Es un movimiento que lleva años larvándose. Lo ha hecho en tiempos post ETA pero impulsado por el legado de intolerancia de décadas de violencia. El final del terrorismo en Euskadi dejó varias fracturas y heridas sin cerrar. Sin duda la más grave es la de las víctimas, en particular las que aún desconocen quién mató a su familiar. Pero hay otra que no cicatrizó y que diez años después vuelve a sangrar: la división en el entorno de la izquierda abertzale, la de Otegi, y la de sus críticos.
Todos crecieron bajo el mismo paraguas mientras ETA estuvo activa, todos justificaron sus acciones y su “lucha armada”. Pero no todos estuvieron de acuerdo en el modo y el momento de cerrarlo. El problema surgió con el final, con el ‘desarme’ y el modo en el que se puso punto final al terrorismo. Los más ortodoxos, los que se negaron a seguir la directriz mayoritaria marcada por Otegi y la dirección política de la izquierda abertzale vieron en el final de ETA una suerte de traición, una rendición ante el Estado. Los políticos decidían el cómo y el cuándo mientras cientos de presos de la banda seguían cumpliendo condena en prisión. En esta década transcurrida desde que la banda anunció su final de capuchas blancas -20 de octubre de 2011-, la fractura se ha ido agrandando.
La clave ha estado en la construcción del futuro en ese mundo. El futuro se construye con los jóvenes y es ahí donde se ha librado la batalla en el seno de la izquierda abertzale ‘oficial’ y la crítica con Otegi.
Los últimos episodios de violencia han agrandado la brecha y agudizado la incomodidad. Sortu, con sus numerosas marcas anteriores hasta retroceder a Herri Batasuna, sembró una cultura de amedrentamiento e intolerancia que sigue instalada en algunos sectores de la sociedad. Y lo que es peor, en una parte de las nuevas generaciones. Muestra de ello es la última agresión denunciada por el hijo del presidente del PP vasco, Carlos Iturgaiz.
Agresiones e intolerancia
Su hijo Mikel fue rodeado, insultado y amenazado en Getxo cuando se encontraba junto a sus amigos en las fiestas del barrio de Romo. Semanas antes, la intolerancia se cebó con la Ertzaintza. Una organización de fiestas de Mutriku (Gipuzkoa) expulsó de una comida popular a una ertzaina de la localidad que se había apuntado a la misma como una participante más. En Vitoria, poco después, un agente de la Policía Autonómica, fue agredido por tres jóvenes mientras se encontraba en la zona de bares.
Son episodios que se repiten y parecían haber quedado atrás. La izquierda abertzale no sabe cómo actuar ante ellos. Su inercia pasada le lleva a guardar silencio, cuando no a justificarlos. Su necesidad de reconversión actual, a condenarlo. En ese juego de equilibrios, tiende a desmarcarse y a situarlos en otras corrientes ajenas a ella.
Por ahora Sortu ha perdido varias batallas. Ernai, sus juventudes, han dejado de controlar espacios que han dominado durante décadas. Se los ha arrebatado un grupúsculo de movimientos que confluyen en la corriente crítica. Organizaciones en las que el discurso más que en clave independentista se construye con un mensaje comunista que se contrapone al “aburguesamiento” de la izquierda abertzale ‘rendida’ al poder del Estado.
La capacidad de organización de estos nuevos grupos, liderados por Gazte Koordinadora Sozialista (GKS) se ha demostrado eficaz y ha comenzado a copar ámbitos. Espacios como el universitario o incluso el deportivo y en parte el cultural ya no son territorio monopolizado por Ernai, las juventudes de Otegi. Muchos jóvenes que no vivieron los tiempos de violencia de ETA, que no comparten la necesidad de transformación e institucionalización promovido por EH Bildu en una Euskadi sin violencia, se han sentido fascinados por la llamada de sus críticos hacia una revolución socialista.
Nuevas generaciones
Son jóvenes, cuando ETA desapareció apenas unos niños. Otegi no es un referente para ellos y ETA es cosa de sus padres. Pero la llamada a la revolución que siempre encandiló a la juventud sigue funcionando. Más aún en tiempos de apreturas económicas y energéticas. En realidad, sus mensajes están plagado de las posiciones maximalistas, de confrontación y de enfrentamiento contra el capitalismo y el Estado que en su tiempo empleó la izquierda abertzale.
Mientras Otegi y los suyos se han puesto chaqueta y han modulado su mensaje y pisado la alfombra del Congreso y Moncloa, las nuevas generaciones en Euskadi han desempolvado los discursos con referencias a la “clase obrera y al proletariado”, en contra de “los políticos profesionales” y “la burguesía” a la que acusan de haberse pasado a los líderes abertzales. De su capacidad de movilización y crecimiento da muestra las jornadas celebradas la última semana de julio en Durango y en el que logró captar a cientos de jóvenes.
Ganados muchos de los espacios, el sector crítico ha comenzado a querer ocupar la calle. Y lo quiere hacer arrebatando el espacio que históricamente ha tenido la izquierda abertzale. En este reto, las fiestas de los municipios que estos días se repiten por toda Euskadi se han convertido en una suerte de pulso entre ambas corrientes. Un juego de pancartas, mensajes y captación de jóvenes.
Dos procesos enfrentados
Desde el movimiento GKS se ha denunciado lo que considera un intento por apartarles de los espacios festivos y, sobre todo, del reparto de las casetas o ‘txosnas’ con las que poder financiarse. Tradicionalmente la izquierda abertzale, a través de su movimiento juvenil, es la que ha copado gran parte de este suculento pastel festivo. Ahora, la corriente crítica que quiere arrebatarle las nuevas generaciones reivindica su espacio.
Son dos procesos distintos y opuestos. El de Otegi y EH Bildu hacia una institucionalización y un desmarque progresivo de viejos comportamientos que impulsó y aún le persiguen, y el de las nuevas generaciones lideradas por sus críticos, algunos de cuyos líderes pertenecen al sector más crítico de los presos de ETA. Los críticos ven en la nueva EH Bildu un “aburguesamiento sociodemócrata”, un paso atrás en el camino hacia un Estado socialista auténtico basado en los derechos de las clases obreras y en contra de capitalismos y burguesías. Nada que ver con el discurso institucional que la izquierda abertzale ahora enarbola como uno de los socios preferentes del Gobierno de España.
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