en seis empresas diferentes”, arguye. “La Bahía está llena de piratas. Hay un desmantelamiento industrial y mucha necesidad de trabajo. Aquí en las auxiliares no cumple nadie. Es la gran diferencia con el resto de España”, aseveran desde la coordinadora de trabajadores del metal, que junto a CGT representan los sindicatos minoritarios y rechazan el acuerdo firmado.
Sindicatos enfrentados y desconfianza
El convenio, con una duración de tres años cuya renovación habrá que comenzar a negociar desde el próximo septiembre, ha mostrado las fisuras que dividen a ambos sindicatos con UGT y CCOO, entre gruesas acusaciones de deslealtad. “Por la naturaleza de los contratos, los delegados sindicales terminan siendo personal muy afín a las empresas”, sugieren desde la coordinadora. "Aquí nadie se fía de nadie", agregan.
“Son ellos los que no tienen representación entre los trabajadores y los que viven de la movilización y de que la huelga no termine. Sus mentiras no tendrán cabida con el nuevo convenio”, replica Montoro. El acuerdo establece la creación de una comisión de seguimiento con representación de la inspección del trabajo, la tesorería de la Seguridad Social, la administración, los sindicatos y la patronal para “desenmascarar los incumplimientos”, entre ellos, el elevado número de eventuales y el cómputo y pago de las horas extra.
Promesas de reindustrialización incumplidas
A las dudas que despierta el pacto, se añaden los nubarrones que llevan décadas amenazando al gremio, hoy representado por unos 20.000 operarios. En dos décadas, los recurrentes planes de reindustrialización prometidos por la Junta de Andalucía han resultado un fiasco. “El problema es la clase política, que es incapaz de atraer industrias. Se ha dedicado a pelear y a salir de manera populista siempre detrás de los trabajadores”, denuncia Montoro, que fue uno de los afectados por el cierre de la planta de la multinacional Delphi de Puerto Real en 2007. Aquella salida dejó a 1.600 empleados en la calle.
Los alcaldes se van y vienen otros pero la ciudadanía queda. La imagen que se ha visto es que la gente ha luchado por su futuro
antonio montoro, secretario general de la Federación de Industria, Construcción y Agro de UGT
“Estamos acostumbrados a que las promesas no se cumplan. Tengo compañeros de Delphi que están en los juzgados porque se les exige que devuelvan las prestaciones por culpa de la Junta. Y los políticos no solo no cumplen, sino que lo poco que tenemos se lo llevan”, maldice el negociador de UGT, crítico con las palabras del regidor de Anticapitalistas. “Los alcaldes se van y vienen otros, pero la ciudadanía queda. La imagen que se ha visto es que la gente ha luchado por su futuro”, alega quien considera que “se ha conseguido el 85 o el 90 por ciento de las pretensiones de los trabajadores”.
Un futuro entre nubarrones
Acabar con la doble escala salarial, entre los fijos y los eventuales, ha sido una de las asignaturas pendientes. La enorme atomización del sector -compuesto de decenas de empresas auxiliares que sirven a las principales Navantia, Dragados o Airbus- tampoco ayuda a apaciguar los ánimos. “Somos unos profesionales muy cotizados que ganamos más fuera de la Bahía de Cádiz. Tengo compañeros en Ferrol, Tarragona, Portugal, Francia o Escocia”, alerta David, representante de la segunda generación en el metal.
¿Quieren que seamos el bar de Europa para que le sirvamos el café a unos señores?
RAQUEL, VECINA DE RÍO SAN PEDRO, PUERTO REAL
“En la época de mi padre había más trabajo y las empresas se peleaban por los trabajadores. Hoy ya no es así. Cuando te quejas, te dicen que pueden llamar a otros curritos y que mejor calladito”, aduce el joven. “Me he planteado muchas veces cambiar de trabajo, pero a mí el metal me corre por las venas. Voy a luchar hasta que, habiendo trabajo, no me llamen”, comenta, inquieto por el porvenir. “Como el sector del metal muera, Cádiz se convertirá en un Benidorm o Marbella. Vivirá de los servicios y unos pocos afortunados de ser funcionarios”, balbucea. "¿Quieren que seamos acaso el bar de Europa para que le sirvamos el café a unos señores aprovechando que estamos en la miseria?", se interroga Raquel.
"Hemos salido a la calle pidiendo industria y, ahora que hemos firmado, vamos a seguir pidiéndolo y diciendo que somos capaces de tenerla. Hay que pelearlo", estima Montoro. Francisco, baqueteado en otras batallas que conocieron otras barricadas, legó su profesión a dos de sus hijos. “Yo veo que hay poco compañerismo y poca solidaridad. Nosotros nos plantábamos y conseguíamos cosas. Hoy cada uno va a lo suyo”, esgrime el jubilado. “Esto va para atrás. Pero, después de lo visto estos días, no ha acabado. Volverá a arder”.
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