Depende de cómo se mire, Downton Abbey, la serie que ahora emitirá TVE en las sobremesas, es una anomalía, incluso un milagro: en un mundo dominado por grandes plataformas de streaming con series centradas en jóvenes milenials (o temas relacionados), una saga de lords y ladies ingleses, vestidos de trajes de época y hablando con acento de la clase alta, y con una trama con la Primera Guerra Mundial de fondo, lleva años triunfando por encima de títulos con más presupuesto y un elenco de protagonistas más famosos.

En Inglaterra, de donde es originaria, Downton Abbey apareció por primera vez en el canal ITV el 26 de septiembre del 2010. Meses más tarde, en enero del 2011, se emitió en Estados Unidos en la PBS, un canal tan respetable como poco visto. En ambos casos arrasó. El primer episodio fue visto en las Islas Británicas por 9,2 millones de británicos y el segundo, por 11,8 millones, el mayor éxito de un estreno en años. En la PBS el triunfo fue aún más contundente: Downton Abbey se consolido como la serie más vista de toda la historia del canal. El primer capítulo de la sexta temporada fue visto por 9,9 millones de espectadores, una cifra que superó de largo a la final de Mad Men (4,6 millones).

El mejor ejemplo de la clase alta

La serie se centra en las aventuras y desventuras de la aristocrática familia Crawley y sus criados, y aunque la evolución de la historia es muy previsible, no deja por ello de ser adictiva. Downton Abbey es ligera, es simpática, es entretenida y la puesta en escena es deliciosa. En conjunto, es un guilty pleasure, como dicen los británicos, un placer de difícil justificación, pero placer al fin y al cabo.

Originariamente, se pensó como una suerte de secuela de Gosford Park, la película de Robert Altman del 2002. El guion de la película lo había escrito un tal Julian Fellowes y el productor Gareth Naeme lo llamó para que creara algo parecido para televisión: una serie con mucho aire vintage centrada en la clase alta británica.

Fellowes conocía de sobra el mundillo: él mismo, al fin y al cabo, es un perfecto ejemplo de él. Su padre era un destacado diplomático; su abuelo, John Wrightson, fue un famoso terrateniente, pionero de estudios que hoy llamaríamos de ingeniería agrónoma y el fundador de Downton Agriculture College (atención al nombre). Fellowes acudió a los mejores colegios de la élite: Wetherby School (donde años más tarde estudiaron los príncipes Guillermo y Enrique), St. Philip's School, Ampleforth College. Se licenció en Literatura Inglesa en el Magdalene College en Cambridge y luego se embarcó en una efímera carrera como actor antes de hacerse guionista.

Distante en el tiempo, pero no remota

Fellowes fue el primer sorprendido por el éxito de Downton Abbey. "Siempre me preguntan cuál ha sido la clave, pero la verdad es que aún no lo comprendo", reconoció en una entrevista. Sin embargo, sí que se pueden establecer varias razones por las que la serie atrajo la atención del público. Para empezar, Downton Abbey es temporalmente antigua pero los hechos de fondo son lo suficientemente conocidos como para no tener que acudir a la Wikipedia. En el primer capítulo, por ejemplo, se habla del hundimiento del Titanic. Gran parte de la serie, además, habla de la Primera Guerra Mundial. Ya hay vehículos a motor y luces eléctricas. Más adelante, encima, aparecen las radios y, luego, los teléfonos. Los cócteles harán su aparición a su debido tiempo y también el pelo a lo garçonne y los clubs de jazz.

Julian Fellowes explicó que comenzó Downton Abbey en la época eduardiana (es decir, en la primera década del siglo XX) a propósito: si lo hubiese centrado unos años antes, en la época victoriana, a la audiencia le hubiese parecido excesivamente antigua y desconectada de su realidad más inmediata. Pero aquí se conseguía un término medio interesante: la ropa era antigua pero ya lo suficientemente moderna como para poder ponértela. Muchos peinados se pueden llevar perfectamente hoy en día. El lenguaje, aunque de la clase alta, es comprensible y las conversaciones no parecen sacadas de un libro de Jane Austen.

Un elenco de personajes formidable

Otro gran motivo para el éxito de Downton Abbey es el elenco de personajes, comenzando por Lady Violet Crawley, condesa viuda de Graham, interpretada magníficamente por la Dama Maggie Smith. Ella es, sin duda, el alma de la serie: la personificación de los valores más altivos de la aristocracia --la arrogancia, el apego a la tradición, la conservación de las formas y los modales--, pero también es la viva imagen del wit, esa habilidad tan british para expresarse mezclando simpatía, sarcasmo, grandes dosis de ironía y unas gotas de inteligencia bien dispensada.

Lady Violet preside la vida de Downton Abbey como madre del actual conde de Graham, Robert Crawley (interpretado por Hugh Bonneville), el perfecto aristócrata británico, digno, humilde, servicial, de modales perfectos y siempre considerado con el servicio. Robert está casado con Cora, la actual condesa, una estadounidense con la que él se casó en principio sólo por su dinero (ella es hija de los millonarios Levinson, una familia de auténticos nuevos ricos de Cincinnati, en Ohio), aunque con el tiempo se enamoran perdidamente el uno del otro.

Cora y Robert tienen tres hijas (Lady Mary, Lady Edith y Lady Sybil), pero no un hijo varón que herede el título, la fortuna y la finca de Downton Abbey. En principio, sus herederos eran James Crawley, primo de Robert, y el hijo de éste, Patrick, pero ambos mueren ahogados en el Titanic. El primer capítulo de la serie, de hecho, arranca con la noticia del hundimiento del famoso trasatlántico.

Dada la tragedia, los Crawley se ven obligados a buscar un nuevo heredero. Sus abogados dan con el siguiente varón elegible en el frondoso árbol genealógico: un tal Matthew Crawley, un familiar lejano, joven y abogado de profesión, un perfil que ahora nos parecería muy apetecible, pero que para la aristocracia de principios del siglo XX era un horror. Por entonces, un auténtico gentleman no trabajaba (la simple idea era inconcebible): se dedicaba a supervisar sus fincas, leer el periódico, jugar al bridge, ir de cacerías y atender bailes durante la season en Londres. A los condes de Grantham, por tanto, Matthew les parece al principio un vulgar exponente de la middle class, un burgués de clase media, desconocedor de los códigos de conducta de la upper class. Y no hablemos de su madre, la afable pero revolucionaria Isabel, una viuda que ha ejercido la enfermería y defiende ideas políticas muy de izquierdas. Los choques culturales entre Isabel y la muy respetable Lady Violet Crawley, la condesa viuda, son una de las partes más inteligentes y mejor logradas de toda la serie.

Matthew y la mayor de las hijas de los Crawley, Lady Mary, comenzarán una relación de amor-odio que servirá de eje conductor de la serie durante varias temporadas: sus acercamientos, distanciamientos, romances, rupturas y una serie de tragedias mantendrán en vilo al espectador y permitirá ir tejiendo a su alrededor el resto de tramas. Están las peleas descomunales entre Lady Mary y su hermana Edith, los amoríos de la hermana pequeña con el chófer de la familia, los romances entre varios miembros del servicio y los odios que se tejen entre varios personajes.

Todos los personajes, aunque aparentemente banales, están perfectamente delineados, llenos de matices y evolucionan con el tiempo. Lady Mary, por ejemplo, comienza pareciéndonos una mujer fría, arrogante y altiva, tan sólo interesada en el prestigio social y el dinero, pero después descubrimos que es fuerte y decidida y con un corazón mayor que lo que ella misma cree. Por su parte, Edith parece al principio anodina y sin nada que aportar, y acaba siendo la más progresista de todas.

Caracterización de lujo

Aparte de los personajes, hay otros dos grandes protagonistas en la serie: el vestuario y las localizaciones, con Highclere Castle, en Hampshire, dando vida al famoso Downton Abbey. El lugar, por cierto, es el hogar de los condes de Carnarvon, un nombre que le sonará a todo aficionado a la egiptología (fue el quinto conde de Carnarvon quien descubrió la tumba de Tutankamón).

El castillo de Downton Abbey es, sin duda, el alma de toda la serie: es el escenario perfecto para trasladarnos a una época ya pasada, pero que gracias a al serie podemos recrear en todo su esplendor.