La política moderna cambia a pasos agigantados. Y aunque parece haber transcurrido una eternidad, sólo han pasado ocho años desde la presentación oficial de Podemos el 17 de enero de 2014. Desde que el manifiesto Convertir la indignación en cambio político hizo ‘mover ficha’ a un ya mediático Pablo Iglesias y a varios politólogos y activistas para concurrir a las elecciones al Parlamento Europeo de ese año. Un octenio en el que una modesta candidatura popular, germinada del descontento por las políticas de austeridad del 15M, ha evolucionado hacia un partido cártel e institucionalizado.
Podemos entró en escena en el Teatro del Barrio, interpretando un papel modesto en un tablero político copado por el bipartidismo: 5 escaños de los 54 repartidos, por entonces, en España para la Eurocámara; un 7,98% de respaldo electoral. A partir de entonces, empezó a incrementarse la atención sobre los morados hasta tal punto de posicionarlo como primer partido del país entre finales de ese año: en noviembre SigmaDos le atribuía un 28,3% y Metroscopia un 27,7%, dos puntos por encima del PP de Mariano Rajoy, en el gobierno con mayoría absoluta. Las expectativas descendieron con el tiempo, y pasó a hablarse de sorpasso al PSOE, algo que tampoco fraguo.
La versión española del Movimento 5 Stelle del italiano Beppe Grillo o de Syriza del griego Alexis Tsipras acabó tocando techo electoral. El perfil antisistema, antiélite y ligado al activismo tendió hacia cierta moderación para encontrar encaje, sin renunciar a ciertos valores, en los consistorios, las cámaras regionales y las Cortes. En esa transformación, la coordinación asambleísta de los famosos circulas quedó marginada por el carisma de Iglesias, cuyo dedo terminó por señalar el camino; sin atender a partícipes clave en la concepción del proyecto, que terminarían por abandonar el barco.
Este lunes, a través de las redes sociales, Podemos y sus principales representantes han celebrado el aniversario y reivindicado "todo lo logrado" durante estos últimos años. "Han pasado muchas cosas. Hoy estamos en el Gobierno, pero también en las calles y los barrios, donde seguimos luchando", explica el vídeo publicado por el partido, que busca reforzar sus principales ejes temáticos: la justicia social, el feminismo, el ecologismo y los servicios públicos.
En ese vídeo promocional, así como en el resto de contenido multimedia y las valoraciones difundidas con el hashtag #8yVamosAPorMás, predominan la secretaria general Ione Belarra y la ministra de Igualdad Irene Montero. No hay ni rastro esas figuras esenciales para la fundación de la agrupación, como lo fueron el filósofo y profesor Luis Alegre, la socióloga Carolina Bescansa, el politólogo Juan Carlos Monedero o el eurodiputado Miguel Urbán. Tampoco de Íñigo Errejón. Nombres que contradijeron el trayecto de Iglesias en algún momento y acabaron desprestigiados entre sus propios compañeros.
Ni si quiera ellos mismos han hecho mención de la fecha en sus perfiles personales. Sí lo ha hecho el coordinador federal de IU y socio de confluencia Alberto Garzón, que ha calificado a Podemos de "organización hermana" con la que es "un orgullo caminar" políticamente.
Precisamente, a día de hoy, el horizonte de Unidas Podemos es bastante incierto por varios factores: no existen personalismos internos que despunten para competir en un panorama dominado por la imagen; los rostros más conocidos ya están quemados; las expectativas generadas en el electorado no se corresponden a la gestión dentro del Ejecutivo, y las sucesivas encuestas no acompañan desde principios de 2020.
La crisis de liderazgos
Confiar en el hiperliderazgo carismático de Pablo Iglesias la razón de ser de Podemos fue el acierto y, al mismo tiempo, el error del partido. Los rostros siempre han sido un elemento fundamental en la competencia electoral, pero hoy, especialmente para las formaciones de nueva creación, copan la viabilidad de todo el proyecto en detrimento de las estructuras políticas. A diferencia del PSOE y el PP, que seguirán ahí de un modo u otro tras la marcha de Pedro Sánchez y Pablo Casado por la solidez interna de sus cúpulas, Ciudadanos y Podemos están sufriendo ahora, lo que, en su día, les hizo despegar.
La marcha de Iglesias -o Albert Rivera en extensión-, tras las elecciones de la Comunidad de Madrid, es insubsanable por mucha calidad y talento que pueda tener y aportar sus sucesores, y eso, tanto la propia formación como Belarra, lo saben. Porque la marca era él. De ahí la apuesta desmedida por la vicepresidenta Yolanda Díaz para el futuro. Al menos en apariencia, dado que la propia ministra de Trabajo rehúye de ese modelo personalista y, aun comenzado el nuev0 ciclo electoral, evita postularse como la próxima candidata: "Que la gente tenga esperanza es algo muy bueno, pero las esperanzas son cosas muy grandes, y eso no se puede concentrar en personas pequeñitas; y yo me siento bastante pequeñita, llena de miedos”, explicaba recientemente en una entrevista en Cadena SER.
Y de ser Díaz, finalmente, la candidata, Podemos quedaría reducido a un engranaje más dentro de un órgano complejo; confiando su subsistencia a un liderazgo que ni siquiera milita entre sus filas y compartiendo, en una plataforma de izquierdas, espacio con figuras que en su día no tenían cabida como Errejón o Teresa Rodríguez.
Papel discreto en la coalición
Con Iglesias en el Consejo de ministros, Podemos contaba con una vicepresidencia segunda y dos ministerios. El exsecretario general era el que tensaba y destensaba la coalición para 'arrancar' objetivos a Pedro Sánchez, lo que daba al grupo una posición dominante en Unidas Podemos y fortaleza pública. Ahora, con el ministerio de Derechos Sociales en manos de Belarra, junto al de Igualdad de Montero, ese efecto de atención no se logra, al tratarse de carteras 'secundarias'.
Y, aunque muchas de las políticas estén promulgadas por Podemos, es al final el PSOE quien se puede apuntar el tanto de cara al próximo 'mercado' electoral. Puede ocurrir con la ley de vivienda por la falta de claridad en las líneas de actuación ministerial, por ejemplo entre el ministerio de Agenda Urbana y el de Derechos Sociales. A ello se suma que el principal logro de Unidas Podemos, la reforma laboral, se la ha apuntado a título personal la vicepresidenta Díaz y el Partido Comunista, que ha conseguido poner de acuerdo a todos los agentes sociales.
Incluso las polémicas, que son en última instancia la única forma de generar atención, están protagonizadas por otros ministros ajenos a Podemos. Primero Manuel Castells y su fallida ley universitaria previa a su salida por Joan Subirats; después Garzón, con el debate en torno al consumo de carne y las macrogranjas. Si Podemos no consigue estar en el foco de manera particular, con medidas estrella o movimientos importantes, irá perdiendo relevancia frente a próximas iniciativas de nuevos actores que aparezcan en la competición electoral.
El desplome en las encuestas
Mediante la confluencia con IU en 2016, Podemos alcanzó su máximo de representación histórica en el Congreso de los Diputados con 71 escaños. Una cifra que en el último ciclo electoral descendió a la mitad a medida que el partido se institucionalizó y abandonó su afán 'atrapalotodo' y la apertura hacia cierta transversalidad.
Dos años después, y ya dentro del gobierno, las estimaciones demoscópicas aguaran que Unidas Podemos continuará perdiendo representación incluso con Díaz como candidata. Primero en las elecciones municipales y autonómicas. Después, en las generales de 2023, si no hay un adelanto.
Los sondeos nacionales de 2022 sitúan a la marca morada entre el 10,9% y el 12,4%, frente al 12,84% que ahora ostenta; y en una horquilla de 28 a 34 diputados, en comparación con los 35 que componen el actual grupo parlamentario. Una alianza con las siglas de Errejón Más País -que integra a Compromís y Equo-, a quien se le atribuyen hasta seis representantes, daría cierto respiro a la izquierda a la izquierda del PSOE. No obstante, de momento, ese proyecto que busca Díaz ha fracasado en Castilla y León y Andalucía.
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