El día que Mariano Rajoy pisó por última vez el Congreso de los Diputados, fue para perder el gobierno por la moción de censura promovida por el PSOE. Eso, le llevó a abandonar la presidencia del PP al ver agotado su ciclo después de dos legislaturas. A Pablo Casado, su heredero en el cargo, la puerta de salida no se la ha mostrado el adversario, sino sus propios compañeros; muchos de los cuales lo avalaron en las primeras primarias de la historia del partido. Fieles que, hasta esta semana, otorgaban un apoyo incondicional hacia su proyecto.
El itinerario político marcado por Casado venció al marianismo que quería seguir ejerciendo la mano derecha y vicepresidenta de Rajoy, Soraya Sáenz de Santamaría; y arrasó frente a la vía Cospedal que la exsecretaria general popular pretendía consolidar. Unos cinco mil votos de distancia con la castellano-manchega en la primera vuelta. Algo menos de medio millar respecto a Santamaría en la segunda. El PP demandaba un cambio de dirección después de años difíciles con causas abiertas por corrupción de Gürtel o los Papeles de Bárcenas, y el palentino promocionaba eso en una sola palabra: regeneración.
Hasta la presentación formal de su candidatura para el XIX Congreso Nacional de julio de 2018, Casado ejercía como vicesecretario de Comunicación del partido. Era un puesto de nueva creación que reforzaba el trato del PP con los medios, y eso le situó en la primera línea política como figura mediatizada. La desenvoltura con la prensa era un aspecto fundamental después años de ocultismo tras un plasma, y su juventud, una gran oportunidad para competir con las nuevas propuestas políticas y sus liderazgos que comenzaban a surgir.
El PP demandaba un cambio y Casado promocionaba eso en una sola palabra: regeneración. Esta semana, los que confiaron en él, le han pedido que se marche
Febrero ha sido un mes de ruptura para Casado. Después de casi cuatro años en la presidencia del PP, ha anunciado que dimitirá del cargo a petición de los suyos. Aguantará hasta la celebración de un Congreso Nacional de carácter extraordinario en abril, y allí cederá el testigo, salvo sorpresa, a Alberto Núñez Feijóo, que esta vez no ha dejado pasar su tren. Casado considera que no ha "hecho nada malo" para ver finiquitado así su liderazgo, pero no quiere perpetuar una hemorragia que puede acabar con las siglas.
Apadrinado de Aguirre y Aznar
Casado formalizó su afiliación a la marca en 2003, cuando tenía 22 años. En 2005 tomó las riendas de las juventudes del partido Nuevas Generaciones (NNGG), lo que le puso en contacto directo con la lideresa Esperanza Aguirre o el ya expresidente José María Aznar. Cayó bien, y pronto comenzó a ascender. Primero, compaginó la presidencia de NNGG con la Asamblea de Madrid, donde ejerció de diputado entre 2007 y 2009 en el segundo mandato de Aguirre. Dejó el escaño y la política activa para convertirse en el director del gabinete del diputado Manuel Pizarro, y, brevemente después, de Aznar.
El protagonismo que el auspicio del segundo presidente de la casa le dio, le permitió ascender a la cúpula nacional del PP. Pero, antes de convertirse en uno más dentro del Comité Ejecutivo del partido, asumió la portavocía de la campaña electoral de las municipales y autonómicas de 2015.
Un mandato complicado
La etapa de Casado en la dirección del partido ha transcurrido en un periodo político convulso: con la rotura del sistema de alternancia bipartidista, la presencia de nuevas propuestas y el auge del populismo. A valorar positivamente durante ese periodo, han sido sus capacidades expresivas para transmitir emociones. No obstante, ha tenido un serio problema: la dificultad de elaborar un relato único por la diversidad de facciones que habitan en las filas de la agrupación, y que le han pedido mirar a Cs y a Vox impidiéndole centrarse en el propio PP.
"Si yo gano, nadie pierde". Ese fue el lema utilizado para coronarse en la cúpula del partido. Sin embargo, el PP perdió más que ganó: obtuvo los dos peores resultados electorales de toda su historia. Primero en abril, tras nueve meses de gestación del proyecto de Casado y a consecuencia de Cs; después en noviembre, por el crecimiento de Vox. 66 y 88 diputados el 28A y el 10N, respectivamente, viniendo de 137 con Rajoy.
Casado apuntó que si ganaba las primarias, nadie perdía. Pero el PP no ha hecho más que perder
Por activa o por pasiva, la dependencia de un socio electoral ha impedido a Casado conformar un discurso de candidato ganador. Sobre todo, en el último año. A diferencia de Pedro Sánchez, que progresivamente se ha reforzado por el declive de Unidas Podemos, el presidente del PP ha visto como su potencial aliado le quitaba terreno.
La de Casado ha sido una actitud de ambigüedad, y, por lo tanto, de poca transmisión de confianza al votante. Donde más ha primado, es en relación al dilema de pactar o no con Vox; de seguir la vía alemana de Merkel y establecer un cordón sanitario, o de optar por la austriaca del excanciller popular Sebastian Kurz e integrarlos en un ejecutivo de coalición. De atender a la familia europea y no dar combustible a la extrema derecha, o a los votantes, para frenar el paso a la izquierda. Casado optó por una vía intermedia sin entrada en los ejecutivos donde el PP pudiera llegar a gobernar, pero sí con apoyos externos. Y eso no ha convencido a nadie.
La batalla con Ayuso
La equidistancia en favor del entendimiento ha chocado de bruces con la firmeza de Isabel Díaz Ayuso. Amiga de juventud y promocionada a dedo por Casado, ha pasado de completa desconocida -incluso cuestionada internamente- a ser el talón de Aquiles del líder del PP. La eligió candidata del partido para las elecciones autonómicas de la Comunidad de Madrid y, tras salir investida por la coalición con los naranjas, empezó a tener discurso propio.
La capacidad para frenar a Vox en Madrid y el combate permanente a la izquierda, la sitúa como referente de las bases
El carisma y la espontaneidad de la líder madrileña, ha contrastado con el vaivén de Casado. Algo que, sumado a la capacidad de la presidenta regional para frenar a Vox y su determinación para optar por cualquier vía contra la izquierda, ha arrebatado al popular la confianza de las bases.
"Que no nos importe lo que diga la izquierda de nuestros pactos", decía Ayuso tras las elecciones del 13-F y fomentando un desacomplejamiento cultural del PP, para pactar con Vox, de cara al nuevo ciclo electoral. Un planteamiento que, pese a no ser reconocido públicamente, es la única alternativa para barones que se la juegan en sus territorios, como Alfonso Fernández Mañueco en Castilla y León o Juanma Moreno en Andalucía.
El discurso de Casado, invitando a la moderación, no era sostenible en el tiempo para el partido. Su supervivencia, sólo estaba garantizada en los brazos de Vox. Porque para jugar a las mayorías ya está Feijóo.
Casado deja la dirección y, probablemente, la política sin haber logrado una de sus grandes obsesiones: ganar a Sánchez unas elecciones y arrebatarle La Moncloa. Un compromiso establecido desde el minuto uno de su mandato y que ha tornado en inalcanzable.
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