Esta semana se producen dos acontecimientos destacados en la vida de Amancio Ortega: hoy cumple 86 años, una edad nada desdeñable, y el viernes su hija, Marta Ortega (Vigo, 1984), asumirá oficialmente la presidencia de Inditex, el imperio que Amancio creó de la nada a través de una historia que ya tardan en llevar a la gran pantalla (se suponía que Netflix estaba trabajando en una serie sobre su biografía pero no se sabe si el proyecto sigue adelante). El viernes, insisto, se producirá el relevo en la cúspide del gigante textily, sin duda, será el día en que Amancio Ortega seguramente mirará atrás y recordará su largo camino al frente de aquella pequeña compañía que creó en 1985 y que hoy es una de las más grandes del mundo. Su vida se estudia en las mejores facultades de negocio del mundo; son muchos los empresarios que desearían imitarlo.
Su historia, desde luego, es digna de encomio, una de esas vidas que parecen de novela y que sólo parecen protagonizar los estadounidenses. Pero en este caso la protagonizó un chaval nacido en el pequeño pueblo de Busdongo de Arbas (León) en 1936. Su padre, Antonio Ortega, nacido en Valladolid, era ferroviario en la estación del municipio y fue precisamente esa profesión la que hizo que la familia se tuviera que cambiar con frecuencia de domicilio: a los pocos meses de nacer, Amancio ya tendría que poner rumbo a Tolosa (País Vasco) y, al cumplir los doce años, su familia se instaló en Galicia, en La Coruña para ser exactos.
Una infancia marcada por las estrecheces familiares
No fue una infancia fácil y los padres pasaron por numerosas estrecheces económicas: el propio Amancio explicaría años más tarde que aún se acordaba del día en que acompañó a su madre a una tienda de alimentos y el dueño les dijo que no les podía fiar más dinero. Aquello fue el detonante de lo que vendría más tarde: Amancio decidió ayudar a su familia, dejó la escuela (estudiaba en el colegio del Sagrado Corazón) y se puso a trabajar. Desde muy pequeño se juró a sí mismo que sus padres no volverían a pasar hambre. Y lo consiguió, vaya si lo consiguió: nadie sabe con exactitud a cuanto asciende su fortuna personal, pero se calcula que ronda los 62 billones de dólares. En octubre de 2015, la revista Forbes aseguró que, durante unos minutos, cuando la cotización bursátil de Inditex estaba en máximos históricos, Amancio Ortega se colocó por delante de Bill Gates como el hombre más rico del mundo. En septiembre del 2016, protagonizaría otro sorpasso histórico.
Y eso que comenzó por lo más bajo. Casualidades del destino, su primer trabajo fue en el mundo del textil: con catorce años se hizo repartidor de una camisería llamada Gala y poco después entró como comercial en La Maja, una tienda de cierto nombre en La Coruña. Allí lo aprendió todo del oficio, desde cómo se cortan las telas a cómo se distribuían los muestrarios. Y allí también conoció a la que sería su primera esposa, Rosalía Mera.
Amancio era ya un trabajador incansable y también un emprendedor nato que no quería seguir trabajando para otros y soñaba con montar su propio negocio algún día. Por ello, por las noches, cuando llegaban a casa, su mujer y él se ponían a diseñar y crear sus propios modelos. La idea no era sacarse un dinero extra, sino poner los cimientos de su propia empresa, un proyecto que se materializó en 1963, cuando el matrimonio fundó Goa Confecciones (lo de GOA viene por sus iniciales en sentido inverso). Los acompañaba en la aventura empresarial el hermano de él, su cuñada y José Antonio Caramelo, el fundador de las tiendas de ropa Caramelo. El negocio estaba centrado, básicamente, en confeccionar albornoces y batas de guata que la pareja cosía ellos mismos por las noches y en sus pocos ratos libres. Pero el producto era lo de menos. Lo interesante es que Amancio comenzó a aplicar una filosofía comercial que luego reproduciría a gran escala: consciente de que, por aquel entonces, vestirse bien salía muy caro y la ropa adquiría a menudo precios desorbitados, él decidió hacer vestidos bonitos para todos los bolsillos. Y lo consiguió reduciendo la cadena de producción al mínimo: nada de contar con intermediarios o agentes externos; los Ortega lo hacían todo ellos, de fabricar a distribuir.
Un modelo de negocio revolucionario
El modelo de negocio permitió ahorrar lo suficiente como para abrir una tienda más grande en La Coruña en el año 1975. El 15 de mayo de 1975 para ser exactos. Estaba en la calle Juan Florez y la llamó Zara. Fabricaba y vendía ropa para hombre, mujer y niños. A partir de ahí, todo creció como la espuma en un tiempo récord. Comenzó a abrir tiendas por toda España, fundó un gran almacén en el pueblo coruñés de Arteixo en 1977 y diez años más tarde dio el salto definitivo: creó el grupo Inditex (que, por cierto, significa Industria de Diseño Textil), el cual le permitió abrir nuevos mercados. El negocio de Amancio Ortega se abría al mundo: primero fue Portugal y luego, el resto del planeta. En la actualidad, cuenta con 7.000 tiendas en todo el mundo. De Zara y del resto de marcas que fue sumando, como Pull& Bear, Bershka, Lefties y Oysho. También las que adquirió, como Massimo Dutti.
Pero no sólo consiguió crear un imperio geográfico. El éxito de Inditex, en realidad, radica en haber cambiado radicalmente las normas del sector, haber reinventado de arriba abajo el funcionamiento de una cadena. Lo hizo más rápido, más eficiente, más dinámico y más barato. Y por el camino consiguió crear modelos bonitos, con ropa de vanguardia, de buena calidad y a precios excelentes. La cuadratura del círculo, vaya. Si el resto de empresas tardaban de media seis meses en sacar una colección, Amancio consiguió renovar de arriba abajo sus muestrarios en tan sólo un par de semanas. Los escaparates de Zara se cambiaban a velocidad de vértigo para que adaptarse a las tendencias y "obligar" a pasarse por las tiendas una y otra vez.
Los stocks, eso sí, se redujeron: he aquí otra de las claves del éxito. Todo lo que hay se agota y ya está. No se renueva. Como mucho, puedes tener la suerte de encontrar la prenda que buscabas en otra tienda cercana. Parece una tontería, pero semejante decisión hizo que se abarataran los costes enormemente: la gestión de inventario era una de las partes más costosas del proceso.
La tercer clave del éxito es la mejora continua. Hubiese sido muy fácil (incluso, hasta cierto punto, comprensible) dormirse en los laureles en cierto momento, cuando ya Inditex estaba en la cúspide y no tenían rival. Amancio Ortega no cayó en el error, al contrario. Lo que hizo fue intentar mantenerse siempre a la vanguardia, siempre con algo nuevo que ofrecer. De ahí, por ejemplo, que en vez de gastarse una millonada en publicidad (como hacían todos los demás) él prefiriese centrarse en la "localidad", en instalarse en zonas exclusivas, generalmente carísimas, al lado de las tiendas más caras del planeta. No es raro que haya una tienda Zara en las avenidas donde los alquileres son más caros. Normalmente están cerca de tiendas con nombres como Chanel o Dior en sus vitrinas. Semejante proximidad les confiere un estatus de objeto deseado pero, afortunadamente, a precios asequibles.
También Inditex tiene un sistema de 'observadores' para estudiar todas las tendencias del momento y, a poder ser, adelantarse a ellas. Cuando Inditex estaba en sus inicios, el propio Amancio conducía su coche hasta París para estudiar los desfiles de moda y aprender de los mejores modelos (lo de volar en avión lo odiaba y lo sigue odiando, aunque ahora no le quede más remedio). En Galicia, adaptaba lo que había visto en Francia a precios modestos. Hoy se rumorea --Inditex lo niega-- que sigue habiendo 'scouts' anónimos en los principales desfiles y lugares de moda para estudiar las últimas tendencias y adelantarse al mercado. También cuentan con un ejército de diseñadores propios con personas venidas de todo los puntos del planeta.
El precio personal que pagó
Desde luego, Amancio Ortega es hoy sinónimo de éxito, pero como siempre se dice en estos casos, no todo es oro lo que reluce. También él ha tenido que pagar un precio personal: se divorció de su primera mujer (con la que tuvo a su hija Sandra y su hijo Marcos, nacido con parálisis cerebral). Actualmente está casado con su segunda esposa, Flora Pérez, una mujer a la que conoció porque era dependienta en una de sus tiendas. Con ella tuvo a su hija Marta, la persona que se hará ahora con las riendas de la empresa.
Amancio Ortega disfruta con su familia: los que lo conocen bien aseguran que es su principal característica. Esa, y la de ser un perfeccionista nato, muy ambicioso y con unos dotes de observación superlativos. También dicen que es un hombre sencillo sin ningún gusto ostentoso y, más allá de que le gustan los caballos y los coches, no se le conoce ninguna estridencia. Aún le gusta tomarse un café en el bar del pueblo y charlar con la gente de siempre. Viste con camisa (generalmente azules) y odia las corbatas. Hasta hace unos años, vivía en un piso, grande y confortable pero para nada semejante a los fabulosos chalets donde viven los multimillonarios. La fama la odia y nunca ha concedido ninguna entrevista. Antiguamente se le podía ver en algún partido del Depor en Riazor, pero ya ni eso.
Lo único que últimamente se sabe es que es generoso como pocos y que ha dado mucho dinero a varias causas sociales, sobre todo a la lucha contra el cáncer. Muchos le echaron en cara que lo hacía para evitar impuestos, pero la crítica era, sin duda, injusta. Seguramente, lo único que estaba intentando era ayudar a otros. A pesar de que ahora lo tiene todo, él conoce mejor que nadie la angustia de no tener nada. Como aquel día, en aquella tienda de ultramarinos, en que vio cómo a su madre ya no la fiaban y decidió que nunca volverían a pasar hambre.
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