En una semana, Alberto Núñez Feijóo tomará las riendas del PP. La de Castilla y León era una campaña electoral esperanzadora para Pablo Casado y los conservadores. El viento, después de dos convocatorias nacionales donde el partido había obtenido los peores resultados de su historia, por fin comenzaba a soplar a favor, y el proyecto popular quedaba orientado hacia un único fin: ganar al PSOE la partida en el inminente ciclo electoral. Primero municipal y autonómica; después estatal. Desde la convención de los populares en Valencia, y salvo algunas excepciones, las encuestas acotaban las distancias de los de Casado con los socialistas para alcanzar ese cometido. Pero el batacazo electoral y el fracaso del horizonte marcado por el presidente castellano y leonés Alfonso Fernández Mañueco, de absorber completamente a su socio Ciudadanos, supuso el inicio del fin.
La necesidad de pactar con Vox para mantener el principal feudo territorial del PP y la negativa de Casado a hacerlo directamente, mermó la confianza depositada en él por parte de su entorno. El dirigente quería seguir el modelo madrileño: un gobierno en solitario y apoyo de la derecha radical desde el exterior, con acuerdos puntuales como los que alcanzan Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio. Y, pese al mensaje de unidad que expresó el día posterior a los comicios, de "no nos dejaremos llevar por un puñado de votos", ese fue el principio del fin.
Dos días después, el escándalo por el presunto espionaje a la presidenta de la Comunidad de Madrid ahondó el descrédito de Casado. Y el terremoto causado por el enfrentamiento entre Génova y la Real Casa de Correos, aún perdura. El todavía presidente del PP sigue preguntándose qué hizo mal. "Es una reacción que no merezco", expresó durante la última Junta Directiva Nacional del partido, donde se despidió de toda la estructura territorial.
Fuentes del PP comunican a El Independiente que Casado, pese a haberse despedido del Congreso de los Diputados y delegado su actividad en la cámara a la portavoz del Grupo Popular Cuca Gamarra, sigue acudiendo a la sede nacional como el primer día. No detallan a qué. Pero sí confirman que pasa la mayor parte del tiempo dentro de su despacho y apenas sale ni se relaciona con nadie. Aún está asimilando lo sucedido, añaden. De cómo ha pasado de verse instalado en La Moncloa, a ser desahuciado de la casa del partido. Su partido.
Casado ha pasado de verse instalado en La Moncloa a tener que abandonar Génova, la casa del partido
García Egea, sin rumbo
Como Casado, Teodoro García Egea ha adoptado un perfil discreto. Apenas se deja ver y no hace declaraciones a los medios. Si embargo, mientras que su exjefe ha preferido bajar el ritmo, el murciano no ha dejado de moverse desde que dimitió como secretario general. En las sombras. Según ha podido saber este medio, el 'segundo' de Casado ha contactado con varios representantes de la formación. Asimismo, ha enviado varios mensajes a la ahora coordinadora general, Gamarra, y al propio Feijóo.
A diferencia del presidente, que ya no aspira a nada dentro del PP, García Egea quiere mantenerse inmerso en la primera línea política. Un deseo, que le ha llevado, en apariencia, a renunciar a su respaldo indiscutible a Casado; su valedor para acceder a la Dirección. La persona por la que ascendió hacia puestos de gran relevancia, más allá del ayuntamiento de Cieza (Murcia) o la bancada del parlamento.
Déficit de confianza
"No tiene escrúpulos", es "tóxico", "soberbio", y "un absolutista con maneras muy coercitivas, incluso muy grosero", contaban fuente populares al periódico tras producirse la baja de García Egea de la Secretaría General. "Le gusta moverse en las tinieblas del poder, pero en las más pestilentes", añadían. Precisamente, por ello, se ha extendido el sentimiento de desconfianza hacia su figura. Nadie quiere tener vínculos, más allá del personal, con él.
Al PP le consta que quiere ponerse al servicio de la nueva cúpula y del aún presidente de la Xunta Feijóo. Pero, internamente, no quieren ni planteárselo. Podrían señalarse dos motivos principales. En primer lugar, por el intento fallido de movilizar una candidatura alternativa para pugnar en primarias con la del gallego, la de situar a "un outsider con el que Teo toque las narices". Así lo entendían algunas fuentes nada más fijarse en el calendario el XX Congreso Nacional Extraordinario de Sevilla.
Y es que García Egea llamó a numerosas provincias para solicitar respaldo territorial y presentar a otro competidor. Pero nadie quiso secundar esa intención en plena crisis y con la herida abierta, mientras en Vox permanecía expectante y se frotaban las manos.
En segundo lugar, y más importante, por el aparato provincial construido durante el mandato de Casado, situando al frente de las presidencias a afines. Es cierto que, pese a no haber conseguido apoyo en plena hemorragia, no conlleva que, en el futuro, y desde dentro, García Egea vuelva a ganarse nuevamente el sentir de esos representantes y pueda crear una nueva alternativa. Lo que perjudicaría los intereses y la estabilidad de Feijóo.
A ello, hay que añadir que, gran parte del arrinconamiento o 'veto' realizado por Casado a la vieja guardia del partido, se desarrolló de la mano del propio secretario general. Al contrario, lo que quiere Feijóo es retornar a gente de la etapa Rajoy, y mantener un equilibrio entre las nuevas voces, y personas expertas.
García Egea está avocado a permanecer en un segundo plano. Por lo que su papel, al menos hasta final de la legislatura en 2023, será la representación de Murcia en la bancada del Congreso. No hay espacio para más.
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