La democracia interna en los partidos avanza hacia el repliegue. La incorporación de nuevas marcas al ámbito nacional, como Podemos y Ciudadanos, que apelaban a la regeneración en todos los ámbitos de la política, tanto externa como interna, llevó a los partidos tradicionales a priorizar o dar más apertura al sistema de primarias que ejercían para designar a sus candidatos. En 2014, cuando irrumpieron estos partidos, el PSOE ya era la primera fuerza en España que venía desarrollando este modelo de elección de candidatos a nivel nacional y en toda su estructura territorial. La fomentaron en 1998 para decidir candidato a la presidencia del Gobierno, pero, desde entonces, estaba sujeta por alfileres.
Por entonces, disputaron la pugna interna el secretario general del PSOE Joaquín Almunia, afín al aparato, y Josep Borrell, el ahora alto representante de Exteriores de la Unión Europea, que había ejercido la cartera de Obras Públicas, Transportes y Medio Ambiente con Felipe González. Ganó Borrell gracias a esa elección directa y, teniendo en contra a toda la dirección y al propio expresidente, sólo duró un año al frente del partido. Ante esa falta de respaldo, entre otras cuestiones, decidió renunciar a su candidatura en favor de Almunia. Se optó, entonces, por seguir la dinámica del ‘dedazo’, ya desarrollada con anterioridad y que venía también llevando a cabo el PP.
Precisamente, los populares decidieron solventar la etapa Rajoy -designado por Aznar-, tras la moción de censura y la decisión de no continuar al frente de las siglas, mediante primarias abiertas. Y, pese a que la hasta entonces vicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría era la candidata favorita por, acabó imponiéndose, contra todo pronóstico, Pablo Casado, el candidato más inexperto. En parte, por las ganas de regeneración y para lidiar con la imagen juvenil de los naranjas, que se erigían como principal competidor del espacio electoral. Ocurrió algo similar con el retorno de Pedro Sánchez al PSOE tras su renuncia derivada de la abstención para favorecer el último mandato de Rajoy. Contra todo pronóstico, Sánchez ganó a Susana Díaz en su retorno a Ferraz.
Mientras el líder socialista, indiscutible por ahora, puede permitirse modificar el aparato a su antojo, dado que de él no depende el mantenimiento o no al frente de la formación, la entrada de Alberto Núñez Feijóo ha supuesto un primer paso de repliegue respecto a la tendencia que el brazo derecho del bipartidismo puso en práctica a mediados de 2018 con el XIX Congreso Nacional que aupó a Casado: primarias sí, pero con una candidatura única y “de consenso” que no genere más inestabilidad tras una amplia hemorragia interna. El gallego cree en este tipo de procesos, pero quiere restringirlo para que "cualquier persona con cien avales" no pueda presentarse; para que sea esencial un respaldo más extenso.
El repliegue 'popular'
La de acudir como candidato único y de consenso, para mantener al partido unido tras el enfrentamiento directo Casado y la presidenta de la Comunidad de Madrid Isabel Díaz Ayuso, fue una exigencia troncal de Núñez Feijóo para dar un paso que, con anterioridad no se atrevió a dar. Sevilla inició un proceso de congresos populares que continuará a nivel regional al unísono. Primero en Madrid, para que Díaz Ayuso asuma las riendas del PP madrileño, una pretensión que lleva esperando desde la segunda mitad de 2021 que le enfrentó directamente con el tándem de Génova entre Casado y Teodoro García Egea. Segundo, y solo un día después, en Pontevedra, para solventar la sucesión del gallego en Alfonso Rueda.
Feijóo quiere primarias más restrictivas; que no sea suficiente presentarse con cien avales
José Pablo Ferrándiz es director de Opinión Pública y Estudios Políticos en IPSOS España. Explica que “en el ADN del PP nunca ha estado la elección de líderes por primarias” -una de las pocas voces internas a favor, en Madrid, ha sido Esperanza Aguirre- y que esta modalidad acabará desapareciendo: “se impondrá el dedazo o permanecerán estas seudoprimarias con candidato único y por aclamación” que se han puesto en marcha con la entrada de Feijóo.
En ese sentido, Ferrándiz apunta que en las primeras primarias de los populares no se cumplió el principal objetivo que tienen este tipo de procesos: “buscar la legitimación de las bases”. “La victoria de Casado fue la de la tercera vía en una marca dividida entre corrientes que se odiaban entre sí”; entre ‘sorayistas’ y ‘cospedalistas’. “La forma en la que fue elegido fue muy perjudicial” para su mandato.
La llegada del dirigente gallego, es un retorno a los modos del mandato Rajoy. Y Feijóo, como acostumbran por norma general los partidos tradicionales, “tienen temor de escenificar sus diferencias públicamente. Tienen la sensación de que eso les debilita”, añade el representante de IPSOS España. Un partido puede dividirse tras una campaña interna en dos grades fracciones con un margen, por ejemplo de 60-40 por ciento. Una primarias supone competir contra tu oponente, por lo que se generan roces y eso, en el aparato, miedo. Por eso se opta por una gran candidatura individual que garantice el control de la cúpula.
Las dos lógicas
Una constante dentro de los partidos políticos es la competición de dos lógicas: la del control directivo y la de la participación de la militancia. Los cambios generados desde el 15M potenciaron en el PP ese aperturismo a la elección democrática del presidente y candidato a La Moncloa. Sin embargo, esa dinámica iniciada por un cambio en las demandas sociales en cuanto a ética y moral, o de hartazgo social y en favor de la regeneración para combatir la corrupción y la falta de transparencia, ya no tiene el mismo peso social. Por eso, un partido que además no ha tenido una firme exigencia desde la base de mayor participación interna, puede permitirse dado el contexto actual, retornar a las formas anteriores.
Esa falta de “cultura de primarias” en la derecha, detalla Ferrándiz, es algo propio de otros partidos de nueva creación como ocurre con Vox. En la formación de Santiago Abascal, al margen del peso que tienen los principales rostros visibles de la cúpula, “la marca es la que tiene la fuerza, más que el candidato”. La excepción es Macarena Olona en Andalucía, pero en el resto de las ocasiones, como en Castilla y León, no ha habido una pulsión de primarias.
En la izquierda, aunque ha habido más tradición en las últimas décadas, tampoco hay “un componente de primarias íntegramente democrático”, deduce Ferrándiz. “Se sabe que hay cierto control interno de los aparatos y la elección se limita a la militancia, no a simpatizantes o a la corriente amplia como sí ha ocurrido en otros países. Interesa tener ese control”.
Ni si quiera Podemos o Ciudadanos han desarrollado sus procesos internos sin algunas formas de influencia para que Iglesias o Rivera, así como sus afines territoriales, salieran designados. Entre ellas, el aprovechamiento de la presencia mediática para el patrocinio o el control de los tiempos para evitar la gestación de alternativas sólidas.
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