No se quitaba de la cabeza la imagen de aquellos dos jóvenes. Entre todas las tumbas aquella era la que más preguntas le suscitaba. ¿Qué les podría haber ocurrido?, ¿quiénes eran esos dos chicos de mirada joven? Hacía poco tiempo que las visitas al cementerio se habían convertido en una triste rutina familiar. La muerte prematura de su padre había dejado a su madre viuda y con seis hijos con los que seguir tirando hacia adelante. A él, con un río de preguntas buscando respuestas. Juan José era apenas un niño de doce años adentrándose en la adolescencia. Salir adelante no era fácil en aquella Salamanca de mediados de los 80, tampoco en su localidad, en Ciudad Rodrigo.
No tardó en descubrir que el de la barba era Gregorio, hijo de los Hernández Corchete, y el otro su hermano Julián. Su madre le contó que el primero era guardia civil y que ETA lo mató en un atentado. Ocurrió lejos de allí, en Leiza (Navarra). La banda terrorista lo ametralló. Su hermano no lo soportó y se quitó la vida con una escopeta de caza. Fue la primera vez que descubrió la crudeza del terrorismo, del dolor de su rastro.
Hasta entonces la guardia civil apenas era un cuartel cercano al local de apuestas y loterías de su padre, agentes que velaban por la seguridad de los vecinos de Ciudad Rodrigo y los padres de algunos de sus compañeros de clase, de sus amigos de juegos. En casa no había tradición familiar, nada que le avocara a engrosar las filas de aquel cuerpo al que ETA acosaba de manera mortal. Lo suyo no era patriotismo, más bien la adrenalina, las ganas de acudir donde más pudiera aportar. Tenía claro que el problema número uno era de delincuencia y que el terrorismo encabezaba aquella lista macabra. Se hizo guardia civil, ‘pikoleto’.
Juan José Mateos quería ir a Euskadi, al destino más complicado. Antes debería formarse en otros destinos. El primero, Cataluña. No lo olvidará jamás. Apenas llevaba 23 días graduado cuando le tocó acudir al aeropuerto de Reus. Era el 20 de julio de 1996 y ETA había activado su campaña contra el turismo. Una bomba en la terminal dejó más de una treintena de heridos, entre ellos Juan José. En un primer momento los medios incluso le dieron por muerto. Entre los escombros, mientras se recomponía del impacto de la onda expansiva, le vino el recuerdo de Gregorio y Julián, de aquellos dos jóvenes de su pueblo a los que la violencia les quitó todo, todo. Juan José tuvo más suerte. Después llegó la recuperación, las operaciones, la recomposición de los tímpanos…
Ispaster y la adrenalina
Apenas un mes como guardia civil y ya había vivido en sus carnes el terrorismo. Con 23 años no era tiempo de pensar en tirar la toalla. Más aún, su objetivo se acababa de reforzar: acceder al Grupo Antiterrorista Rural (GAR), la unidad de élite de la Guardia Civil creada para luchar contra ETA. Tres años después, era uno de ellos. Nunca se lo contó del todo a su madre. Bastaba con que supiera que le trasladaban a Logroño, donde estaba la base del GAR. La mayoría de los días los pasaría entre Euskadi y Navarra.
“A mí me va la adrenalina, sabía que ese era mi sitio”, asegura. Pasó seis años en aquella unidad, de 1999 a 2005. Ahora, ha escrito ‘Pikoletos’. La derrota de la ETA y la élite de la Guardia Civil”. Además de repasar su experiencia y la historia del GAR, Mateos explica por qué el prefiere hablar de “la ETA”: “Pasar de llamar la ETA a sólo ETA era un modo de humanizarla, por eso creo que hay que llamarla como corresponde. Nadie a la mafia le llama Mafia”. Y continúa, llamarse a sí mismo ‘pikoleto’ no es necesariamente despectivo, “internamente lo tenemos normalizado, lo realmente despectivo es ‘txakurra’, perro, que también nos llamaban”.
El 1 de febrero de 1980 ETA militar preparó una emboscada a un convoy de la Guardia Civil. Ocurrió en la localidad vizcaína de Ispaster. Aquel atentado dejó un balance terrible de seis guardias civiles y dos terroristas muertos tras un largo tiroteo. Fue el punto de inflexión. En aquellos años la banda terrorista, con sus distintas corrientes, gozaba de una alta capacidad de actuación, de captación y de cada vez mayor simpatía social. En el otro lado, en las filas de la Guardia Civil, los medios apenas habían cambiado de los que se empleaban durante el periodo de la dictadura. Viejos y desfasados. “Eramos un blanco fácil. El germen de aquel GAR eran agentes con tricornio y capa. ETA iba muy por delante de nosotros. Lo nuestro era más valor que otra cosa, ni chalecos antibalas, ni vehículos blindados”.
En ‘Pikoletos’ Mateos repasa cómo poco a poco los recursos se fueron reforzando y la democratización del Cuerpo fue profesionalizándolo. Tres unidades, alrededor de 500 hombres, para ‘peinar’ toda Euskadi y Navarra. “Al mismo tiempo se estaba produciendo otro proceso inverso. Socialmente la Guardia Civil que no hacia tantos años convivía con cierta normalidad en Euskadi, comenzó a sentir el rechazo, el aislamiento social y a replegarse”. Se empezó a ocultar la profesión, a variar los itinerarios, o padecer que el carnicero, el panadero o el vecino no te sirviera, te retirara la mirada.
"Galindo también se equivocó"
“Por el GAR hemos pasado unos 3.000 agentes. Todos íbamos de modo voluntario a esa primera línea y ahora, echando la mirada atrás, creo que hicimos una gran labor. Tengo la satisfacción del deber cumplido. Ya no matan”, asegura. Pero no piensan igual los más veteranos. El balance de 220 agentes muertos es demasiado caro. “Ellos piensan que hemos perdido la batalla, que ha sido demasiado doloroso”.
Mateos reconoce que a él le tocó detener a muchas personas pero no “pegar tiros”: “Pero sí vivir con la inquietud de acudir a un lugar sin saber qué te ibas a encontrar. Nosotros estábamos obligados a llamar a la puerta antes de entrar. En Hernani a un compañero le pegaron siete tiros cuando tocaba la puerta”, recuerda.
En su repaso por la historia del GAR asegura que episodios como la ilegalización de Batasuna o el acuerdo de las Azores firmado por Aznar con EEUU supusieron un cambio esencial. “Se ha hablado poco, pero aquello permitió que Estados Unidos nos enviará material moderno para la lucha contra ETA”.
No oculta que también se hicieron cosas mal. La violencia de Estado de los GAL o incluso los casos de tortura “existieron, claro que sí”, pero no como algo liderado por la Guardia Civil “como institución sino por cuatro desaliñados”: “Como institución la Guardia Civil no diría que se equivocó. Porque cuatro cometan atrocidades, como el caso Lasa y Zabala, no se puede culpar a todo el Cuerpo”. Mateos conoce bien Intxaurrondo, incluso a González Galindo “el general”: “Era un caballero, un gran jefe que se volcó contra ETA pero es evidente que también se equivocó. Lo que hizo fue dar la cara por sus subordinados, como buen militar que era dijo que eso se lo comía él”.
Amigo de la familia Zabala
Afirma que los GAL han hecho “mucho daño a la Guardia Civil”. También las torturas, “de las que debería hablarse más”, pero recuerda que las denuncias que hacían los miembros de ETA eran sistemáticas, “y en el GAR tuvimos 2.000 detenciones y no se pudo probar ni un solo caso”.
Mateos incluso se ha implicado con algunas víctimas de los GAL. En un acto del Gobierno vasco se acercó a conocer a la Familia Zabala. Joxi Zabala murió tras ser detenido, torturado por agentes de Intxaurrondo y enterrado en cal viva. “En ese entorno también se ha sufrido, muchas madres no querían que sus hijos se metieran en ETA. Muchas no lo dicen porque no les dejan expresarse en libertad”. Un miembro de la Familia Lasa le pidió conocer Intxaurrondo. Se lo facilitó. Incluso el Palacio ‘La cumbre’, donde se produjeron las torturas. Su última intervención fue hacerle llegar una carta de la familia a Rodríguez Galindo: “No la contestó. Sólo me dijo que le diera un abrazo a la familia, que rezaba por su hijo y por las familias de todos los etarras”.
Hoy Mateos y los Zabala son amigos. Han pasado más de tres lustros desde que Mateos abandonara los GAR. Hoy vive en Euskadi y pasea con normalidad. Aún hoy procura ocultar que es Guardia Civil, “aunque si me lo preguntan, lo digo”. A sus hijos les ha contado gran parte de lo vivido, no todo. Ahora espera que la herida y la distancia social que aún aleja al Cuerpo de la sociedad vasca y navarra pueda ir reduciéndose. “Es difícil cuando el nacionalismo gobernante aún nos excluye de todo y nos criminaliza de todo, pero confío en que se pueda ir avanzando”.
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