El tiempo lo difumina todo, incluso la memoria. En el peor de los casos la borra para siempre. Ni siquiera los episodios más duros, los más traumáticos o los que llegan a poner en pie a una sociedad se libran de su erosión. No hace falta acumular muchos años para notar su desgaste, basta con 25. Este domingo se cumplen cinco lustros desde que Euskadi despertó, España le secundó y todo el país dijo basta a ETA y su entorno. El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco sólo fue la gota de un vaso que colmó de rabia, indignación y miedo acumulado. Quienes nacieron en el XX no lo olvidan. Recuerdan dónde estaban, qué sintieron, qué hicieron. Los más jóvenes, los nacidos en este milenio, en el mejor de los casos son capaces de dibujar un escueto relato de lo sucedido. Sólo de oídas. Poco más. La mayoría, ni eso. Miguel Angel Blanco y los tres días de julio de 1997 que cambiaron para siempre a la sociedad son una laguna generacional más.
Es difícil olvidar esos días que se insertan entre los más convulsos vividos en democracia. La mirada atrás a aquella cuenta atrás mortal de 48 horas en las que el país estuvo en vilo muestran cómo España, su sociedad, ha cambiado. También lo ha hecho de modo profundo su relación con lo que significó y fue ETA y su entorno. En estos 25 años transcurridos el mayor logro ha sido, sin duda, la derrota de la banda terrorista que certificó su desarme en 2018. Su rastro, en cambio, sigue vivo en forma de cientos de crímenes aún por resolver, condenas por explicitar por quienes un día le alentaron y aplaudieron y exigencias democráticas que han pasado de ser inexcusables a moldeables.
Fue precisamente la negativa del Gobierno a negociar con ETA y su mundo el que se mantuvo firme pese al ultimátum dado por la banda para liberar a Miguel Ángel a cambio del acercamiento de presos. Después llegó el aislamiento político de la izquierda abertzale, la ley de partidos, su ilegalización y la exigencia a un desmarque mínimo, al menos en sus estatutos, de la violencia para volver a abrir la puerta de las instituciones y las urnas a aquel mundo que guardó silencio ante el dolor del terrorismo.
La historia más reciente certifica el cambio político, social y institucional. La política de dispersión de los presos de ETA por la que fueron secuestrados Ortega Lara y Miguel Ángel Blanco acumula años de desmantelamiento. De la ilegalización se ha pasado a ocupar las instituciones y del aislamiento político a convertirse en el soporte clave del actual Gobierno. Sí, España ha cambiado en estos últimos 25 años.
Un periodo entre aquel 1997 y el 2022 actual que irrumpió envuelto en venganza, en un órdago lanzado por una ETA enrabietada después de la humillación sufrida por la liberación de José Antonio Ortega Lara tras 532 días secuestrado. El asesinato de aquel joven edil del PP de Ermua que nadie conocía lo cambiaría todo para siempre. El chantaje que ETA pretendió rompió el letargo de unos, la resignación de otros y el silencio de la mayoría. Entre el 10 y el 13 de julio de 1997 la historia de la violencia terrorista y de la rebelión cívica de toda una sociedad comenzó a cambiar sin vuelta atrás.
De la euforia, a la rabia. Del éxito, a la venganza
El 1 de julio de aquel año 96 lo cambió todo. Esa noche ETA liberó a Cosme Declaux, el empresario vasco al que extorsionó para cobrar un rescate. Fue su victoria financiera. Casi a la misma hora estaba a punto de sufrir una humillante derrota policial. La Guardia Civil desbarató el mayor secuestro de su historia, el de José Antonio Ortega Lara. 532 días de cautiverio después el funcionario de prisiones volvía a ver la luz. Su vida no fue cajeada por el acercamiento de los presos de ETA a cárceles vascas que exigía la banda. El comando fue detenido y ETA vencida año y medio después.
Pero los terroristas no estaban dispuestos a darse por vencidos. Tampoco en su reclamación. Sólo diez después, la banda llevó a cabo su venganza con el secuestro del concejal del PP, Miguel Ángel Blanco Garrido. Esta vez, la reclamación era la misma que la planteada con Ortega Lara, el acercamiento de los presos de ETA a cárceles del País Vasco, pero con una diferencia: el ‘canje’ debería hacerse en el plazo de 48 horas.
El secuestro
El verano de 1997 la amenaza sobre los concejales constitucionalistas, del PP y el PSE, obligaba a poner escolta a muchos de ellos. En el caso de Miguel Ángel Blanco no se consideró necesario. Ermua, un municipio de apenas 17.000 habitantes, y Blanco, un joven de 29 años metido a político casi de modo casual, no parecían ocupar la primera línea de amenazados. Esa fue la oportunidad para ETA para actuar sin riesgo: aquel chico era un objetivo fácil y sin protección.
En pocos días dispuso de toda la información. Gran parte de ella se la había facilitado un viejo colaborador de la organización: Ibon Muñoa. Ex concejal de HB tenía una tienda de recambios de automóvil, ‘Recambios Muñoa’. Su negocio trabajaba con la consultoría de Eibar, ‘Eman Consulting, la misma en la que acababa de empezar a trabajar Miguel Ángel Blanco. Su salto a la política municipal era más una necesidad laboral que una vocación. Tras terminar sus estudios de Economía el trabajo tardó en llegar. Cuando lo hizo, la idea de abandonar aquella aventura en el ayuntamiento fue tomando fuerza.
Miguel Ángel Blanco viajaba en tren todos los días desde Ermua a la vecina Eibar para acudir a trabajar. Muñoa lo sabía. Fue él quien lo preparó todo. El comando que debía cometer el atentado se alojó en su casa y él les cedió su vehículo para el secuestro. El 9 de julio, el día inicialmente previsto, decidió ir en coche y frustró los planes de los terroristas. Al día siguiente, volvió a su rutina. En la estación, en torno a las 15.30 horas, Irantzu Gallastegi, alias ‘Amaia’, le amenaza con una pistola. Bastó para llevarlo al vehículo y con él hasta el zulo. Acababa de comenzar su secuestro y la terrible cuenta atrás dada por la banda: 48 horas para acercar a los presos de ETA a cambio de la vida del joven político de 29 años.
La cuenta atrás
Encontrar a Ortega Lara había requerido 532 días de investigación. Localizar a Blanco en dos días parecía una misión imposible. No se escatimaron recursos. Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado desplegaron casi todos sus efectivos. La Ertzaintza, los suyos. Se peinó Gipuzkoa, se barrió Bizkaia. Se realizaron contactos y negociaciones con el entorno de la izquierda abertzale. Incluso en el seno del MLNV hubo quien intentó llegar a la cúpula de ETA para intentar detener aquel reloj macabro.
En las instituciones aquel chantaje suscitó dudas. No aceptarlo suponía poner en peligro la vida de Miguel, ceder, abrir una senda peligrosa de coacción terrorista a la sociedad española. El Gobierno anunció que no accedería a la exigencia terrorista. En el País Vasco el Pacto de Ajuria Enea se reunía para condenar lo ocurrido y reclamar a ETA y su mundo cejar en su amenaza. En la izquierda abertzale, salvo voces aisladas, se guardaba silencio.
Clamor social
La conmoción social no tardó en extenderse a cada ciudad, cada pueblo, cada hogar. En el telediario de TVE la imagen de Miguel, el padre del concejal secuestrado, albañil de profesión, regresando de trabajar y preguntando incrédulo “¿qué ha pasado?” al tumulto de periodistas que le rodeaba, aún impresiona al recordarla. Mari Mar, la hija, regresaba de Londres. La otra Mari Mar, la novia de Miguel, con la que ya había hecho planes de boda, intentaba asimilar el drama. Aquel portal de Ermua se llenó de cargos del PP, de políticos y amigos intentando dar calor a una familia rota.
En Ermua, el alcalde, Juan Carlos Totorica, intentó encauzar la rabia y la protesta. Las manifestaciones espontáneas siguieron a la vigilia de aquel sábado en el pueblo y otros muchos rincones del país. En Bilbao la mayor manifestación que se recuerda salió para pedir la liberación de Miguel Angel. También en otros muchos puntos del país. En las televisiones, radios y periódicos durante esos días no existió nada más. La esperanza se iba agotando a medida que el reloj se acercaba a las 16.00 horas del 12 de julio, la hora límite dada por la banda terrorista.
Aparece el cuerpo
El reloj marcó las 16.00 horas. Nada parecía haber cambiado. Una hora después las primeras informaciones hablan de la localización de un cuerpo en una zona boscosa de Lasarte, en Gipuzkoa. Unos cazadores lo encontraron. Era Miguel Ángel Blanco, maniatado, con dos tiros en la cabeza pero aún vivo. La noticia no tarda en llegar a su familia. ETA había cumplido su amenaza pero él aún luchaba por vivir. Desde el balcón del Ayuntamiento Totorika comunica a los miles de vecinos de Ermua congregados, que Miguel Ángel ha muerto, que ha sido asesinado.
La familia viaja a San Sebastián, al Hospital Nuestra Señora de Aranzazu, con la esperanza de que sobreviva. La imagen del joven concejal del PP llegando al hospital es la última que se tiene de Miguel con vida. Al día siguiente, el 13 de julio de 1997, de madrugada, murió.
El 'Espíritu de Ermua'
La rabia fue general. Contenida en la mayoría de los casos, incontrolable en otros. Aquel País Vasco hasta entonces temeroso de enfrentarse al entorno de ETA estaba a punto de ser historia. Ante las sedes de Herri Batasuna, sus ‘Herriko Tabernas’ comenzaron a producirse concentraciones. En Ermua incluso se atacó la sede, que resultó incendiada. El propio alcalde colaboró con un extintor para sofocar el fuego, “no somos como ellos”, insistió, “así no”.
Ese no debía ser el espíritu de rebelión cívica nacido en su pueblo y extendido por todo el país. La vía democrática de rechazo y repulsa de la violencia de ETA acababa de bautizarse como el ‘Espíritu de Ermua’.
Las calles volvieron a llenarse. Madrid registró una de las más multitudinarias que se recuerdan, bajo el lema ‘Por la paz, la unidad y la libertad”. Una marcha que culminó con el mensaje en voz de la periodista Victoria Prego, “con la paz y la palabra, pero también con la ley, a por ellos”.
Ley de Partidos, ilegalización y ‘Pacto de Lizarra’
Ya nada sería igual. La sociedad se había levantado y había alzado la voz contra ETA. Los gritos “ETA, aquí tienes mi nuca”, “vascos sí, ETA no” y las manos blancas contras las manos manchadas de sangre se convirtieron en el símbolo de la rebelión sin armas.
Aquel clima fue favorable para que en gran parte de España el cambio de estrategia para hacerle frente fuera respaldado. El Gobierno de José María Aznar impulsó la Ley de Partidos primero y la ilegalización de la izquierda abertzale después. En el proceso, la unidad lograda en los días de julio de 1997 se fue fragmentando. El nacionalismo hizo su propio camino, el llamado ‘Pacto de Lizarra’ en el que se dialogaba con ETA y su mundo para avanzar hacia logros identitarios a cambio de cesiones para acabar con la violencia. La unidad pronto se transformó en fractura.
Entretanto, el impacto por lo ocurrido pronto fue superado por el entorno radical. En Euskadi la izquierda abertzale no se resintió. Más aún, pasó de 154.000 votos en las elecciones generales de 1996 a 224.000 votos en las autonómicas de 1998 y 228.000 en las municipales de un año después.
Los autores, los condenados
Hasta octubre de 2000 Muñoa, el ‘chivato’ que facilitó la información, no pudo ser detenido. Fue condenado a 33 años de cárcel como cómplice de secuestro y asesinato. Francisco García Gaztelu, alias ‘Txapote’ fue condenado por ser el autor material del asesinato. Contó con la colaboración de su luego pareja, Irantzu Gallastegi. Ambos fueron condenados a 50 años de prisión. Hoy cumplen condena en Estremera (Madrid). El cuarto miembro del comando fue José Luis Geresta, alias ‘Oker’. Su cuerpo apareció con un tiro en la sien en una zona arbolada de Rentería en 1999.
25 años después
El secuestro y asesinato de Miguel Ángel Blanco es sin duda uno de los que mayor impacto tuvo en la sociedad. Transcurridos 25 años desde que se produjo, aún hoy es motivo de controversia. Cinco lustros después la izquierda abertzale continúa reacia a condenarlo con claridad. Pese a haber acudido a alguno de los aniversarios en su memoria, este año ha anunciado que no asistirá por considerarlo un homenaje al Rey y a los CFSE.
También la figura de Mari Mar Blanco resulta incómoda para el Gobierno y el entorno del PSOE. Desde que tomó el testigo de su hermano en el PP su voz ha sido especialmente crítica con la política antiterrorista llevada a cabo por el PSOE y ahora con el acercamiento que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha liderado con EH Bildu.
Incluso en el seno del nacionalismo institucional, representado por el PNV, las voces que acusan de ‘politizar’ la figura de una víctima del terrorismo como fue Miguel Ángel Blanco afloran con frecuencia. También los reproches a la tibieza de la izquierda abertzale a la hora de condenarlo: “Aún nos debe una explicación”, aseguró el martes el portavoz del Gobierno Urkullu.
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