El cadáver de una joven abogada aparece en un piso de Madrid conformando una escena difícil de digerir para los policías encargados de resolver su caso. El asesino se ha afanado en convertir su cuerpo en un instrumento musical. Que el padre de la víctima sea un conocido y prestigioso magistrado del Tribunal Supremo da al caso una relevancia pública especial. El atormentado inspector Lobo y la psiquiatra Gabriela Salcedo, estudiosa de la mente criminal, siguen los pasos del autor de la escalofriante escena al que los investigadores bautizan como 'el Lutier'.
No te haré ningún daño (La esfera de los libros) es la primera novela del periodista Daniel Montero Bejerano (Madrid, 1978). El thriller, que transcurre en la zona norte de la capital española, tan conocida por su autor, engancha y sorprende a medida que avanza. Con la historia, Montero propone al lector un juego, un continuo truco de magia con giros inesperados en un relato en el que la música, tan importante para un melómano como él, tiene mucho protagonismo.
-Tus dos libros anteriores fueron de investigación. La casta: el increíble chollo de ser político en España, La correa al cuello, sobre los secretos de la operación Gürtel e Impuestos, el club de los pringaos. ¿Por qué te has lanzado a la novela negra?
-Cuando escribes libros temáticos, la gente los compra porque les interesa ese asunto concreto. El camino de la novela es distinto, más complicado y más exigente. Cuando eres periodista escribes sobre lo que ha ocurrido, pero aquí no hay biombos ni matorrales donde esconderse sino que es un universo que tú creas. Si es convincente, si a la gente le gusta, se quedará. Si no, no te puedes excusar en que la realidad es así y no la puedes cambiar. Y luego, he editado algunos libros de otros autores y me he dado cuenta de que es muy importante desligarse del ego. Hay gente que no utiliza el lenguaje como vehículo, sino como demostración de lo bien que utiliza el lenguaje. Eso es anti comunicativo. En la comunicación hay unas reglas muy pautadas y en la novela negra, más. Tienes que ser consciente de que no estás ahí para demostrar lo bien que utilizas el lenguaje, sino para dar los ingredientes que la gente está esperando y que disfrute. Vivo la vida como un juego, las cosas más importantes de mi vida las hago jugando, como la paternidad, que me la tomo como un gamberrismo con mis críos. Si me parase a pensar en que el destino de dos personas depende de mi, el miedo me atenazaría, sólo balbucearía durante horas, no actuaría. Hemos venido a esta vida a jugar, a pasarlo bien, a disfrutar. Ese es el diálogo que quiero crear con el lector. Que se divierta, que entre al juego.
-En el libro se nota que debes ser lector habitual de novela policíaca. ¿Cuáles son tus autores predilectos?
-En realidad no he leído novelas policíacas para inspirarme. Partí de una historia que me apetecía contar y me puse a ello, la fui creando. Más que de autores predilectos, te puedo hablar de los libros que más me han gustado o marcado, que fueron El poder del perro, de Don Wislow y La línea negra, de Jean-Christophe Grangé.
-Para escribir este libro me consta que llevas años estudiando la conducta y la mente de asesinos en serie y adentrándote en un montón de documentación sobre sus crímenes. ¿Qué casos te han impactado más?
-Me centré en estudiar asesinatos de una época muy concreta, los años 70. He repasado los historiales criminales de algunos de los asesinos más sanguinarios de Estados Unidos. Me impactó especialmente el de un monitor de campamentos que colocó a los niños a mirar una escena como si fuera un teatro, una ficción, e hizo a uno de ellos asesinar a otro en directo. He repasado cientos y cientos de páginas de hemerotecas con historias brutales.
-Estos días está saliendo a la luz nueva información de la agresión a una joven en Igualada cuya investigación ha sido muy difícil para los Mossos. Por tu dedicación profesional estos años, habrás conocido a policías inmersos en la investigación de casos como éste. ¿Crees que les afectan personalmente, como a tu inspector Lobo?
-Sin duda. Lo que ocurre es que no suelen abrirse y contar lo que sienten. Es un mecanismo personal, igual que el de tomar distancia con los hechos. Para ellos es necesario tomar esa distancia. Es igual que lo que hablábamos antes: si te paras a pensar en la trascendencia de cada cosa que haces, que vives, te paralizas. Imagínate si los investigadores de casos como Julen, el niño que estuvo durante días en un pozo o de Gabriel Cruz estuvieran pensando continuamente que están trabajando en un caso sobre un menor. Es igual que si un cirujano se pone a pensar en la situación personal y familiar del paciente que le ponen delante para operarle a corazón abierto. Tomar distancia y, en parte, frialdad con los hechos es muy importante para estos profesionales.
-Y desde el lado del periodista que informa sobre sucesos, ¿qué líneas rojas no debe pasar?
-Yo no puedo darle a nadie lecciones sobre líneas rojas que no se deben pasar porque posiblemente yo las haya pasado o me haya equivocado mil veces. Cuando informas sobre sucesos, creo que lo que hay que intentar es hacer el mínimo daño posible. Pero también es muy importante tener en cuenta que el depositario de la información es la sociedad y no la familia de la víctima que, en ocasiones, puede no tener razón. No se deberían escribir las informaciones pensando en cómo los recibirán los familiares de la víctima, sino en trasladar al público, a la sociedad, lo noticioso, lo más importante del caso.
-¿Leeremos un segundo libro del inspector Lobo y la psiquiatra Gabriela Salcedo?
-Ahora mismo no lo sé. ¿Si tengo en la cabeza más trama? Sí. Aunque no sé si antes me pondré con otras historias distintas, seguiré con esta... A mí los libros que más me han gustado han sido los que me han hecho pensar en finales distintos, los que me han dejado sorprendido y he pensado: 'Fíjate lo que me acaba de hacer con este giro'. Yo lo que espero es que la gente disfrute con esta historia, que juegue con ella.
Para escribir esta novela, Dani Montero recuperó el libro La buena magia sobre trucos del antiguo arte del ilusionismo. Una influencia que se percibe en los rápidos capítulos de No te haré ningún daño, en la que la trama principal esconde otras secundarias con las que se aprende sobre Johann Sebastian Bach, sobre los barrios de Madrid y, leyendo entre líneas, sobre el propio autor.
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