El término lo emplea recurrentemente, ensanchar. Lo hace casi desde que llegó a la lehendakaritza del Gobierno vasco el 15 de diciembre de 2012. En un año cumplirá una década en el cargo. Un periodo en el que ha tenido que gobernar en situaciones muy dispares, desde la soledad absoluta del comienzo al gobierno en minoría con apoyos externos, la coalición minoritaria o la mayoría absoluta que ahora disfruta. Años en los que Euskadi ha vivido una transformación radical con el final de 60 años de ETA, con el complejo objetivo de recuperar la convivencia social y la grave crisis sanitaria y económica que desde hace dos años condiciona a todos los gobiernos.
Urkullu fue maestro. De algún modo sigue siéndolo. Sus formas pacientes, templadas y cercanas lo sitúan más en un aula que en el escenario de un mitin o en el enfrentamiento dialéctico de una tribuna parlamentaria. Sus más estrechos colaboradores subrayan su capacidad de trabajo, su modo minucioso de hacerlo, apuntando en cuadernos hasta el más mínimo detalle. Su buena memoria le ayuda. En sus intervenciones no descuida defender los valores clásicos como el peso de “la palabra dada”, -la “palabra de vasco”, gusta recordar-. Su perfil no encaja bien en los virajes de rumbo, de criterio o de principios cada vez más frecuentes en la política actual y en la que, en ocasiones, parece decepcionado y algo perdido.
Cuando fue elegido candidato a lehendakari se propuso cumplir sólo dos legislaturas. En 2020 el partido tuvo que convencerle para aceptar una tercera. Ahora el PNV no habla de su relevo, de su sustituto o sustituta, pero parece complicado que quiera seguir un cuarto mandato y optar a convertirse en el lehendakari más ‘longevo’ en el cargo.
En estos años los Gobiernos vascos que ha presidido han tenido que aprender a adaptarse cuantitativa y cualitativamente. Tuvo que a hacerlo tras la salida de Juan José Ibarretxe del Gobierno. Aquel golpe de realidad para el PNV que entonces presidía fue duro. Ver a Patxi López, apoyado por el PP, ocupar Ajuria Enea costó digerirlo en Sabin Etxea. Los tres años y medio de los jeltzales fuera del poder los aprovechó para renovar el partido, prepararlo para el regreso. Cambio estructuras, caras, moderó sus discursos soberanistas e incluso cambió el logo.
Toda la izquierda: PSE, Podemos y Bildu
Aquel renovado PNV, cuyo liderazgo abandonó para ser lehendakari, se había propuesto dejar atrás el discurso crispado y eminentemente soberanista de Ibarretxe para volver a abrazar el pragmatismo. Urkullu sabía que debía recuperar cierta centralidad de la política vasca. El final de ETA abría un nuevo tiempo que pronto centró en la convivencia entre diferentes, el dialogo y el acuerdo. Restañar heridas suponía “ensanchar” consensos. La transformación venía determinada por la transformación de la propia sociedad vasca, con una inclinación cada vez más de centro izquierda, más socialdemócrata que socialcristiana. El 'termómetro social' del PNV, siempre bien engrasado lo había detectado. En una década el partido ha ampliado su espectro ideológico, desde la derecha hasta el centro izquierda moderado y desde los nacionalistas hasta los autonomistas.
Lo intentó en su primer mandato sin éxito, al menos al inicio. El eco de la dura legislatura que libraron socialistas y nacionalistas complicaba un clima de acercamiento. La salida de Patxi López y la llegada de Idoia Mendia a la secretaría general del PSE fue la ventana de oportunidad perfecta. Históricamente ambas formaciones se habían entendido y debían volver a hacerlo. El primer año de mandato Urkullu gobernó en minoría y fue incapaz de sacar adelante sus presupuestos.
En septiembre de 2013 el acercamiento ya dio sus frutos. Socialistas y jeltzales cerraban un acuerdo de estabilidad parlamentaria que permitió no sólo enterrar el ‘hacha de guerra’ entre ambos sino abrir una senda que se reforzaría en el futuro. En diciembre de ese año el Ejecutivo sacaba adelante sus primeros presupuestos gracias a la abstención del PSE y del PP. La alianza de apoyo con los populares de Rajoy a nivel nacional aún tenía traslación en el País Vasco.
En 2015 los acuerdos se extendieron a ayuntamientos y diputaciones, donde ambos partidos cerraban gobiernos de coalición. Los socialistas volvían a tener poder institucional de relevancia. La fórmula se reeditó poco después, en 2016, y el PSE regresaba al Gobierno vasco en coalición con el PNV. Y así ha seguido hasta hoy. Entonces lo hacía en minoría, a sólo un voto de la mayoría, que en numerosas ocasiones le facilitó el PP.
Acuerdo y ruptura con el PP
Urkullu supo entenderse también con el PP vasco de Alfonso Alonso. Lo hizo hasta que la moción de censura desbancó a los Populares de Moncloa por el sí a Sánchez del PNV. Hasta entonces, nacionalistas y populares cerraron acuerdos importantes como la abstención que facilitó las cuentas de 2017 y 2018.
La ruptura con el PP volvió a dejar en minoría al Gobierno vasco y Urkullu no dudó en seguir “ensanchando”. Esta vez el reto parecía más complicado. La única opción pasaba por EH Bildu, coalición que lideraba la oposición y con la que la relación estaba aún lejos de acuerdos. Lo intentó en 2018 pero no llegó a buen puerto. Fue entonces cuando la última opción, Podemos, dio un paso adelante y se entendió con el PNV. Las cuentas de 2020 contaron con su apoyo para salir adelante.
En la bancada del Parlamento Vasco sólo restaba la izquierda abertzale para sumarla a la lista de formaciones con las que Urkullu y su Gobierno con el PSE han podido entenderse. Nada hacía presagiar que esa fotografía se daría antes de lo que la mayoría de analistas pronosticaban. El precipitado no de Podemos y el PP de Carlos Iturgaiz dejaba el campo despejado a EH Bildu. El tono de la izquierda abertzale había bajado y la consolidación de partido ‘conseguidor’ de acuerdos políticos para el País Vasco se había ido engordando, en el Congreso primero y en Navarra después.
A falta de Vox
Ahora, en diciembre de 2021, Urkullu ya puede hacer una muesca en la lista e incorporar a la coalición que lidera Arnaldo Otegi. Lo hace además en mayoría absoluta, sin necesidad de apoyos para aprobar los presupuestos. El acuerdo permite a Urkullu aplacar parcialmente la oposición que Bildu ejercía contra el PNV y a los de Otegi reforzar su papel pactista e institucional. Lo hace no son el coste de cierta incomprensión en sectores abertzales y sindicales que no comparten haber salido al rescate de Urkullu.
El camino por el arco parlamentario de los acuerdos lo tiene caso completado. En estos nueve años el lehendakari se ha entendido con el PSE, con el PP, con Podemos y ahora con EH Bildu para sacar adelante la ley más importante de cualquier gobierno, los presupuestos. Ahora, si mira la bancada de la Cámara vasca sólo le restaría entenderse con Vox. A la formación de Abascal su partido le aplica el ‘cordón sanitario’ del aislamiento político. Por ello, parece, hoy por hoy, imposible que el “ensanchamiento” abarque desde la extrema izquierda a la extrema derecha.
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