En su primer discurso de Navidad como Rey, allá por 2014, Felipe VI decidió saltarse la tradición y, en vez de grabarlo en el despacho institucional del monarca o en el augusto y muy oscuro Salón de Audiencias de Zarzuela, como hacía su padre, optó por “recrear” una salita de estar —con su sofá y todo, y mucha foto familiar entrañable— para lanzar un mensaje que ya había avanzado en su discurso de proclamación: “una monarquía renovada para un tiempo nuevo”. Modernidad, transparencia, cercanía, juventud, familia unida. Y sobre todo: limpieza, cambio de página, aire fresco. Borrón y cuenta nueva, vaya. Ése era el mensaje, más allá de las palabras que pudiera pronunciar. Aunque, por cierto, el discurso de ese año estuvo francamente bien. A mi entender, es el mejor que ha dado hasta la fecha. Hubo mensajes claros y relevantes, no se anduvo por las ramas y no evitó el tema del que toda España esperaba que hablase: la abdicación.
Desde entonces, el Rey ha intentado varias fórmulas en sus discursos navideños. Lo grabó en el Palacio Real en el 2015 (no funcionó: excesivamente distante y formal) y en su despacho en el 2016 (recordó demasiado a su padre). En el 2017 apareció en el Salón de Audiencias, el mismo escenario que repitió en el 2019. Mismo encuadre en ambos casos: frente a una esquina, con una cómoda (tallada por José Canops en los Talleres Reales) y una mesa de patas repujadas (creo que francesa y del siglo XVIII). Maravillosas desde el punto de vista de la artesanía, desde luego, pero pésimas para un mensaje que quiere transmitir cercanía. El conjunto resultaba distante, anacrónico y, lo que era peor, muy casposo. Buscaban solemnidad, pero lo que daban a entender era que la monarquía pertenecía a otra época, pasada y caduca. Y no entremos en los cuadros. A la derecha, un Luis Paret y Alcázar (siglo XVIII, rococó a más no poder, el Watteau español). A la izquierda, un Michel-Ange Houasse, también del XVIII, francés para más señas, pintor en la corte de Felipe V. Por cierto, vino a España porque a la primera mujer de Felipe V, María Luisa de Saboya, no le gustaban los pintores españoles. Los consideraba de poca calidad, lo cual demostraba que, de Arte, así en mayúsculas, la señora no entendía nada.
En fin, sigamos. Siempre he pensado que, puestos a resaltar solemnidad, es una lástima que nunca saliera el gran tapiz de la sala, seguramente la mejor pieza. Se titula Alejandro, antes de partir a la campaña de Asia, reparte sus riquezas entre sus amigos. Lo de las ansias imperialistas de un antiguo rey de Macedonia, claro está, sería ahora muy políticamente incorrecto, pero el tapiz es una maravilla. Siglo XVI, obra del flamenco Michel Coxcie. Lo mejor que hay en la estancia.
Nuevo escenario
Lo del arte, por cierto, este año ha tenido mucho protagonismo. El Rey, con buen criterio, hay que reconocerlo, se ha saltado de nuevo las normas, ha sorprendido (para bien) y ha aparecido en un escenario claro y diáfano. ¡Por fin! Paredes blancas, suelo en moqueta beige, muebles estilizados y ligeros, de acero y cristal. ¡Bien! Iluminación no perfecta, pero mejor que otros años. ¡Muy bien! Pero hay que mejorar: había muchas sombras incómodas y se tendría que haber puesto algún foco en la parte posterior. Aquí se ve de lo que hablo:
Sigamos. Había mucho arte moderno. ¡Excelente! El que quedaba a la derecha de la pantalla es una obra de la argentina Sarah Grilo (Buenos Aires, 1919 - Madrid, 2007); el de la izquierda, es del catalán Albert Ràfols-Casamada (Barcelona, 1923-2009). Ese guiño tan claro a los catalanes, con un cuadro abstracto, de vanguardia y ultramoderno, ha estado bien pensado.
Los cuadros, por cierto, se los debe haber traído el Rey “de casa”. Sabemos que el de Sarah Grilo, titulado Aquarium y realizado en 1990, está en uno de los comedores de la residencia privada del Rey (vive dentro del recinto de Zarzuela, pero en un edificio aparte, lo que se llamaba “la Casita del Príncipe” y que Juan Carlos, con muy mala baba, a veces llamaba “la Casita de la Pradera”). Sabemos que está allí porque, cuando el Rey tuvo que cumplir una cuarentena de diez días, allá por noviembre del 2020, después de que una persona de su entorno dio positiva de covid-19, el monarca participó en una videoconferencia en la Cumbre Euromediterránea de Barcelona. Felipe VI aparecía justo delante del cuadro en cuestión. Además, en el vídeo que Casa Real difundió para conmemorar el 50 cumpleaños del Rey (el de la famosa sopa que toda España creyó que eran acelgas y con la que Leonor se quemó), también apareció el cuadro de refilón.
Aparte del arte, en el mensaje de Navidad de este año había un árbol de Navidad (muy bien decorado, por cierto), las típicas flores de Pascua (que este año, ¡por fin!, no han inundado el escenario), un belén discreto y muchas fotografías personales del Rey y su familia. La foto más importante era una imagen del primer acto oficial de Leonor y Sofía juntas y sin sus padres. Fue para participar en la iniciativa europea #unárbolporeuropa.
Han faltado libros
Completaban el conjunto dos libros sobre una de las mesas: la edición del Boletín Oficial del Estado de las “Constituciones Españolas (1812-1978)” y un ejemplar de la “Biblioteca Nacional de España. 300 años haciendo Historia”. Nunca he entendido por qué no ponen libros de literatura. Este año, por ejemplo, se ha conmemorado el centenario de la muerte de Emilia Pardo Bazán (murió en Madrid el 12 de mayo de 1921). Fue una mujer ilustrada, liberal, desinhibida, feminista y muy avanzada a su tiempo que escribió libros pioneros en Europa sobre los derechos de las mujeres (aunque prácticamente nadie lo sepa, ella fue la primera en escribir sobre lo que llamó “mujericidio”). También este 2021 se ha celebrado el centenario del nacimiento de la escritora Carmen Laforet (nació en Barcelona el 6 de septiembre de 1921). Haber puesto libros de estas dos mujeres hubiera estado realmente bien. Es una lástima que en la Casa Real, cuando piensan en libros, sólo les venga a la mente la Constitución.
Pasemos al texto
Hasta aquí, la puesta en escena, en términos generales, ha estado realmente bien. La mejor desde que Felipe VI comenzó su reinado. Los problemas han comenzado con unos cambios de planos excesivos y muy bruscos que han molestado bastante y que le han dado un toque excesivamente mecánico al discurso. La redacción del texto, además, no siempre ha ayudado a dar buen ritmo a la retransmisión.
El Rey, todo hay que decirlo, ha empezado muy bien: palabras de ánimo a las personas de La Palma afectadas por el maldito volcán, referencias a la covid, mensaje de agradecimiento a los sanitarios y varios párrafos dedicados a la crisis económica y social. ¡Bien, muy bien! También ha cerrado muy bien el discurso con ese agradecimiento a todas esas personas “velando por nuestra salud, nuestra seguridad y tranquilidad, y garantizando los servicios públicos… Todos ellos, merecen nuestro reconocimiento y que les tengamos especialmente presentes en estas fechas." ¡Excelente!
Desde el punto de vista de comunicación no verbal, Felipe ha comenzado, además, con buen tono: sobre todo en el primer minuto, cuando hablaba de La Palma, lo ha hecho con muy buena cadencia (mucho mejor que en otros años) y con un enfoque próximo y directo. ¡Y con frases cortas! Se ha visto un buen lenguaje gestual, sincero y sentido. Si consiguiese hablar así siempre ganaría mucho.
El problema es que, hacia la mitad del discurso, ha vuelto a los malos hábitos: los párrafos rebuscados, el concepto huidizo, frases que pretenden decir algo profundo pero que se quedan en la superficie. Todo impreciso, repetitivo y repleto de topicazos. Ha sido una lástima. Dudo que, a partir del minuto cinco, alguien haya prestado la más mínima atención.
Insisto: una lástima. Se notaba que este año Casa Real se había empeñado en subir el listón. Y en cuanto a puesta en escena, desde luego, lo ha conseguido. Cuando consigan mejorar los discursos, será para nota.
Por cierto, Casa Real ha publicado hoy un “vídeo-resumen”, como los llaman siempre, de las actividades de los Reyes durante este último año. Comunicativamente hablando, es de lo mejor que les hemos visto este año (la música está especialmente bien):
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