El 25 de julio de 1992 Barcelona vivía una apoteósica ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos convertidos, con los años, en referente del olimpismo. 30 años después, Barcelona añora la capacidad de liderazgo de una ciudad desconcertada entre las cenizas del procés y las incoherencias del modelo Colau.
La conmemoración de ese aniversario, este jueves, se convirtió en una reivindicación de tiempos mejores, aunque la alcaldesa Ada Colau reclamara huir de la "nostalgia" para quedarse con el "orgullo". Pero si en algo coincidieron los tres políticos llamados a intervenir en la ceremonia, Colau, Pere Aragonès y Miquel Iceta, fue en la reivindicación de Pasqual Maragall.
Del alcalde olímpico destacó el ministro de Cultura y Deporte -y viejo compañero de partido- que "tuvo lo que a los políticos nos cuesta mucho, visión de futuro". Visión de futuro y capacidad de aunar intereses que hace tiempo que brillan por su ausencia en la política catalana.
Oportunidades perdidas
Más allá de la gran política, ejemplos en materia de grandes eventos recuerdan en los últimos tiempos hasta qué punto se han perdido esas cualidades. Ahora la Generalitat digiere, junto al Gobierno de Aragón, la derrota por incomparecencia de la candidatura de los Pirineos a los juegos de invierno de 2030.
Y el presidente del COE, Alejandro Blanco, reivindica en Barcelona el papel en los JJOO de 1992 de Juan Antonio Samaranch. "Fueron los mejores juegos porque teníamos a un catalán español de leyenda" reivindicó Blanco. Samaranch sigue sin tener un reconocimiento del Ayuntamiento de Barcelona, vetado desde hace 30 años por su pasado franquista.
Ese que socialistas y nacionalistas obviaron en esos años, cuando todos tenían algún lazo con el alcalde Porcioles -Maragall o Narcís Serra- o los negocios al calor de la economía de posguerra que sustentaron la carrera política de Pujol gracias a las ganancias del "avi" Florenci. Los "benditos locos que decidieron presentar la candidatura en 1981" a los que se refirió Blanco, eran los líderes de una Transición ahora demasiado cuestionada como para homenajear a Samaranch.
Ni Juegos ni Mundial
Hace una semana, la Generalitat era la única administración autonómica que dejaba vacía su silla en la reunión convocada por la Federación Española de Fútbol para preparar la candidatura al Mundial de 2030. Cuando el líder de Cs, Carlos Carrizosa, le afeó el plantón a Pere Aragonès en el Parlament, el president dejó claro su escaso interés por el evento.
"Pan y circo", ironizó Aragonès. Ante una grave crisis económica "usted nos viene a hablar de futbol. Con los retos que tenemos, viene a decir que vibra con la banderas españolas, que tenga buena suerte con el fútbol" respondió el president después de que Carrizosa recordara la comunión de banderas españolas y catalanas en los Juegos de Barcelona.
De los Juegos Olímpicos Aragonès, que entonces tenía 9 años, se queda con la herencia en infraestructuras. "Maragall no solo pensó en la celebración de los Juegos, sino en la transformación de Barcelona", destaca el president, para obviar la comunión de intereses que hizo posible esa transformación.
El último vestigio de pluralidad
El 25 aniversario de "los mejores juegos de la era moderna" ya pasó desapercibido, en pleno despliegue del procés independentista, apenas tres meses antes del referéndum ilegal del 1-O. Ayuntamiento y Generalitat tampoco tienen motivos para recordar un momento en el que el independentismo era residual y el socialismo gobernaba sin oposición en España,
Sostiene el historiador Jordi Canal que los Juegos Olímpicos fueron "el último gran momento de la Cataluña plural". Y recuerda que el éxito de los JJOO "no gustó ni a Pujol ni a los nacionalistas" que dedicó a partir de entonces no pocos esfuerzos a "cargarse esa Cataluña".
El año 1992 fue clave para España, no solo por los JJOO. Coinciden asimismo en España la Expo de Sevilla, la II Cumbre de Jefes de Estado y de Gobierno Iberoamericanos y la capitalidad cultural europea de Madrid. Ya en 1991 Madrid había acogido, entre finales de octubre y principios de noviembre, la Conferencia de Paz sobre el Próximo Oriente, que reforzó el prestigio internacional del país. Fue el gran escaparate del éxito de la Transición.
Es decir, el gran escaparate del éxito de personajes como el rey Juan Carlos I, entonces en la cima de su popularidad, o un Felipe González ya de salida, pero consolidado en el olimpo de los grandes líderes europeos. Nombres claramente repudiados hoy por la Cataluña oficial, que pese a todo no puede obviar que el 92 fue el gran momento de eclosión de Barcelona.
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