Un barrio donde “los malos hacen lo que quieren”, explica el presidente del enclave. El Príncipe de Ceuta, a tan solo unos minutos en coche del exquisito centro de la ciudad autónoma, arrastra el sambenito de ser la barriada más peligrosa de España. Una combinación explosiva de falta de esperanzas, violencia cada vez más macabra entre clanes, narcotráfico, ausencia de servicios básicos e inseguridad en la frontera con Marruecos que ninguna administración ha sido capaz de solucionar.
El clima de terror ha ido en aumento en los últimos meses. En octubre un militar, cabo primero de Regulares, fue asesinado a tiros, en plena “Operación Plomo” para tratar de desarticular las bandas de narcos, formadas por veinteañeros y menores, que llevan meses enzarzadas en una batalla a golpe de armas semi automáticas y cuchillos. Desde abril se ha registrado una docena de tiroteos, que ha segado la vida de al menos tres personas y dejado más de una decena de heridos.
“En el vecindario estamos muy preocupados por este nivel de violencia”, reconoce Abdelkamil Mohamed, presidente de la barriada y el cicerone que nos guía por un páramo que habitan más de 9.000 personas. Es una tarde de cielos nublados y la visita no escatima paradas por el enjambre de estrechas callejuelas que forman el barrio. Una pelea obliga a cambiar parte del itinerario. “Muchos de nuestros jóvenes han tenido que irse a la península e incluso a otros lugares de Europa a buscar trabajo. Aquí no hay alternativas de vida. Los que se quedan son presa fácil de la delincuencia”, lamenta Mohamed.
Sangrientos ajustes de cuentas
Los ajustes de cuentas, cada vez más sangrientos, se han convertido en cotidianos. Según el perfil esbozado por la policía, los autores de las reyertas son jóvenes de entre 20 y 30 años del barrio y el cercano de Los Rosales sin formación académica dedicados al tráfico de sustancias estupefacientes a pequeña escala y en cuya labor reciben la ayuda de menores de edad, que son objeto de penas inferiores en caso de arresto. “En El Príncipe se vive muy mal”, replica su presidente, que se describe como “caballa [el apodo de los ceutíes], musulmán y español”, representante de la tercera generación asentada en la zona. “Mi madre tiene 83 años y nació en la vivienda en la que aún vive. Conserva el contrato de compraventa que firmó mi abuelo en 1938”.
Llevamos más o menos unos diez años de tiroteos continuados y asesinatos cada cierto tiempo
La radiografía del vecindario es sombría. “Estamos hablando de familias desestructuradas. Llevamos más o menos unos diez años de tiroteos continuados y asesinatos cada cierto tiempo. En esa violencia influye el paro, especialmente el juvenil, y el fracaso escolar. No hay alternativas viables ni el Estado nos está ayudando a intentar salir de esta situación”, arguye Mohamed desde un promontorio frente a la barriada, una sucesión de viviendas con fachadas de distintos colores que surgen en el paisaje como colmenas, sin apenas espacio entre las casas. “En los 90 hubo un boom de la autoconstrucción. Todo el mundo se buscó la vida”, manifiesta.
Unas raíces que ahora alimentan una guerra sin cuartel. “Sufrimos una violencia entre bandas. Es gente relacionada con las drogas. Cuando estalla el conflicto, es mejor que no te pille entre ellos, porque siempre hay alguna bala perdida”, advierte Nordin Mustafa, presidente de Juventudes de El Príncipe y uno de los rostros del tejido asociativo del barrio. “Y lo de la bala perdida ha sucedido en varias ocasiones. Los altercados suelen suceder en torno a fechas festivas, en Ramadán o en Navidad”, desliza. “Antes era el narcotráfico, pero ahora son a menudo piques entre jóvenes”, indica Mohamed.
La de El Príncipe Alfonso es una de esas tierras sin Dios donde décadas de marginación han hecho estragos. Hasta el campanario de la iglesia luce tapiado. Los cables eléctricos pasan de una vivienda a otra sin orden, con la premonición de tragedias que ya han acaecido. “Yo mismo no pude rescatar a un niño que se había quedado solo en casa al declararse un incendio”, evoca Mohamed con amargura mientras deambula por el laberinto. En un barranco cercano, al que da la calle Este, las aguas residuales corren al libre albedrío, entre “vegetación salvaje, llena de ratas y de todo”.
En un barranco cercano, las aguas residuales corren al libre albedrío, entre “vegetación salvaje, llena de ratas y de todo”
“Esto está al descubierto y lleva ya muchos años. Se hizo una obra de canalización hace 30 años y esto se ha ido deteriorando. En cada vaguada de la zona pasa lo mismo y todas las aguas fecales terminan aquí”, detalla el presidente.
A unos metros, cruzado el barranco y en lo alto de una loma junto a las casas, un hombre rebusca en un vertedero incontrolado, con los signos de hollín de haber sufrido un incendio reciente. “Aquí viene gente a quemar vehículos. Tenemos muchos incendios que afecta a todas las casas de la zona”, denuncia Mohamed. La ruta que lleva hasta las pilas de basura está jalonada de neumáticos y muebles arrojados repetidamente y sin concierto.
Mustafa, que vive en la zona baja del barrio, ha notado cierta mejoría en las últimas semanas, pero lo considera “algo temporal”. “Sigue habiendo quema de coches pero hay menos incidentes. Cuando llamas a la policía, al menos te atienden. Será porque estamos a unos meses de unas elecciones. Cuando pasen, volveremos a estar como antes”, se queja el activista. “Hace unas semanas, cuando uno se ponía en contacto con la policía para avisar de disparos, ni siquiera subía. Solo lo hacían cuando ocurría una tragedia”.
El estigma también acompaña a sus moradores. “Cuando entrego el DNI a un policía en un control, me acusan antes de nada por mi residencia. El trato es completamente diferente a los habitantes de otras zonas de la ciudad. Desde cómo inspeccionan el coche a las preguntas de si has sido detenido previamente o si 'estás fumado'. Son preguntas que a uno del centro jamás se las harían. Estamos acostumbrados”, comenta Mustafa.
Tiroteros a plena luz del día
Todo comenzó el pasado 16 de abril cuando Ibrahim Buselham el Boughannami, de de 16 años y estudiante del Grado Medio de Cocina en el IES Almina, falleció tras recibir un disparo en la frente. Viajaba de copiloto a bordo de un ciclomotor. Perdió la vida tras permanecer tres horas en la UCI. Los disparos tenían como destinatario el dueño de la motocicleta. El altercado desató una batalla entre bandas rivales, que litigan por el control del narcotráfico de la ciudad autónoma.
Cinco días después del asesinato, la Policía Nacional inauguró la bautizada «Operación Plomo», con el desplazamiento a Ceuta de unidades especiales desde Sevilla. El modus operandi de los tiroteos repite un patrón: se dispara a las extremidades inferiores, a modo de "advertencia" a quienes mantienen cierto tipo de deuda con la organización. Desde entonces, la Policía Nacional ha intervenido más de una docena de armas utilizadas en estos tiroteos, entre ellas un subfusil. Según las fuerzas de seguridad, hay numerosas armas ilegales introducidas en la ciudad hace algunos años y que se hallan escondidas en zulos.
Repliegue policial
El Estado ha firmado un concienzudo repliegue de El Príncipe, inexplicable para sus vecinos. Las comisarías de Guardia Civil y Policía echaron el cierre hace años, para perplejidad de quienes tratan de mantener su vida en los confines de la barriada. “La responsabilidad de todo esto es una mezcla de los Gobiernos autonómico y central. Saben lo que está pasando y las necesidades de infraestructura básica y la realidad del paro y el fracaso escolar. Llevamos años pidiendo una presencia continua de las fuerzas de seguridad. La Policía Nacional y la Guardia Civil cerraron sus instalaciones y esto se ha quedado como un vacío en el que el Estado está completamente ausente”.
Ni siquiera la educación ha resistido las embestidas. El colegio del barrio solo ofrece Primaria. Para cursar la Secundaria, los menores deben enfilar el camino hacia el centro de Ceuta, un territorio de códigos completamente ajenos donde se produce una rápida desconexión. “Es un completo drama. Son niños que han pasado toda su vida en el Príncipe y viven un cambio drástico. Cuando voy por el centro, veo que están por las calles en horario escolar. No hay nadie que les controle, ni sus padres ni sus profesores”, agrega Mustafa.
Sin esperanza
“Hay miedo”, confiesa el presidente del barrio. “Tenemos vecinos fallecidos que no estaban metidos en ningún jaleo, que son víctimas inocentes y uno piensa que puede ser el siguiente”, narra. Los vecinos no toman precauciones especiales. “La vida sigue con normalidad. Si te toca, te tocó”, apunta. “Pero, en cualquier caso, se trata de una minoría que esta afectando a la amplia mayoría. No se puede generalizar”. Según Mohamed, El Príncipe está formado por descendientes de militares. Ya no quedan cristianos, “que fueron saliendo en la década de 1980”. “Ahí entra en juego la Ley de Extranjería, que prohibía que un musulmán ceutí pudiera aspirar a una vivienda de protección oficial o comprar una vivienda con su dinero”.
Al otro lado de El Príncipe, ha surgido una barriada de pisos de nueva construcción “que debían reducir la presión”, según Mohamed, pero que han creado nuevos retos. “Son más de 2000 viviendas que no tienen unos servicios como el resto de la ciudad, aunque sí mejores que los de El Príncipe”, añade. Bachir Abdesalam no tiene otra palabra para describir lo que se vive en el barrio que “abandono”. “El abandono es increíble. Tenemos la tasa más alta de fracaso escolar de España”, recalca el joven, vicepresidente de la asociación de vecinos. “Necesitamos que los políticos lo asuman y proporcionen empleo. Somos ciudadanos españoles y pagamos nuestros impuestos”, añade.
“El optimismo nunca se pierde, pero lo veo muy difícil”, murmura Mohamed. “El presidente del Gobierno ya estuvo aquí, pero una vez que llega al poder, si te he visto, no me acuerdo. Como todos los gobiernos previos”, maldice. “Ha habido lluvias de dinero a Ceuta y nunca han llegado a El Príncipe. Y esta vez, con los fondos europeos, no será una excepción”, concluye.
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