La política tradicional hace tiempo que no existe. Tampoco la forma de atraer al votante, ni su compromiso con las ofertas electorales. Ni los debate cara a cara, ni la pegada de carteles nocturna –salvo excepciones-, ni los mítines cuyo único atractivo eran las consignas voceadas y la autoconfirmación de la propia ideología entre un aglomerado de iguales. Ahora todo es luz y color, imagen y espectacularidad; el resultado de la llamada americanización de la política que a España –y al sur de Europa, en general-, donde los personalismos ya pueden considerarse el eje que vertebra la acción de los partidos, ha llegado tarde.
Italia fue pionera en ello. Aunque el felipismo ya gozaba de robustez después de encadenar cuatro legislaturas consecutivas, estaba altamente ligado a la estructura de partido que otorgaba el PSOE. Igualmente el aznarismo al PP. Y, por entonces, el berlusconismo marcaba tendencia mediática al más puro estilo estadounidense: con una presencia constante de Silvio Berlusconi en televisión –algunas de su propiedad-; a lo que se añadía Forza Italia, una plataforma de creación propia que le permitía mucha flexibilidad y serlo todo.
José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, con su famoso marianismo, marcaron un estilo propio de hacer política, pero como sus antecesores y compañeros de formación, mantuvieron una estrecha ligazón con la estructura interna socialista y popular, respectivamente.
Esta concepción tradicional de la promoción y la actuación política cambió entre 2014 y 2015, cuando irrumpieron Podemos y Ciudadanos, que ofrecían una propuesta modernizada y con un alto grado de liderazgo carismático al que había que hacer frente para intentar suplir. Y como la vida misma, el líder carismático nace, crece y se reproduce dando pie a quien recoja el testigo, y, finalmente muere, quedando en la irrelevancia. Albert Rivera y Pablo Iglesias saben lo que es eso.
Redondo pulió el sanchismo
Según Iván Redondo, "la política es el arte de lo que no se ve"; y, su asesoramiento, desde el ocultismo, fue la clave para que Pedro Sánchez pasase de presidenciable a presidente del Gobierno. El líder socialista, perfilado a conciencia, es la última gran obra del consultor político donostiarra. Un hombre que ‘renovó’ la imagen de José Antonio Monago para alcanzar la Junta de Extremadura y fue el cerebro de la candidatura de Xavier García Albiol a la alcaldía de Badalona en 2011. Y que con Sánchez, ha llegado, incluso, a tener más poder que algunos ministros.
Primero lo asesoró para ganar la batalla a Susana Díaz y retornar a la secretaría general del PSOE. Después, para diseñar la caída de Rajoy tanteando al PNV en la moción de censura. Y, por último, ayudándole a sortear las complicaciones que iban llegando sobre la marcha, como el desafío catalán o la pandemia del coronavirus.
El método Redondo ha logrado lo imposible: que alguien acabado acabe alcanzando el mayor órgano Ejecutivo del país. El sanchismo patentado por el estratega se ha sustentado en las campañas electorales estadounidenses, de las cuales él es un obseso. Algo que ha estado complementado por una mezcla de olfato, capacidad de anticipación para contemplar próximos escenarios y la construcción discurso maleable: el relato.
Ese relato partió del victimismo que le otorgó la salida por la puerta de atrás de Ferraz por el ‘no es no’, un discurso claramente contra el establishment diseñado por Redondo que, en esa época impregnada por el momento populista -inaugurado entre 2015 y 2016-, empezó a dominar la política global: desde los extremos, al propio centro.
De Redondo, Sánchez –aunque ya lo ejercitaba antes de alguna manera- ha aprendido que da igual si lo que dices contradice lo que defendiste ayer, porque lo que importa es el posicionamiento hacia un nuevo escenario. Y si dialécticamente está bien planteado, el cambio de postura estará justificado de cara a la audiencia. Más, si empleas un tono sosegado y conciliador para comunicarlos, como, constantemente, hace el presidente.
Este maniqueísmo es una constante en los últimos años políticos del líder socialista. En la carrera electoral de 2015, tocaba hablar de la moderación por el auge de lo que la cúpula del PSOE consideraba ‘extremismo’ morado. Por eso Sánchez apelaba a esa templanza con una gran bandera española a su espalda, defendiendo los pilares de la transición: democracia, consenso constitucional y la corona, para, al mismo tiempo, restar influencia a Cs, que atraía a los más conservadores del PSOE .
Una vez Cs marca una línea de pactos con el PP y Sánchez recupera al votante moderado, toca recuperar el que se fugó a Podemos. Y, de repente, el PSOE se autoerige como auténtico representante de la izquierda con eslóganes como el del 39 Congreso Federal: Somos la izquierda. Ahora, de un congreso a otro y Podemos bajo mínimos, Sánchez da una nueva vuelta de tuerca aprovechando el tirón del SPD de Olaf Scholz en las elecciones federales alemanas y declara abiertamente el compromiso con la socialdemocracia.
Que Sánchez haya designado a Óscar López como nuevo jefe de Gabinete, un hombre de partido ligado a los Gobiernos de Zapatero y Alfredo Pérez Rubalcaba, permite entrever que la línea de la moderación será la adoptada nuevamente por el sanchismo, probablemente para enarbolar el discurso sosegado frente a la consolidación electoral de Vox y la predisposición pactista del PP, como Isabel Díaz Ayuso ha hecho en Madrid o Juan Manuel Moreno puede hacer tras el adelanto electoral.
Otro triunfo de la antipolítica
Miguel Ángel Rodríguez –MAR, para los fanáticos de la comunicación política- es para Ayuso, lo que Redondo ha sido para el presidente del Gobierno. Eso sí, menos sibilino, más directo y bronco, y comprometido con el ideario popular desde muy joven. Es uno de los estrategas, por excelencia, de la derecha española, curtido al lado de José María Aznar. Primero en el gobierno de Castilla y León y, más tarde, en La Moncloa como secretario de Comunicación y portavoz.
Desde enero de 2020, Rodríguez es quien dirige los movimientos y marca el itinerario estratégico de Ayuso, como la contienda dialéctica con Sánchez o la postura conflictiva con Sanidad por las decisiones derivadas de la pandemia. Incluso, y bajo una amplia polémica, es el ideólogo de la famosa portada de la presidenta autonómica en El Mundo. Una actitud, de buscar la provocación, que es el principal gancho que MAR ha querido potenciar. Aprovechando, principalmente, que la política moderna está dominada por el sentimentalismo y las emociones.
El experto en comunicación ha querido resaltar un estilo propio, como lo fue el aznarismo, pero adaptándolo a lo contemporáneo; un ayusismo que busca jugar y moverse permanentemente bajo el paraguas mediático con una actitud y expresión sencilla y directa. Una faceta desenfadada que consiga dar la batalla cultural y sin complejos a las consignas de la izquierda: el nuevo icono de una derecha diversa, desde el puro centro hasta el último rescoldo extremista. De ahí que haya aglomerado tal cantidad de voto en los últimos comicios madrileños. Ese talante personal lo marca su juventud, la espontaneidad con la que se expresa en público y, sobre todo, su incorrección política. Algo que, en un tiempo dominado por los discursos planos, repetitivos y huecos, que no terminan de llegar al electorado, le dan autenticidad. Y eso, acaba determinando el sufragio, porque todos –el votante de centroderecha o no ideologizado- la entienden.
Rodríguez ha entendido que el público acaba votando lo que ve en la televisión o las redes sociales, al candidato que genera mejores vibraciones; y que da igual lo que hagas puramente como gestor, si es la polémica, y no lo tecnocrático, lo que da repercusión mediática. De ahí los comentarios sobre los ex, las cañas, los reproches al Papa o el portar un adoquín a un pleno, entre otros. Porque, si no eres tema del día, te tienes que convertir en él fabricando algún gancho. Tanto nacional, como internacionalmente: el Washington Post ya la cataloga de “heroína conservadora”, comparándola con Reagan o Thatcher. Y conseguir eso, en materia de comunicación política, es todo un éxito.
El trabajo de Rodríguez ha hecho que Ayuso pase de ser una total desconocida, a disputar la autoridad al propio líder del partido poniendo en jaque a Génova. Todo un reclamo capaz de plantar cara electoral a Sánchez por más que ella lo niegue permanentemente. Ese, salvo que todo salte por los aires como ocurrió con su antecesora, es el objetivo. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha vuelto a poner sobre la mesa el componente ideológico, cuyo desplazamiento por la gestión económica durante la etapa Rajoy ha dado alas a Vox. Ayuso no tiene medias tintas y no evita sumergirse en cualquier polémica, a diferencia de otros competidores. Es por ello, que agrada a un amplio abanico de electores. Y ese aval en las urnas, es el mejor respaldo frente la dirección del PP, que arrastra los dos peores resultados nacionales desde la refundación de Alianza Popular en 1989.
Ahora, lo que Rodríguez y Ayuso pretenden proyectar es la imagen de una offsider, que, como en su momento hizo Sánchez, pugna contra las élites de su formación porque cree que la dirección tomada no es la correcta. Con todo, esta faceta ‘antipolítica’ es más descafeinada. Porque ni el asesor de comunicación es Steve Bannon, ni ella es Donald Trump; se han desarrollado dentro del aparato popular toda su vida. Ayuso se define como alguien ‘de barrio’, y las burlas recibidas por sus rivales políticos, sólo la encumbran más, dado que la gente que se identifica con ella, entienden esas críticas como un ataque personal. Todo acaba reducido, en definitiva, a un discurso entre pueblo y élite. Y la política tradicional, la que tiene utilidad, es la más damnificada.
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