"Vivimos en abril del 2020, pero parece que sea abril de 1937, cuando Europa conoció a una de vuestras ciudades: Guernica". El presidente ucraniano Volodomir Zelenski tiene por costumbre usar algún referente histórico clave en la historia del país al cual se dirige. Cuando habló ante el Congreso de los Estados Unidos nombró a Pearl Harbor y el 11-S; en el Reino Unido fue, ¡cómo no!, Winston Churchill y también William Shakespeare ("¿Ser o no ser? Esa es la cuestión ahora", dijo). En Israel fue el Holocausto y en Alemania, el famoso discurso de Ronald Reagan frente al Muro de Berlín ("Yo también le digo: señor Scholz, destruya este muro"). En España, ha sido Guernica, seguramente el gran símbolo de la Guerra Civil Española fuera de nuestro país. Y también uno de los primeros grandes bombardeos desde el aire contra población civil inocente. Podría haber hecho alguna referencia al "No pasarán", una frase que, sorprendentemente, se conoce muy bien en toda Europa (no ha sido difícil verla, escrita en castellano, en carteles en Ucrania desde el 2013), pero seguramente no ha querido entrar en terrenos pantanosos.
Sin embargo, más allá del apunte histórico, sería un error quedarse solo con esto. Porque el discurso de Zelenski ha dado para mucho.
Una puesta en escena que impresionaba
Zelensky ha empezado su intervención pidiendo perdón por haber empezado con retraso. Estaba todo previsto para que comenzara su intervención frente el Congreso de los Diputados hacia las cinco de la tarde, pero no ha podido conectarse hasta las 17,18h. El retraso se debía a que Zelenski estaba justo antes compareciendo por videoconferencia frente al Consejo de Seguridad de la ONU, en Nueva York ("los mayores crímenes desde la Segunda Guerra Mundial se están cometiendo en Ucrania", dijo en referencia a lo que está sucediendo en el país y, sobre todo, a las horripilantes imágenes de las matanzas de Bucha). Acabó su intervención en la ONU a las cinco en punto y, seguramente, Zelenski tuvo que cambiar de localización por motivos de seguridad. Por lo que se sabe, no puede estar más de media hora en el mismo lugar, lo que explicaba el retraso en la comunicación con Madrid.
Mientras esperaban, congresistas y senadores se han ido colocado en el Congreso, el cual se había preparado para acoger a un número extraordinario de personas, unas seiscientas personas en el hemiciclo (en vez de los típicos asientos donde se colocan Sus Señorías, habían sillas entre los huecos, lo que se denomina "banco corrido"). Además de congresistas y senadores, había doce ministros, embajadores de la Unión Europea y de la OTAN y una representación de la comunidad ucraniana. Para que todos en la sala pudieran ver bien al presidente de Ucrania, se habían dispuesto dos pantallas planas adicionales a la altura de la mesa del Congreso.
Unanimidad en las Cortes
A las 17,18 horas, cuando ha comenzado la intervención, todo el hemiciclo se ha puesto en pie y ha aplaudido sentidamente, una de esas escasísimas ocasiones de la historia de este país en que todos los parlamentarios estaban de acuerdo en algo y han actuado con sentido de estado. Una imagen así, en un país como España, no deja de sorprender desgraciadamente.
La primera en tomar la palabra ha sido Meritxell Batet, presidenta del Congreso, la cual iba vestida toda de negro (¡bien!). Ha improvisado algunas palabras de bienvenida en ucraniano (¡muy bien!) y ha pronunciado un discurso que se había anunciado de cinco o seis minutos, pero que finalmente ha sido de tres (¡menos mal!). El contenido, por supuesto, ha sido previsible: "admiramos vuestro coraje y determinación", "la batalla de Ucrania por su libertad es nuestra batalla", "nos sentimos ucranianos". Todo frases bienintencionadas pero que han perdido fuerza por el tono monocorde de Batet. Desgraciadamente, la oratoria no es un don de los políticos españoles actuales (y eso que venimos de una gran escuela de oradores, de Cánovas a Ortega y Gasset).
La traducción ha matado toda la épica
Justo después de Batet, ha comenzado el presidente ucraniano. El discurso ha estado muy bien, pero la traducción simultánea ha matado toda la épica. Ni el mejor discurso de Churchill, ni el mejor texto de Shakespeare, aguantarían una traducción semejante. Y la culpa no ha sido de la traductora (Zelenski habla muy rápido, apenas toma aire entre frases y la traducción simultánea es muy difícil), sino por el contexto.
Lo interesante, de hecho, era ver a Zelenski sin traducción. Tiene una presencia imponente, casi diría que mayestática, a pesar de que en poco tiempo ha envejecido mucho, se le notan las ojeras y la piel la tiene entre blanquecina y grisácea, señal de que no duerme apenas y de que no debe comer lo suficiente. Como se dice por estos lares, a pesar de que intenta mantener la compostura, la procesión va por dentro.
Iba vestido como siempre, con una sencilla camisa sobre una camiseta, una opción de indumentaria que tomó desde el principio de la guerra, para dar la imagen de un líder que está con su pueblo, a pie de calle, luchando contra el enemigo. Más allá de esto, lo más destacable es su mirada, profunda y directa, sincera y transparente. Zelenski habla sin apenas moverse y ni gesticula ni mueve las manos excesivamente. Que sea capaz de transmitir tanto con tan sólo su presencia dice mucho de él y también --seamos sinceros-- de su entrenamiento (no olvidemos que es actor de profesión). Ayuda, sin duda, su voz, de gran potencia, pero que sabe modular a la perfección y que no molesta.
Todos los recursos retóricos
En 1938, un año antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Winston Churchill dijo que los dictadores tienen miedo del poder de las palabras. Los discursos, aunque muchas veces se les tilda de mero teatro hueco, en realidad tienen una fuerza descomunal si se saben decir bien: son armas para movilizar, para infundir ánimos, para que la moral no decaiga. Y, como todo buen estratega militar sabe, la moral es un factor decisivo en toda contienda. Él mismo tuvo la ocasión de ponerlo en práctica en más de una ocasión durante la guerra. El 13 de mayo de 1940, tres días después de que Alemania invadiese Francia, Churchill dio su primer discurso como Primer Ministro en la House of Commons. "I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat", "no tengo nada más que ofrece que sangre, sudor y lágrimas", rugió.
Zelenski no nos ha dejado hoy una frase tan buena (ni hacía falta), pero sí ha empleado unos cuantos recursos retóricos muy bien escogidos. La continua repetición del principio de algunas frases: "¿Qué queremos? Queremos la posibilidad de vivir sin guerra. Queremos la posibilidad de una democracia abierta. Queremos la paz. Queremos que diferentes comunidades puedan vivir conjuntamente". Lo de la repetición genera una letanía que aporta fluidez y fuerza al mensaje y que lo eleva.
También ha intentado empatizar continuamente con la audiencia, y no sólo con la que tenía en el hemiciclo de las Cortes. "Imagínense lo que sufren las madres ucranianas que tienen que escribir con un bolígrafo el nombre y el teléfono de algún familiar en la frente de sus hijos pequeños por si ellas mueren y los niños quedan abandonados", ha dicho. "Imagínense lo que es vivir en un desván durante semanas".
Zelenski ha sido muy hábil, y justo después de haber apelado a las emociones, haber nombrado a Gernika y haber agradecido a España las acciones y las sanciones que ha puesto en marcha, ha soltado la artillería: que no debemos seguir tolerando que los bancos rusos tengan beneficios y que haya comercios que aún hagan negocios con Rusia. Ha nombrado explícitamente a Porcelanosa y a Maxam (al principio, parecía que había dicho Marsans, pero resulta que la compañía no opera desde hace una década más o menos). La crisis reputacional que tienen encima ahora mismo estas empresas es de aúpa.
Ha acabado con pirotecnia (esto también lo hacía mucho Winston Churchill): el gran mensaje final, la mascletá, la dejaba siempre para el final. Ha dicho que lo que está haciendo Rusia son, directamente, crímenes de guerra y que Putin debería acabar en la Corte Penal Internacional. No se equivoca.
La intervención de Pedro Sánchez
Al acabar su intervención, el hemiciclo se ha vuelto a poner en pie. Ovación cerrada y sonora (¡bien!), aunque algunos estaban más pendientes de actualizar su twitter que de aplaudir (¡mal!).
Acto seguido, ha subido al estrado Pedro Sánchez. Se había dejado claro que Kiev había pedido explícitamente que el presidente del gobierno español interviniese. Pedro Sánchez no ha dicho ni una sola palabra en ucraniano (¡muy mal!) y con voz monocorde ha dado un discurso que no ha estado a la altura de una ocasión tan solemne. No por el texto en sí, que era correcto, sino por la entonación. Parecía que estaba en una sesión de control al gobierno y que en cualquier momento le iba a echar bronca. Sánchez le pasa lo que a los malos actores: que sólo tienen un registro y no se saben adaptar a las diferentes circunstancias.
Hoy, desde luego, ha cometido un fallo: le ha faltado altura. Eso, y que al texto (aunque correcto en el fondo, insisto), le ha faltado emoción. Parecía una comunicación diplomática fría y burocrática más que un mensaje sentido entre naciones que se sienten hermanas. Si lo que pretendía era transmitir épica en un momento histórico, desde luego ha fracasado.
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