Es la historia de una derrota, una renuncia y una oportunidad. Todo al mismo tiempo. También de un reencuentro, una apuesta generosa y un proyecto repleto de dolor y esperanza en proporciones casi iguales. Un camino que cruzó a un terrorista de ETA y a un ministro franquista, a dos polos ideológicos que arriesgaron mucho por un mismo objetivo. La ruta de reinserción diseñada en un ministerio oficial, de algún modo, antes había sido trazada con ciertas similitudes en reuniones clandestinas entre terroristas. En ambos casos sus autores buscaban dejar atrás su pasado, integrarse en la democracia, el estratega reformista vinculado a la dictadura de Franco y el ideólogo de la dictadura de las armas.
Eduardo Moreno Bergaretxe, alias ‘Pertur’, y Juan José Rosón, ministro del Interior con Adolfo Suárez, hicieron sin ser conscientes la misma apuesta: contribuir a terminar con la violencia terrorista tras la muerte de Franco para apostar por la democracia, por las vías políticas. Cada uno a su tiempo, a su modo y con sus dudas e incomprensiones entre los suyos.
‘Pertur’ murió antes de poder verlo. Desapareció en San Juan de Luz el 23 de julio de 1976 en circunstancias aún sin aclarar. Rosón arriesgó desde la UCD y terminó en el olvido. Ambos dieron pasos que supusieron el final de una parte importante de la estructura de ETA y con ella de la violencia imparable durante la Transición. Ocurrió el 30 de septiembre de 1982, fue el final de un largo proceso. La imagen de los miembros de ETA Político Militar (ETA-pm) sin capucha, a cara descubierta y bajo la imagen de ‘Pertur’ anunciando en rueda de prensa que se disolvían cerró un nuevo tiempo… y abrió otro, el de ETA Militar, que sería aún más doloroso y que se perpetuaría aún tres décadas más.
Aquel proceso se detalla en la obra ‘Héroes en la retirada’ (EdicionesTecnos) en el que ocho expertos, coordinados por Gaizka Fernández de Soldevilla y Sara Hidalgo, analizan cómo se fraguó la desaparición de ETA-pm. Un título en recuerdo a la expresión empleada por el filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger que subrayaba la heroicidad de quienes en la historia arriesgaron en favor de los procesos de desarme, "cualquier cretino es capaz de arrojar una bomba, mil veces más difícil es desactivarla", afirmaba.
Proyectos agotados
“Es la historia de dos proyectos agotados y dos líderes que consideran que deben sacrificarlos en favor de la democracia y la autonomía. En 1982 es evidente que el proyecto político que defendía Rosón se había agotado, pero también la lucha armada de ETA. ‘Pertur’, cuyo proyecto años después llevarían a cabo personas como Mario Onaindia o Juan María Bandrés y Rosón, quien facilitó aquel paso para abandonar las armas”, asegura Fernandez de Soldevilla.
El historiador afirma que este trabajo es un modo de saldar un olvido colectivo y una injusticia hacia las víctimas de ETA-pm. Fueron 28 las asesinadas y decenas las heridas, "estas víctimas son las grandes paganas de este proceso de disolución". Crímenes que en la mayoría de los casos siguen sin resolver y terroristas reintegrados socialmente sin haber pagado pena alguna por ellos. Fue una escisión y disolución de la banda terrorista cuyo proceso de integración en la vida política tras la aplicación de un proceso de reinserción con herramientas propias de una amnistía, se arrinconó en la amnesia colectiva hace ahora 40 años, "todos hicieron la vista gorda, no hubo voces críticas".
Cuando Franco muere y España se adentra en un proceso de transición que debía desembocar en la instauración de una democracia, en ETA algunos de sus dirigentes también se cuestionan el sentido de la violencia que ellos había justificado como reacción contra la dictadura. Sin Franco ni el Franquismo activos, aquello perdía sentido. El viaje del terrorismo hacia la lucha política que ‘Pertur’ ideó incluía una fase intermedia que combinaría ambos frentes, el político y el militar y que se prolongó desde la creación de ETA-pm en 1974 hasta su desaparición en 1982.
En el seno de ETA no todos compartían ese paso, esa apuesta por la política para relegar a un frente secundario la violencia. Los enemigos de ‘Pertur’ no eran mayoría entre la militancia de ETA. Las tensiones internas derivarían poco después en división. El detonante fue el atentado en la cafetería Rolando de Madrid el 13 de septiembre de 1974. Aquella masacre: 12 fallecidos y 72 heridos agravó el dilema que desde hacía tiempo fracturaba las filas de la banda, seguir o no con la violencia cuando la democracia empezaba a abrirse camino. La mayor parte de ETA, incluido su Comité Ejecutivo, que aseguró no haber sido consultado para cometer aquel atentado, se negó a asumirlo, lo que precipitó la ruptura de los más radicales, con los comandos especiales, los ‘bereziak’ a la cabeza. Aquella escisión dividió en dos la banda, los ‘polimilis’ de ‘Pertur’ y los ‘milis’ de la nueva ETA militar de ‘Argala’, la que se perpetuaría hasta 2018.
La fortaleza de ETA-pm pronto se vio diezmada, atentados fallidos, detenciones propiciadas por la infiltración de Mikel Lejarza, ‘el lobo’ y los cada vez mayores deseos internos de caminar hacia la política y alejarse de las armas de la militancia, fue acercando a ETA pm a su disolución en 1982.
No a la amnistía, no a la reinserción
Habían pasado cinco años desde la ley de Amnistía de 1977 que ETA rechazó. Dejó vacías las cárceles, etarras incluidos. “En ETA despreciaron la amnistía, aseguraban que era insuficiente. Además, muchos interpretaron la Amnistía como una oportunidad para ir más allá. Si por matar a 40 personas habían logrado que les concedieran una amnistía, con más muertes quizá obtendrían objetivos más ambiciosos. Eso explica por qué después de la amnistía llegaron los años más duros, con 1980 como el peor de todos con 130 víctimas. Esa amnistía terminó por animar a ETA a seguir matando”.
ETA ignoró el primer tren de generosidad del Estado para reintegrarse en la sociedad pero también el segundo. Sólo ETA pm se subió a él. Años después de la Ley de amnistía se puso en marcha un proceso de reinserción. Lo acordaron Mario Onaindia, Juan María Bandrés y Rosón. El abogado Bandrés lo explicó así a un etarra que dudaba en acogerse o no a la medida de gracia: “Es una especie de amnistía respecto a todo lo anterior”. Fernández de Soldevilla asegura que fue “una amnistía encubierta como contrapartida por abandonar la violencia una suerte de ‘paz por presos’”.
Los procesos de reinserción que uno a uno gestionó el senador y abogado Juan María Bandrés con negociaciones con Interior, los partidos y las CFSE permitieron a los etarras de ETA-pm abandonar su pasado y regresar a la sociedad. Hubo incluso miembros de ETA militar que también intentaron apuntarse a la reinserción. Entonces la dirección de ETA militar inició una campaña de amenazas y presión para evitar una desbandada entre sus filas: “Les quemaron los coches, les hicieron pintadas, amenazas e incluso llegaron al caso de matar a Dolores González Catarain, ‘Yoyes’, para evitar que los militantes de la organización les abandonaran”.
Uno de los que rechazó cambiar las armas por la política fue Arnaldo Otegi. El hoy líder de la izquierda abertzale que pertenecía a ETA-pm decidió continuar en ETA militar: “Dijo que lo hacía para luchar contra el franquismo, pero para entonces Franco llevaba dos años muerto”, recuerda Fernández de Soldevilla: “Se quedó en el sector de ETA que quiso continuar con la lucha terrorista, se negó a ser reinsertado. Fue uno de los pocos que al proceder de ETA-pm tuvo que ‘pedir perdón’ para entrar en ETA militar. Se les exigía cometer atetados, como el de la casa cuartel de Laredo, como muestra de petición de perdón por su pasado en ETA-pm”.
De las armas a la política
La vía alejada de las armas por la que decidió apostar la parte ‘política’ de ETA se sustentó con la creación de un partido: Euskal Iraultzarako Alderdia (Partido para la Revolución Vasca) que, junto a la formación de extrema izquierda EMK concurriría en coalición bajo la denominación Euskadiko Ezkerra (EE) a las elecciones generales de 1977. Unos comicios que le permitieron contar con un representante en el Congreso, Francisco Letamendia, y otro en el Senado, Juan Mari Bandrés, desde donde trabajar las negociaciones para acelerar el proceso que cinco años después desembocó en la disolución de ETA-pm: “Euskadiko Ezkerra supo integrar a todos los miembros de ETA-pm, les ayudó a buscar trabajo, a reinsertarse de nuevo en la sociedad. La mayoría no participó en puesto políticos, querían regresar a una vida normal. EE rompió toda relación con el mundo de ‘ETA militar’. No ocurre así con la rama política de ETA M, que hoy sería Sortu, donde en sus cuadros organizativos figuran muchos exmiembros de ETA”.
“La disolución de aquella parte de la banda, de ETA-pm, fue más por una reflexión pragmática de los ‘polimilis’ que por razones morales. La reflexión moral llegaría años después, con el tiempo. Llegaron a la conclusión de que la violencia política ya no daba réditos, que no podían tener un pie en las instituciones y otro con las armas”. Este investigador del Centro Memorial de Víctimas del Terrorismo afirma que, pese a que no es posible saber a ciencia cierta si antes de desaparecer, Moreno Bergaretxe pensó en una salida como la que finalmente se llevó a cabo en septiembre de 1982, “sí sabemos que fue él quien planteó las herramientas que hicieron posible aquella salida, aquella transformación del modelo organizativo que pasaba por constituir un partido político que dirigiría una organización terrorista en la retaguardia pero sometida al partido. Fue algo revolucionario en aquel mundo de ETA que muchos no aceptaron. Aquellas herramientas fueron las que luego permitieron a Mario Onaindia tomar las decisiones que se tomaron”, recuerda Fernández de Soldevilla.
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