Ahmed, nombre ficticio, es menor de edad y fue uno de los supervivientes del salto a la valla de Melilla que dejó el pasado junio un reguero de al menos 37 muertos, decenas de heridos y 77 desaparecidos. El adolescente, que había viajado durante los dos años previos en busca del sueño europeo, asistió a la carnicería en primera fila, entre gases lacrimógenos y golpes, y logró escabullirse antes de ser detenido por las fuerzas de seguridad españolas y devuelto a Marruecos.
“Estuve allí de principio a fin”, relata el joven en conversación con El Independiente. Exige anonimato porque sigue varado en el país vecino, a la espera de un futuro que no llega y teme la reacción de la gendarmería marroquí, que ya padeció el 24 de junio. “Tuve suerte. Me golpearon a fondo. No me rompieron nada, como a otros, pero fue tal la golpiza que quedé inconsciente. No podía hablar ni hacer absolutamente nada. Tardé un mes en recuperarme”, detalla el menor a propósito de un episodio que las autoridades españolas y marroquíes tratan de encubrir, seis meses después y en mitad de la condena internacional.
“La policía española detenía a los que saltábamos y nos golpeaban y atacaban usando un spray. Cuando nos derrumbábamos, nos esposaban y entregaban a los agentes marroquíes”, evoca el adolescente. “A quienes trataban de huir, los perseguían por la costa. Los policías españoles eran un poco mejores que los marroquíes, que son realmente brutales”, narra Ahmed, quien reconoce haber perdido “a muchos amigos” aquella fatídica jornada. “En realidad, aquel día de junio perdí a mis verdaderos amigos, con los que había compartido todo. Uno se llamaba Mohamed y otro Ahmed”.
Los policías españoles eran un poco mejores que los marroquíes, que son realmente brutales
"No fue un salto violento"
La versión oficial del Gobierno español, compartida al milímetro por la dictadura marroquí, acusa a los alrededor de 2.000 migrantes que trataron de cruzar a Melilla desde el paso fronterizo conocido como “Barrio Chino” de ir armados con palos, machetes, piedras y cuchillos. Un extremo que niega Ahmed. “Solo disponíamos de nuestros teléfonos móviles y piedras, que arrojamos a los gendarmes marroquíes para abrirnos pasos hacia la verja”, rememora. “En ningún caso fuimos agresivos. Solo queríamos cruzar la frontera. No queríamos hacer daño a nadie salvo asustar a la policía para que nos abrieran el paso”.
Ahmed considera que el salto fue inevitable y anunciado. Dos días antes las fuerzas de seguridad marroquíes habían arrasado con saña el campamento en un monte cercano a la localidad marroquí de Nador donde esperaban la travesía definitiva hacia Europa. “Se lo llevaron y destruyeron todo. Nos dejaron sin alimentos ni agua y advirtieron a las comunidades cercanas que no nos vendieran nada. Nos quedamos sin tener nada que llevarnos a la boca. No había más remedio que dirigirse hacia la frontera”.
Les lanzamos piedras para que nos dejaran acercarnos a la valla
“El 24 de junio decidimos avanzar hacia la frontera. Nos atacaron pero no pudieron detenernos porque éramos muchos. Cerraron el paso detrás de nosotros y nos quedamos atrapados. Les lanzamos piedras para que nos dejaran acercarnos a la valla. Fue cuando empezaron a usar objetos punzantes, palos, balas de goma y algunos aerosoles peligrosos. También nos atacaron desde el cielo. Muchos murieron por asfixia”.
“Alrededor de 400 de nosotros pudimos acercarnos al borde con España. Unos 100 pudimos cruzar. Fuimos golpeados sin piedad por la policía marroquí. A algunos les rompieron las dos manos, a otros las piernas, la mandíbula, los dientes y otros perdieron los ojos. Después nos llevaron a todos de vuelta a la prisión. Los que estaban malheridos fueron llevados al hospital y otros distribuidos por algunas ciudades de Marruecos. Los que se encontraban mejor fueron trasladados a la frontera con Argelia, a unos 1.000 kilómetros. Sé que parte de ellos no resistieron el viaje y terminaron muriendo”.
Ahmed -que aspira a ser abogado y sobrevivió a Melilla y antes al horror de Libia, otro de los agujeros negros de la ruta africana- admite que nunca imaginó que un país democrático pudiera actuar del modo del fue testigo el 24 de junio, en el episodio más sangriento en la frontera de la ciudad autónoma, con pilas de cuerpos sin vida. “Pensaba que los países como España valoran la vida de los demás. Somos simplemente inmigrantes que luchamos por una vida mejor. No hacemos nada malo. Huimos del conflicto en nuestros países en busca de unas vidas en paz. Por eso mismo es horrible que se nos mate de este modo, sin tener en cuenta la vida de unos inocentes”, replica.
Lo que vi aquel día fue realmente peligroso. Fue la primera vez que veía a gente morir delante de mis ojos
El joven lamenta no haber podido despedirse de los colegas con los que hizo parte del camino hacia las puertas de Europa. Sus amigos engrosan la lista de los desaparecidos, probablemente arrojados en las fosas comunes horadadas en Nador tras el suceso.
“Ni siquiera nos han permitido visitarlos”, maldice Ahmed, que asegura no haber padecido unas condiciones tan terribles en todo su periplo por África. “Lo que vi aquel día fue realmente peligroso. Fue la primera vez que veía a gente morir delante de mis ojos. Morían como si fueran una mercancía. Hablabas con alguien y, unos segundos después, ya estaba sin vida”, concluye. Ahmed confiesa que no ha renunciado a su sueño de alcanzar las costas españolas. Lo volverá a intentar.
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