Eran rocas que parecían inamovibles, capaces de echar raíces. Cada una con su particularidad, pero todas sólidas. Hasta que el suelo cambió, el aire se renovó y el oxígeno renovado forzó la caída de lo que parecía haberse perpetuado. Ahora, apenas quedan. En Andalucía el PSOE dejó de ser la estructura eterna del poder. En Cataluña el nacionalismo de CIU también abandonó el sillón que parecía eterno en tiempos de Pujol. Más recientemente nuevas estructuras empiezan a volver a asentarse en una suerte de segunda vuelta de la democracia española. Lo hace el PP en Madrid, inamovible desde que Alberto Ruiz Gallardón recuperó el poder en 1995, o en Galicia desde que en 2009 Alberto Núñez Feijóo comenzó a enlazar las cuatro mayorías absolutas que acumula en su carrera política.
Pero en más de cuatro largas décadas de democracia ninguna roca se ha aferrado tanto al terreno del poder como la del PNV. En realidad, es la única que queda en pie de las levantadas en tiempos de la Transición. Su historia desde entonces se escribe de Gobierno en Gobierno y legislatura tras legislatura, una tras otra. Tan sólo un traspié de tres años y medio –entre mayo de 2009 y diciembre de 2012- y, no por perder unas elecciones sino por la suma de apoyos inédita en Euskadi de PSE y PP, convirtió en lehendakari a Patxi López.
El partido que hoy preside Andoni Ortuzar ha logrado como ningún otro perpetuarse en el poder. Lo ha hecho en décadas complicadas de profundas crisis económicas, de desindustrialización, de violencia terrorista feroz y de equilibrios imposibles en su política de apoyos a derecha e izquierda en Madrid. La fórmula que ha permitido al PNV ocupar el poder y hacerlo hoy sin apenas desgaste electoral es una excepción en la política española.
El partido, que está cerca de cumplir 127 años de historia ostenta hoy la mayor cuota de poder institucional jamás alcanzada. Sabin Etxea Gobierna el Ejecutivo vasco, las tres diputaciones forales, las tres capitales vascas y la mayor parte de ayuntamientos vascos. Internamente goza de una unidad consolidada, sin voces críticas y con una perspectiva electoral de incluso mejorar ligeramente sus resultados.
Una historia en la que cómo la mayor parte de formaciones, no ha faltado la corrupción. Los casos que han salpicado al partido a lo largo de su historia han sido contados y de menor gravedad que en otras formaciones. Sólo ha habido una excepción, el 'Caso De Miguel' que afectó a una docena de cargos y personas vinculadas a adjudicaciones irregulares. Pero la corrupción no le ha pasado factura. La teoría del 'oasis vasco' con prácticas y modos de hacer diferenciados a los del resto del Estado ha primado más que las irregularidades que han afectado a parte de su entramado institucional.
Toma de temperatura. Sin duda, una de las claves siempre ha radicado en saber tomar bien la temperatura a la sociedad vasca. Lo ha hecho de modo periódico y antes de los periodos electorales. La formación ya ha puesto en marcha el proceso de cara a las elecciones municipales y forales próximas. Décadas de poder que le han permitido penetrarse en todas las estructuras sociales, económicas, culturales, deportivas e institucionales. Su amplia red cosida durante tanto tiempo le facilita controlar los movimientos, las demandas y la evolución en cada uno de los ámbitos y adaptar después sus propuestas electorales.
Capacidad de adaptación. En el PNV hace tiempo que los maximalismos desaparecieron. También los principios inamovibles. En los últimos tiempos la formación ha ido abriéndose a los planteamientos que en materia social iban asentándose en la sociedad vasca y que en muchos casos se alejaban del modelo más conservador y de derechas con el que se vinculaba al partido. Así ha ocurrido con sus posiciones en materias como el aborto, los derechos del colectivo LGTBI o la eutanasia, donde se ha alineado con las tesis más progresistas. La formación ha sabido reconvertirse, pasar de un partido confesional fundado por Sabino Arana a navegar con solvencia en una sociedad vasca que se declara mayoritariamente de centro izquierda.
Estabilidad como máxima prioridad. Es una máxima que hace años que aplica. La inestabilidad social en la que la violencia y las crisis económicas han obligado vivir a Euskadi debía ser compensada, dentro de lo posible, con estabilidad institucional. Esta urgencia la ha aplicado de modo especial el lehendakari Urkullu quien ha priorizado los acuerdos con distintas formaciones a cambio de lograr estabilidad en las instituciones. Sin duda su entendimiento histórico con el PSE ha sido la fórmula que más réditos y solidez le ha reportado. Sólo en los tiempos en los que populares y socialistas comenzaron a sintonizar, a enfrentarse al soberanismo más rupturista de Ibarretxe, la división entre nacionalistas y no nacionalistas derivó en inestabilidad institucional. Hoy ambas formaciones gobiernan en coalición la mayor parte de las instituciones.
Diálogo trasversal. Detectar las debilidades y urgencias del adversario para aprovechar recovecos de acuerdo es otro de los ejercicios que el PNV ha sabido practicar. Lo ha hecho en el País Vasco y a nivel nacional. Los nacionalistas vascos han sabido entenderse con todo el arco parlamentario e ideológico. Incluso gobernar con un amalgama ideológico dispar. En Euskadi, los últimos gobiernos han logrado acuerdos presupuestarios con el PP de Alfonso Alonso, de estatus político con la EH Bildu de Arnaldo Otegi e incluso de Educación con Elkarrekin Podemos. Este último incluso ha permitido que el pacto de bases para la futura ley de Educación concite un suelo de consenso entre socialistas, Bildu, Podemos y el PNV. Por ahora, el único interlocutor con el que Sabin Etxea no contempla entenderse es con Vox, contra el que siempre ha defendido aplicarle un ‘cordón sanitario’.
Pragmatismo. En política todo puede ser flexible, relativo. Practica el arte de lo posible, no de lo ansiado y menos aún de lo utópico. Las posiciones férreas no van con el estilo del PNV. Situarse en una posición central y desde ahí virar hacia derecha o izquierda, según convenga, ha sido un juego habitual. El objetivo siempre es lograr réditos para el País Vasco, incluso a costa de alterar una posición, intercambiar un aliado o negociar con quien está en las antípodas ideológicas. Lo hizo con Rajoy, a quien como socio preferente aprobó unos presupuestos –con las contrapartidas correspondientes- tres días antes de respaldar la moción de censura que acabaría con su Gobierno. Lo hace ahora, también como socio preferente, con el Gobierno PSOE-Unidas Podemos, cuya debilidad Sabin Etxea exprime en busca de uno de sus grandes objetivos: el cumplimiento íntegro del Estatuto de Gernika. Los grandes ideales son la base pero la política es tomar decisiones sobre el día a día, y en esa tarea en ocasiones los primeros deben modularse para obtener los segundos.
Control interno. Sin sustos ni grietas. El PNV no ha olvidado nunca su escisión en 1988. Aquella ruptura interna del partido que derivó en el surgimiento de Eusko Alkartasuna con Carlos Garaikoetxea como líder dejó una herida profunda. Aún hoy, más de tres décadas después, provoca algunos picores. Después hubo otros momentos de grietas internas, de líneas oficiales y posiciones críticas disputándose el control del partido. La sucesión de Xabier Arzalluz fue uno de esos momentos. Su delfín, Joseba Egibar, más soberanista, frente al candidato pragmático de la corriente alternativa, Josu Jon Imaz. El hoy consejero delegado de Repsol se impuso, pero duró poco, un mandato. Las políticas más soberanistas de Ibarretxe y la tensión y enfrentamiento internos generados por su plan precipitaron su salida. En 2007 presentó su dimisión y el PNV apostó por una candidatura de consenso en la figura de Iñigo Urkullu. La generación del hoy lehendakari y Andoni Ortuzar, los ‘Jovubis’, y su talante pragmático y sin apuestas soberanistas extremas se impuso en Sabin Etxea. Desde entonces, los versos sueltos han desaparecido del panorama interno del PNV.
El PNV tiene siempre a gala el funcionamiento democrático de su proceso de elección interno. A doble vuelta y con la participación de todas sus asambleas. Formalmente, permite a cualquier militante optar a presidir el partido siempre que obtenga los apoyos. Sin embargo, el peso del organigrama interno continúa contaminando el devenir de todo el proceso.
Bicefalia Gobierno-partido. Es la fórmula que permite contener daños, evitar contagios innecesarios y mantener dos discursos. El Gobierno por un lado, el partido por otro. En otras formaciones lo han intentado imitar. El PNV lo tiene muy engrasado. Ortuzar preside el partido y Urkullu el Ejecutivo, sin cargo orgánico definido pero con peso y presencia casi reverencial como lehendakari en todas las tomas de decisiones. La fórmula permite levantar un muro de contención muy útil en las labores de gobierno, un apoyo mutuo cuando se requiera y una distancia posible cuando convenga. El propio Urkullu tuvo que abandonar la presidencia del PNV en 2012 para ocupar la lehendakaritza. Ninguno de sus antecesores presidió nunca el partido, ni Ibarretxe, ni Ardanza. En el caso de Carlos Garaikoetxea sí, aunque lo abandono para ser lehendakari.
Negociación discreta y hábil. Es la marca de la casa. El partido lleva un mandato asistiendo atónico cómo negocian los socios de Gobierno, los enfrentamientos internos y la incapacidad de guardar discreción. Al PNV las negociaciones sin foco se le han dado bien. Nada se desvela, ni siquiera se filtra hasta que no está cerrado. Manejar los tiempos, la información y la presión sobre la otra parte es la receta que siempre le ha funcionado. Silencio, paciencia y constancia para llegar a buen puerto.
Independentismo a conveniencia. Su propia denominación lo define como un partido nacionalista. Es evidente que lo es. La duda surge cuando se cuestiona sobre su perfil independentista. Quizá la respuesta más acertada sería, ‘ahora no’. Las apelaciones a la independencia hace mucho que no figuran en su discurso. La herida del ‘plan Ibarretxe’ provocó una reconsideración. Ahora el camino pasa por vías sin rupturas abruptas sino con encajes con España actualizados y acordados de mutuo acuerdo. El ‘procés’ catalán de choque con España siempre ha provocado rechazo en el actual PNV, no en el anterior, el de Ibarretxe. Por ahora, las llamadas a la Nación vasca, las proclamas por un Estado propio se reservan a arengas de ‘Aberri Eguna’ (Día de la Patria vasca), mítines y ‘Alderdi Eguna’ (Día del partido).
Presencia y sombra social. Es lo que permite una red tejida durante décadas. Hoy el PNV lo sobrevuela prácticamente todo. Su sombra, al menos, se busca y detecta en ámbitos donde aparentemente la política no debería irrumpir: desde los procesos electorales de los principales equipos de fútbol hasta la designación de cargos de la judicatura, la designación de obispos o los procesos electorales en la Universidad del País Vasco. La red de ‘batzokis’, sedes sociales del partido, son una suerte de delegaciones sociales y de fuentes de información presentes en prácticamente todos los municipios vascos.
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