En sólo una semana la dirección del PP se ha desmoronado. Fue el miércoles 16 de febrero cuando Teodoro García Egea, almorzando con un nutrido grupo de periodistas, se refería a Isabel Díaz Ayuso como "la enemiga". Ese mismo día, a última hora de la tarde, El Mundo y El Confidencial publicaban el intento de espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid presuntamente instigado por un destacado miembro del Ayuntamiento de Madrid, Ángel Carromero.
Todo ha sucedido de forma vertiginosa y ha evidenciado la enorme debilidad de la dirección del PP. Pablo Casado dejó en manos de su número dos, García Egea, un poder enorme. Hizo oídos sordos a todos aquellos que se quejaban desde hace años de sus malos modos, de su estilo chulesco en el mando, de la forma en que estaba organizando desde los congresos provinciales un aparato fiel al líder por encima de cualquier otra consideración.
En la reunión del Comité de Dirección, Casado dijo que Díaz Ayuso pudo haber cometido hasta cinco delitos. Elvira Rodríguez le contradijo y el presidente del PP balbuceó. Nueve de sus trece miembros perdieron su confianza en él.
Pero ese no ha sido el único pecado del presidente del PP. Hay otro peor: la inseguridad. Inseguridad que le ha llevado a confiar en una denuncia anónima y sin sustento documental para lanzar una ofensiva a muerte contra Díaz Ayuso, que él veía como posible competidora en el liderazgo del partido, sobre todo después de su gran victoria electoral del 4 de mayo.
Uno de los hombres que ha formado parte del núcleo duro de Casado relata un momento crucial de la reunión del Comité de Dirección que se celebró el pasado día 17. "Casado estaba enfurecido. Nos dijo que Díaz Ayuso podía haber cometido hasta cinco delitos por el contrato que intermedió su hermano. Los enumeró con vehemencia: cohecho, tráfico de influencias,... Así hasta cinco. Entonces intervino Elvira Rodríguez y le dijo que ella tenía alguna experiencia en la contratación por parte de la administración (fue secretaria de Estado de Presupuestos y directora general de Programación Presupuestaria en la época de Aznar) y que, según los hechos que había descrito, era imposible que se hubiesen cometido esos cinco delitos. En todo caso, afirmó, ella sólo estimaría una posibilidad de tráfico de influencias, pero tampoco lo veía claro porque no nos habían mostrado documentos que lo sustentasen. Casado comenzó a balbucear. Se puso muy nervioso y no supo como responder. Fue entonces cuando algunos comprendimos que su obsesión por acabar con Ayuso estaba por encima de la razón, por encima de los intereses del partido. Luego, cuando acabó la reunión, un grupo de miembros del Comité lo comentamos en privado: había sido una gran decepción. Perdimos la confianza en él".
De esa visceralidad fue fruto la entrevista que el día 18 concedió el presidente del PP a Carlos Herrera en la COPE, donde lanzó una durísima insinuación de corrupción contra la presidenta de la Comunidad de Madrid. Eso hizo saltar todas las alarmas en el partido. Los barones se dieron cuenta de que las cosas estaban yendo demasiado lejos y que había que parar la enloquecida guerra de Madrid, que amenazaba con llevarse por delante al partido. Las presiones causaron su efecto. El sábado 19 Casado hizo saber por la tarde en un comunicado que había decidido retirar el expediente que, con toda solemnidad, había anunciado García Egea el día 17 a las 15,10 de la tarde contra Díaz Ayuso.
El domingo se publicaron algunas encuestas en las que se constataba el daño que estaba haciendo la disputa a la marca PP. En sólo unos días, los populares habían pasado de disputar la cabecera electoral al PSOE, a estar a punto de ser sobrepasados por el partido de Santiago Abascal. La sangría había que pararla. Tanto Fernández Mañueco, presidente de Castilla y León, y bajo amenaza de repetición electoral en su comunidad, como Juanma Moreno Bonilla, que tiene elecciones este año, llamaron arrebato. Todos los barones miraron a Núñez Feijóo como la solución de recambio más segura. El consenso era que no se podía esperar para el relevo al congreso del PP previsto para el mes de julio. Había que hacerlo cuando antes. Fue el presidente gallego el primero que el pasado lunes habló de un Congreso Extraordinario. La maquinaria para acabar con Casado ya estaba en marcha.
El lunes 21 se celebró una nueva reunión del Comité de Dirección, que se prolongó durante más de siete horas. Fue la puntilla para Casado. La mayoría de su equipo (nueve sobre trece miembros) ya no sólo cuestionó las pruebas contra Díaz Ayuso, sino que le planteó al presidente la necesidad de convocar un Congreso Extraordinario. Eso, o la dimisión. Un miembro del Comité confiesa: "Decirle eso a Pablo, que fue él quien me había nombrado, fue muy duro. Pero yo creí que era mi responsabilidad hacerlo. También le dije que, por su bien, era mejor que lo dejara ya, porque resistir ya no tenía sentido".
Casado estaba ciertamente tocado, abatido, como si no entendiera lo que le estaba pasando. Pero García Egea fue muy duro. Estuvo violento, se mofó de la manifestación que se había producido el domingo ante la sede del PP y arremetió contra alguno de los miembros del Comité y contra los barones que ya habían dejado caer que no le aguantaban más y pedían sin tapujos su cabeza.
"Casado ha sido el único líder del PP elegido en primarias", remarcó en varias ocasiones
El martes dimitió García Egea. Casado tuvo que ceder al clamor. El secretario general, ese mismo día, dijo a un amigo que "a Feijóo no le van a votar en el Congreso porque en las provincias la mayoría de los delegados son de mi confianza". Por la noche, para sorpresa de todo el PP, dio una entrevista a Ana Pastor en La Sexta en la que confirmó su dimisión y lanzó dudas sobre la legitimidad de Feijóo: "Casado ha sido el único líder del PP elegido en primarias", remarcó en varias ocasiones durante la conversación en prime time.
Casado sabía ya a esas alturas que estaba políticamente muerto. Sólo le quedaba pactar una muerte digna.
Durante unas horas dudó si dimitir en la mañana del miércoles. Incluso comentó a algunos de sus colaboradores más cercanos que pensaba hacerlo en el Pleno del Congreso. Pero no lo hizo. Eso sí, se despidió de la Cámara en una intervención que todos interpretaron como su adiós definitivo.
A última hora de la tarde, antes de la reunión convocada con los barones del partido, Casado se reunió a solas con Núñez Feijóo. Se trataba de pactar la rendición. La mayoría de los líderes regionales del PP iban a pedir esa noche su salida inmediata. Él lo sabía. Feijóo lo sabía. Pero, ante todo, al presidente gallego lo que le interesaban eran dos cosas: que Casado le apoyara públicamente y, por tanto, se comprometiera a que no iba a haber candidatura alternativa o juego sucio; y, por otro lado, que su nombramiento no fuera fruto de la cooptación por parte de los barones, sino el resultado de la votación de los militantes en un Congreso convocado a tal efecto.
Hubo tensión y pulso, porque Feijóo le pidió que se fuera ya y Casado pidió seguir hasta el Congreso para marcharse de la presidencia del PP "con honor y no por la puerta de atrás". Finalmente, pudo la sensatez y el sentido práctico.
Casado ya no manda en el PP (Cuca Gamarra hará la transición hasta un Congreso que será organizado por González Pons), pero seguirá al frente del partido formalmente hasta el 2 de abril.
En una semana, tan sólo en siete días, Casado ha pasado de aspirar a la presidencia del Gobierno a plantearse un futuro digno fuera de la política.
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