Euskadi tuvo un lehendakari panameño. Vivió en Bélgica, en Berlín, en Suecia, en Brasil y en París. Con gafas, bigote poblado y una carrera como abogado. Lo fue por apenas un año, en mitad de una guerra y mientras nazis y franquistas le pisaban los talones. Vivió escapando, en busca de un lugar seguro para él y su familia desde el que recomponer su Gobierno. Pocos vascos lo conocen. Se llamó José Andrés Álvarez Lastra. ‘Gobernó’ desde junio de 1940 y hasta septiembre de 1941. La suya fue la Euskadi de la ‘Z’, como él la escribía, la ‘Euzkadi’ que tuvo que salir al exilio a finales de la Guerra Civil.
En realidad, fue una ficción. José Andrés Alvarez Lastra nunca presidió ningún gobierno. Ni siquiera existió. No en la vida real. Tan sólo figuró en documentos falsos con los que poder huir. Apenas las siglas ocultaban quién era en realidad aquel hombre de 1,65 de estatura. Nadie lo hubiera adivinado. Sin gafas ni bigote, el entuerto de aquellas iniciales -J. A. A. L.- se hubiera desvelado al instante. Aquel falso panameño era en realidad José Antonio Agirre Lekube, primer lehendakari del Gobierno vasco.
La elección de su identidad inventada respondía a algo mucho más peregrino que un plan meticulosamente ideado, una estrategia de resistencia bélica o la supervivencia a un exilio. Todas las camisas de Agirre estaban bordadas con las iniciales de su nombre y dos apellidos. No era tiempo para desprenderse de ellas y mejor hacer coincidir la nueva identidad, las iniciales del ‘falso lehendakari’, con las suyas. Tras revisar algunos de los apellidos más comunes en Panamá, nació José Andrés Álvarez Lastra.
Aquel viaje de supervivencia y de nueva identidad comenzó cuando estaba todo por terminar, cuando las tropas franquistas irrumpían sin oposición en tierras vascas. El Gobierno presidido por aquel treintañero católico del PNV inició el viaje al exilio del que no regresaría. José Antonio Agirre (Bilbao, 6 de marzo de 1904) simbolizaba la institucionalización de Euskadi. Él, como primer lehendakari, y su Gobierno como Ejecutivo símbolo del autogobierno vasco. Aquella Euzkadi con ‘Z’ que presidía contaba ya con bandera, con lengua, con himno, con una suerte de ‘ejército’ propio de gudaris y milicianos e incluso con moneda propia.
La clandestinidad
“La legión Cóndor ayudó a Franco a conquistar la Euzkadi de Agirre”, asegura Ingo Niebel. Este historiador alemán, amante del País Vasco, no olvida el día que su padre le llevó por primera vez a Gernika. En 1960 había trabajado un año en la Villa vizcaína, donde hizo grandes amistades. Años después la familia acudió a visitarlos. Mientras el Mediterráneo español se llenaba de compatriotas germanos, los Niebel optaban por visitar la localidad bombardeada en 1937. Antes del viaje su padre se lo contó. Rompió el tabú familiar y le reveló que aquel pueblo al que iban lo habían destruido con sus bombas aviones alemanes.
“Me sorprendió mucho. Tenía nueve años y cada vez que salía el tema de Hitler me mandaban salir de la sala. Tenía prohibido ver fotos de la guerra. Años después, esa curiosidad infantil la canalicé como historiador”. Su tesis final la dedicó a indagar qué ocurrió, cómo sucedió todo aquello. En ese escenario, la historia de José Antonio Agirre, su exilio y vicisitudes por Europa y América para escapar del Franquismo primero y el nacismo después le maravillaron. Ahora, Niebel publica ‘A la caza del primer lehendakari. Franco, Hitler y la persecución del primer presidente vasco’ (Ediciones B).
Este historiador y periodista alemán, casado con una mujer de Gernika, visita Euskadi con asiduidad. Sigue fascinado por la historia que se esconde tras la figura de Agirre y que descubrió en la biografía ‘De Gernika a Nueva York pasando por Berlín’ que escribió el propio lehendakari. Tras una ardua labor de investigación y documentación histórica, Niebel saca a la luz muchos detalles de aquella huida que durante años tuvo a Agirre oculto bajo una falsa identidad y residiendo en Bélgica, Alemania, Suecia, Uruguay, Nueva York y París, donde falleció en 1960 sin haber podido regresar a Euskadi.
De Berlín a Suecia
La toma de Bilbao se produjo el 19 de junio de 1937. Agirre huyó por Santoña (Cantabria) y desde allí a la Cataluña de Lluís Companys, al que dos años después acompañaría en su marcha al exilio cruzando la frontera a Francia. Instalado en París, intentó reconstruir su Gobierno desde el exilio. Al mismo tiempo buscó el reencuentro con su familia, exiliada en Bélgica. Aquella cita de mayo de 1940 para volver a ver a su mujer, Mari Zabala, tras mucho tiempo, y sus dos hijos salió mal. La invasión alemana de Bélgica le dificultaría regresar a París y terminaría optando por la clandestinidad. El lehendakari, el que muchos habían conocido, amado u odiado en función del bando de la guerra, pasaba al lado oscuro.
Mientras, las tropas nazis y las autoridades franquistas continuaban tras sus pasos. A su hermano Juan Mari ya lo había detenido y temía que pronto hicieran lo mismo con él. Es ahí donde nace la figura de José Andrés Alvares Lastra. La conexión y complicidad lograda con Guardian Jaén, cónsul de Panamá en Amberes (Bélgica) y en Hamburgo (Alemania), sería su tabla de salvación. Pese a las diferencias ideológicas, “él era ‘filonazi’ y ‘filofranquista’”, señala Niebel, ambos conectaron: “Venían del mismo ámbito social, burgués. A él le impresionó la personalidad de Agirre y consideraba que era un error el modo en el que se había tratado a los vascos, por eso decidió ayudarle”.
El plan inicial era abandonar Europa vía Moscú. Una vez en Vladivostok, cruzar en barco el Atlántico para llegar a las Filipinas o a algún país de América Latina. Pero la Unión Soviética no dispensaba papeles a ciudadanos panameños al no tener este país representación diplomática en Moscú. El plan tenía que cambiar. Ahora el destino sería Suecia. Para obtener los permisos era imprescindible viajar a Berlín, ciudad en la que se encontraba la embajada de Panamá. En plena contienda bélica aquel paso suponía meterse en la boca del lobo.
Fueron seis meses de espera. En Berlín, Guardia Jaén lo presentó como un compatriota, como un abogado panameño que acudía a la capital alemana a trabajar. Aquel hombre de falsas gafas y bigote sobrevenido se alojó en su misma pensión, en uno de los mejores barrios de la ciudad controlada por los nazis. “No se metió en los barrios obreros, hacerlo era adentrarse en el foco que vigilaba la Gestapo, donde perseguía a los comunistas. Hubiera sido un suicidio”. La manutención corrió a cargo de otro amigo de Agirre, el empresario vasco Manuel Intxausti, millonario residente en Estados Unidos.
Muerte en París
La espera de los papeles se hizo interminable. Agirre salía y entraba de su pensión, simulaba que su actividad profesional le mantenía muy ocupado. “En realidad, como otras muchas personas que vivían en clandestinidad, pasaba muchas horas en el cine, un lugar oscuro donde pasar desapercibido”. Por fin, y con la colaboración de otros consulados y embajadas como Venezuela y República Dominicana, la falsa documentación con la que abandonar Alemania llegó. También los permisos para que su mujer Mari y sus dos hijos, Gloria y José, -que viajaban con identidad venezolana- saldrían desde Bélgica a Berlín y desde allí, todos juntos, camino de Suecia.
El 23 de mayo de 1941 un ferry que une Alemania y Suecia ponía fin a la primera parte de la huida iniciada en 1937. Quedaba la segunda. El país nórdico resistía aún a las garras del nazismo, lo hacía rodeado de países ya ocupados como Dinamarca y Noruega. Tras dos meses, el 31 de julio, festividad de San Ignacio y aniversario de la fundación del PNV, la familia Agirre-Zabala parte rumbo a Brasil en un largo viaje de 28 días.
Pronto su amigo Intxausti vuelve a tenderle la mano al inscribirlo en la Universidad de Columbia de Nueva York. Era octubre de 1941 y por primera vez en muchos meses su verdadera identidad figuraría de nuevo en un documento oficial: José Antonio Agirre Lekube. El lehendakari ‘resucita’, abandona la clandestinidad, y su figura puede ya presentarse ante la diáspora vasca, numerosa en Latinoamerica.
Al finalizar la guerra, Agirre regresó a París con la esperanza de que también los días de régimen franquista estaban contados. Se equivocó. Aún se prolongaría los 15 años de vida que le restaban. José Antonio Agirre Lekube, el primer ‘lehendakari panameño’ de Euskadi, moriría en París en 1960 sin haber podido regresar a la tierra a la que juró fidelidad.
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