Ha querido el azar que se cumplan 25 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco coincidiendo con la celebración de la semana del orgullo. Son precisamente algunas líneas en fuga de estos dos acontecimientos las que dan pie a contar una historia, que ha permanecido oculta hasta ahora, y que de cualquier forma pone sobre la mesa aspectos de la lucha antiterrorista que a veces rozan la pura ficción.
A mediados de los años 90 un etarra al que llamaremos Patrik abandonó la cárcel tras haber cumplido una condena por su relación con la banda terrorista. Después de los terribles sucesos de la liberación de Ortega Lara y el posterior asesinato de Blanco en julio del 97, como venganza por la efectividad de la Guardia Civil y que supuso por primera vez la movilización en contra de la banda de una buena parte de la sociedad vasca, el joven Patrik decidió abandonar el País Vasco y recapacitar sobre toda esa deriva de violencia fuera de su lugar de origen. De esta manera aterrizó en una ciudad española con costa y allí empezó a liberarse de ese constreñimiento que la banda terrorista imponía a los “gudaris”. La homosexualidad era también sospechosa de algo.
Tras la liberación de Ortega Lara y el asesinato de Miguel Ángel Blanco, la banda terrorista ETA decretó una tregua en septiembre de 1998 con la excusa de buscar nuevas vías políticas para buscar la paz. Hoy sabemos con certeza que nunca fue ese el objetivo auténtico de ETA. Su tregua obedeció más bien a un deseo de recomponer sus estructuras, crear una nueva organización, sacudirse de las viejas manías de antes e iniciar un nuevo periodo de sangre y sufrimiento. No en vano, el asesino de Miguel Ángel, Txapote, se había hecho ya cargo del aparato militar de la organización. Cuestión de méritos.
Por aquel entonces el joven Patrik conoció en un local de ambiente gay a alguien que parecía ser su igual. Probablemente, ni el uno ni el otro dijeron en primer momento a qué se dedicaban, ni de qué mundo provenían.
Pero gran parte de ese atractivo provenía de lo que ambos ocultaban. El joven al que acababa de conocer Patrik era un inspector de policía cuyo cometido principal era la lucha contra ETA. A finales de los años 90, tampoco era fácil declararse homosexual en las fuerzas de seguridad. En un artículo de estas características no podemos perdernos en detalles que no sean fundamentalmente necesarios, pero la productora hispano-germana BETA SPAIN prepara una serie documental sobre toda esta historia.
Cuando el policía en cuestión y el etarra descubrieron sus verdaderas identidades comprendieron inmediatamente el lío en el que se habían metido. Para ellos, en aquel momento, sólo una cosa jugaba a su favor. ETA había decretado una tregua y, por lo tanto, no había atentados. Pero esta circunstancia, su fortaleza, pronto se volvió su debilidad. Porque una vez que el joven policía informó de los hechos a sus superiores, y pasado el vendaval inicial, los sabuesos de Información empezaron a elaborar una estrategia diabólica. Mantén la relación con él, pero no te fíes. Es lo que le dijeron. En Información ya se sabía que aquella tregua de ETA era una verdadera estafa. Y lo sabían con motivos fundados: tenían a una mujer policía infiltrada en el comando Donosti y ETA estaba reestructurando todos sus comandos.
El fin de la tregua y la misión para llegar a Txapote
La relación de amor entre el policía y el etarra se mantuvo con altibajos hasta que ETA decretó el fin de la tregua a finales del 99. Entonces surgieron las verdaderas presiones para que el etarra y el policía aportaran su granito conjunto en la lucha contra la banda. Al etarra se le ofreció trasladarlo a una ciudad vasca y se le instó a que pidiera el ingreso en ETA. El policía le acompañaría a esa ciudad vasca y sería a él a quien reportara la información. Si la cosa salía bien, tendrían sus compensaciones económicas y una nueva vida.
No fue fácil tomar una decisión. Mientras el etarra se lo pensaba, el joven policía fue trasladado a la ciudad vasca. Y mientras tanto ETA empezó de nuevo a matar con la apertura del siglo XXI.
El 6 de marzo de 2000 se había producido un atentado con coche bomba contra una furgoneta de la Guardia Civil en Intxaurrondo. No hubo muertos pero sí heridos de gravedad. El coche bomba llevaba las placas dobladas y la Policía pudo comprobar que dichas placas habían sido troqueladas por una máquina que se encontraba en el establecimiento de un antiguo concejal de HB: Ibon Muñoa. Tras su detención, aquel dijo que había facilitado en más de una ocasión placas dobladas a ETA y que también había realizado labores de información, entre otras, la de facilitar los datos del concejal Miguel Ángel Blanco. Reconoció haber participado en el secuestro del concejal. Él fue el encargado de aparcar su coche a la salida de la estación de tren, para cubrir el hueco que luego utilizaría el comando.
Sin embargo, nunca se pudo saber si él utilizó su coche como vehículo lanzadera y nunca se supo el lugar donde estuvo retenido el concejal. La autopsia reveló que en esas 48 horas el joven concejal no había comido nada. Muñoa, en cambio, sí facilitó los nombres del comando que secuestró a Miguel Ángel. Eran Irantzu Gallastegui, detenida en París con Kantauri, un año antes, José Luis Geresta, que había aparecido muerto en un monte con un tiro, en lo que a todas luces parecía un suicidio, y García Gaztelu, Txapote, que se había hecho con el control del aparato militar. Ese era el objetivo.
La Policía sabía, por testimonios de detenidos, que Txapote tenía la costumbre de encontrarse personalmente con los nuevos militantes y darles ánimos en la despedida hacia la “guerra”. Era cuestión de esperar. El joven Patrik había decidido colaborar con la policía y había pedido el ingreso en ETA.
Se puede decir que hasta el año 2000 el protagonismo de la lucha contra ETA en Francia lo había tenido mayoritariamente la Guardia Civil. Pero ahora con un infiltrado en sus filas, los responsables de información de la Policía se trasladaron al país vecino para intentar montar dispositivos de vigilancia conjuntos en aquellos lugares donde se pensaba que el dirigente etarra, Txapote, acudía a las citas con los comandos. De alguna manera ese fue el germen de la conocida como BRI, una brigada conjunta de policía francesa y española para la lucha contra ETA, y que tan buenos resultados dio en el futuro.
Efectivamente con los franceses se pactaron una serie de puntos de observación, que iban desde un cementerio hasta una casa en obras o una vieja iglesia. Y llegó el día en el que el joven Patrik recibió una nota para desplazarse al país vecino. Sin embargo, en aquel primer encuentro no fue Txapote el que hizo los honores, sino uno de sus subordinados.
De cualquier manera, era un paso en la buena dirección porque el dispositivo de vigilancia, montado para el seguimiento de su coche, terminó por encuadrarlo en una determinada zona. Los franceses comprendieron que no era cuestión de detenerlo en ese momento. El peso pesado era Txapote. Pasadas unas semanas el joven Patrik volvió a tener otra cita en Francia. La campaña de atentados en aquellos primeros meses del año 2000 fue brutal y ETA necesitaba sacrificar a nuevos militantes para continuarla. Se volvió a montar otro dispositivo de vigilancia. Y esta vez, el que apareció, no se sabe de dónde, fue el propio Txapote. Los policías de información no daban crédito, pero allí estaba. El dirigente etarra se perdió por la playa con varios militantes y luego volvió a aparecer. Se despidió de ellos y, antes de emprender la marcha, pasó un detector para comprobar que nadie había colocado ningún dispositivo. Pero la Policía había montado un operativo por zonas, sin seguimiento directo.
Como no estaban seguros al cien por cien no dijeron nada a sus colegas franceses hasta que se revisaran las fotos y los vídeos, pues se corría el riesgo de que en ese momento la policía gala le capturase. El dispositivo de vigilancia permitió volver a acotarle en un reducido perímetro. Una vez en Madrid, se comprobó que era el mismísimo Txapote. Se comunicó inmediatamente a los franceses. Se distribuyeron fotos a todas las patrullas de la policía gala de la zona. Ese mismo día, 22 de febrero de 2001, unos agentes que habían entrado a tomar algo en una hamburguesería de la localidad francesa de Anglet, le vieron allí sentado en compañía de un ciudadano francés. De manera tan prosaica, comiendo una hamburguesa, fue detenido el asesino de Miguel Ángel Blanco. Sin embargo, hasta llegar a ese momento hubo toda una historia que más bien parece de ficción. Semanas después caería también su segundo, Zorion Zamakola.
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