Situémonos: el país había padecido un golpe de Estado, que tiene a todo el mundo sobrecogido de miedo, fundamentalmente porque la trama civil no ha sido desvelada. Y en esas condiciones, ante la crisis de UCD que es ya poco más que un menesteroso, el pueblo se echa a las urnas como nunca antes lo había hecho y nunca más lo haría. 202 diputados obtuvo el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), presidido por Felipe González.
¡Como una losa aquella responsabilidad pesó en mí, como una losa de piedra! No me pesó como si lo considerara un sacrificio vaya tontería, ¿no? Lo que me abrumó fue la responsabilidad o dicho de una manera más castiza: me acojonó. Lo voy a explicar de una manera gráfica porque esto vale más que mil explicaciones. El día que salí de la Moncloa en helicóptero -yo acababa de llegar y desde la Moncloa me trasladé al aeropuerto de Barajas- pasé por encima de Madrid de noche; estaba iluminado y se perdía de vista en ese bosque humano.
Y yo pensé: "Y esto multiplicado por diez, que era la población que teníamos entonces, esa es mi responsabilidad y ¿puedo dormir por la noche? Dormía muy poco, la verdad, porque durante todo el primer tramo de la adolescencia yo fui asmático, tenía una alergia asmática grave y eso alteró mis pautas de sueño.
El Partido Socialista ha ganado las elecciones por mayoría absoluta y se dispone a gobernar. Los comicios se han celebrado el 28 de octubre y el PSOE ha obtenido 202 diputados, muy por encima de los necesarios para obtener la mayoría absoluta. Es la primera vez en la Historia de España que un partido de izquierdas va a gobernar en solitario.
El país ha salido pocos meses antes de un intento de golpe de Estado que ha conmovido profundamente a la sociedad y ha hecho temer por el futuro democrático de España. La expresión "democracia vigilada" para describir la realidad española de los años 1981 y 1982 es muy frecuentemente utilizada por los medios de comunicación y por los propios ciudadanos.
Sin embargo, el espectáculo de la descomposición progresiva de UCD, el partido que ha sostenido a los gobiernos anteriores, ha empujado a superar el más que probable temor a desafiar una hipotética amenaza militar y ha proporcionado un suelo extraordinariamente firme a los nuevos ganadores de las elecciones, encabezados por un hombre joven, no perteneciente a las castas clásicas de la cantera política española.
Ahí los electores se encontraron con una persona del sur, andaluza, con un estilo abierto y poco protocolario a veces incluso basto -el hijo del vaquero y otras cosas más ¿no?- que desde luego no se podía identificar con el dirigente que entraba dentro de los requisitos que supuestamente había que cubrir para presidir España. Aquí tradicionalmente se había optado por un intelectual como Azaña o por un militar porque se levanta y manda o por un castellano austero aunque luego ni sea castellano ni sea austero.
Y entonces llega alguien que es distinto, que tiene más bien frescura expresando las cosas, que no es agresivo, que tiene una cierta fuerza da carácter e impulso de trabajo y que hace un poco más festiva la política menos formalista y menos rígida, y resulta que eso es más mayoritario y más aceptable que lo otro, pero no lo sabíamos. Ésa es la magia de la mayoría, que no lo sabías antes pero te encuentras en una especie de identidad que te proyecta hacia el futuro y que alguien encarna y simboliza eso y no sabes por qué. Ése es el fenómeno más significativo.
Felipe González está de acuerdo en que desde el comienzo de la transición democrática existe una voluntad palpable de superar las heridas aún no cerradas de la guerra civil y que eso lleva a los votantes a dar su apoyo a los hombres que por meras razones de edad no tengan ya nada que ver con aquel período trágico de amarga memoria. Ese dato, por su juventud, algo completamente ajeno a su voluntad, es lo primero que en su opinión le aúpa a la primera fila de la actividad política. Pero no es el único.
Los españoles primero votaron [se refiere a las primeras elecciones libres de junio de 1977] por una alternativa generacional que representábamos Suárez y yo, aunque él fuera 10 años mayor que yo. Digamos que votaron por la no guerra civil. Y en segundo lugar a Suárez le votan, por el origen, por los límites, para entendernos, por el estilo tradicional de joven no comprometido con la guerra pero dentro de la tradición de la ortodoxia, en la que lo más audaz es decir eso de que hay que hacer que la España oficial coincida con la España real. Y bueno, ahí nos repartimos el voto.
Confesiones de Felipe González a Victoria Prego sobre lo que ocurrió y sobre cómo vivió él aquel histórico 28 de octubre de 1982
Pero de pronto la gente dice: "Bueno, pues ahora que no temo tanto por la seguridad intentaré, porque éste [se refiere a sí mismo] me inspira seguridad, pero sobre todo me mete en una aventura con riesgos de modernización para el país, con otro estilo".
Esto es algo que le gente sentía; naturalmente no tenía por qué "saberlo" como si tuviera que tener un título académico antes de ir a votar. Lo sentían, que no es lo mismo. Claro, si yo me iba a Albacete y decía: "Mirad, no acepto que un alemán haga las cosas mejor que nosotros y creo machadianamente que podar las viñas es un arte. Yo lo creo. Y lo que yo quiero es que nos pongamos a trabajar, que hagamos las cosas bien, que éste no sea un país de tercera sino que esté entre los países que tienen que ser respetados". Y ahora añado algunas cosas a eso que decía entonces y es que tenemos que estar en condiciones de asumir riegos individuales.
Cada día me repatean más las tripas cuando oigo decir a la gente que se va a sacrificar por su ciudad. ¿Cómo que sacrificar? ¡No te sacrifiques, macho! No estoy hablando en broma, estoy hablando muy en serio, como los buenos andaluces, que las cosas en broma las decimos en este tono. La posición que da más felicidad, y es por lo tanto la posición más egoísta, es justamente la posición del compromiso en aquello en lo que se cree.
La votación, que al rozar el 80% bate el récord de participación, supone una indiscutible profesión de fe en la democracia y deposita en los jóvenes socialistas la tarea de conducir la marcha del país con la seguridad que le proporciona el amplísimo respaldo popular traducido en una sobrada mayoría absoluta.
Felipe González, que al tomar la medida de su responsabilidad como gobernante sí siente el peso de su cargo, no se siente abrumado ante la carga de compromiso moral que puede suponer el aparente entusiasmo con que los votantes del PSOE celebran en la noche del 28 de octubre su victoria.
No, porque no era verdad. No hubo entusiasmo, lo que hubo fue alegría contenida. La imagen que ha perdurado y la que se recuerda es ésa, la de unos miles de personas en la plaza de las Cortes celebrando la victoria del PSOE y cómo ésa es la imagen que ha perdurado, ésa es la verdad. Pero ésa no era la verdad de aquel momento ¡ni por el forro! La verdad es que delante del Palace había catorce o quince mil personas. Pero un año antes cuando ganó Mitterrand [las elecciones presidenciales en Francia] en París había quinientos mil en la calle ¿no?
La verdad era que en aquel momento, después de cuarenta años de dictadura, lo que había en la calle eran 10 o 15.000 personas y los demás estaban en su casa delante del televisor. Los dos tenían alegría contenida, que quiere decir con acojono, una dosis razonable de las dos cosas. Algunos dijeron: "Bueno, menuda la que ha montado este tío, ha ganado de calle. Y ahora ¿qué va a pasar?". Como decía Abril Martorell, "en un país que está acostumbrado a ir en Seiscientos le ponen a un joven de dieciocho años un Maserati en la mano y lo lleva por carreteras estrechas y llenas de curvas, y no tenemos ningún accidente".
Qué más le podemos pedir a la vida. Eso sí que era lo que sentía la gente. Luego, a toro pasado, me dicen: "Hay que ver cómo desaprovechaste aquella gran corriente de esperanza, qué mal administrada". Catorce años y les parece mal administrada, bueno.
No era verdad, la gente estaba como estaba como yo, asustada. Pues porque lo único que tengo que me distingue de algunos es que tengo sentido común y la mayoría de la gente de este país tiene sentido común y por eso sabía que entrábamos en una zona de esperanza pero también de altísimos riesgos.
El riesgo del golpe de Estado
Alguno de esos riesgos de los que habla Felipe González son claramente perceptibles por la ciudadanía. Uno de ellos tiene que ver con un posible golpe de Estado por parte de los sectores más involucionistas del Ejército.
En el mes de octubre, muy pocos días antes de la celebración de las elecciones que darían la mayoría absoluta al PSOE, la prensa da cuenta de la detención de varios militares implicados en una conspiración para dar un nuevo golpe de Estado. Los arrestos tienen lugar en la madrugada del dos de octubre y el proyectado golpe militar estaba previsto para el miércoles 27 durante la jornada de reflexión previa a los comicios.
La información que publica la prensa es la siguiente: "El día dos de octubre, agentes del CESID [Centro Superior de Información de la Defensa] detienen a los coroneles Luis Muñoz Gutiérrez y Jesús Crespo Cuspinera y al teniente coronel José Crespo Cuspinera, hermano del anterior, como responsables de la preparación de una intentona golpista que estaba previsto que se iniciara clandestinamente el 17 de octubre con los contactos definitivos en las principales guarniciones y acuartelamientos de Madrid para ser consumada el 27 de octubre".
Los agentes del CESID intervienen quinientos folios de documentación de la cual se desprende que el objetivo primero de la operación, llamada Operación Cervantes, es el de "neutralizar" una serie de objetivos civiles y militares entre los que se cuenta el Palacio de La Zarzuela, residencia del Rey; el palacio de la Moncloa, residencia del jefe del Gobierno; el ministerio del Interior; los cuarteles generales de los tres ejércitos, y, como objetivo prioritario, todo el complejo de comunicaciones del Ejército y de los servicios de seguridad del Estado. Además, según el plan de los golpistas, el día señalado para la acción, el 27 de octubre, serían ocupadas todas las emisoras de radio así como Televisión Española.
Por lo que se refiere a los capitanes generales, éstos serían también convenientemente neutralizados por oficiales adictos al golpe que ya habían sido comprometidos para la operación. De las informaciones que tienen como fuentes los documentos incautados a los golpistas se deduce que el golpe tendría que haber sido necesariamente cruento porque en ellos se afirma que los comandos debían actuar con la máxima contundencia y los oficiales encargados de neutralizar a sus superiores tendrían que emplear cualquier sistema para lograr su objetivo. El plan del golpe está muy avanzado cuando sus inspiradores son detenidos el 2 de octubre.
Hay que recordar ahora que el juicio contra los implicados en el golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 ha terminado en el mes de junio pero que la sentencia del alto tribunal militar ha sido recurrida por el gobierno de Calvo- Sotelo ante la jurisdicción civil. Cuando este segundo intento de golpe se desmantela, el Tribunal Supremo aún no había hecho pública su sentencia.
Sin embargo, y a pesar de la gravedad del hecho y de que en las semanas siguientes la prensa continúa publicando nombres de posibles implicados en la intentona, tanto el presidente saliente, Leopoldo Calvo-Sotelo, como el presidente entrante, Felipe González, que es inmediatamente informado de los hechos, acuerdan no dar ningún vuelo al episodio.
En este asunto, González coincide con la opinión expresada por su antecesor en el cargo, según la cual no se puede abrir demasiado el abanico en la persecución de implicados en un golpe que ha fracasado porque quizá el país no pueda soportar tanta carga.
A pesar de que no ha asumido aún la tarea del Gobierno, Felipe González recuerda con claridad aquel segundo episodio golpista.
Claro, cómo no me voy a acordar, por favor. Pero la primera aproximación no periodística de esto es que ningún golpe tiene importancia, ninguno más que el que gana y que todos los intentos de golpe que han fracasado pasan a ser poco importantes [se ríe].
Yo estuve de acuerdo en eso [con motivo del golpe de Estado del 27 de octubre] de que aquell0 se solventara con discreción, como estuve de acuerdo en el tratamiento que se dio al golpe de Estado de febrero de no buscar más implicados. Porque en lo que yo estaba de acuerdo es en que el acordeón completamente abierto no lo aguantábamos entre las manos, aquello hubiera pesado demasiado.
Había que dejar una parte del fuelle y que esa parte se quedara fuera, pero es que así se aguantaba más el acordeón. A mí aquello me preocupaba mucho, me preocupaba el fenómeno de retroalimentación entre la violencia por un lado y el terrorismo de otro. Porque después de que pasara eso llegó Su Santidad y asesinaron al General Lago.
ETA declara la guerra
En un momento evidentemente difícil, puesto que lo que hay es un gobierno saliente y en funciones y un nuevo gobierno que aún no ha tomado posesión, el 4 de noviembre ETA asesina al general de División Víctor Lago Román, jefe de la División Acorazada Brunete, la unidad más potente y mejor dotada del Ejército de Tierra y que el 23 de febrero de 1981 había estado a punto de levantarse contra el poder constituido.
Una semana más tarde, ETA hace saber que considera al futuro Gobierno del PSOE como su enemigo lo mismo que los anteriores y que le declara la guerra. A eso se refiere Felipe González cuando habla de retroalimentación, terrorismo y golpismo se apuntalan mutuamente y apuntalan sus acciones contra la democracia.
La segunda actuación pública de Felipe González como presidente del Gobierno tiene que ver con el estamento militar. Cinco días después de haber tomado posesión de su cargo, el nuevo jefe del Ejecutivo acude a visitar la División Acorazada Brunete, la principal unidad de élite del Ejército español y a cuyo jefe acaban a asesinar los terroristas de ETA. La visita tiene lugar con motivo de la Inmaculada Concepción, patrona del arma de Infantería.
Yo fui porque me parecía que mi obligación era ir donde nunca había ido ningún jefe de Gobierno desde que se fundó la DAC, que mi obligación era ser responsable de las Fuerzas Armadas de mi país y la más simbólica de todas las unidades era la División Acorazada. Cuatro días después me llama el domingo por la noche el ministro de Defensa recién nombrado, Narcís Serra, que no había hecho la mili, y me dice: mañana el Consejo Supremo de Justica Militar pone en libertad a los 23-F que están en la cárcel. ¿Qué hacemos?
Le dije: "El único ministro por delegación, que es delegado en la estructura del Gobierno, eres tú, el ministro de Defensa. Llama al presidente del Consejo y dile que te he dado la orden de disolver mañana el Consejo si mañana está ese punto en el orden del día del Consejo. No si votan o no votan, me da igual. Si en el orden del día está ese punto, dile que mañana mismo disuelvo el Consejo.
El pobre Narcís, imagínate, que lo tenía aún menos asumido que yo, como es lógico, porque además él tiene otro carácter completamente distinto, habló con el presidente del Consejo que le dice:
"Por favor, ministro, están ustedes interpretando esto de una manera completamente equivocada. Aquí no hay nada más que un gesto de amistad, son unos caballeros, no ha habido muertes, vienen las Navidades y tal. Permítame que yo le vea en el despacho antes de empezar el Consejo".
"Cítale a las ocho de la mañana, hablas con él y le repites la orden". Y quiero que sepas que no estoy seguro, pero, por si acaso, si meten la mano en la bañera esta vez se la van a quemar.
No estaba seguro pero tenía la alerta de Manglano de que ese tema iba al día siguiente, además, con un total de nueve votos concertados. Pero no pasó nada, el tema desapareció del orden del día. Aquello me hizo ganar no sé cuánto tiempo, mucho, un espacio enorme.
Yo no estaba preparado psicológicamente. Lo hice sencillamente, pero si un domingo a las diez y media de la noche te dicen que al día siguiente vas a recibir una cornada aquí no se puede llamar al maestro armero, no, no, aquí hay que decidir y decir eso, que el agua no va a estar templada, que si alguien mete la mano, o se abrasa o se hiela. Esto es así.
En cualquier caso, una de las consecuencias positivas de esa demostración de la capacidad de decisión y de autoridad por parte del Gobierno, dice Felipe González, es que a partir de ese momento el terreno de juego se despeja, sus límites se establecen con nitidez y ello permite una notable mejora de las relaciones entre el Poder Ejecutivo y la cúpula de mando del estamento militar.
Yo me empeñé mucho, mi gran pasión era modernizar el capital físico y el capital humano. Modernizar el capital físico quiere decir desarrollar la infraestructura del país, abrir cauces para que el desarrollo sea posible. Lo que no podía ser es que un camión estuviera pasando por una carreterita, había que ponerle carreteras de verdad. Lo mismo pasaba con las telecomunicaciones: por una bandita así de pequeña no puede pasar lo mismo que pasa por una banda ancha, ¿no?
Por tanto, yo tenía la idea de que España tenía que hacer un esfuerzo para mejorar en eso pero también para mejorar el capital humano como variable estratégica para competir en el siglo XXI. Bueno, pues en esa pasión por mejorar la sanidad, la educación, en esa pasión andábamos. Y eso definía mi política.
Yo tenía muy claro lo que tenía que hacer, cuáles eran las líneas fundamentales de mi trabajo. Eran estas prioridades, cuatro o cinco, en las que yo quería centrar mi atención. Algunas eran prospectivas y otras eran de respuesta a los problemas inmediatos. Yo quería estabilizar la democracia en función de eso.
Las medidas económicas
El año había terminado en España con una inflación del 15%, el déficit público había alcanzado el billón de pesetas y amenazaba con seguir aumentando a causa de las importaciones pagadas con una moneda, la peseta, que había llegado a caer hasta en un 30% frente al dólar. Por lo demás, el número de desempleados alcanzó la cifra de los dos millones, cercana al 17% de la población activa.
El Gobierno socialista anuncia para 1983, su primer año de gestión, una política económica cuyos objetivos básicos son el de mantener la inflación en torno al 12%, un crecimiento del 2,5 del PIB y un 13% de aumento de las disponibilidades líquidas. Estos proyectos son calificados en determinados medios económicos y empresariales como voluntaristas y faltos de credibilidad.
Felipe González es consciente del recelo con que es recibido por parte de algunos sectores de la vida nacional este gobierno de izquierdas, que cuenta con mayoría absolutísima para gobernar y que durante la campaña ha hecho esfuerzos evidentes para tranquilizar al mundo financiero e internacional sobre sus auténticas intenciones.
La impresión que yo tuve, ya lo he dicho, es que había algunos sectores de la sociedad que estaban muy preocupados, incluso muy asustados. Qué va a pasar, cómo va a hacerlo esta gente; no sólo sectores empresariales, que también, sino dentro de la propia vida institucional, como es lógico: Fuerzas Armadas, fuerzas de seguridad, etcétera.
Pero, en general, había recelo, no animadversión. Desconfianza quizá sea la palabra que mejor define la actitud de sectores muy importantes del país. Es natural. No tenían por qué tener confianza, no tenían por qué tenerla. Estaban acostumbrados a unas relaciones que les resultaban cómodas y conocidas. Pero, si de pronto llegas a un país y el código de circulación es radicalmente distinto al tuyo, eso te crea incertidumbre. Bueno, pues digamos que ellos no sabían cómo iba a ser el nuevo código de comunicación, no de circulación.
Por primera vez tenían la sensación -de nuevo hablo de percepciones- de que había un poder político verdaderamente autónomo de ellos. ¿Eso significa que Adolfo Suárez y Leopoldo Calvo-Sotelo no fueran autónomos? No, no. Pero la percepción de las eléctricas, por decir una fuerza de país como otra cualquiera, o la Iglesia, era que por primera vez había un poder político que estaba autónomamente legitimado en relación con los apoyos estratégicos de todos los poderes anteriores desde tiempo inmemorial. Y era verdad.
Eso podía querer decir que un poder con ese grado de autonomía no iba a tener ninguna disponibilidad para pactar, que era de lo que todo el mundo estaba convencido. En absoluto. Nosotros estuvimos dispuestos a hablar, a negociar, a pactar. Y pactamos. De hecho yo me ofrecí. Y es que, además, lo necesitábamos, no sólo para no intranquilizar, sino en mi concepción de lo que es la democracia -siempre he sido un moderado y un reformista- uno tiene la obligación de pactar siempre que asuma que la responsabilidad de la decisión en función de los intereses generales es suya y es una decisión autónoma.
Así que yo he pactado con todo el mundo: con la Iglesia, con los banqueros, con los empresarios, con los sindicatos. Pero algunos se han confundido y se han creído que pactar es tanto como obedecer o estar sometido a hipotecas. Y yo no tenía ninguna hipoteca. Por lo tanto, el error o el acierto en el acuerdo me es imputable en función de que yo haya sabido o no representar los intereses generales, pero no de que nadie me haya podido decir "estás obligado a hacer esto o lo otro".
Y así es como entramos en la modernidad.
Extracto de Presidentes, que obtuvo el Premio de Plaza y Janés Así fue La Historia Rescatada del año 2000.
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